La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 16 de octubre de 2014

¿El huevo o la gallina?

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? 
Esta mañana me hacia esa pregunta esperando en la parada del autobús con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en el horizonte.
Parece una estúpida cuestión pero nada más lejos de la realidad, ya desde la antigüedad los filósofos y sabios del momento se detuvieron unos instantes ante este maravilloso enigma. Aristóteles, por ejemplo, entre clase y clase de retórica o matemáticas en la Academia de Atenas conversaba con Platón sobre este tema intentando dilucidar cual sería la respuesta correcta. Asunto escabroso también en el entorno de la iglesia hace unos cuantos siglos, la Biblia era clara en este caso. Dios creó todo ser viviente que habita la Tierra, por lo tanto la gallina estuvo cacareando mucho antes de que cualquier huevo fuera puesto. Pero entraron en escena los evolucionistas y dijeron...No, no, no. Las aves son animales que han llegado a nosotros a partir de los dinosaurios y por lo tanto, como cualquier cambio genético se da en fase embrionaria, el huevo ha de ser sin ninguna duda lo primero. Incluso al tío más listo del planeta, el señor Stephen Hawking, en alguna rueda de prensa para presentar alguno de sus libros sobre el origen del Universo o acerca de la teoría de la existencia o no de los tan enigmáticos agujeros negros, se le ha preguntado su opinión. Su respuesta, tajante. El huevo. 
En fin, que mucha gente con mentes sesudas y grandes coeficientes intelectuales se han metido de lleno en el asunto de la gallina y el huevo. ¿Y cuál es mi opinión? 
Todo esto viene a colación de algo que me llamó la atención hace unos días. ¿Se besa a alguien antes de sentir o se siente antes de besar?
El beso es algo tan antiguo como la propia vida pero se cree que fue en la India, hace algo más de tres mil años, donde se empezó a convertir en un gesto erótico y sensual. Escenas sacadas del Kamasutra nos corroboran este dato. Fue Alejandro Magno, quien al conquistar esa parte de Asia trajo el arte del beso, como activador erógeno, a Europa. 
Los antiguos sabios hindúes no iban desencaminados al tratar al beso como una parte esencial en el placer de amar. Según estudios bastante concienzudos, al besar el cerebro libera varias hormonas como son la oxitocina, la dopamina y la adrenalina. Unido a que los labios son una de las zonas con mayor número de terminaciones nerviosas de nuestro cuerpo hace que el beso actúe de contacto entre nuestra alma y nuestras necesidades fisiológicas como seres totalmente sexuales. Y es ahí, en esta conexión entre alma y cuerpo, donde reside mi dilema moral. ¿Hace falta sentir para besar a alguien? En caso afirmativo, ¿qué clase de sentimiento? Amor, deseo, pasión, cariño...
Creo en el romanticismo del beso. El juego de miradas, la leve mueca previa, la piel sintiendo el contacto, los labios de uno en las comisuras del otro, la pequeña apertura que deja salir el aliento, cálido y sensual. El mordisqueo, el baile de lenguas, el sabor inconfundible de la excitación, el intercambio de saliva...
Algunas personas creen que el mundo es eterno, que no hay principio ni final. Según esta teoría, la vida se ha desarrollado tras una serie de infinitos ciclos y por lo tanto, la respuesta que dan a la cuestión de qué fue primero si la gallina o el huevo es que ninguno. Ambos ya estaban aquí, y aquí seguirán para siempre.
¿Se puede besar sin sentir? Por supuesto. Un gesto como cualquier otro, lleno de reacciones químicas que activan nuestros sentidos y los llevan a cotas inimaginables. Sin embargo, lo que lo hace único, causante de guerras y batallas, de muertes sospechosas, o de actos valerosos a lo largo de los siglos es el amor. Lo verdaderamente mágico sucede cuando dos personas enamoradas se besan, entonces el mundo se para y deja de girar. El tiempo no existe, se vuelve infinito. 
Hace muchos años, tantos que me da miedo recordar, me gustaba una chica de mi clase. Ella se sentaba delante de mi, por lo que podía observar muy bien cada movimiento que hacía. De vez en cuando se giraba para hablar conmigo o con mi compañera de mesa, yo esperaba esos instantes con una tremenda impaciencia. Un día soñé que la besaba al darse la vuelta, un beso tierno y dulce. Un beso de niño enamorado. Al día siguiente quería hacerlo, la besaría sin más. ¿Por qué no? El que no se la juega no gana, me dije. Instantes antes de atreverme a dar ese enorme paso algo hizo que cambiara de opinión. Me enteré de que a ella le gustaba otro. Mi corazón se puso triste y me sentí estúpido por lo que había estado a punto de hacer, desde ese día antes de besar a nadie siempre he necesitado saber que sentía la otra persona. Quizá el que dijo aquello de que los besos que más huella dejan son los que no se dan tenía razón, aunque yo me quedaria con esta otra frase de Emil Ludwig, "la decisión del primer beso es la más crucial en cualquier historia de amor, porque contiene dentro de sí la rendición."