La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 30 de octubre de 2014

Día 2: Ricky Martín y el perro.

¿Quién no ha oído alguna vez la historia de un perro, una niña y un bote de mermelada?
La resumiré para aquellos despistados que allá por el año 99 no escucharon aquel rumor que corrió rápido por esta piel de toro que es nuestro país. Por entonces había un programa en la televisión que daba pequeñas sorpresas a gente anónima. Familiares o amigos de personas que idolatraban a tal o cual actor o cantante escribían a los productores pidiendo que admirado y admirador fueran presentados. Claro, para que el efecto fuera más conmovedor e impresionante el famoso de turno se escondía para aparecer en un momento dado causando una reacción de total desconcierto en el susodicho sorprendido. Bien, pues los papas de una niña que adoraba a Ricky Martín escribieron una misiva solicitando que el cantante puertorriqueño diera una alegría a la chiquilla. Sin embargo, ella ya tenía quien le proporcionara su pequeño momento de placer. Me explicaré. Llegado el día de autos la gente del programa escondió a Ricky en el armario de la habitación de la niña. Los padres, al llegar esta del colegio, pusieron una excusa para salir un momento de casa y dejar a la cría sola. En ese momento ella dijo, esta es la mía. Se fue a la cocina, cogió un bote de mermelada y se lo untó por aquella parte del cuerpo en la que todos estamos ahora imaginando para acto seguido gritar, ¡Ricky, ven aquí! No, no llamaba al cantante, el cual aún aguardaba escondido. Demandaba la presencia de su perro que también respondía por ese nombre. El perrito, solícito, corrió en busca de la niña y en su habitación empezó a darle lametones mientras Ricky Martín veía todo el espectáculo y salía escandalizado del armario. 
Todo el mundo hablaba de esto aquel invierno del 99. ¿Pero de verdad ocurrió? Según se ha podido saber aún no se ha encontrado a una sola persona que lo haya visto de primera mano. Se ha convertido en una de esas leyendas urbanas que forman parte de nuestro acervo cultural. 
Sin ninguna duda no hay producto que haya sufrido más cantidad de mala prensa que la Coca Cola. Bulos de toda clase se han dicho sobre esta refrescante bebida. Desde que en el interior de las latas y botellas se escondían cuchillas o dedos mutilados de los empleados hasta que en los almacenes de la compañía había miles de ratas que orinaban sobre las muchas remesas de latas que allí se guardaban transmitiendo enfermedades mortales a quienes bebieran de ellas. He leído estudios que dicen que este producto desatasca tuberías e incluso vi un programa en la tele en el que se dedicaban a probar que juntando Coca Cola con caramelos de la marca Mentos la reacción que se producía era como estar delante de un auténtico géiser, una impresionante liberación de energía. ¿De nuevo estamos ante un gran cúmulo de patrañas o es algo real y tangible?
Nos encontramos en la antesala del día en el que honramos a los muertos, a los que ya no están con nosotros y fueron a lugares más etéreos. Puedo decir, sin equivocarme, que la protagonista de esta historia deambula por caminos que están entre este mundo y el siguiente. Adoro conducir de noche, me encanta. Y siempre que voy por alguna carretera secundaria y algo revirada me viene a la mente esta pregunta, ¿me encontraré en algún momento con la chica de la curva? Una niña en unas versiones, una mujer joven en otras. Siempre vestida con un camisón o vestido blanco, de largo pelo oscuro y tez mortecina. Dicen que murió en un accidente unas curvas más adelante de donde se la ve y que se muestra a la gente para recomendarles que pongan atención y bajen la velocidad para así librarles de una muerte segura. Algunos cuentan que aparece dentro del coche sin ser invitada. Otros narran asustados lo que un amigo de un amigo les susurró... al llegar a la fatídica curva desaparió por arte de magia del asiento trasero. ¿De verdad existen los espíritus o simplemente son tétricos embustes?
Desde luego esta historia da un poco de miedito pero no tanto como esta otra. Escalofriantemente real. Ayer, mientras hacia cola en el banco, una chica me escribió un mensaje extrañamente raro. "Me he enamorado". Al leerlo puse cara de poker, y pensé ¡venga ya!¡el amor es una leyenda urbana! No me dió tiempo a responder, ella mandaba otro mensaje aclaratorio. "No es amar, es enamorarse". Aquí ya me dejó sin palabras, ¿cuál es la diferencia entre enamorarse y amar?¿Es algo así como una especie de podium en el que enamorarse esta en segundo lugar y amar en el primero?¿O es al revés? ¿Y qué es lo que queda relegado al tercer puesto?¿El sexo, la amistad o una mezcla de ambos, los terribles follamigos? En fin, no quise seguir ayer por este camino con ella ya que en varias conversaciones telefónicas surgieron acaloradas discusiones sobre este polémico asunto así que mientras mi mente me llevaba por estas livianas cuestiones deje que ella me contara su bella historia. Cuando terminó su relato y salí del banco cogí el coche. E inevitablemente me puse a pensar. ¿El amor realmente es un engaño o es posible que esta chica haya dado con él? Por la experiencia que me han dado los dos últimos años en los que me han contado innumerables crónicas del singular mundo de las relaciones dejé de creer que el amor fuera algo real. Si, hay pasión. Por supuesto que existe la atracción y no negaré que hasta pueda haber cierto tipo de comunión entre dos almas. Pero del amor ni rastro. Así que, hace algunos meses me di por vencido y acabé por creer que era una leyenda urbana como las de la chica de la curva, las de la Coca Cola o el goloso perro y Ricky Martín. ¿El amor es un bulo?¿Es un simple rumor que ha llegado a nosotros traído por algunos ilusos que habitaban este mundo en tiempos inmemoriales? Preguntas sin respuesta por el momento, sólo el pasar de los días dará solución a este enigma. Espero que ella lo logre y dentro de unos años me cuente que estuvo ahí, en ese lugar donde el corazón late sin miedo y el alma vuela alto. Me encantaría que me dijera que ha podido comprobar, de primera mano, que el amor existe y que no es un camelo de estúpidos soñadores. Desde luego da miedo volver a creer, pero sería maravilloso ilusionarse con un mundo en el que es posible amar de verdad, sin reservas ni tapujos. Eso si que sería una auténtica sorpresa y no la de Ricky Martín.