La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

viernes, 31 de marzo de 2017

Día 51: ¿Deshollinador o astronauta?

Subido al tejado de una casa londinense sonríe. Junto a él, Mary Poppins y los niños observan un cielo rojizo. El mundo entero está a sus pies, como él menciona. Solo los pájaros, las estrellas y el deshollinador tienen el privilegio de contemplar cada amanecer o atardecer desde ahí arriba. 

Tengo sueño, estoy cansado. Aún así mi mente no deja de evocar ilusiones, fantasías y deseos. 
Hace unos tres o cuatro años me inscribí en el proyecto Mars One. Ambicionaba subir más arriba que el propio Dick Van Dyke en la película, quería ser uno de los primeros seres humanos en pisar suelo marciano. Desafortunadamente no salí elegido entre las miles de personas que, como yo, se vieron surcando los cielos más allá de las nubes.
De esa loca aspiración solo queda un boletín mensual que me llega a mi dirección de correo electrónico con las últimas novedades de la aventura hacia la conquista de nuevos mundos, y por supuesto el inquebrantable anhelo de volar. 

¿Por qué me gustarán tanto las alturas? 
Recuerdo una escena de "El club de los poetas muertos". Robin Williams le pide a un alumno que se suba a una mesa y observe. Ante él se abre otra perspectiva del mundo, un abanico inmenso de posibilidades y caminos. 
Quizá sea eso lo que me llama la atención, el poder ver las cosas de otra manera. No tengo duda alguna que la persona que se mantiene siempre a la misma altura y contempla el mundo desde allí, solo puede ver en dos dimensiones y por lo tanto pierde una información preciosa, el volumen. 

Las mentes más maravillosas son aquellas que tienen la habilidad de abstraerse y deambular en una red tridimensional. Al mismo tiempo, los pensamientos más claros, puros e inocentemente bellos son los que se dan cuando hemos comprobado que hay una inmensa gama de grises entre el blanco y el negro.
Creo que sólo aquella persona que se ha aupado más allá de su propia altura podrá comprender la verdadera realidad de lo que le rodea.

De ahí que siempre haya querido subir lo más alto posible y abrir bien los ojos. Empaparme de la claridad que desde allí arriba ilumina cada objeto y ser.
Pensaréis, ahora, que me han entrado aíres de grandeza por querer ser como uno de aquellos dioses que desde el Monte Olimpo observaban el devenir de las gentes en sus quehaceres diarios. Ni mucho menos. Sus metas, las de los propios dioses, eran muy distintas a las mías. Ellos se divertían con sus tejemanejes, pasaban el día entre intrigas a las que de vez en cuando inmiscuían a humanos y semidioses. No, mi objetivo es sencillamente vislumbrar cuantas más posibilidades mejor e intentar entender la naturaleza de cuánto nos rodea. 

¿Cómo es un árbol? Nadie podrá acercarse a la respuesta correcta si no ha volado, de alguna manera más o menos misteriosa, hasta su copa y visto lo que el propio árbol contempla desde ahí arriba. 

Tumbado en la cama, con los ojos casi cerrados y medio dormido me pregunto...¿cómo será la sensación de abrazar las nubes? 
Quizá tenga razón el deshollinador cuando canta eso de que es un hombre con suerte. Es uno de los pocos seres humanos que han podido comprobar lo que sería que una nube, de esas que pueblan un Londres lleno de neblinas y brumas, roce su rostro manchado de hollín. 

¿Deshollinador o astronauta? ¿En qué me convertiré esta noche, al cerrar finalmente los ojos y soñar?