La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 15 de mayo de 2014

El beso

Necesito escribir, realmente lo necesito. La impotencia me está matando. Puede que sea la única manera de lograr recordar como era su cara.
El deseo por perderme de nuevo en sus ojos es lo que ha hecho que lleve media hora intentando que mi mente vuelva a revivir algo ocurrido tan sólo un par de horas atrás. ¿Tan complicado es? No me he movido de la cama en todo este tiempo quizá para que todo estuviera de la misma forma y así poder repetir ese momento tan increíblemente sensual y mágico. ¡Maldita sea! ¿Por qué me habré despertado justo en ese instante?
Tengo miedo a que esa deliciosa escena se borre de mi mente y pase a formar parte de ese archivo akásico que fluye en el aire. Es un temor real y tangible, ya que cada segundo que pasa su recuerdo se va haciendo más vago y etéreo.
De nuevo ha sido una pelirroja de larga melena la que ha hecho que mi corazón vibre, se desboque y vuelva a latir. Sin embargo era muy distinta a la de ese primer sueño que tuve hace tiempo.
¿Cómo apareció? No lo se, es un auténtico misterio. La primera vez que recuerdo que la vi estábamos en una enorme tienda. Ella caminaba entre estanterías llenas de prendas, observando con deleite todos esos vestidos, pantalones y blusas. Mientras, yo pensaba en otro detalle que me tenía un poco loco. ¿Fuera de la tienda estaba Mario Vaquerizo?¿Y qué hacía en un desfile de Reyes vestido de payaso y con pantalones de colores? 
Aún le daba vueltas al tema de Mario cuando, de sopetón, en ese diáfano local que era la tienda apareció una estructura colgante. Una plataforma sustentada en el aire tan sólo por unos fuertes hilos de acero que venían de un techo altísimo, el cual creo que jamás logré vislumbrar. En ese instante escuché la voz de la pelirroja diciéndome que quería subir, y sin prestarle demasiada atención le contesté que yo esperaría dando una vuelta por abajo. 
Y fue entonces cuando alguien agitó su varita mágica, o quizá cupido lanzara una de sus conocidas flechas, incluso pudiera ser que un rayo de feromonas salidas de su precioso cuerpo acertara de lleno en la diana, justo en mi insensible corazón. Escoged lo que más os guste, pero lo cierto es que empezó a sonar "Lady in red" de fondo en la gigantesca tienda, aunque puede que esa canción sólo estuviera en mi mente. Y ahora que lo pienso, hacía años que no la escuchaba. ¿Por qué aparecería en el sueño en ese momento? En fin, que mientras la música empezaba a salir de algún sitio indeterminado miré hacia arriba buscando esos inexistentes altavoces. Un gesto mecánico supongo, pero que provocó que por fin la viera de verdad. Llevaba un vestido negro, ajustado, en el que no me había fijado hasta entonces. Brillaba, por la acción de unos focos que tampoco conseguía ubicar, lanzando destellos hacia mi. De pronto ella cogió un pañuelo de una estantería y se lo colocó alrededor del cuello y empiezó a bailar siguiendo el ritmo de la música. "....I'll never forget the way you look tonight....".
Incluso ahora, después de unas horas, mi corazón se acelera con ese sensual recuerdo. Ese baile me deshizo por dentro, derritió todas mis defensas y desde ese mismo instante me enamoré perdidamente de esa chica de pelo rojo.
Pasados un par de minutos y queriendo recordar ese mágico momento saqué mi móvil y la grité. ¡No bajes, que voy a hacerte una foto! Se que la llamé por su nombre pero por más que estrujo mi cerebro no consigo acordarme cual era. Sin embargo algo extraño sucedió repentinamente, un giro inexplicable de los acontecimientos. Mientras intentaba enfocar bien con la cámara del teléfono, alguien apareció de la nada y me cogió del brazo. Una rubia me decía algo sonriendo. ¡Ven a ver esto, Rubén! 
¡Dios! ¡No estaba sólo con la pelirroja! Había alguien más en la tienda acompañándonos. De hecho, tengo la sensación de que la protagonista de mi sueño, esa niña del vestido negro, era una amiga de la rubia.  
Un rato después del momento baile estabamos los tres en una zona de la tienda repleta de carritos con ropa colgada. Multitud de perchas sostenían prendas de todo tipo que la pelirroja miraba distraídamente. Paseaba tranquila, rozando la ropa con sus manos y sonriendo cada vez que algo le gustaba. 
De golpe, soltó la bomba. De espaldas, mientras continuaba desechando camisas y faldas que no le llamaban la atención me preguntó.....
- ¿Vas a besarme en algún momento o seguirás mirándome así eternamente?
- Eh.....¿qué? Conseguí decir sorprendido. 
- Esa mirada tuya me pone nerviosa.
- ¿Qué mirada?
Entonces se dió la vuelta y me miró a los ojos. Lentamente se acercó a mi. ¡Esa mujer era tan bonita! Mis palabras jamás podrían hacer justicia ante tal belleza. No soy capaz de poner adjetivos y describir a ese ángel que se movía con decisión y delicadeza hacia mi. 
Tan sólo puedo añadir que yo no estaba nervioso en absoluto, su mirada había evaporado cualquier sensación de intranquilidad. Sentía una paz terrible. La calma antes de la tormenta, sin ninguna duda. 
- Esta mirada. Dijo, acariciandome con sus suaves dedos uno de mis ojos. 
Dejé que llegara con su índice hasta la barbilla. Con los ojos cerrados sentía su perfume, su respiración, incluso llegué a intuir sus latidos a través de los finos capilares de las yemas de sus dedos. 
Abrí los ojos y vi su mirada, esa que ahora no puedo recordar. Era la de una mujer que acaba de rendirse ante lo evidente. Había una atracción entre ambos, química si queréis, 
Acerqué mi mano hacia su cara y ella giró su cabeza para apoyarse en ella. Y entonces lo hice. La besé. Un tímido beso en el que tan sólo nuestros labios se rozaban. Recuerdo que con la otra mano cogí la suya, y sentí su suavidad, su calidez. Me separé un instante de ella mordisqueando levemente su labio y no se como explicar esto, pero apareció una cama delante de mi. ¿Mobiliario de la tienda? La llevé de la mano hasta allí y nos sentamos en el borde. Observé su increíbles y grandes ojos, su nariz llena de pequitas, su largo pelo rojo y de nuevo la besé. Esta vez fue más pasional. Tumbados sobre el mullido colchón dábamos vueltas de un lado a otro sin despegar nuestros labios. Mis manos acariciaban su pelo y cintura, las suyas cogían con fuerza el edredón de tonos azules que cubría la cama. 
Unos minutos después ese beso paró y ella, que estaba sobre mi en ese instante, me dijo...besas bien. Al tiempo que apoyaba y acariciaba con su dedo mis labios, que dibujaban una amplia sonrisa. 
Iba a contestar algo cuando, en un acto de crueldad infinita, me he despertado abrazado a la almohada y con una gran erección.
Ha sido inútil volver a cerrar los ojos y pensar en esa mujer para dormirme de nuevo y continuar ese maravilloso sueño. Al darme cuenta de que sería imposible volver a soñar, he intentado concentrarme en su pelo, su nariz, sus ojos. Pero todas las tentativas han caído en saco roto y me ha sido imposible volver a esa cara. Como último, y desesperado, acto para evocar esos recuerdos he buscado "lady in red" en internet pero lo único que he conseguido ha sido derramar un par de lágrimas al pensar que jamás la volvería a tener en mis brazos. Esa pelirroja se había desvanecido en el mundo de los sueños y nunca más sus labios se unirían a los míos. 
Sin embargo si que hay algo que he conseguido llevarme de ese mundo onírico e irreal. "...I'll never forget the way you look tonight..." Si, jamás olvidaré ese brillante vestido negro.
 




martes, 6 de mayo de 2014

I want to believe

Ross y Rachel. Rachel y Ross. Deseaba que esos dos acabaran juntos de una vez por todas. 
Cada día a las tres de la tarde ponía el plus para ver un nuevo episodio de friends y comprobar si por fin ambos se dejaban de tonterías y se declaraban amor eterno. Ya estaba cansado de que les buscaran parejas imposibles, con las que no pegaban para nada. Esos dos habían nacido para estar juntos y así debía ser, así que cuando vi en el último episodio, justo hace ahora 10 años, que el amor saldría victorioso respiré profundamente y sonreí.  
En una habitación de hotel dos bandos enfrentados se desafían a gritos, los de narcóticos por un lado y los hombres de Drexler por otro. Y en medio estaban ellos, Clarence y Alabama, intentando cerrar el negocio de sus vidas. Pero la cosa de pronto se desmadra y, en esa habitación de hotel de Los Angeles, empieza la locura en forma de lluvia de balas. Cuando en ese instante vi que a Clarence le impactaba uno de esos proyectiles perdido en ese tremendo caos, mi corazón se encogió y grité un no entre indignado y triste. Quizá no fuera tan espectacular como el lamento de la señorita Worley al ver a su querido Clarence allí tirado con la cara desfigurada, pero sinceramente quise atravesar la pantalla y liarme a tiros por pura venganza. Pero esa sed de sangre pasó a los pocos segundos al ver que no había muerto y que esa bala tan sólo le había rozado. Si, el amor triunfaba de nuevo. Clarence y Alabama tendrían un hijo al que llamarían Elvis y vivirían felices el resto de sus tranquilas vidas. 
Estaba en el cine, tendría 19 años y la sala estaba prácticamente desierta. En un instante, sentado en esa butaca, todo mi mundo se precipitó hacia un oscuro vacío y rompí a llorar como un crio al ver que le habían disparado, Guido había muerto fusilado por un jodido nazi. Jamás vi a un personaje como el que interpretaba Roberto Benigni, lleno de vitalidad y alegría. Ese tipo era genial y ahora estaba muerto, no lo podía creer. Me negué a pensar que jamás volvería a ver a su princesa y al salir del cine aún llorando me imaginé que Dora y él se reunían mientras los soldados americanos liberaban a la gente del campo de concentración. Cerré los ojos y vi a ese italiano, menudo y extremadamente delgado, saliendo del oscuro callejón donde había sufrido ese traicionero disparo y arreglándose un poco el pelo ir al encuentro de su maravillosa Dora. ¡Buenos días, princesa! Le diría con una amplia sonrisa mientras la abrazaba y la besaba y el pequeño Giosué, se agarraba a su cintura y gritaba....¡papa, papa, hemos ganado el tanque! ¿Verdad que si? Quizá sea por eso que a partir de ese día me prometí que cuando amara a alguna mujer, todas y cada una de las mañanas que estuviera a su lado le daría los buenos días de una forma especial. Guido no habría muerto en vano, su espíritu seguiría en mi. El romanticismo no moriría mientras yo creyera en el amor verdadero y eterno.
Siempre he creído que alguien en algún lado me amaría, que al despertar pensaría en mi. Quizá al tomarse el primer café en el trabajo su mente la llevaría hasta la noche anterior cuando, tumbados en el sofá, le acariciaba la mano al ver juntos la tele. Y que al comer me echaría tanto en falta que me llamaría por teléfono y le diría cuanto la amo y que mi existencia no tendría ningún sentido sin ella a mi lado. Desde que fui un adolescente soñé que abrazaría a una preciosa mujer por las noches, jugando en la cama entrelazando las piernas. 
Pero lo más sorprendente es que tuve todo eso, y mucho más. Mi sueño se cumplió. Entonces, ¿por qué cuando me pidieron dar un paso más no lo hice? Esa pregunta me rondó por la cabeza durante varios meses. Hasta que decidí que era una tontería seguir dándole vueltas y empecé a conocer a otras mujeres. Si ella no era mi princesa, quizá mi destino aún estuviera esperándome en algún lugar.  Sin embargo cometí un error, un fallo que me hizo sentirme mal. Comencé a dar los buenos días a varias mujeres a la vez. Durante un par de meses, puede que alguno más, cada mañana escribía a 10 o 15 chicas. Se suponía que debía ser un mensaje especial de buenos días, intentaba que fuera distinto cada mañana y para cada chica. Era realmente agotador, toda mi capacidad inventiva estaba a punto de desbordar. Mí objetivo no era camelarlas y llevarlas a la cama, eso creo que todas lo tenían claro. Mi único propósito era enamorarlas como Guido hizo con su principessa y ahí es donde estaba mi error. 
Yo no se jugar a lo que juegan los demás. Una mañana me sentí horriblemente mal. Entre mensaje y mensaje levanté la cabeza y miré por la ventana del autobus. Cuando aparezca esa mujer especial, ¿qué mensaje de buenos días distinguirá a una de otra? Desde ese momento no pude escribir más mensajes de ese estilo. 
Algunas de esas chicas desaparecieron por creer que ya no deseaba saber de ellas, otras siguieron escribiendo preguntándome el motivo de mi silencio. 
No es que no pensara en esas mujeres al escribirme con ellas, tan sólo es que quiero que esa mujer que me enamore se sienta especial. 
No me imagino a Roberto Benigni dando los buenos días a otra que no fuera su principessa, ni a Alabama llorando por otro hombre de la forma como lo hizo al creer que Clarence estaba muerto, ni tan siquiera se me puede pasar por la cabeza otro final de friends en el que Ross no acabe con Rachel. 
Sé que en algún lugar se encuentra esa mujer que se merece mis besos, mis caricias y mis buenos días. Tiene que existir esa chica, lo sé. Esta historia tiene que acabar bien, no puede ser de otro modo.
Necesito y quiero pensar de esta forma, porque yo soy así. Simplemente por eso, creo en el amor verdadero y el destino. La inquebrantable fe en esos conceptos ha hecho que cada día de mi vida tenga ganas de levantarme. Cuando tuve el amor y ahora que no lo tengo. 
Quiero creer, necesito creer. 





miércoles, 23 de abril de 2014

La camisa de Abercrombie

Cierto día de hace un par de años tenía en mis manos una camisa, y una importante duda me inquietaba de tal forma que no había manera de salir de ese atolladero. ¿Me la compro? Indeciso, la dejé de nuevo en el estante posando mi mirada en una camiseta que había al lado.
Me encontraba entre los pasillos del Abercrombie & Fitch del centro comercial del hotel Caesar Palace, en Las Vegas. Cuando llegamos a la tienda llevaba ya un rato dando vueltas mirando escaparates, admirando la belleza de ese mundo irreal, llamado The Forum Shops, cubierto por un cielo azul de pega que escondía al aunténtico, mucho más luminoso y de un azul más....azul y cálido.
Seguramente mi asombro tuviera cierta mirada nostálgica y triste. Es probable que caminara con algo de desgana por los pasillos del centro comercial, suspirando de vez en cuando y apretando fuerte la mano de quien dejaba que me guiara por aquel laberinto lleno de bonitos escaparates. Ese día era uno de los últimos que pasaría de vacaciones y quizá esa fuera la última compra que haría ese verano.
Sin embargo esa melancolía se mantuvo fuera de las puertas de la tienda. ¿Por qué me gustaba tanto ese lugar? El ambiente oscuro, la música bien alta, gente por todos lados, chicas guapas doblando ropa. No se, es un cúmulo de pequeñas cosas que hacen que probablemente sea la tienda en la que pasaría algo más de 20 minutos sin cansarme. 
Pues bien, yo seguía dando tumbos entre salita y salita de la tienda sin saber muy bien que comprarme en esa ocasión. Y de nuevo volví a por la camisa, la desdoblé para verla mejor. ¿La pillo? Pregunté a mi acompañante. Ella asintió con la cabeza, y pronunció unas palabras para convencerme. Llevas mucho tiempo queriendo comprarla, hazlo. ¡Llévatela!
Y era cierto, esa camisa la había visto cuatro o cinco años antes por primera vez. Me enamoré de ella a primera vista. 
Una bonita tarde de Agosto paseando por el centro de Santa Monica me entró frio. Se había levantado algo de viento y tan sólo llevaba una camiseta en lo que debía ser un día caluroso de playa. Pero no fue así, hacia una rasca importante pero no quería volverme aún a Los Angeles así que cuando andando por la avenida peatonal me topé con una tienda de Abercrombie no me lo pensé dos veces y entré a mirar alguna cosa que me abrigara. Nada más traspasar la puerta, un chico con una enorme sonrisa nos saludó. Hi, how are you doing? Yo respondí con otra sonrisa y un tímido hi. Fue entonces cuando tuvo lugar el flechazo. No, no soy gay. Ese sentimiento no era causado por la mirada de ese tio de cuerpo escultural. Fue algo realmente extraño, ese chico llevaba unos vaqueros ajustados y una camisa de cuadros. Era roja de pequeños cuadritos azules y manga larga que llevaba recogida a la altura casi del codo. Es muy raro en mi, pero en ese preciso instante tuve la imperiosa necesidad de tener esa camisa. La quería, deseaba ponérmela. ¿Por qué esa camisa? Me he preguntado en varias ocasiones. Hay muchas de ese estilo, con cuadros de distintos colores y tamaños. Y sin embargo era esa la que ansiaba tener, no cualquier otra. Aquel día busqué ese modelo, miré las tallas. Cogí la S pero no me la probé. Quizá hacia demasiado frío para comprármela en esa ocasión en la que necesitaba algo que abrigara un poquito más, me dije devolviéndola a la percha y colgándola de nuevo. Entonces, volviendo a lo que me había llevado a la tienda en un primer momento, fui a la sección de sudaderas y vi una que me gustó de color beige, y sin dudarlo ni un instante pagué y al salir de la tienda le quité la etiqueta y me la puse. Ahora ya no sentía el frío viento en mi cuerpo, pero durante unos minutos no pensé en eso. En mi cabeza rondaba una idea, reservar 79$ para comprar esa camisa cuando viera otra tienda de Abercrombie & Fitch.
Pero la vida a veces es muy curiosa, y pese a que después de Santa Monica estuve en bastantes ciudades en las que había un A&F y siempre me dejaba caer por allí, nunca compré esa camisa. Así llegué a ese instante de hace casi dos años en el que en medio del barullo de la tienda de Las Vegas, llena de gente, me debatía entre dos opciones. ¿La compro o no? Ese dilema existencial que venía persiguiéndome desde hacía tanto tiempo quedó resuelto como despacho casi todas mis dudas, dejándolo para más tarde. Bueno, dije, si al final no me compro nada en el outlet cuando vaya, me pillo la camisa el último día. 
Ayer pensé en ello de pronto. Sentí curiosidad por saber cual era el motivo de no haber comprado nunca esa camisa y me he dado cuenta de que hago algo muy similar con las mujeres. 
He conocido a algunas personas interesantes en el último año pero en especial me he encontrado a tres o cuatro chicas con las que me entiendo bien, personas muy agradables por las que sin duda me preocupo y siento algo así como cariño. Bien, diréis, ¿y cuál es el problema? Pues que jamás las he visto en persona aunque ellas me han dejado claro que quieren verme y abrazarme como hacen los amigos de verdad. Alguna vez me dicen que no lo entienden, incluso me preguntan si es que no tengo interés en que seamos amigos. Y nunca supe explicárselo a ninguna de ellas de una forma satisfactoria. Tan sólo, después de divagar por los distintos motivos que se me ocurrían, podía decir...yo soy así. 
Pienso en esa camisa que siempre dejé colgada en la tienda, que ni tan siquiera me probé una sola vez y me pregunto, ¿es posible que en el fondo tenga miedo de tenerla en mi armario?¿será que creo que a mi jamás me quedará igual que al maniquí o al tío de la tienda de Santa Monica?¿quizá prefiero que se quede en la tienda y soñar?
Es inevitable extrapolar, y meditando sobre todo esto cuestionarme algo. ¿Antepongo los sueños a la realidad?¿Escojo el camino más sencillo en vez de enfrentarme al mundo tangible y real?
El recuerdo de esa camisa roja de cuadritos azules me ha entristecido un poco, pero los pensamientos se desvanecerán con el tiempo para formar parte del aire que nos rodea y seguiré siendo un niño soñador que un día se enamoró de algo que tenía un miedo terrible de poseer. 
Por eso escribo la entrada de hoy, para recordarme cuando lea estas palabras que la vida no sólo es cerrar los ojos e imaginar que soy un pirata, o soñar que una preciosa chica me vendrá a buscar, me cogerá del brazo y me dirá, ¡eh tu! Si tu, el estúpido que sólo sueña. ¡Ven aquí y bésame!
No, creo que eso no sucederá nunca y supongo que en algún momento tendré que enfrentarme a mis miedos y mis deseos y entrar en Abercrombie, comprar esa maldita camisa y ponérmela para ir a cenar con una de esas amigas a las que tanto aprecio. 
Quizá mañana.

lunes, 31 de marzo de 2014

¿Belstaff o H&M?

Cuentan los viejos libros que antes de que naciera la humanidad entera, una sabiduría infinita y todopoderosa creó la luz y la oscuridad, los rios y mares, la tierra y las nubes. 
Una vez hecho el trabajo más complejo a priori, ese Ente totalmente loco, por lo que se pudo comprobar unos instantes después, se rascó la cabeza y dijo...aquí me falta algo, ¿no? Efectivamente, su sapiencia extrema no estaba exenta de estupidez porque se le ocurrió que su creación no estaría completa si no había quien habitara ese mundo tan perfecto que acababa de dar a luz. Así que, ese poderoso Ser, hizo aparecer a un ser humano llamado Adán. Por supuesto, para que el chico recién llegado a ese nuevo mundo se divirtiera pisando charcos en el bonito e idílico Paraíso, el bondadoso Ser le dió una compañera de juegos, Eva. Y aquí viene la soberana tontería del Ente creador que puso sobre la tierra a ese par de almas cándidas. Quiso que esos dos se comportaran como él mismo, se propuso que su última creación fuera perfecta. Adán y Eva serían unos modelos impecables de él, a su imagen y semejanza como rezan esos antiguos tratados sobre la creación de nuestro mundo. Una entelequia, la cuadratura del círculo. ¿Cómo un Ser supremo e infinitamente sabio no supo ver que eso era imposible? Y encima, el pobre iluso para más inri, puso a la parejita un árbol de dulces y jugosos frutos delante de sus narices y les dijo.....Niños, niños, niños. Escuchadme atentamente, no seáis revoltosos y comáis el fruto prohibido del árbol de la sabiduría. ¿De acuerdo?¿Me habéis entendido? Adán y Eva se miraron con cara de pillos y asintieron con una sonrisita en el rostro. Si, señor. ¡Jamás cogeremos nada de ese bonito árbol! Dijeron ambos al unísono. ¿Pero quien podría resistirse? ¡Coño! Hasta yo mismo habría esperado que el magnánimo Ser se diera la vuelta para dar un bocado a una de esas frutas y sin necesidad de que una malvada serpiente me comiera la oreja contándome las alabanzas del arbolito de marras y lo que disfrutaría saboreando tan delicioso manjar. Si, yo le hubiera hincado el diente a la manzana del pecado original. ¿O quizá no?
El sábado por la mañana me encontraba tirado en la cama, no me apetecía hacer nada. Miraba el techo sin más, escuchando la lluvia golpear la ventana. De pronto una palabra apareció en mi cabeza. Belstaff. 
¿Cuanto costaría una cazadora de Belstaff? Me pregunté. Curioso, cogí el IPad y tecleé en el buscador. Nada más entrar en su página web vi una foto. David Beckham posaba con una de ellas, un modelo en marrón oscuro que le quedaba como un guante, perfecta. ¿Me quedaría igual a mi? Cerré los ojos y me imaginé con la cazadora puesta junto a David y salvando las distancias, creí que incluso yo estaba más mono con ella puesta que él. Vale, puede que exagere, pero tan sólo un pelin de nada.... Estuve un buen rato mirando modelos y colores. Vi una que me llamó poderosamente la atención, tanto que me di de alta en su web y la metí en el carrito de la compra. Y de pronto me dije, ¿para que quiero una cazadora? Ya tengo. Y de comprar otra, ¿por qué no una de H&M, Zara o Springfield? Y sólo pude contestar.....¡Es que es tan chula!
El antojo de lo que no tenemos, el interés por lo prohibido, el capricho de querer acariciar con nuestras propias manos lo que nos esta vedado. Todos hemos tropezado con esa enorme piedra pese a que se ve desde lejos. Adán, Eva, yo mismo. 
Hace cuatro o cinco años me encontraba sentado frente a la tele. Veía una película mientras cenaba, lo recuerdo bien. El puente sobre el río Kwai. Había aprovechado que ella no estaba para ponerla, ese tipo de historias no le gustaban demasiado. Hacia la mitad de la película el móvil vibró, un mensaje. En un principio creí que era ella dándome las buenas noches desde la cama de su hotel, sin embargo el sms que leí fue de alguien que no esperaba que me escribiera. Una mujer a la que había conocido mucho tiempo atrás.
- ¿Qué tal te va? 
- ¡Hola, cuanto tiempo! Bien, ¿tu como estas?
- Cansada, acabo de llegar del curro.
- ¡Que tarde! Abusan de ti, rubita.
- Ya, pero no tengo más remedio, hay que pagar el piso. ¿Qué haces?
- Viendo una peli tirado en el sofá. 
- ¿Solito?
- Si, ella se ha ido unos días a Londres.
- ¿Te apetece que nos veamos mañana? Tengo un par de horas libres, te invito a comer en mi casa.
- No se, ¿tu casa?
- Si, bueno, o en cualquier sitio. 
- Venga vale, mañana por la mañana te llamo y me das la dirección. 
- Muy bien, entonces a dormir que se me cierran los ojos ya. Besos.
- Besitos guapa.
Al terminar la conversación en la tele aún seguía el puente sobre el rio, pero en ese momento ya no hacia mucho caso a las peripecias de los soldados ingleses que intentaban volarlo. Le di al pause y me quedé mirando a la nada, pensativo. 
Me había tanteado en otras ocasiones, sin embargo nunca di ese paso. Y aquel día acepté, ¿por qué?
Negar que ella me gustaba seria mentir, pero no iba detrás de un polvo. Si tan sólo fuera eso habría dicho que no sin dudar, el problema estribaba en que su personalidad me atraía de veras. ¿Pero tanto como para engañar a la mujer a la que amaba? Un juego peligroso, sin duda. Quise mentirme pensando que sólo era una comida entre amigos, lo malo es que para nada lo éramos. ¿Qué es lo que quería ella?¿Y yo? Otro par de años antes recibí otro enigmático mensaje desde su teléfono. Hola Rubén, mi padre ha muerto. Esa noche yo leía tumbado en la cama, mi ex dormía junto a mi. Lo siento mucho, contesté. ¿Quieres hablar? Añadí. Silencio hasta un año más tarde. Cuatro o cinco mensajes más y desaparecía como engullida por la niebla. Hasta aquella noche del puente y el río Kwai. 
¿Por qué acepté ir a comer con ella? Quería tener lo que no tuve diez años atrás. O al menos tener la posibilidad de poseer algo que anhelaba, su deseo por mi. Ansiaba oír algo del estilo Rubén me gustas, vayamonos lejos tu y yo. Huyamos donde las caricias sean eternas y el amor no se marchite.
Sentado en el sofá, con la película aún en pause, pensé en todo esto durante un par de horas. Cansado de darle vueltas al asunto me fui a la cama con la mente abotargada, unos minutos después caí en un sueño profundo del que desperté al día siguiente con el ruido de la alarma del móvil. Al apagarla vi un mensaje escrito una hora antes. "Buenos días cariño, te amo."
Recuerdo que lloré. No fue una llorera desconsolada, tan sólo unas cuantas lágrimas que acabaron humedeciendo la almohada. Cinco minutos después volvió a sonar la alarma y me sacó del trance. Esta vez la apagué bien y mandé dos mensajes antes de meterme en la ducha.
"Lo siento, me viene mal quedar a comer hoy. Un beso, ya hablaremos."
"Buenos días ricitos, yo también te amo. Más que nunca."
De ella no supe más, jamás volvió a escribir. Fui yo quien lo hizo cuatro meses después de que mi historia de cuento se terminara. Un tímido saludo, un simple que tal. Pero no hubo respuesta. Definitivamente se desvaneció como si nunca hubiera existido.
Mi ex nunca supo de esta pequeña tribulación. Jamás escuchó de mis labios que al final si que rechacé esa fruta del árbol prohibido. Nunca creí que fuera demasiado reseñable, al fin y al cabo en ningún momento supe a ciencia cierta lo que ella buscaba.
Alguno, llegados a este punto, podría decir que Beckham juega en ambos bandos. Lleva cazadoras de Belstaff y calzoncillos de H&M. ¿Podría hacer yo lo mismo algún día? Obviamente mi respuesta en un no rotundo. ¡Esos calzoncillos blancos que lleva son terriblemente feos!





jueves, 27 de marzo de 2014

El día que murió Michael Jackson

Corría el mes de Junio del 2009. Finalizaba un mes bastante estresante al que seguiría otro no menos agobiante. Estaba, pues, en ese impasse que marcaba la unión de esos calurosos días del comienzo veraniego en Madrid. 
A pesar de que en unos quince días me mudaría de casa, me desperté sin prisa alguna. No había muchas ganas de empaquetar cosas, mi casa era un batiburrillo de cachivaches y papeles inservibles. Cosas que guardé quien sabe por qué extraño motivo, bueno, en realidad si lo sé. Me da pena tirar cualquier cosa que emocionalmente signifique algo para mi, desde un resguardo de un ticket de parking de aquel día que fuimos al teatro a ver ese musical que tanto me gustó hasta una factura del restaurante en el que me tomé ese solomillo tan jugoso contemplando una bonita sonrisa frente a mi, pasando por una simple nota de tiende la lavadora cuando te levantes, porfa. En fin, que serían las diez o las once de la mañana cuando abrí los ojos despertado por alguna sirena de ambulancia o quizá por algún bocinazo de un nervioso conductor. Cosas de vivir en el Paseo de la Habana, en un tercero cuyas ventanas apenas cerraban. El caso es que, como hacia cada mañana al despertar si ella ya no estaba en casa, cogí el móvil para mandar un mensaje de buenos dias. Pero algo evitó que lo hiciera en esos instantes, tenía un par de mensajes sin leer. Así que con la mirada aún borrosa y los ojos medio entornados intenté descifrar lo que decían. "Buenos días cariño, me acabo de enterar de que Michael Jackson ha muerto. ¡Qué fuerte!". "He hablado con Tony y Laura, dicen que todo parece indicar que ha sido un suicidio." La verdad es que la noticia me dejó algo perplejo. No soy el fan número uno de Michael, ni tan siquiera el un millón pero sin ninguna duda fue alguien que marcó tendencias en el mundo musical y visual. Una persona a la que admirar por su talento creativo. 
Sin contestar a esos mensajes fui al salón y puse la tele en busca de alguna noticia más detallada de lo que había sucedido. Cambié de canal un par de veces hasta que vi que en Antena 3 estaba Susana Griso entrevistando a Tony, creo que por aquel entonces era el presidente del club de fans de Jackson en España a parte de un buen amigo de mi ex. Encendí el DVD y pulsé el botón de rec. Entonces fui al armario que hacía de despensa, me agencié un bollito (seguramente de chocolate) y me senté en el sofá a escuchar que diablos había pasado para que el mayor talento musical desde Elvis Presley se quitara de en medio de esa forma tan dramática. Al rato contesté a esos mensajes que tenía pendientes al despertar. 
Un par de meses después estaba delante de la estrella de Michael Jackson en el paseo de la fama en Hollywood Boulevard. Era un viaje planeado con antelación a su muerte, pero no quise pasar la oportunidad de visitar ese lugar. Alrededor de su nombre había flores y velas que la gente aún seguía llevando pese a los casi dos meses que habían pasado desde ese día de finales de Junio. Y allí, en ese mismo instante en mitad de Hollywood levanté la mirada hacia el cielo azul y sin nubes de Los Angeles y dije... Siempre escucharé tus canciones. Después saqué la cámara de fotos y como cualquier turista, de los muchos que había esa mañana en el centro de la ciudad californiana, continué sacando fotos de las estrellas dibujadas en el suelo. 
¿Por qué hablo hoy de Michael Jackson? Simplemente porque siempre me fascinó el personaje. No me refiero a su vida llena de supuestos escándalos de abusos a menores, o su extraña unión con la hija de Elvis, ni hablo de su inquietante adolescencia o niñez. Lo que de verdad me atraía de él era su modo de bailar y moverse, su forma de cantar, su increíble visión para el espectáculo.
Permitidme que cuente otro recuerdo al hilo de todo esto. 
Llegué rendido al hotel, había pasado horas y horas recorriendo las calles y avenidas inmensas de esa preciosa ciudad. Probablemente habría estado paseando por Central Park, o quizá me había dejado caer por Chinatown para regatear por algún reloj de imitación, incluso puede que me pasara la tarde por la quinta avenida mirando escaparates para finalmente caer en la tentación de entrar en alguna de esas elitistas tiendas y comprar algún detallito, un pañuelo o cinturón que llevara la marca impresa. Esto último quizá no fuera idea mía pero en pequeñas dosis también me parecía divertido. En fin, que me diluyo....pues eso, que estaba muerto al subir a la habitación y me derrumbé en la cama. Puse la tele mientras me quitaba la ropa y cambié canales. CNN, Fox, ESPN, The Weather Channel, TNT, ABC, CBS....De pronto me detuve en uno. Un jovencísimo Travolta, con camisa roja ajustada y chaqueta de cuero negro, caminaba con paso seguro por las calles de Brooklyn al tiempo que sonaba Stayin' Alive de los Bee Gees. ¡Si! Estaba empezando Fiebre del Sábado noche. Desde ese instante no pude dejar de mirar la pantalla. Intuí que alguien me dió un beso y me dijo algo así como buenas noches junto a un te quiero que me pareció muy lejano. Pese a haber visto esa película bastantes veces el magnetismo de Tony Manero me atrapó como nunca. ¡Quiero ser como él! Me decia una y otra vez. ¡Quiero bailar como Tony!
El prototipo de hombre que me gustaría ser, y al que en nada me parezco. Quizá sólo en un pequeño detalle, yo también me cepillo el pelo delante del espejo. 
Seguro de si mismo, prepotente, vacilón, sabiendose el mejor dentro de la pista de baile. Como algunos dirían ahora, Manero es el puto amo. Y una escena habla por sí misma....Llega a la disco justo instantes después de verle en su 'beauty moment' delante del espejo, amén de su sesión de posturitas al estilo de que bueno estoy y que culito tengo. Bien, pues nada más entrar en la zona de baile una chica le ordena...¡kiss me! A lo que Travolta no hace mucho caso pero ella una vez más grita ¡¡kiss me!! Que diablos, soy Tony Manero, ¿qué otra cosa puedo hacer? Sin pensarlo más la besa, por supuesto. Y como no podía ser de otra manera ella queda tan satisfecha que lo compara con un beso de Pacino, el Brad Pitt de aquellos años, o quizá el Clooney. Para gustos, los colores. Manero tan acostumbrado a tanto piropo sigue moviéndose como si tal cosa, deleitando a hombres y mujeres por igual.
Desearia ser asi, salir a la pista y sonreír a la rubia de turno que observa con ganas de conocerme o a la morena de cuerpo increíble que intenta cautivarme con su mirada. Deslizarme bajo la bola de brillantes luces y conquistar a golpe de cadera. Pero no soy ese, desgraciadamente mis movimientos no son ni la milésima parte de los de Manero o Michael Jackson. Y mira que lo intento, en la intimidad claro esta (aunque se han podido ver un par de vídeos por mi perfil de Facebook haciendo de las mías, es decir, el tonto). Pero no no hay manera, no consigo movimientos fluidos.....será que tengo que practicar más. O puede que necesite primero algo de beber antes de salir a comerme el mundo. Así que, como diría Tony, ¡Ponme un 7/7 nena!

miércoles, 19 de febrero de 2014

.....Siempre......

Siempre imaginé que una bonita mujer me rodearía con su brazos y acariciaría mi cuerpo con sus suaves manos mientras me decía al oído que moriría si yo no estuviera. 
Siempre creí que una chica cogería mi mano entre la suyas para jugar con mis dedos al tiempo que me sonreía y me besaba en los labios. 
Siempre soñé que su corazón y el mío latirían al mismo ritmo dirigidos por un mágico e inexistente diapasón, y que la sangre llegaría a la vez a cada recodo de nuestro cuerpo.
Siempre pensé que el olor de su pelo me llevaría hasta el infinito, que con sólo aspirar brevemente su aroma me transportaría hasta el paraíso eterno. 
Siempre fantaseé con la idea de que tan sólo con rozar mi piel con sus muslos mi alma sufriría un vuelco y entraría en un éxtasis que ni todas las drogas del mundo serían capaces de imitar.
Siempre me figuré que estar tan cerca de ella supondría una comunión tan fuerte entre nuestras mentes y cuerpos, sus pensamientos serían los míos y mi cuerpo sería suyo. 
Siempre planeé el lugar y escenarios idóneos. Una inmensa cama, un mullido colchón, unas sábanas suaves, una habitación con flores, música para dejarse llevar.
Siempre presentí que miraría a sus ojos en ese preciso instante y que ya nunca más podría dejar de hacerlo. Esa mirada me acompañaría para el resto de mi existencia. 
Siempre me hice a la idea de que al besarla y nuestras lenguas tocarse y bailar juntas dentro de nuestras abiertas bocas, los gemidos de ella acompañarían a mis propios gemidos. 
Siempre sentí que tras ese beso me quedaría embelesado ante la belleza de ese cuerpo y durante unos segundos lo estudiaría con detenimiento intentado dilucidar si todo era real o sólo era mi maliciosa mente que me estaría haciendo una maravillosa trastada. 
Siempre presagié que al darme cuenta de que ella estaba allí realmente, mi alma se conmovería de tal manera que una lágrima de felicidad se escaparía de mis verdes ojos para caer junto a la almohada recorriendo mi mejilla. 
Siempre fui de la opinión que ella al ver esa solitaria lágrima preguntaría, ¿por qué lloras, mi amor? Y yo le contestaría que es inevitable. Le diría que lloraba porque la felicidad inundaba todo mi ser y que ninguna otra cosa de este mundo podría igualar lo que sentía en ese preciso instante. 
Siempre he tenido la extraña convicción de que ella al oír mis palabras, besaría la mejilla por la que momentos antes había caído esa pequeña lágrima y me diría te amo, te amo tanto que quisiera no separarme de ti jamás. 
Y si, siempre al escuchar esas inventadas frases en mi mente soñando que así fuera todo algun día, acabaría penetrándola suavemente. Para que ella pudiera sentirlo en cada terminación nerviosa, y que un suspiro o quizá un sonido gutural salido de su interior más profundo nos llevara entonces hasta un mundo nuevo y mágico. 
Siempre estuve del lado de esos pocos que pensaban que ese momento sería algo especial y que cada gemido, mío y de ella, repetido una y otra vez al modo de una especie de mantra, nos evadiría a lugares lejanos y misteriosos. 
Siempre, llegado este punto, creí que sería un buen instante para decirla una vez más lo mucho que la amo, para añadir con una sonrisa pícara.....voy para abajo.
Siempre tuve ciertos reparos en la afirmación, como es arriba es abajo. Verdad es que también hay unos labios, pero ese beso es muy distinto al otro. En realidad, más que besar, ahí abajo lo que siempre imaginé que desearía sería morder, lamer, introducir....¿mi mente imagina demasiado?
Siempre fui un estudioso del tema, algunos manuales decían esto, otros aquello. Sin embargo, tenía la seguridad de que sólo una cosa funcionaria. La improvisación unida a un venerado amor hacia ella. 
Siempre, una pregunta me venía a la mente. Al volver de nuevo arriba, es decir, al cielo y mirar sus ojos, ¿como sería? ¿qué ocurriría al volver a penetrarla para acabar corriendonos al unísono?
Siempre, siempre, siempre soñé con ella gritando mi nombre una y otra vez seguido por un te amo eternamente. ¿Por qué? Las confidencias hechas en ese preciso instante en el que la mente deja de funcionar y todo nuestro ser se concentra en un sólo acto son ciertas. Es imposible mentir cuando se tiene un orgasmo.
Siempre tuve esta certeza, la eyaculación es el suero de la verdad más potente. Si te dice que te ama, entonces es que realmente moriría por ti. 
Siempre sostuve que acabar abrazados y jadeantes sería un buen punto final. 
Siempre supuse que ella terminaría con su cabeza sobre mi pecho, escuchando los latidos de mi corazón. Mi vista sería la de su precioso y alborotado pelo cayendo sobre mi. Recorrería con mis dedos su espalda hasta llegar a su imponente culo. Para acariciarlo suavemente mientras ella se hace un pequeño ovillo, su oido pegado a mi pecho. Bum-bum, bum-bum. ¿Lo escuchas? Es mi corazón suspirando por ti. Su mano descansaría entonces sobre mi brazo dándome a entender que esta tan a gusto que le encantaría dominar a la sabia naturaleza para detener el mundo en ese instante y que el tiempo se volviera infinito.
Siempre creí que finalizar aqui esa unión con ella sería muy triste por lo que imaginé que en ese momento diría algo asi como.... ¿te apetece otro?
En mis mejores sueños ella siempre sonreiría y viendo que volvía a excitarme cogería mi creciente miembro y se lo metería en la boca para en un acto mio de blasfemia total, pura y dura, gritar ¡eres una diosa, joder!
Siempre, en esos pensamientos de como sería follar con alguien que amas, ella acabaría sobre mi, moviendo su cintura, comiendome a besos, rindiendonos al placer mutuo.
Siempre pensé que la velada concluiría al dormirnos, extenuados ambos, mientras nuestros desnudos cuerpos yacen sobre la cama unidos por nuestras manos, que ya nunca más volverían a soltarse.
 

jueves, 13 de febrero de 2014

In dubio pro reo

En el comienzo quería desaparecer, dejar este incomprensible mundo y salir por patas. Me sentía avergonzado, culpable, triste, extremadamente deprimido. Quería morir, dejar de existir. Era malo, horrible, había provocado dolor y sufrimiento en una persona a la que amaba por encima de mi propia vida. La mujer que un mes antes dormía con su cabeza en mi pecho me decía, en una brutal escena, que le diera mis llaves de casa. No confiaba en mi y creía que podría entrar por la noche para hacer dios sabe que. Unos días antes me dijo que se había dado a la bebida durante un tiempo porque no era feliz conmigo. Yo, tirado en la lona cual boxeador noqueado, quise replicar. ¿Cómo es posible? Hace tres meses me hablabas de casarnos, ¡me insististe tanto! ¿Cómo una mujer que se siente mal me pide que sea su compañero de viaje para toda su vida? Ella, experta luchadora, me dió el golpe de gracia. En los diez años que estuve contigo nunca fui feliz. 
Lloraba, tantas ganas de llorar tenía que me daba igual en que lugar lo hacia. En la calle, en el metro, o en la soledad de mi habitación. Durante un par de meses no pude parar. 
Si hay algo peor aún que no amar es saber que no te aman. Yo no quería verla, no deseaba hablar con ella porque cada palabra era una puñalada en mi herido corazón. Pero la seguía amando y pese a todo el dolor no quería olvidar ese amor.
Fui al psicólogo durante algunas sesiones. Él me preguntó que deseaba. Sin dudarlo ni un instante le dije que recuperarla. Le conté todo, le abrí mi corazón y le pedí consejo. Me dijo tres cosas. La primera, que no debía sentirme tan mal por sus palabras. Era un acto reflejo en el ser humano. Ella queria alejarse de mi y lo más fácil era no pensando en las cosas buenas, ni tan siquiera creyendo que alguna vez las hubo. Lo segundo que me dijo es que debía olvidarla. ¿Olvidarla para recuperarla? Le pregunté. No, olvidarla para rehacer tu vida. ¡Pero yo la amo! Si, pero ella a ti no. Sinceramente, me costó asimilar ese concepto. ¡Venga, hombre! ¿Cómo no me va a querer? Lo único que pasa es que se ha encaprichado de otro. Pero ciertamente, el señor psicólogo tenía razón. Ella ya no me amaba. La tercera cosa que me dijo tampoco la creí en parte. Tienes dos problemas según veo, una fobia hacia los médicos o más bien hacia lo que podrían decir estos sobre tu salud y creo que eres un poquito controlador. ¿Controlador? Dije. Si, no dejas nada al azar. Puse cara de póquer y le contesté. Eso se llama ser precavido. Y si, lo soy. Prefiero estar cubierto ante cualquier posible eventualidad. Él, en parte asombrado por no aceptar su diagnóstico, aludió. Lo jodido es que no eres igual con todas las facetas de tu vida. Pero no sólo me refiero a eso, Rubén. ¿Cuantos pantalones tiene ella?¿cuantos zapatos? ¡Y yo que se! ¿Crees que los cuento? La semana pasada mencionaste la vez que os peleasteis al entrar en una tienda y dijiste que te enfadaste porque ella quería unos zapatos y ya tenía siete pares. Vale, dije siete por decir un número. Es probable que tenga más. Yo diría que seguro que tiene más. Y me enfadé no porque se comprara unos zapatos sino porque íbamos a comprar unos pantalones que necesitaba y en vez de los pantalones se cogió los zapatos. Eso da igual, Rubén. ¿Y lo de la operación de estética? A ver, ¿preocuparme por ella y no querer que pase por el quirófano ante una operación que no necesita es ser controlador? A veces, la gente tiene que cometer sus propios errores. Me dijo, con mirada severa. Y con todo el odio de mi alma, le miré y le dije. Jamás dejaré que alguien a quien amo se ponga en peligro por una operación que es innecesaria, y si creo que se equivoca se lo diré. Luego la gente, o ella, podrá hacer lo que le venga en gana. Pero no seré un hipócrita y diré muy bien a algo con lo que no estoy de acuerdo. Quiso él tener la última palabra y me contestó de la siguiente forma. Por eso, Rubén, ella se siente controlada y huye de ti. Déjala, olvídala. Aprende de todo esto y rehaz tu vida. 
No le volví a ver. No quise ir más al psicólogo y empecé a escribir. Decidí que tenía que encerrarme y hablar conmigo mismo. Descubrir quien demonios era Rubén. Para ello tenía que ser lo mas sincero posible con mis propios recuerdos. Y así fue como me sometí a juicio. Difícil, extremadamente complicado. Era, al mismo tiempo, fiscal y abogado defensor. 
Y en mitad del juicio aparecieron varios testigos, cosa increíble. Testimonios de personas que me hicieron ver que mi mundo de fantasía, ese en el que todas las parejas viven felices, no es lo que abunda en este mundo nuestro. Había muchas personas que habían pasado por lo mismo que yo. Lo mejor de todo ese extraño juicio es que pude hablar con testigos que estaban en la posición opuesta a la mía, mujeres que habían dejado a sus parejas. Sólo entonces pude entender a mi ex, sus motivos. 
Andando entre los ejércitos enemigos es como supe que ella tenía razón. Donde mejor me desenvuelvo es con mujeres y una vez metido en conversaciones con las bellas guerreras, me fue fácil comprender las motivaciones de su visceral ataque hacia mi. En la lucha no hay compasión. En la batalla sólo vale sobrevivir, sin contemplaciones. Y ella guerreó mejor que yo, sin ninguna duda. Al menos con más valentía y coraje. 
Por eso, durante el juicio me acordé de una expresión que me enseñaron en la facultad. In dubio pro reo. Si existe una pequeña duda, por falta de pruebas o quizá porque no se ha demostrado con suficientes garantías la culpabilidad del acusado, este es supuesto inocente de los cargos que se le imputan. 
Decidí que en la cruenta guerra todo es válido y que nada de lo que se dice o hace es sinónimo de ser cierto o falso. No debía hacer caso de lo que se dijo durante la contienda, por lo tanto, juicio nulo. El acusado, pese a haber admitido su culpabilidad, podía salir del juzgado sin las esposas puestas. Era libre para rehacer mi vida.
Mi cuerpo y alma habían sufrido una metamorfosis.
La culpabilidad, el sentirme un cabronazo sin alma, había dado paso a una persona romántica, un Rubén que se aferraba al amor verdadero. Si ella no era mi alma gemela (cosa que creí durante diez años con todo mi ser) otra lo sería. Y esa otra media naranja andaba en algún lugar del planeta. 
Soñé con encontrar a mi princesa. Me abrí más al mundo. Deseaba que la gente me conociera, con mis cosas buenas y malas y empecé a publicar las entradas del blog en mi perfil de Facebook. Y eso fue raro. Inquietantemente extraño. Las mujeres, no creo que haya ningún hombre que me siga, leían lo que escribía y me decían que era una persona valiente por dejar que cualquiera pudiera mirar en el interior de mi corazón. 
Siempre creí que la gente que se acercara a estas palabras y recuerdos, quien sabe por qué incomprensible motivo, me tacharían de crio, inmaduro, enfádica, y estúpido. Cosas que soy al 100%, por eso me sorpredió al ver que una vez que leían sobre Rubén se interesaban más por mi. Hace unos meses se lo comenté a mi hermano. Y él me dijo algo totalmente cierto, cuando la gente ve que abres tu alma ellos te abren la suya a su vez. Es algo asi como una cierta empatía. 
De ese juicio salí con el convencimiento de que no soy mala persona. Cometí errores y fui un auténtico imbécil en algún que otro momento. Pero casi siempre me regí por el amor, la pasión y el deseo. 
Asi que aquí sigo, meses después de que el juez dictara sentencia, completando mi metamorfosis. Transitando por ese sendero que me lleve hasta un ser más humilde, más sincero, más valiente y más bueno. 
Nunca regalé nada por San Valentín, salvo el último año que estuve con ella. Ese año se me ocurrió una idea. Ella me decía siempre, entre risas pero con mirada seria, que nunca la había regalado unas flores. Y pensé que ese sería un buen día para ser el primero. Pero no iba a ir a una floristería para comprar unas margaritas, su flor favorita. Me pasé toda la tarde viendo vídeos en Youtube sobre origami y papiroflexia, intentaba aprender a hacer una rosa de papel. Como mejor supe le hice dos flores y se las di cuando llegó a casa. ¡Feliz día de San Valentín! A ella se le iluminó la cara y me dio un bonito y romántico beso. 
Ni todo fue horrible, ni todo fue bueno. Ni soy controlador, ni me da igual lo que le suceda a la gente que quiero. Ni me gustan los médicos, ni siento aversión por ellos. Ni soy un loco valiente al contar mi vida entera, ni soy un cobarde que esconde la cabeza bajo tierra. Ni soy tan romántico como para regalar flores cada 14 de febrero, ni me falta pasión al expresar lo que siento. 
Sin lugar a dudas, en el término medio está la verdad de lo que es Rubén.