La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

domingo, 5 de mayo de 2013

El incidente

Esta historia sucedió el sábado pasado. Ahora parece lejana y algunos recuerdos me surgen entre cierta sensación de irrealidad. Sin embargo todo ocurrió como sigue.

- La banda (The band of seven)

Mi día discurría tranquilo en el trabajo, sin mucho estrés, más allá del hecho de que el Atleti y el Madrid empataban a uno. A eso de las 19:30 se presentó un grupo de chicos. La banda de los siete. Alguno ya andaba algo contentillo y el hecho de que una chica andaluza, de Sevilla por lo que pude averiguar unos segundos más tarde, empezara a revolucionar el bar gritando y riendo con una potencia inusitada para su cuerpecito menudo no hacia más que presagiar que la noche sería poco menos que distinta. Esta sevillana se acercó al grifo de cerveza mientras yo tiraba las siete cañas, y muy compungida dijo si teníamos cruzcampo. Claro respondí yo. Y ella, con una sonrisa en la cara al oir mi respuesta, empezó a disertar sobre las maravillas de esa bebida, su relación de amor hacia esa marca y de odio hacia las otras cervezas a las que poco le faltó por decir que eran meados de gato. Y me empecé a reír. La gracia de los andaluces para contar algo es mundialmente conocida y no pude resistirme al encanto de esa mujer a la cual le entregué su cruzcampo entre carcajadas mientras ella me contestaba con un gracias corazón.
La banda de los siete se transformó en un momento. A los veinte minutos más o menos llegó el alma mater del grupo. La cabecilla, quizá la inspiradora de esta historia y sin ninguna duda la causante del incidente.

- El partido (The match)

El Atleti y el Madrid se enfrentaban esa noche en el Calderón. Poco antes el Barça había empatado a dos en un encuentro en el que tuvo emoción hasta el final. Mi alegría por ese empate era visible y al empezar el partido en Madrid pensé que podría mejorar si al Atleti no le daba por hacer la machada de cambiar la inercia de los últimos enfrentamientos.
El encuentro empezó interesante pero la verdad es que era soporífero a más no poder. No tenía chispa. Y encima el bar estaba medio vacío así que me dediqué a hablar con mis chicas. Estuvimos trasteando con un móvil nuevo de una de ellas y probando la señal wifi del local. Es decir, nos estábamos tocando los huevos. Aburrimiento total.
Ya empezado el partido entraron una serie de chicos al bar preguntando por el encuentro. 1-1 es el resultado momentáneo. La banda de los siete hizo acto de presencia. Tres chicos y cuatro chicas. Una de ellas pregunta si tenemos juegos de mesa. Yo pongo cara de poker y me doy la vuelta. Dejo que una de las camareras responda que no. Aún así parece que se van a quedar. ¿Qué vais a tomar, chicos? Les pregunto. 7 cervezas es lo que me piden.
Durante el partido van de un lado a otro de la barra, se sientan en todas las mesas y en ninguna al mismo tiempo. De momento no importa. El bar está poco animado a esa hora y dejo que vayan a su bola. No molestan y hay una chica a la que no puedo dejar de mirar. La octava pasajera.
Los chicos ven el partido mientras ellas hablan de cosas. Se forman tres grupitos. Dos viendo el fútbol. Dos, la sevillana y uno de los chicos, abrazados. Y cuatro chicas hablando, y es este grupo el que tiene todo mi interés.

- El pacificador (The peacemaker)

La vida a veces da un giro por un hecho realmente tonto. Las cosas cambian sin apenas enterarte de como ha sucedido. Es como una chispa que enciende la mecha y desencadena la explosión que manda todo a la mierda.
Al acabar el partido dos de la banda de los siete que en realidad son ocho se van. Por lo que pude entender ella volvía a Sevilla y él quería pasar las últimas horas a solas con su amiguita especial. En ese momento surgió una duda en la banda. Se quedaban a seguir bebiendo o disolvían la reunión. La decisión...se tomaban otra.
Empezaba a llegar gente. Por fin había movimiento. Hice un comentario a mis chicas, ¡vamos a currar algo niñas! Y nos pusimos a ello.
Raciones, bebidas, risas, música de fondo. La cosa pintaba bien hasta que llegó la banda del catedrático. Sólo dos miembros. Ella y él. El jefe es un señor mayor, diría que habría pasado los 60 hace algunos años. El catedrático se suponía el jefe pero nada más lejos de la realidad, la que mandaba era ella. La víbora. La mujer en la sombra.
Al llegar les ofrecí una mesa, parecía que fueran a cenar, pero desestimaron mi ofrecimiento. No, no hace falta. Tenemos prisa que empieza el cine me dijeron correctamente.
A los diez minutos el local estaba a rebosar. Yo andaba cortando un poco de jamón cuando oigo que una voz se alza por encima del resto. Usted es un mal educado, escucho. A lo que el otro responde, si su matrimonio es aburrido no tiene porque amargarnos la noche a nosotros. Levanto la cabeza y veo que las dos bandas están con miradas desafiantes. Espero que las cosas se calmen por sí solas, y sigo atendiendo a la gente. Sin embargo la mujer en la sombra empuja a una de las chicas que da la casualidad que es la novia del mafias, el que hace el trabajo sucio de la banda de los siete que en realidad son ocho. Y esto desencadena una serie de improperios desde la gama más baja como imbécil hasta los más utilizados en estos casos como gilipollas.
En el momento de máxima tensión, el mafias abre su mano y se la planta al catedrático en plena cara. Ahí cierro los ojos. Me imagino subiendo a la barra con el cuchillo jamonero en una mano y en la otra el móvil. Y pegando un grito decir, ¡¡me cago en Dios y en todo lo que se menea!!. Tu, el catedrático, y tu, el mafias, os haré una jodida pregunta. ¿Queréis que baje y que salgamos a la calle y que mi amigo de 40cm hable en mi nombre. O queréis que llame a la pasma y que de aquí no se mueva ni Dios hasta que aparezcan. O, lo que a mi modo de ver es lo mejor para todos, dejar de tocar los cojones y que los demás podamos hacer nuestro trabajo y servir a esta gente que nada tiene que ver con vuestras putas chorradas?
Pero cinco segundos después de imaginarme esto salgo de la barra y me pongo el traje de pacificador. El papel más difícil de interpretar. Tiene que esquivar golpes y a la vez ser frío y calculador y en todo momento saber su objetivo.
Me llevo al catedrático y a la víbora a la calle y le digo. ¿Pero esta loco?¿Quiere que le partan la cara? El otro, aún con la adrenalina recorriendo sus ya seguramente obstruidas arterias contesta, a mi no me toca nadie. Puedo con ese crio. Al que él llama crio es al que yo he denominado mafias, un bigardo de 1,85 de altura y anchos brazos. Intento tranquilizarlo, que la calma vuelva y su sentido común le haga ver lo desigual de la pelea. Pero no entra en razón. Quiere volver a entrar. Pero la víbora le para los pies, más fría que él intuye el peligro y le convence. Y al desestimar al mafias como adversario me echa a mi la culpa del incidente. Ahora tengo que ser tranquilo y no dejar que los diablos me lleven al lado oscuro. ¡Será cabrón el catedrático! Le insisto, ¿qué prefiere que llame a la policía o ir al cine y disfrutar de la película?
El tiempo pasa y hace que su valentía decrezca. Al final se va al cine no sin antes darse la vuelta y despedirse con un hijo de puta que me sabe a gloria. Sonrío mientras les veo desaparecer con el rabo entre las piernas. El pacificador sabe lo que se hace pero aún no ha terminado su trabajo. Me doy la vuelta y a través de la puerta veo al mafias. Ahora le toca a él. Entro y antes de que yo hable se dirige a mi. Me pide disculpas. Yo no acepto un simple lo siento. Le echo la bronca, no te puedes pelear con un viejo le digo. Le podías haber machacado. Y el me argumenta, a mi novia no la toca nadie. Hubiera podido coger una botella y estamparsela en la cabeza, y añade, si tengo un cuchillo le rajo. En ese instante le digo, tu eres un mafias. El sonríe, parece que le ha hecho gracia mi apelativo. Me asegura que es un tipo tranquilo y entonces una de la banda de los siete que en realidad son ocho se me acerca y me pregunta mi nombre. Rubén contesto calmadamente obeservando a la nueva interlocutora. Y empieza a decir que es la mejor amiga del mafias y corrobora que es un buen tío. Habla muy rápido y le digo calma, tranquila, ya pasó. Y vuelvo al mafias y le insisto que no puede hacer eso en una pelea tan desigual. ¿Si se meten con tu novia que harías? Me pregunta. Y yo no se muy bien que contestar. Pero le digo que soy un chico tranquilo y que yo hablaría, intentaría dialogar. Entonces se me acerca la octava pasajera. Y de lo que me dijo ya haré constancia en esta historia.
Pasado un rato acepto sus disculpas y piden más cerveza. La banda se sienta en una mesa y se ríen rememorando la reyerta. Una de mis chicas se me acerca y me dice. Seguramente estos están divirtiéndose y la banda del catedrático aún sigue dándole vueltas a la cabeza pensando que salió mal. Tiene razón. Hay un ganador y no esta en el cine disfrutando de una película.

- El incidente. (The incident)

¿Qué desencadenó todo? El hecho más estúpido que os podáis imaginar. La víbora al llegar deja su chaqueta y la del catedrático en una silla que en ese momento esta vacía. La octava pasajera, sin darse cuenta se sienta sobre ellos. Acto seguido la víbora increpa a esta chica y la amiga, novia del mafias, se mete e insulta a la víbora. Ésta propina un empujón y un tirón de pelo a la novia. La mecha esta encendida. Y parece ser que es corta.

- La susurradora de caballos (The horse whisperer)

¿Qué demonios se de caballos? Nada, cero. Pero ella parecía que dominaba el tema. Mirándola de soslayo mientras parloteaba con sus amigas sobre los equinos me dije, tengo que saber más de ella. ¡Quiero que me adentre en el maldito mundo ecuestre! En realidad me atrajo su simpatía pero también he de decir que no estaba mal. Pelo rubio, largo y liso. Vestía vaqueros ajustados y un jersey fino que acentuaba sus curvas. Mirada alegre. De bicho. Un bicho travieso y divertido.
Ya con su entrada en el bar se vio que era diferente. Nada más llegar, los cinco primeros minutos se pasó el rato haciendo coletitas a los chicos. Se movía con gracia, su risa era contagiosa.
Un par de veces creo que me pilló mirándola pero no desvió la mirada. Quizá ella también se había fijado en mi o quizá sólo eran imaginaciones mías. Deseos de que así fuera.
Cuando el trabajo llegó dejé por unos momentos de estar pendiente de ella y no observé el incidente. La chispa que encendió todo. Y al salir a separar a las dos bandas ella se me acercó y me dijo con cara triste y arrepentida. Lo siento. No fue mi intención. Yo la miré como quien mira a una niña pequeña que instantes después de hacer una travesura se da cuenta de lo que hizo y la dije no pasa nada, tranquila. Y la aparté con una suave caricia en el brazo. Se sentó y pude concentrarme en las bandas.
Más tarde, cuando los ánimos se calmaron y hablaba con el mafias se me acercó de nuevo. Me miraba a los ojos y no pude aguantar esa mirada. Al mafias pude echarle la bronca, esta chica me desarmó. La criptonita del pacificador sin duda. Pues mirándome a los ojos se pone a mi lado y coje mi corbata. Y ajustandome el nudo con sus manos dice. Hola chico de la corbata de corazones que tanto me gusta, (¿la corbata o yo? Me pregunté en ese momento), él no ha tenido la culpa. Sólo defendía a su chica. Si alguien se metiera con mi novio me lanzaría a la yugular del pobre que lo hiciera. Yo, alucinado, primero por la proximidad de la octava pasajera y después porque sin lugar a dudas parecía toda la banda sacada de la Sicilia de principios del siglo XX, me quedé sin palabras. ¡Estúpido, di algo ocurrente! Pero nada, sólo sonreí. Y la oportunidad se fue.
La susurradora de caballos seguía con sus historias, y yo detrás de la barra seguí pensando en frases no dichas.
Cuando se fueron yo me encontraba en la puerta, pendiente de la banda del catedrático y que no pasaran a liarla de nuevo al acabar el cine. Clara, que así se llamaba la octava pasajera se puso a mi lado y estuvimos hablando unos minutos. Una chica de Granada con mucha simpatía pero ya con síntomas evidentes de que la cerveza se le había subido a la cabeza. Juntaba frases coherentes con chorradas estúpidas. Desaproveché la ocasión cuando la tuve y ya solo pude mirar como se iba mientras la decía, hasta luego Clarita al tiempo que ella se giraba y me sonreía diciéndo hasta luego guapo.