La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Día 29: Del amor y la guerra.

Mirando las primeras lluvias del otoño, tras el resguardo de una anónima ventana, me ha dado por pensar en lo extraño que es nuestro mundo.
Anoche me acosté triste tras enterarme de una noticia terriblemente oscura. Una mujer maltratada y humillada a manos de su expareja, decía el titular. Leyendo un poco más descubrí que un hombre, si es que así se puede definir a un tipo de este calibre, secuestró junto a otro compinche suyo de igual bajeza moral que el primero a esta pobre mujer para vejarla y humillarla tanto física como psicológicamente llegando incluso a echarle pegamento en la vagina. 
No sentí rabia, ni tan siquiera asco por conocer la existencia de gente tan miserable. Más bien lo que envolvió mi alma fue una tristeza tal que me hundió en la más absoluta miseria. ¿Cómo sería posible encontrar el amor si ya ni tan siquiera existía ahí fuera? 
Observo tras la ventana las gotas de lluvia resbalar por el cristal al tiempo que veo pasar a gente cogida de la mano, personas que corren para no mojarse, parejas que bajo un paraguas se abrazan. ¿En qué momento se torcerán las cosas?

¿Qué habrá ocurrido en el cerebro de ese energúmeno para pasar de querer a esa mujer unos meses atrás a desear su muerte? 
Todo esto hizo que me metiera en la cama, apagara la luz y me pusiera a jugar al candy crush intentado evadir mi mente de humillaciones, infiledidades, maltratos y demás ofensas que se dan en las parejas. 
Sin embargo tan solo unos segundos después dejé el móvil en la mesilla y acaricié el lado vacío de mi cama.

Puede que yo no pare de hablar de mi deseo por volar, de mi indiscutible empeño en volver a París, de mi pasión por los viajes y Nueva York, de mi caprichoso entusiasmo por las montañas rusas, de mi vehemencia en creer en el amor verdadero, de mi absurda aspiración de llegar a ser amado, y por supuesto de mi afán sincero por no dejar de soñar. Pero de todas esas experiencias que tanto anhelo, lo que más echo en falta en el mundo es ese instante en el que al acostarte sientes que a tu lado hay alguien. Añoro esa sensación de seguridad. El saber que pese a todo y todos, un ser humano duerme a unos centímetros de ti y que en cualquier momento puedes contar con él o ella.
¿Estás dormido? Le preguntaba a mi hermano pequeño cuando yo tan solo contaba con ocho o nueve años. Si, me contestaba él. Tengo miedo, le decía desoyendo su sutil deseo de no seguir hablando para continuar soñando. Entonces se levantaba sin apenas abrir los ojos y se metía en mi cama para hacerme compañía.
¿Estás despierta? Preguntaba al sentirla mover un brazo. Si, contestaba ella. En aquel momento, al escucharla, me acercaba a su espalda, la besaba en ella y me quedaba dormido mientras la abrazaba. 
Siempre ha sido así, en algunas ocasiones he necesitado del cariño para poder conciliar el sueño.
Tanto es así que hace un par de semanas, en una noche de tristeza, similar a la de ayer, me vi pidiéndole a una chica a la que apenas conozco que durmiera junto a mi. "Vente a casa y hablamos tumbados en la cama mirando al techo, hasta caer rendidos y dormirnos." Ella, denegó mi ofrecimiento con una respuesta de lo más políticamente correcta. "Es muy tarde ya, Rubén."
Anoche palpaba el lado izquierdo de mi cama con añoranza, como esa persona que tras haberle sido amputado un miembro de su cuerpo aún siente que tiene el brazo, la mano o la pierna y al ir mirar hacia esa parte comprueba que todo es un macabro juego de su mente. Ese síndrome del miembro fantasma hace que aún crea en la ínfima posibilidad de volver a utilizar mi incompleto corazón para amar y que aquella parte desgajada de mi cuerpo años ha, se regenere de nuevo encontrando a aquella mujer que realice el portentoso milagro de volver a completar mi alma y con ello restablecer los latidos de mi corazón desgarrado por la terrible crueldad de la batalla del desamor. 
Fue inevitable pensar en ello ayer, ¿qué es lo contrario de la guerra y la maldad, a mí sui géneris modo de entender la vida? El amor, sin ninguna duda. 
No obstante, no siempre el amor y la guerra estuvieron enfrentados. Hubo un tiempo en el que ambos iban de la mano, unos días en los que el uno y el otro se acostaban en la misma cama y contemplaban el mismo techo. 
En el lado derecho tenemos a Ares, el dios olímpico de la guerra. Representaba la violencia, la brutalidad del alma, el horror de las sangrientas contiendas entre atenienses y espartanos. En el lado izquierdo, apoyando su bonito rostro en el pecho de Ares, está Afrodita. La inigualable diosa del amor, personificación del deseo y la belleza.
Inexplicablemente, guerra y amor compartieron lecho durante unos cuantos años, dando con un canto en los dientes a aquellos incrédulos que pensaban que los seres crueles no pueden ni deben ser amados. ¿Qué les llevaría a estar juntos? Se preguntarán muchos. ¿Sería la extraña teoría de que polos opuestos se atraen?
En cualquier caso, esa unión tuvo sus frutos. Phobos y Deimos, los churumbeles de la insólita pareja. Es entonces cuando, los que queríamos creer que el amor todo lo puede y que hace posible lo imposible, nos damos cuenta de que nada bueno podría salir de esa relación. Phobos es el terror, el pánico, el miedo ante las cosas que nos rodean. Su hermano Deimos era el que seguía sus pasos allá por donde fuera. Representaba el dolor y la tristeza. La pena infinita tras la terrible destruccion que causaban Ares y el propio Phobos. 

Al pensar en ello anoche, cerré los ojos y tanteé aquella parte de la cama vacía desde hace años. Suspiré tristemente al ver que no había nadie. Ayer, más que nunca, quería creer en el amor. Deseaba encontrar, en ese frío hueco que existe en mi cama, a alguien que me protegiera de este mundo lleno de tanta maldad.

lunes, 10 de octubre de 2016

Día 28: I don't even know your name, how will I find you?

Los sueños deben ser escritos para que se cumplan. 

El conquistador se despertó sobresaltado. Alguien manipulaba las cuerdas que le tenían atado a la cama. Apenas podía ver el rostro de aquella persona ya que la habitación se encontraba en la más absoluta oscuridad. 
La mujer le susurró algo al oído.
- Vamos Rubén, tenemos que salir de aquí antes de que ella vuelva.
Estaba aún medio adormilado, torpe. Le costó ponerse los pantalones que la misteriosa dama le alcanzó. 
Cuando por fin consiguió vestirse, ella le cogió de la mano y salieron de la habitación del muro de pollas. Sigilosamente recorrieron los pasillos del edificio y una vez fuera, ella se paró a observar la quietud de la noche. 
Tras unos segundos agazapados detrás de unos arbustos, se convenció de que nadie había en la explanada que comunicaba aquel lugar con el camino que llevaba al muelle. Fue en ese instante cuando Rubén se fijó en el rostro de la mujer que lo había liberado.  
El corazón le empezó a latir con fuerza y un torrente de sentimientos afloraron en su alma. 
- ¿Wyneth? ¿Eres tú?
Su largo pelo, sus pómulos redondeados y sus inconfundibles hoyuelos no dejaban lugar a dudas. No obstante, fueron sus ojos los que de pronto, como un mágico interruptor, le pusieron en guardia.
¿La mujer a la que andaba buscando le había salvado de una muerte segura? ¿Era posible un milagro como ese?
- ¡Ssssshhhhhh! Aún no estamos a salvo. Vayamos hacia la playa. 
El paso de los años había hecho mella en aquella mujer. Se movía ligeramente encorvada y cojeaba de una pierna, pero su mirada seguía transmitiendo toda esa belleza que antaño le había cautivado. 
- Wyneth, yo...yo iba en tu búsqueda cuando caí en esta isla infernal. 
- ¿Después de tantos años aún sigues acordándote de mi?
Rubén hizo el amago de buscar aquel pañuelo que ella le regaló tras aquel baile la primera vez que se vieron, cayendo en la cuenta de que lo había perdido tras la batalla en el buque de Calicó Jack. 
- Creo que eres el amor de mi vida. Estoy seguro de ello. Sostuvo con la mirada fija en los azules ojos de ella. 
- Vamos pirata, deja de decir tonterías. Yo tan solo soy una pieza del puzzle, un alto en tu camino. 
- Pero...un sueño...
Wyneth no le dejó acabar la frase.
- ¿Ves el embarcadero? Allí te espera un bote. Navega unas millas hacia el oeste y cuando haya desaparecido la isla de tu vista gira al norte. Tendrás que hacerlo antes de que salga el sol o darán contigo. 
- ¿Tú no vienes? 
- Yo debo quedarme aquí. Esta infernal isla, como tú la llamas, es mi salvación de la horca. Ahora debes irte, pirata.
Instantes después, Rubén el conquistador manejaba una precaria pala de madera mientras observaba la figura de Wyneth empequeñecerse poco a poco. 
¿Y qué demonios hago ahora? ¿Dónde diantres busco el amor verdadero? Se preguntó tras virar la pequeña embarcación al norte, dejándose llevar por las corrientes marinas. 

No hay héroe sin villano.
Batman tenía a Joker, Rocky a Drago, Alicia a la Reina de Corazones...El universo tiene esa ingeniosa manera de decirnos que podemos hacer cualquier cosa, nos enfrenta a alguien igual de poderoso que nosotros mismos y nos conmina a luchar contra él a riesgo de caer en el pozo más profundo si no somos lo suficientemente valientes para hacerlo. 
Cuando aquel día en el que una bonita chica me dio un abrazo y me dijo "este es el fin", lo primero en lo que pensé no fue en que jamás volvería a besar esos labios, ni que el mundo tal y como lo conocía estaba a punto de girar ciento ochenta grados o que andaría perdido mucho tiempo sin rumbo aparente. No, todas esas ideas llegaron algo más tarde. Un segundo despues de ese triste abrazo lo que vino a mi cabeza fue un pensamiento tan devastador que se tradujo en una mirada infinitamente compungida observando esos ojos pardos que apenas ya recuerdo. Jamás volveré a ir a Disneyworld, solté abatido. Ella sonrió tiernamente un instante y me cogió la mano con afecto. Ya verás como sí Ru, ya verás como vuelves a encontrar a alguien que vaya contigo.
Cada segundo de cada minuto de todo el tiempo que ha pasado desde entonces he tenido la convicción, creyendo firmemente en esas últimas palabras que pronunció ella como si de una premonición se tratara, que realmente ahí fuera existía esa chica que cogiera mi mano para subir a un avión y realizar un viaje que durara toda la vida.
Sin embargo esta mañana me encontraba postrado en el suelo, golpeado por mi más acérrimo enemigo. Yo mismo.
Soy héroe y villano al mismo tiempo, una especie de Jekill con su inseparable Hyde. ¿Cómo puede existir la magia si nadie cree en ella? 
A veces pienso que es una agotadora búsqueda infinita, que jamás llegará a su fin. ¿Por qué buscas? Me preguntan. Las cosas ocurren cuando tienen que hacerlo, me aconsejan. No he escuchado frase más estúpida en toda mi vida. Palabras que se utilizan para todo pero que no sirven para nada. ¿Qué pensará una mujer maltratada de esa frase?¿En su destino estaba ser saco de boxeo de un deplorable ser?¿Y ese hombre que pierde a toda su familia en un atentado?¿O ese otro al que le amputan las piernas tras un accidente causado por un conductor ebrio que se salta un semáforo?
No, el movimiento es la clave. La búsqueda. 
"I don't even know your name, how will I find you?" Esta es la pregunta que se hace el príncipe de Cenicienta. Parece una tontería pero siento que voy de casa en casa con el zapato de cristal y una estupida cuestión...¿te gustaría venir a DisneyWorld conmigo?
Esta mañana he sentido el puñetazo en el estómago de la maldita realidad. Un golpe duro y seco que me ha dejado sin aliento cuando, al salir de la ducha, me he mirado en el espejo y he soltado un gilipollas bastante sonoro. Maldito iluso de mierda. 
Pero por extraño que parezca, un rato después, sintiendo el traqueteo del metro, otro personaje ficticio me ha venido a la mente. El maldito John McClane, otro héroe de los que por muy mal que ande la cosa jamás se rinde.
Bruce Willis, cada vez que derrota a uno de los malos en cada una de las películas de la saga La jungla de cristal, suelta una frase...Yippee Ki Yay, hijo de puta.
Eterna guerra la que se está librando, sin duda. ¿Sueños o realidad?¿Quién es el héroe y quién el villano?
Durante unos instantes he sonreído esta mañana mirando mi propio reflejo en la sucia ventanilla del vagón. Yippee Ki Yay, he susurrado al saberme ganador de la batalla que he mantenido hoy. Sin soñar, muero. Mañana será otro día. Nuevas y cruentas batallas me esperan, sin ninguna duda, pero hoy deseo creer. 
Cierro los ojos. La tímida visión del ventanal desaparece. El ajetreo del metro se desvanece. Me aferro fuertemente a la barra de un anónimo vagón de metro y con todos mis sentidos puestos en este breve instante me pregunto...¿te encontraré hoy? Si no sé quién eres, ¿cómo podré reconocerte? 

La vida estaba llena de giros inexplicables, de reveses e infortunios. El conquistador creía que Wyneth era  la solución. Convencido que ella le revelaría el secreto para abrir el cofre de Edward Teach y así encontrar el amor verdadero, había luchado hasta la extenuación consigo mismo y contra todo el que se le pusiera en su camino. Sin embargo, abatido en su desesperación por no saber qué hacer ni dónde ir, se acurrucó en el suelo de madera del bote dejando que la brisa nocturna le acariciara el rostro. Poco a poco se fue quedando dormido bajo el manto de las estrellas, reconfortado por el suave sonido del mar. Ese susurro que jamás le había abandonado. De pronto se incorporó y mirando al cielo plagado de pequeñas luces brillantes pronunció un nombre...Sophie. 



lunes, 15 de febrero de 2016

Día 27: Leaves on the Seine.

Sentado en la orilla observé, a la luz amarillenta de una farola, una hoja cayendo de un frondoso árbol. No estoy realmente seguro pero quizá fuera un álamo o un gran sauce que sacudía tibiamente sus ramas con la suave brisa de aquel veraniego día, no entiendo gran cosa de árboles. El caso es que seguí con la mirada su vuelo, en ese instante me pareció que bailaba al son de las campanadas que repiqueteaban en la distancia. Acompañé su caída con la mirada y la vi posarse en el Sena. La débil corriente la arrastró frente a mí como si fuera un pequeño barquito que navegara sin un rumbo fijo hasta que se topó con el pequeño muro que delimitaba los márgenes del río. 
Lo recuerdo como si fuera hoy mismo, en aquel momento subí la mirada y me encontré con la musculosa silueta de una Notre Dame iluminada. No entiendo tampoco demasiado de arquitectura pero sus muros me transmitieron fortaleza y robustez y así debía ser, ya que esas paredes llevaban más de 800 años ahí en medio de aquella isla que dividía al Sena en dos. Al mismo tiempo me dio la impresión de que aquella estructura era ligera, con sus inconfundibles arbotantes rodeándola como un amante rodea a su amada en un bonito abrazo. Sabiendo que siempre estarán ahí, tanto amante como los arcos, dotando de seguridad a catedral y amada respectivamente. 
Volví de nuevo la vista hacia abajo observando la lucha de la frágil hoja por zafarse del castigo que el malvado muro le había impuesto. Sin duda un indeseable cautiverio sabiendo que su deseo, la aspiración de aquella furtiva hojita que en la oscuridad de la noche se desembarazó de la rama que la sujetaba era la de dejarse llevar hasta el mar. Fluyendo, mientras nadie la mirase, bajo los muchos puentes que comunican ambas riberas de París. Sin embargo ahí estaba yo, viendo aquella sigilosa escapada hacia la libertad mientras esperaba que mi "bateux parisien" me llevara también bajo esos mismos puentes hasta la bella y armoniosa Torre Eifflel. 
No hay nada más bonito en este mundo como contemplar la realización de un precioso sueño, afortunadamente los dioses en aquella ocasión me concedieron ese regalo y pude ver con mis propios ojos como aquella luchadora hoja aprovechó el impulso de una onda causada por un barco que lleno de turistas, navegaba surcando el río. 
Recuerdo que sonreí, que incluso la animé con un pequeño gesto de mi mano. Venga hojita, ahora o nunca. ¡Ve y consigue tu sueño! Intenta llegar lo más lejos posible.
Tan solo pude seguirla con la mirada unas decenas de metros hasta que me fue imposible distinguirla en la negrura de las aguas del Sena, no obstante me gusta pensar que consiguió llegar tan lejos como ella quiso y que vió así recompensada su valentía.

Mucho antes de que aquella osada hoja brotara de su tallo me encontraba en el fnac escuchando música con un libro en mis manos. Malgastaba las tardes de los sábados sentado en el enmoquetado suelo de aquel lugar, soñando mientras pasaba las páginas de un inmenso mapa de carreteras y recorría con el dedo la sinuosa línea de una autopista...Madrid, Burgos, Vitoria, Bordeaux, Tours, París. Sin embargo llegó un momento en el que no me bastó con solo soñar los sábados así que, una de esas solitarias tardes me decidí a comprar el mapa para así cada noche, antes de irme a dormir, recorrer aquella línea roja que ya me sabía de memoria. 
Quizá en esos días en los que, tumbado en la cama con la luz de una pequeña lámpara en la mesilla de noche, leía una y otra vez los distintos pueblos que tendría que pasar de camino a París no me daba cuenta de lo afortunado que era pese a no tener nada en la vida. Sí, la verdad es que entonces ni sabia que era uno de los chicos más ricos de este mundo ya que poseia un sueño y eso me convertía en alguien realmente poderoso.

No está mal recordar esto hoy, cuando poco a poco se van desvaneciendo esos sueños por estar atrapado, cautivo como aquella pequeña hoja, en un muro que me impide avanzar. 
Hoy no hago más que repetirme una y otra vez lo mismo. Rubén, los sueños se cumplen. Se obstinado y no abandones. Pronto llegará esa onda que te ayude a salvar el muro. En nada seguirás fluyendo hasta tu destino. No dejes de soñar, Rubén. Se valiente como aquella hoja que cayó sobre el Sena en una lejana noche de agosto. 

"Life's battles don't always go to the stronger or faster man. Sooner or later the man who wins is the man who thinks he can." Vince Lombardi. 

lunes, 18 de enero de 2016

Día 26: La canción de los cisnes.

Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. 

Sigfrid escucha estas palabras de la bella Odette. Sobrecogido por la historia que la princesa le está narrando, no da crédito a la maldad del hombre que ha hechizado de tal manera a ese precioso ángel venido del cielo. La chica le cuenta que el horrible brujo la ha condenado a despertar como cisne el resto de su vida a menos que alguien logre jurar amor eterno por ella. Es un encantamiento terrible y cruel, ya que noche tras noche se acuesta en su cama siendo humana pero al asomarse el sol por el horizonte cada mañana, se transforma en un majestuoso y elegante ave de blancas plumas. 
A Sigfrid se le comen los demonios por dentro y jura vengarse del malnacido brujo, sin embargo ella le advierte algo que en los oídos del joven príncipe suena demoledor. Si mata a ese abominable ser que mantiene hechizada a Odette antes de ser amada, ella permanecerá como cisne para siempre. La única solución es el amor, sentencia ella mirándole a los ojos. 

Frase pomposa, demasiado azucarada quizá. Algunos incluso la tacharán de empalagosa hasta el extremo. Sin embargo, bobo de mi, es en lo que he creido cada día de mi estrambótica vida. Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. Ocho palabras que lo han significado todo para mí, ocho vocablos que han constituido toda mi fe y mis valores. Una frase que me mantiene solitario, deambulando por un mundo que me tienta y deseo tocar, acariciar y sentir pero que como si de un encantamiento de un cuento se tratara me impide hacerlo. No puedo aunque quiera, no quiero aunque pueda. ¡Jodido hechizo de los cojones! 

Eso mismo debió pensar el príncipe Sigfrid cuando al día siguiente de conocer a Odette, a su madre, la grandiosa reina de aquellos lejanos lugares del norte, le entraron las prisas por casarle y apañó rápidamente un baile invitando a las mujeres más bonitas de todos sus dominios. Elige a una de ellas esta noche, será tu futura mujer. Exhortó la reina a su hijo. Este, enamorado y conmovido por la triste historia de la princesa cisne se negó a elegir a cualquiera que su madre hubiera invitado a esa pantomima pero, cosas de los cuentos, Odette fue al baile. Sigfrid, enormemente feliz, juró amor eterno a aquella bonita chica esa misma noche...

¿Colorín colorado este cuento se ha terminado? ¿Cómo se reconoce al amor verdadero? Estaba sentado en un anónimo banco, de vieja y oscura madera, del parque del Retiro. Junto a mí se encontraba una chica que lloraba, una preciosa niña cuyas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Yo dudaba...mi indecisión era la culpable de aquel sufrimiento. Su cabeza reposaba en mi hombro, mis manos limpiaban las pequeñas gotitas de su rostro y en mi mente repiqueteaba esa pregunta. No sé si inspirado por las palomas que revoloteaban a nuestro alrededor, o quizá fuera el susurro de una suave y agradable brisa veraniega el que quitara el velo que mantenía todo entre tinieblas, el caso es que cogi su triste rostro entre mis manos y dije...si, quiero estar contigo eternamente. La besé y ella me abrazó tan fuertemente que nuestros corazones se tocaron y latieron al unísono. Pero, cosas de la vida real, ese latir tuvo poco de eterno. ¿Tendrán razón aquellos que dicen que el amor es perecedero? 

La alegría de Sigfrid tornó en angustia cuando en el baile, de pronto, Odette se transfiguró en Odile, el cisne negro y a la postre hija del malvado brujo. 
¿¡Jopé, pero es que ya no puede triunfar el amor ni en los cuentos!?

Mientras, en la vida real, sentado en algún lugar lejos de miradas curiosas observo las ruedas girar y girar. Personas que pasan por mi vida, que se juntan, lo dejan y se vuelven a juntar con otras distintas. Idas y venidas, vuelta tras vuelta. Aquella chica que me gustaba, ahora va de la mano de alguien. Otra cuyos ojos me llamaron la atención, hoy miran a otro con dulzura. Esa otra, cuya mano soñé sujetar en un paseo por un Madrid otoñal, en estos momentos acaricia la pierna de otro menos bobo que yo. ¿Ellos habrán jurado amor eterno también o simplemente se dejan llevar por la inercia y giran una y otra vez?  Me pregunto perezosamente sin esperar una respuesta clara, en esta fría mañana de invierno.

El príncipe al ver que ha sido engañado sale corriendo hacia el lago donde vive Odette en su forma de cisne, allí llora junto al ave. Al haber jurado amor eterno a otra mujer el hechizo jamás se romperá y nunca más volverá a ser humana. Desolado, Sigfrid no puede soportar la idea de no poder volver a hablar nunca más con su bella princesa y ambos se suicidan ahogándose en las aguas del lago. De esa forma, la única, sus almas estarán unidas vagando a través del tiempo. Juntos para siempre. 

¿Final de cuento o final real? Terco, obstinado, cabezota. En una palabra, hechizado. Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. ¡Malditas ocho palabras!
Ya sé que algunos me tildan de pensar demasiado y de mantenerme alejado de la acción. Soy consciente de que tan solo miro las ruedas girar y girar, pero...matemáticamente el ocho es el símbolo del infinito, de lo imperecedero, de lo que jamás se extingue. Lo único en lo que creo, lo único que deseo, lo único que anhelo. Amor loco, amor pasional, amor desbocado, amor romántico, amor visceral, amor que duele, amor que llena...En definitiva, amor puro. Ocho letras. Sin duda, el infinito.  
Además, ¡qué demonios! ¿Por qué no juntar ambos mundos? Tiene que existir en algún lugar una especie de Jessica Rabbit que deambule entre los cuentos y la realidad, que se maneje igual de bien en ambos mundos. A mí me gusta creer que es realmente posible, ya que como sentencia una frase de esas que llenan muros de redes sociales, aquellos que creen en la magia están destinados a encontrarla. 





viernes, 8 de enero de 2016

Día 25: The emerald way.

Ese hombre desfigurado escuchaba con deleite a la joven que con tan bella voz interpretaba sus composiciones. Era algo sublime. Sin embargo, al mismo tiempo que sentía un amor desmedido hacia ella, la ira amargaba todo su ser. Una rabia que emponzoñaba su alma, causada por el rechazo que sin duda le provocaría si algún día se dejara ver ante ella. ¡Qué mundo más atroz! La gente admiraba sus obras pero se estremecían al observar su deformado rostro, de ahí que al diseñar los planos del edificio de la Ópera Garnier se reservara un lugar bajo los cimientos. Oculto de la gente, podría disfrutar de lo que más amaba en este injusto mundo. La música. 
Erik, el fantasma, era un hombre increíblemente listo. No solo la arquitectura y la música se le daban realmente bien sino que era un avezado ingeniero que inventó una gran variedad de artilugios con los que construyó bajo la Ópera una serie de túneles y un gran lago. Esa sería su morada, su reconfortante hogar fuera de miradas inquisitoriales; lejos, sin ninguna duda, de la terrible crueldad del ser humano. 
 
El príncipe rema sonriente, mientras el pequeño bote de madera surca lentamente las aguas color esmeralda. Enfrente tiene el rostro de la bella Ariel. Los ojos de ella reflejan la sonrisa de su alma, está  enamorada de él, sin embargo un insignificante detalle hace que la velada no se desarrolle de la manera más adecuada en una cita de esas características ya que de su boca no sale sonido alguno. Muda por un inverosímil pacto con una extraña y feroz mujer-pulpo se siente impotente al ver que el príncipe no se da cuenta de que es lo que ocurre. Entonces algo mágico sucede, los pajaritos, peces e insectos acompañados por un simpático crustáceo susurran al oído de él...kiss the girl!
Eric, el príncipe, intuye que algo raro acontece en la penumbra de ese romántico anochecer pero no sabe realmente que debe hacer. ¿Por qué la bonita Ariel no suelta prenda? ¿Le gusto? ¿Querrá que siga remando hasta que las primeras estrellas de la noche iluminen nuestro camino? Se pregunta mientras la barquita se desliza sobre un agua llena de animalitos cantarines. 
En ese momento, todos y cada uno de los que contemplamos tan idílica escena soltamos un, ¡vamos bésala ya, bobo! 

Erik Thorvaldsson navegaba por las frías aguas del norte. Pensaba en su Noruega natal mientras observaba las bellas formas que aquellas luces de bonitos colores dibujaban en el cielo, él aún no sabía que ese fenómeno era causado por la energía liberada del sol y achacaba las auroras boreales a los dioses. Estaban contentos de verle surcando la mar y le daban la bienvenida a aquellas latitudes tan lejanas de la tierra. Nacido a mediados del siglo X había dedicado su vida entera a comerciar entre los distintos pueblos diseminados por aquellos confines del planeta donde las nieves eran perpetuas. Sin embargo lo que más amaba por encima de todas las cosas era explorar lo desconocido, llegar donde nadie nunca había osado aventurarse. Erik el rojo, se deleitaba con esas enigmáticas luces del cielo. En el lejano horizonte se vislumbraba la costa de lo que él denominó Greenland. Un lugar, como descubrió más tarde, que poco tenía de verde ya que el hielo y la nieve ocultaban la mayor parte del territorio. 

Hace tres o cuatro meses estaba tirado en el sofá de uno de esos garitos de moda. Un lugar atestado de gente que iba y venía de un lado a otro y a la que, sinceramente, no prestaba demasiada atención ya que mis sentidos estaban absortos en los ojos de una chica que me contaba sus peripecias en Londres. En mi mano sostenía un ron con limón al que daba pequeños sorbos mientras en mi alma se debatía una pequeña cuestión...¿la beso o no la beso? Juro que entre el barullo de la música y la gente escuché al maldito Sebastian, el cangrejito de la sirenita, susurrar en mi oído eso de bésala. Admito que existe alguna posibilidad, por pequeña que esta sea, que el alcohol que recorría mis venas a esas horas de la noche me jugara una mala pasada pero prometo que me pareció ver la pinza de la pata de Sebastian de refilón sobre mi hombro. ¡Bésala Rubén!
Es curioso identificarme con Eric, el príncipe, pero más curioso aún es hacerlo con Erik, el fantasma. Y eso ha sido esta misma mañana al mírame en el espejo. Anoche una chica me decía que mi blog le despertaba curiosidad, admiraba en cierta forma la manera en la que expreso mis sentimientos y como juntaba y relacionaba ciertos datos históricos reales con parte de mi vida. En un momento de la conversación ella me transmitió sus ganas de conocerme y en ese instante le dije que jamás nos veríamos. Si, esta mañana me he dado cuenta al mirarme en el espejo, justo después de ducharme, que me oculto como el fantasma. Temo a la gente y la opinión que tengan de mi, me asusta el rechazo cuando esas personas comprueben que mi alma está tan desfigurada como la cara del protagonista de la obra de Gastón Leroux. Es oscura y sombría. La curiosidad por descubrir quién soy quizá haya permitido que esté repleta de recovecos. Puertas que muchos han cerrado tirando la llave bien lejos, y que yo, al intentar averiguar qué hay tras ellas he dejado abiertas de par en par. Eso es algo que me da un miedo terrible mostrar, vértigo absoluto. 
Descubrí a Erik el rojo hace pocos días. Quería huir hacia mi Ciudad Esmeralda, como Dorothy en el mago de Oz, buscando respuestas. Hace un par de semanas estaba en la puerta de una autoescuela esperando a que abrieran, me iba a matricular para sacarme el carnet de moto. Una pregunta martilleaba mi mente mientras el frío no dejaba que parara quieto frente al cierre echado de la autoescuela. ¿Hasta dónde podré llegar en moto? Ese día tenía prisa y no esperé la media hora que faltaba aún para que abrieran y las navidades han hecho que aún no me haya matriculado pero esa pregunta sigue en mi mente. ¿Dónde está mi Ciudad Esmeralda? Dorothy, en su caso, siguió el camino de baldosas amarillas. Yo, en esa mañana de finales de Diciembre, me propuse emprender la senda Esmeralda. Coger una moto y subir. Lo más arriba que me fuera posible. Pasar los Pirineos, recorrer toda Francia hasta llegar al Eurotunel para pisar suelo Inglés, Londres, Manchester, Edimburgo, los Highlands. ¿Y luego qué? Ferry por las islas hasta tocar Islandia. Siempre sobre las dos ruedas, con el ártico y septentrión en mi mente y el frío viento deslizándose por mi cara. Llegar hasta la punta más al norte de Islandia y allí coger de nuevo un barco y surcar la mar como hizo mil años atrás Erik el rojo para llegar a Groenlandia y allí observar las auroras boreales. Mi Ciudad Esmeralda, al fin. Solo allí, bajo el precioso manto del cielo estrellado y los miles de colores de ese fenómeno tan extraño como son las luces polares poder preguntar a quien corresponda, ya sean dioses o magos, las miles de cuestiones que inundan mi oscura alma entre ellas esa a la que jamás he podido responder satisfactoriamente...¿cuándo es el mejor momento para besar a una chica?







miércoles, 16 de diciembre de 2015

Día 24: La reina de Mayo.

Solo queda sentarme, cerrar los ojos y soñar. 
La mano se apoya suavemente en mi pierna mientras sus ojos se deslizan sin prestar demasiada atención por la gente que a través de la ventanilla observa como sombras de un mundo ajeno al nuestro. De pronto gira su cabeza hacia mi, me mira a los ojos y sin decir una sola palabra besa mis labios. Tierno. Dulce. Casto. Un beso de esos que no esperas, uno que te eriza la piel y hace que el planeta entero se detenga de golpe. Instintivamente cierro los ojos al juntar sus labios con los míos, sintiendo muy dentro de mí como los sentimientos fluyen de un cuerpo a otro. Un intenso intercambio de sensaciones que termina por hacer que abra los ojos para mirarla detenidamente al tiempo que las primeras luces se asoman por el gran ventanal del autobús. Sonrío y digo...¡Ya están!¡Las luces de Navidad!
Nervios. Mucha impaciencia. Una excitación creciente que culmina al bajar del autobús y mirar hacia el gran árbol iluminado que adorna la plaza. Cojo su mano enguantada y la llevo rápidamente a su base, saco el móvil del bolsillo y besándola en la mejilla hago una foto de ambos con el enorme árbol de fondo.
Quiero esa foto, deseo esa foto, anhelo esa foto.

Solo queda sentarme, cerrar los ojos y soñar.
Me despierto por la noche. Me meo. Si, tengo unas ganas tremendas de hacer pis. Voy al baño tanteando la pared, sin apenas abrir los ojos. Al girar el picaporte de la puerta me detengo un instante, huelo a ella. El perfume que ha quedado impregnado en su ropa y que unas horas antes había dejado tirada en el baño en un momento de pasión repentina ha llenado toda la habitación. Respiro profundamente y sonrío. Adoro ese olor, suave y afrutado. Sutil. 
De nuevo en la cama acaricio su pelo y ella se despierta. Gira su cabeza y con los ojos entornados me susurra un hola. Yo no puedo más que abrazarla y tras pegarle un pequeño mordisquito en su oreja decir...Duerme cielo, aún es pronto.
Mientras miro las sombras cambiantes en el impoluto techo, pienso. Escuchando su respiración cada vez más profunda, siento. Apagando lentamente esos sentidos, sueño. 

Solo queda sentarme, cerrar los ojos y soñar. 
Sumidos en un buen atasco me acomodo en el asiento del conductor y subo un poco el volumen de la radio. A los pocos minutos una canción empieza a sonar y ella tararea. Miro su perfil, observo como ladea la cabeza y mira al coche de al lado distraídamente. Su mano de pronto se dirige a la rueda del volumen, lo sube y empieza a cantar. Ese gesto me distrae hasta tal punto que el coche de atrás me da las largas para que continúe una decena de metros. Ella sigue cantando ajena a todo, su voz inunda el coche. Mi alma se encoge y aprieta para luego expandirse hasta el infinito y estallar a modo de big bang estelar. Una explosión de amor, deseo y ganas de estar dentro de ella, bajo su piel, en sus entrañas. Su voz hace que me pregunte...¿Existe la felicidad absoluta? De ser así, debe parecerse mucho a esto. Me digo al tiempo que cojo su mano, la acerco a mis labios y beso su palma. 

Cuentan las leyendas que Rhiannon era una mujer de una belleza increíble. La gran reina del mundo de las hadas, hija de un dios del inframundo, podía desenvolverse igual de bien en el lado de los vivos como en el de los muertos. Un día decidió salir de su confortable mundo e ir a parar al nuestro, entonces algunos la llamaron la reina de Mayo. Los antiguos druidas y magos encendían hogueras el día de Beltane en su honor, conmemorando la primavera, el reverdecer de los campos y el renacer de la vida tras el largo invierno. 
Allá, en el norte, los fríos mantenían la vida en un horrible letargo, el corazón prácticamente se paralizaba en su continuo latir y todo, incluso el amor, permanecía a la espera. Todo se detenía en el tiempo hasta que los primeros rayos del sol de la primavera calentaban esas tierras. La reina de Mayo salía de su oculto escondite y cabalgando desnuda en su precioso corcel iluminaba el mundo. 
Estos días estamos a punto de entrar en el oscuro invierno, y hoy quiero pedir un favor a Rhiannon si por casualidad estas palabras le llegan hasta su misteriosa morada. 
Bella dama de largos cabellos, señora de la vida y reina de la luz, no dejes que mi alma hiberne y se oscurezca pese a la llegada del frío. No permitas que deje de soñar, tan solo me queda eso. 



miércoles, 9 de diciembre de 2015

Día 23: Seducir y destruir. De lo más pequeño a lo más grande.

Una vez mi abuelita me dijo que había visto a alguien como yo en la calle. Tan parecido a ti era, me contaba, que le llamé por tu nombre y todo, al girarse vi que erais iguales. 
En ese momento en el que ella me "veía", yo estaba tomando el sol en la playa. Ella, en cambio, iba hacia casa, muy cerquita ya del portal. Por lo tanto nos separaban unos centenares de metros y era imposible que ese misterioso chico tan parecido a mí fuera yo mismo. Una pequeña confusión seguramente, pero ¿y si mi encantadora abuela llevaba razón?

Hay algo que me fascina sobremanera. Bueno, para ser sinceros, en realidad son dos cosas. Los labios pintados de un rojo potente de una desconocida que frente a mí teclea suavemente el nombre de algún archivo metido en su ordenador portátil. Y, por supuesto, la posibilidad de que existan mundos paralelos a este en el que estoy escribiendo.
¿Es tan descabellado pensar en mundos simultáneos al nuestro? Bien, para intentar responder a esa difícil cuestión tendré que remontarme un pelin hacia atras en el tiempo. Justo en el instante en el que varios científicos como Einstein o De Broglie dedujeron que la luz era mágica. Aparecía y desaparecía sin previo aviso. ¿Cómo era posible tamaña hazaña? Entró en escena lo que ellos denominaron dualidad onda-corpúsculo, la característica más increíble de los fotones (el elemento más pequeño que encontramos en la luz). Con este hallazgo se abría un interesante mundo sobre nosotros, el maravilloso cosmos de lo infinitamente pequeño. 
Muchos años antes de todo este galimatías de cosas ínfimas y microscópicas, Newton había demostrado que cualquier masa, por pequeña que esta fuera, sufría una fuerza de atracción. A esto lo llamó gravedad. Por ejemplo, las mareas son un efecto de la masa de la luna y el sol sobre la de la tierra. Desarrollando estos conceptos, Einstein llegó a su teoría de la relatividad general y su noción de que la gravedad causaba una curvatura en el espacio-tiempo. Es decir, que el tiempo se hacía relativo dependiendo de quién y dónde lo observara. Nos movíamos ahora por el universo de lo inabarcable, el mundo de lo increíblemente grande.
Sin embargo, algo fallaba en todo esto y el bueno de Einstein se dió cuenta. Las leyes que rigen lo más pequeño no iban bien para determinar qué ocurría con lo más grande. Se pasó toda su vida intentando dar sentido a todo esto, buscando su teoría de campo unificada. Algo que describiera todas las cosas que existen en el universo, tanto las más minusculas como las más gigantescas. 

¿Sabes Rubén? Me gustaría encontrar el amor y también hacerlo. Esa pequeña frase hizo que sonriera. El amor y el sexo, una y otra vez. No quise adentrarme en esa conversación y cambié de tema...¿tienes vértigo? Solté sin más.  Diez minutos después, al conocer que a ella no le gustaban las alturas y yo saberme desilusionado, la conversación se acabó. No obstante el eco de esas palabras iniciales se mantuvieron en mi cabeza un buen rato más. ¿Sería posible encontrar una ecuación o alguna ley que uniera ambos mundos? Al igual que aquellos sesudos científicos que allá por 1950 creían en una sola teoría que abarcara todas las leyes de la naturaleza. yo creo que existe una norma generalizada que gobierna el corazón. Estoy convencido de que tiene que haber algo que describa tanto el amor como el sexo. El método experimental, el de ensayo-error de toda la vida, hace pensar que no es así. El amor va por un camino y el sexo por otro.

A finales del siglo XX apareció una corriente de nuevos pensadores. Físicos que descubrieron que los protones y neutrones estaban constituidos por unas partículas aún más pequeñas, los quarks. También hallaron indicios de otra serie de partículas pequeñísimas como los gluones, los leptones y los bosones. Esos científicos, observando el comportamiento de estas partículas llegaron a la conclusión de que un quark no es más que un pequeño hilo finísimo unido por sus puntas y que vibra. A esta increíble deducción se le ha llamado la teoría de supercuerdas y es algo que a día de hoy aún sigue en pañales pero que tiene unas posibilidades enormes. De un plumazo se han pasado de tener cuatro dimensiones (las tres espaciales más la temporal) a una cantidad variable entre diez y veintiséis (la creencia más generalizada es pensar que existen once dimensiones). Es decir, que lo que Einstein buscó durante el final de sus días sí que es posible. La teoría del todo es una realidad tangible, lejana pero casi al alcance de las yemas de nuestros dedos. 

El universo vibra, esa es la clave. ¿Será posible que esa ley fundamental de toda la materia pueda describir algo tan misterioso como lo que ocurre en el corazón humano? Quiero pensar que si. Deseo creer que cuando vea al amor de mi vida, al estar frente a ella; mi corazón, todos los quarks, leptones y bosones que hay en el, vibrarán de tal forma que pondrán de acuerdo a mi alma y sepa que amar y hacer el amor es lo mismo. Que no hay diferencia alguna entre esos dos conceptos o mejor dicho que simplemente esa causalidad está motivada porque ambas cosas van de la mano al igual que nosotros, el ser humano, estamos constituidos por particulas realmente pequeñas y formamos parte de un sistema enormemente grande. 
Esa dualidad de la luz que hace cien años descubrieron unos locos científicos y que fue el pistoletazo de salida para todo este embrollo de fórmulas y leyes, es la misma dualidad del alma. La misma incertidumbre en la que me sumo cada noche al preguntarme si al día siguiente mi corazón será capaz de vibrar. Pero quizá lo más complicado sea encontrar, una vez aceptada y demostrada esta teoría del todo, otro cuerpo que vibre conmigo uniendonos en una resonancia infinita. Eso es lo realmente difícil. Pero no desespero en mis deseos, todo es posible en el mundo de las interacciones fundamentales de la naturaleza. No en vano, somos polvo de estrellas.