La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Día 7: Los chicos no lloran, sólo pueden soñar.

Miraba por la ventana con tristeza y melancolía. Eran los últimos días que pasaría en aquel lugar. Ya no volvería a ver a mis amigos, ya no jugaría en esas calles, nunca más montaría en bici subiendo aquella agotadora cuesta. De pronto la vi pasar. Fue algo casual, fortuito, como contemplar a un ángel inesperadamente. Había estado enamorado de ella desde los diez años, ahora ambos teníamos trece. Observándola a través de una ventana que no era la de mi casa la vi caminar por la calle con aire distraído. Tuve ganas de abrir de golpe aquel cristal que me separaba de ella y gritar su nombre. Sin embargo me quedé quieto, paralizado. Un par de lágrimas bajaron por mi mejilla al ver como desaparecía y darme cuenta de que jamás volvería a hablar con ella.
Hace un par de meses, en una noche en la que yo estaba llorando le pedí a una chica que me contara algo gracioso. "¿Me haces un favor? Cuéntame un chiste". Necesitaba evadirme de un hecho que me había producido una tristeza tremenda. Con lágrimas aún en los ojos contesté al teléfono, ella me estaba llamando. "No me acuerdo de ninguno", diijo con voz compungida. "Pero puedo contarte historias de cuando yo era pequeña, era muy traviesa." Añadió. Dos horas más tarde reía al escuchar a esa mujer, que pese a que nunca nos habíamos visto, se había abierto a mi de tal manera que me contó infinidad de anécdotas de su infancia. Unos pocas semanas después esa chica ya no está en mi vida, desapareció. 
Recibí un mensaje de otra mujer. Alguien que siempre me ha parecido muy agradable y maja. Hace dos días leí en las notificaciones del móvil estas palabras, "Hola Rubén, ¿qué tal estas?". Hice caso omiso del whatsapp enviado por esa preciosa mujer. ¿Por qué? ¿Este mundo me esta volviendo demasiado frío? Creo que soy una persona muy emocional, vivo los sentimientos de una manera increíblemente intensa pero este mundo tan rápido y vertiginoso en ocasiones puede conmigo. No deseo cambiar ni transformarme en alguien sin alma y lucho contra ello cada día sin embargo noto que algo en mi interior esta evolucionando.
Unas semanas atrás alguien me decía por teléfono "Ven a dormir conmigo, te necesito. Quiero sentirte a mi lado." Unas palabras cargadas de sensaciones, sin duda. Mi cabezonería y yo, unidos frente a tal proposición nos hicimos fuertes y me negué en redondo a pasar, lo que sin duda hubieran sido unas espléndidas horas con esa impulsiva chica. Muchos kilómetros y algunos días después de eso, ayer hablaba con ella fríamente, como si nada de eso hubiera sucedido. Unas risas lejanas y un tanto vacías, unas palabras en cierta manera algo distantes. Quizá indiferencia sea una palabra muy dura y excesiva, pero sin duda la conversación fue extrañamente rara. Obviando que ella, una tarde que no esta tan lejana en el tiempo, me pidió que la abrazara fuerte en la cama. ¿No es de locos?
Pero si de locuras he de hablar, el hecho acaecido hace algunos días es para pensar seriamente que me ocurre a mi o al mundo, no se muy bien. Llamaron al telefonillo, esa era la señal para decirme que tenía que ponerme las zapatillas de nuevo e irme. Ella me miraba atarme los cordones mientras yo me excusaba por no poder pasar la noche en su casa, me había pedido que me quedara pero esa noche era imposible. Al incorporarme nos abrazamos, sentí su rizado pelo hacerme cosquillas en mi nariz y me besó en los labios. Nos reímos cuando hice un comentario gracioso y metió sus manos en los bolsillos de los vaqueros mientras se balanceaba sobre las puntas de sus pies. Tenía la cara sonrojada por el calor de la manta que la había estado tapando en el sofá durante la hora que habíamos estado hablando allí tumbados y una amplia sonrisa hizo que me diera pena no quedarme y disfrutar más de su compañía. La besé de nuevo en los labios y le dije un hasta luego. En ese momento no supe que jamás la vería más. Unas horas más tarde, por teléfono, escuché estas palabras... Es mejor que no nos veamos más.
Cuando conocí a esta otra chica hace año y medio sentí que el alma me daba un vuelco. Era la primera mujer con la que compartía confidencias después de bastante tiempo de dudas existenciales. Es una persona increíble y me hizo mirar el mundo de otro modo. Me ayudó tanto que fue imposible no sentir un cariño inmenso por ella, ¿por qué entonces cuando en agosto me escribió para interesarse por mi la despaché con un par de mensajes? Me sentí horriblemente mal al hacerlo, ¿habré estado muy borde? Me pregunté. 
La gente sale de mi vida sin apenas darme cuenta, de puntillas. Sin avisar. A otros en cambio les echo yo movido quizá por el desapego que existe en este mundo. Un lugar en el que los besos no significan nada, donde compartir risas o lágrimas esta tan infravalorado como abrazar a alguien. En un mundo como este te puedes acostar en la cama de una mujer y acariciar su desnuda espalda al mismo tiempo que te preguntas si a la mañana siguiente ella seguirá en tu vida o si será un efímero sueño. 
El excesivo celo que hemos impuesto a nuestras vidas hace que desconfiemos de nuestros sentimientos y apartemos de nosotros el calor y el apego, sustituyendolos por una frialdad e indiferencia que muchas veces no comprendo.
Algo más de veinte años después de ver a esa niña cruzar bajo la ventana de una casa que no era la mía, una fría noche de un otoño lluvioso me dió por buscarla en facebook. Hace dos años tecleé su nombre y me salió un pequeño listado de varias mujeres con el mismo apellido. No la reconocí. Estaba indeciso entre dos preciosas chicas, ¿de verdad no te acuerdas de ella, Rubén? Les mandé una solicitud a ambas. Las dos aceptaron. Una de ellas desapareció hace algunos meses, como llevada por el viento de una tormenta veraniega. Con la otra, la de mi infancia, no he hablado desde aquel día de otoño de hace dos años. Ese día pasé un par de horas mirando sus fotos y leyendo cosas suyas, recordando. Fue emocionante volver a contemplar sus ojos, su sonrisa. Me di cuenta de algo, el cariño no se olvida y me alegré que aquella niña de mirada risueña fuera ahora una feliz mamá.
Hoy escribo recordando a toda esa gente que pasó por mi vida en algún momento u otro. Aquellos que compartieron un instante conmigo, ya fuera una breve conversación telefónica, un abrazo, una mirada, una sonrisa...
No puedo decir que sea amigo de nadie pero no hay duda de que siento un cariño especial por toda esa gente. Un apego que hace que mientras escribo todo esto no pueda evitar emocionarme y derramar alguna lágrima. Mea culpa, sin duda, soy demasiado sentimental. 
Pero como dijo Miguel Bosé en alguna ocasión... Los chicos no lloran, sólo pueden soñar. Así que cerraré los ojos unos minutos, me secaré las lágrimas y soñaré.

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