La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

viernes, 22 de marzo de 2013

Gladiador

Hace años estuve en el Coliseo, en Roma. Al entrar sentí algo especial. Un escalofrío recorrió mi espalda al sentarme durante un rato y observar ese lugar. Cientos de vidas habían embarcado desde allí en la barca de Caronte. Cientos de almas habían pasado al otro lado del río Estigia o Aqueronte, lo mismo da, camino al infierno. Gladiadores que luchaban por su supervivencia, matar a cualquier precio. Nadie se podía poner en el camino de la libertad ya fueran leones o tigres o el peor animal salvaje de todos, otro gladiador.
Agarrarse a la vida, por eso combatían. Aferrarse a lo único que podía sacarles de su triste existencia. Sus propias ganas de vivir. Pelear con cualquier cosa que tuvieran a mano. Incluso si fuera necesario matar a su adversario a bocados. Todo vale. En el foso no hay leyes. La mente y el cuerpo están unidos por un fin común que es llegar al desenlace final con vida. Conseguir que el emperador, viendo tu pundonor y tu valentía, te perdone la vida. Que la gente vitoreé tu nombre y hacer presión para que el pulgar mire hacia arriba.
Me considero un gladiador. Un luchador nato. Hace meses me agarré al ejercicio físico para sobrevivir, para no sucumbir ante mi desgana y apatía. De la rabia saqué la fuerza, de la incomprensión de los hechos saqué el impulso necesario para obligarme cada tarde a fortalecer mi cuerpo. Ese era el punto de partida. Y como dijeron los antiguos sabios mi lema fue mente sana en cuerpo sano.
Pero llegó un momento en el que la rabia se fue y cada vez me resultaba más difícil seguir el ritmo endiablado que me había propuesto. Lo que en un principio hacia sin descanso ahora me costaba bastante más. Pero entonces me topé con Greg. Viendo variantes de ejercicios en Youtube di con un video de este tipo. Al instante me enganchó. La forma de hablar, de entrenar, de enfrentarse a la vida me hipnotizaron. En realidad, desde fuera, parece un maldito tío cachas vanidoso y bastante presuntuoso. Pero lo que dice y como lo dice es realmente interesante. Y desde luego sabe motivar.
¿Cuando sabes que has dedicado el suficiente tiempo a una cosa? Siempre que haces algo te preguntas, ¿ya está bien o sigo un poco más? Y este tío responde con algo de lo más coherente. Si hoy dices que no es suficiente mañana siempre tendrás suficiente. Es decir, no hay que conformarse. Hay que ir hasta el final. Quedar agotado y extenuado en el intento. Hay que aprovechar el tiempo que tenemos y exprimirlo al máximo. Rendimiento óptimo. Que toda la energía que aportes se vea recompensada con lo que deseas conseguir.
La diferencia entre un ganador y un perdedor no esta en la genética de esa persona ni en su posible potencial sino en la perseverancia. Cuando uno cae hay que levantarse e intentarlo una vez y otra y otra. El perseverante es el que gana.
Mientras escuchas a este hombre te dan ganas de invadir Polonia como una vez dijo Woody Allen de Wagner.
Y en este momento lo pongo de fondo mientras me visto para bajar a la guerra. Para hacer ejercicio. Cada día me cuesta más. El cuerpo físico esta agotado. Me siento como sí me hubiera caído de una azotea y al caer me hubiera golpeado con todas las ramas de un árbol. Por eso tengo que mentalizarme. Saber que el éxito es duro. No es un camino sencillo.
Y lo peor de todo es el ego. La vanidad. Esto hay que hacerlo por uno mismo, sino estas condenado al fracaso.
En cada faceta de nuestras vidas cada objetivo debe ser nuestro. Para estar a gusto con uno mismo. Para mirarse al espejo y decir lo has conseguido.
Greg, el a priori prepotente hombre con más músculo que cabeza, se ha convertido en mi salvador por llamarlo de alguna forma. En la persona que con sus ideas, con sus arengas ha mantenido mi fe en un Rubén mejor. Tanto físicamente como mentalmente.
El miedo que puedo llegar a tener es bueno, yo lo creo, yo puedo destruirlo. No hay que temer nada. Paso a paso, superando metas, lo conseguiré.
Y el gladiador sale a la arena pertrechado con sus escasas armas, una pequeña espada corta, un escudo, un casco con una pequeña visera coronado por un puñado de plumas y un brazalete que le cubre parte del pecho. Sus únicas defensas ante la muerte, ante el fracaso. Y si mirásemos a los ojos a estos valientes, a estos hombres de otra época veríamos vida, coraje, arrojo, fuerza, determinación. Su mirada sería de absoluta certeza de que venderían cara su piel. Vencer o morir.
Esa es mi mirada ahora mismo. The eye of the tiger. La mirada del tigre.

martes, 19 de marzo de 2013

No hay nada más triste que los caballitos pony

Ayer me dirigía al trabajo y escuchaba en la radio este estribillo de una canción que jamás había escuchado. Repetía una y otra vez el cantante del grupo que no había nada más triste que los caballitos pony. En un principio me descojoné, porque no decirlo. Pero luego me puse a pensar. ¿Habrá cosas más tristes que los pobres animalitos del estribillo?
Y claro, encontré varias que si lo eran.
Por ejemplo, es triste que el sábado alguien me pidiera algo para comer. Un tio de entre 30 o 40 que me dijo que no tenia dinero y que estaba sin trabajo. Le preparé un bocadillo de tortilla y al salir de trabajar me encuentro el bocadillo tirado en la calle. Mucha hambre no tendría. Que pena de tortilla.
Parado en un semáforo, unos kilómetros después de escuchar la canción, pasó una chica empujando una silla de ruedas. En ella iba un señor muy mayor, tapado con una manta hasta el cuello. Eso me pareció muy triste. Acabar así tus días, dependiendo de otras personas para hacer lo más sencillo del mundo que es andar. Hace unos días escuché a dos señoras en el metro. Ya mayores pero se conservaban bien, y una le decía a la otra, envejecer es una enfermedad. Entonces pensé que ese comentario era algo desmesurado pero viendo al pobre señor de la silla de ruedas descubrí que tenía toda la razón del mundo. Es jodido envejecer.
Sin duda es triste ver a una señora de sesenta y muchos operada de la cara, ponerse labios o botox. En realidad, esto más que triste me parece patético. No se quien les habrá dicho que queda bien. ¿En qué planeta eso se considera sexy?
Una cosa realmente triste es descubrir que tus padres son los reyes magos. Eso es una auténtica hecatombe. La desilusión al darte cuenta del engaño navideño es morrocotuda. Toda tu infancia portandote bien para que la noche de reyes no se olvidaran de ti y se colaran en casa dejando regalos y luego todo es un vulgar timo.
Para llorar es el tema del dentista. Me parece tristísimo que haya gente que se gane la vida sacando dientes. ¡Por dios santo, son los torturadores del siglo XXI! Aprendices de los verdugos de la santa inquisición.
Bueno, y no me digáis que no es lamentable sentarse encima de las gafas de sol. Se me parte el alma.
Una de las cosas más tristes, sobre todo para ellas, es encontrar que no te entran los vaqueros. Eso al menos reza la publicidad de los all-bran. Nada, ¡a desayunar los copitos de trigo!¡hip, hip, fibra!
Conocer a una persona, y que al mes ella se vaya 10 días a otro país es verdaderamente trágico. Sobre todo porque desearías haber ido con ella.
Una de las cosas más tristes que me han pasado es comprar un helado y que antes siquiera de haberlo probado se caiga al suelo. Eso es una absoluta catástrofe. ¡No!¡Qué he hecho para merecer esto!
En fin, si que hay cosas más tristes que ver a los caballitos pony.


viernes, 15 de marzo de 2013

¿Pirata o corsario?

Dentro de unos días iré a La Manga de nuevo.
Será la tercera vez en pocos meses. Cada una de ellas con mentalidad diferente y por lo tanto habré visto 3 versiones de ésta.
Al igual que cuando uno relee un libro al cabo de los años y descubre nuevos matices en su lectura he observado cambios y lugares ocultos de mi forma de ser. Un nuevo Rubén ha surgido.
La primera vez fui acojonado de la vida, acojonado por la soledad, acojonado por sentirme abandonado. Estaba triste y me hacía demasiadas preguntas. Aún luchaba por algo acabado, daba coletazos cual pez fuera del agua intentando superar la muerte, y al igual que el pez da sus últimas bocanadas buscando el mar y su habitat yo suspiraba por volver a mi anterior vida y recuperar mi territorio. La visión que tuve de La Manga la podéis leer aquí. Desencanto. Añoranza por un tiempo mejor. Veía las cosas a través de una mirada melancólica. Mis ojos, llenos de tristeza, observaban cada lugar de este pueblo con un toque de amargura y pesadumbre.
La segunda vez huía. Me fui a La Manga huyendo de la felicidad que parece haber en las Navidades. No soportaba la aparente dicha de la gente. Yo no era feliz y por ende quería que nadie lo fuera. Y como no podía evitar eso me largué al único lugar que conozco que esta desierto en esa época del año. Eran sentimientos egoístas. Sin embargo, fue un viaje esclarecedor. En mi soledad me di cuenta de que lo único que valía en ese momento de mi vida era yo. Y que para salir de ese agujero en el que me encontraba, primero tenía que estar a gusto conmigo mismo. En ese viaje apagué el móvil, me desvinculé del mundo y paseé a solas. Me levantaba cada mañana y miraba el mar. Descubrí la soledad del marinero pese a estar en tierra firme y me gustó. Desayunaba mi croissant sentado en la terraza de mi casa escuchando las olas y mis pensamientos. Hacia mucho tiempo que no me escuchaba, demasiado. Este segundo viaje también lo narré aquí y podéis ver que hay, sin duda, esperanza en mis palabras. Se ve un sendero hacia la recuperación interior, el comienzo de un nuevo camino. Aún distaba mucho de estar bien, de hecho estaba a mil malditos kilómetros de estar en armonía pero había dado un gran paso.
Esta tercera vez, a diez días vista de mi viaje, estoy tranquilo y nervioso a la vez. Nervios por estrenar mi coche nuevo. Un reciente compañero de viaje con el que haré el camino iniciatico hacia la costa al igual que hice con mi anterior amigo. El mismo recorrido, las mismas fechas, distinto Rubén.
Sí, soy otro. Ya no estoy triste ni huyo. Ahora deseo disfrutar cada momento. Sea cual sea este. Si es bueno me reiré y si es malo lloraré pero sin temor, sin miedo. Ahora estoy tranquilo. Todo aquello que perturbaba mi alma se quedó atrás. Mis obsesiones están controladas. Mis debilidades las mantengo a raya. Algún día me levanto con mejor humor que otros pero supongo que como cualquier hijo de vecino. Todo el mundo tiene sus idas y venidas. Todos pasan por esos días en los que te apetece tumbarte en la cama, taparte hasta las orejas, hacerte un ovillo y dejar salir alguna lágrima. No creo que sea malo, al contrario, creo que es liberador. Después te sientes mejor. Te sientes como un navegante en su buque en medio de la mar. Libre para ir en la dirección que desees.
¿Qué soy yo, un pirata o un corsario?
Un pirata es un navegante que asalta buques en busca de dinero. Oro y joyas. Riquezas. El corsario es lo mismo pero con un matiz. El rey o la reina de turno le da a un pirata un papel, una patente de corso, con el cual ya puede asaltar a los enemigos de la corona sin transgredir la ley. Eso si, tendrá que compartir el botín.
¿Qué seré? Seguridad o valentía. Me decanto por ser pirata. No esconderme de lo que soy. Enmascarar la naturaleza de uno mismo detrás de cualquier excusa torpe y superflua es una tontería. Un corsario es un pirata que no se atreve a dar ese paso y hacer lo de siempre, atacar y desvalijar buques, sin red. Se guarda el as en la manga de la patente pero el sabe lo que es. Un pirata. El peor de todos. El que no va con la verdad por delante.

lunes, 11 de marzo de 2013

Accidente

Momentos antes estaba feliz. Sonriendo delante de ella, bebiendo poco a poco para alargar la noche. Disfrutando de su voz, de sus historias, de sus ojos.
Instantes antes conducía pensando en lo rápido que suceden las cosas, en lo lejano que se me antojaba la tristeza. Mientras recorría Madrid mi semblante reflejaba mi estado de ánimo. Absoluta felicidad por haber estado junto a ella. 
Segundos antes tomaba una curva, un fatídico giro hacia la derecha. Y de pronto el coche hizo un extraño. Noté la parte de atrás deslizarse. La carretera desapareció unas milésimas de segundo. Estaba  haciendo un giro de 360º. En ese instante me di cuenta de que la cosa pintaba mal. Y a mi mente vino solo una meta, una idea, un objetivo. Sobrevivir. Hace tres o cuatro meses me habría dejado llevar. Si el destino decidía que era mi momento no habría hecho nada por evitarlo. Sin embargo en esos momentos quería salir de ese trance con vida. Había algo por lo que luchar. Y así hice. Cogí el volante con fuerza y lo gire en el sentido contrario del deslizamiento para intentar contrarrestar la inercia del coche. No lo conseguí y acabé por completar el círculo. Una circunferencia que me llevo a impactar contra una valla. El choque fue sonoro, el metal del coche crujió, los airbag sisearon, chasquidos por todos lados. El coche salió rebotado y aún con las manos en el volante, sin haberlo soltado, pude situarlo en un lugar donde no estorbara a la pocos coches que pasaban a esa hora de la noche por esa carretera. A duras penas veía nada. Había humo dentro del habitáculo. Humo blanco, pero no olía a quemado. No olía a fuego. Reaccioné rápido e intenté abrir la puerta, estaba atascada. Empujé más fuerte y una abertura mínima me dejo sacar una pierna. Me paré en seco. Se me olvidaba algo. Las llaves. No se por qué pero pensé que era mejor girar la llave del contacto y quitarlas. Con ellas en la mano salí. Fuera, en la oscuridad de la noche, había un silencio roto por un susurro. Y como sí fueran los últimos extertores de un animal herido de muerte escuche a mi infatigable compañero de viajes susurrar algo. Un sonido débil, un silbido apenas audible. Y de pronto, cesó. Había muerto. Me alejé unos metros y en ese preciso momento al mirar el coche vi la magnitud del suceso. Y todo el aplomo  y determinación que tuve durante los dos minutos anteriores se desvaneció. Empecé a temblar. Me encontraba en un puente. La valla contra la que había chocado me había salvado de un desenlace mortal. De una caída al abismo del olvido. Durante 10 minutos me quedé inmóvil, mirando mi coche. Mi cerebro se quedó bloqueado. Un coche me sacó de mi ensimismamiento. Paró y escuché a alguien preguntar si estaba bien, si necesitaba ayuda. Contesté mecánicamente que todo estaba bien sin mirar siquiera a la voz que se había dirigido a mi. El coche arrancó y se fue. Me quedé sólo, en medio de la carretera y por fin cogí el móvil. Mis manos temblaban. Busqué el número de mi madre y pulsé para llamar pero al momento me acordé de que ella lo apagaba  por la noche. No pensé en llamar a casa, sólo un nombre me vino a la cabeza. El de ella. Y la llamé. He tenido un accidente dije. Ella contestó voy para allí. Ni se lo pensó. Me preguntó que donde estaba y conseguí darle mi ubicación pese a estar aún algo desorientado. Me senté en un muro de hormigón a esperar. Una espera interminable, tanto que la volví a llamar. La necesitaba ya. Oír su voz por teléfono me devolvió algo de valentía y mi mente renació, se puso en marcha. ¿Cuál era el siguiente paso? Me acerqué a mi coche y con el respeto que se le tiene a un compañero muerto en acto de combate abrí la puerta del lado intacto. Una nube de humo salió como sí de su espíritu se tratara y se elevó hacia el cielo. Descansa en paz. Abrí la guantera y saqué los papeles del coche. ¿Dónde narices está el número del servicio de atención en carretera? Maldita sea. ¡Por qué guardaré tantos papeles inservibles! Después de varias imprecaciones de este estilo encontré el dichoso número y marqué. Me enviarían una grúa lo más rápido posible. Y mientras hablaba con el operador apareció ella. Una visión celestial. Mi ángel de la guarda. Deseaba abrazarla, sentir que estaba vivo, ya que aún no me creía haber tenido tanta potra como para salir indemne de este calamitoso accidente. El abrazo fue reparador, reconfortante. Pude sentir su olor y eso realmente me tranquilizó. Empezamos a organizar todo. Ella puso orden en mi mente. Chaleco, triángulos, grúa. Todo listo. Todo preparado. Excepto un inoportuno inconveniente, la guardia civil.
Tenía miedo. Uno nunca sabe si tienen un buen día o uno malo y dependiendo de eso la cosa podía derivar en algo mucho peor. Ahora lo recuerdo todo como sí fuera un poco surrealista. Primero llegó una pareja, me preguntaron si estaba bien y si necesitaba una ambulancia. Les dije que físicamente estaba sin un rasguño y que ya había llamado a la grúa. Las preguntas eran formuladas de forma seca, concisa, sin miramientos. Querían mover el coche a un lugar más seguro y uno de ellos se subió y el otro empujó. Una vez colocado mi coche donde ellos querían apareció la furgoneta de atestados. Pregunta crucial. ¿Has bebido? Tenemos que hacerte la prueba de alcoholemia. Mi respuesta refleja, instantenea, fue decir que no. Protegerme. Acto seguido dije la verdad, una copa muy corta hace un par de horas. Soplé. 0.0 marcaba el lector digital y un suspiro de alivio se debió escuchar a mi alrededor. A partir de ese momento ellos se relajaron, más de lo que yo hubiera querido ya que empezaron a mirar el coche y bromear. Uno de ellos comentó, por el coche ya ni te dan 100€, a lo que otro dijo, lo que más vale son las ruedas. Deberías quitarlas dijo un tercero entre risas. Yo, nervioso aún, lo único que podía hacer era reírme y alucinar. Cinco minutos después se fueron, no sin antes darme la puntilla cuando un guardia civil se giró y antes de entrar en su coche preguntó, ¿tiene gasolina? Contesté que estaba el depósito lleno. Y entre risas me dice pues sacalá mientras llega la grúa.
Después de esta escena más bien cómica me quedé a solas con ella. La abracé de nuevo. Necesitaba su contacto, sentirla cerca de mi. Su calma me calmó a mi. Hablamos. En un momento dado ella me ofreció su coche, no lo utilizaría en unos días y me lo dejaba. Naturalmente decliné el ofrecimiento. Gesto extremadamente amable porque se que lo decía en serio.
Al rato llegó la grúa y el mecánico me confirmó que el coche estaba mal. Un entierro era lo más lógico, no había cura para mi fiel compañero. Mientras el hombre enganchaba los cables me despedí de él. Le di un beso y acaricié el lateral con pena. Firmé un papel y le vi desaparecer en la oscuridad de la noche.
Ella me acercó a mi casa. Estuvo conmigo hasta el final, incluso más allá.
Al llegar a casa me desnudé y me metí en la cama. Esperé a que ella llegará bien y la llamé. Estaba tan agradecido por su ayuda, por su compañía en esos momentos que sólo por eso ya permanecerá en mi corazón y mi mente para siempre.
Milagrosamente no me ocurrió nada. Y el accidente, si algo bueno tuvo, es que me di cuenta de que la vida te da segundas oportunidades. Habrá que aprovechar y esta vez hacer las cosas bien.

martes, 26 de febrero de 2013

Sombras y enigmas

Dos momentos de mi vida unidos por el misterio.
Roswell, Nuevo México. En verano de 1947 algo pasa la estratosfera a toda velocidad e impacta en un rancho. El primero en llegar y ver los restos esparcidos por el suelo fue el granjero dueño de los terrenos. Este avisa a las autoridades extrañado por lo que encuentra. Rumores. Un platillo volante se ha chocado en suelo americano. Teoría. Fue un globo meteorológico. Posibilidad. Un globo espía del proyecto Mogul. Quien sabe lo que ocurrió pero esto, que vi relatado por primera vez en la serie Expediente X, me dejó pensativo. Curioso por el misterio y las conspiraciones. Yo, de adolescente, era un fan de Fox Mulder y su pelirroja compañera Dana Scully. Descubrí junto a ellos un mundo lleno de incógnitas, historias muchas de ellas fantasiosas pero basadas en hechos reales. Recorrí, disfrutando de sus aventuras, la geografia de ese pais lleno de casos sin resolver. La atmósfera me encantaba, bosques perdidos del norte, desiertos del sur, pueblos extraños, casas nada comunes, personas atípicas. The truth is out there rezaba un póster de la oficina de Mulder en el sótano del edificio del FBI en Washington. Y con ese lema como leit motiv me interesé por esos temas. Quizá llevado por el entusiasmo me puse en contacto por email con un tipo. No recuerdo como conseguí su dirección. Este hecho ocurrió hace mucho tiempo, cuando tener internet en las casas no era muy común. El caso es que escribí a este chico por un asunto. Él distribuía una cinta en la que se supone se veía la autopsia real de los extraterrestres que encontraron en Roswell y llevaron al Area 51. Curioso, como soy yo, le dije que estaba interesado. El video VHS vendría contra reembolso. Nunca llegó a mi casa. La grabación en realidad era falsa, un montaje que ahora se puede ver gratuitamente por la web. Entonces yo era un alma cándida y creía. Otro lema de los X-Files. Believe.
Así comenzó mi interés por todo lo inquietante y extraño.
Y este mundo en el que vivimos esta lleno de sombras y enigmas. Y el misterio es el nexo de unión con el momento más reciente.
Empezaré por el principio. Todo comenzó con una llamada.
El viernes me encontraba en la cama, leyendo. El reloj marcaba la una y media de la madrugada y estaba haciendo tiempo hasta que comenzara el partido de la NBA. Mis pensamientos vagaban por la historia que en esos momentos me tenía totalmente absorto cuando de pronto el móvil vibró. Extrañado miré la pantalla. ¿Por qué me llamaba mi ex a esa hora un viernes? Preocupado cogí el teléfono y pulsé el botón de aceptar la llamada. ¿Si? Dije. De fondo se escuchaba su voz, unas risas y jaleo. Estaba en un garito. A los pocos segundos colgué. Mi mente, humana y por ello defectuosa, pensó mal. ¿Por qué llama? Tres semanas antes ocurrió algo parecido. Su teléfono esta juguetón, acabé por pensar, desechando cualquier maldad. Sin embargo, me quedé algo desconcertado. Al poco empezó el partido y a alguna hora indeterminada de la madrugada me quedé dormido escuchando de fondo los comentarios de Daimiel. Esta llamada desencadenó una serie de hechos cual mariposa que bate sus alas en un parque de Lincoln, Nebraska, y provoca un tsunami en Kanazawa, en la prefectura de Ishikawa, Japón. La famosa teoría del caos y la imposibilidad de controlar todas las variables.
El sábado me levanté con pocas ganas de nada. A medio camino entre la apatia y la desidia. Y me dispuse a hacer algo de ejercicio y dejar que la adrenalina me subiera algo el ánimo. La música a todo volumen en mis cascos ayudó un poco. Pero aún así estaba raro. Esa llamada de la noche anterior me dejó algo trastocado. El domingo me desperté aún más vago y perezoso si cabe. Puse música y quise cantar. Algo que me anima bastante pero no funcionó esta vez. Inconscientemente jugaba con el móvil, pasando nombres en la agenda y casualmente vi uno. ¿Quien era? Allí estaba desde hacía mucho tiempo, en la M, antes de la N de Noe y después de la L de Laurita. ¿A quién correspondía ese nombre? No conseguía ponerle una cara y me dije, ¿por qué no escribir un mensaje y averiguarlo? Quería hablar de algo banal con alguien, una conversación trivial, sin decir mucho, simplemente pasar el rato. Y con un hola comencé la conversación. Yo no me acordaba de ella, pero ella estaba igual. La charla se basó en descubrir que lugar habíamos compartido para saber yo su nombre y número. Sentía curiosidad. Y fue como un juego de mostrar y contar. Aún así no conseguimos averiguar mucho. Y el suspense siguió pululando por mi mente.
Ayer por la noche estaba de nuevo en la cama, leyendo. Y un pensamiento se metió en mi cabeza. Me apetecía seguir indagando sobre esta historia y la escribí. Al rato contestó y charlamos. Esta vez fue como un cuento,  una fábula de los hermanos Grimm, quizá un relato de hadas mágicas. Yo escuchaba música mientras leía. Vangelis. Y siguió sonando durante toda la noche. Piano, flautas y violines creaban un ambiente irreal. La enigmática historia se tornaba por momentos más singular, ya que en un momento dado, no se como ni por qué, dije donde había nacido. Y, por caprichos de la vida, ella había visto la luz en las mismas salas en las que yo respiré por primera vez. Un hecho insólito. La clínica en cuestión no se sí tendría muchos nacimientos pero el dato es inquietante. ¿Qué probabilidades hay de que esto suceda?
Esta pequeña bailarina me había producido una extraña curiosidad pero ahora tenía toda mi atención. 
Sin duda el cuento o la fábula, como queramos llamarlo, es digno de mencionarse. Pasé un par de horas muy divertidas y me sorprendí riendo por primera vez en mucho tiempo. Pero una vez más mi mente maliciosa cogió el timón. Y esta mañana me he despertado con la sensación de haber estado hablando con un fantasma. Eso es lo que es, un espejismo, una visión vaporosa. Es como un reo que está en su celda y ve pasar a la mujer de otro preso al que va a visitar. Él intuye la figura a través de los barrotes, huele su perfume, siente la respiración al pasar. Intenta capturar ese momento en su mente. Pero desaparece. Se desvanece rápidamente. 
El cuento de los hermanos Grimm o de Hans Christian Andersen se ha transformado en un relato de fantasmas de Charles Dickens.
Pelin melodramático. Puede ser. Lo que es seguro es que sí pasan otros 12 años sin volver a saber de esta persona me acordaré de quien es. Vaya que sí lo haré. 
"Según vamos adquiriendo conocimiento, las cosas no se hacen más comprensibles, sino más misteriosas." Albert Schweitzer.

sábado, 23 de febrero de 2013

¿Qué estarías dispuesto a hacer por amor?

A pocas horas de los Oscar y de saber cual es la película del año voy a contar un momento que he repetido varias veces.
Ya he mencionado aquí mi amor por el cine y mi pequeña aventura al intentar introducirme en el mundo del séptimo arte. Hoy, sin embargo, hablaré de algo más pueril, la gala de premios de cine más famosa y con más glamour, el lugar donde un tipo como yo querría estar al menos una vez en su vida.
¿Cómo vivía yo ese momento?
Los premios siempre han sido el domingo de madrugada por temas de cambio de horario con Los Angeles. Desde unos días antes ya montaba mi propia semana del cine y cada noche veía una película a modo de un festival propio, un Sundance casero podríamos decir. No ponía cualquiera, visionaba alguna que tuviera algo especial, alguna que me hubiera llamado la atención por algo. El viernes o el sábado me iba al cine y procuraba comprar una entrada para alguna pelicula que estuviera nominada, y así prepararme para el domingo. La misma tarde de la gala solían poner alguna en la televisión relacionada con los premios del año anterior y por supuesto me sentaba en el suelo del salón y la disfrutaba con nervios. Si, me ponía nervioso como sí fuera yo uno de los nominados y pudiera ganar la preciada estatuilla.
Y por la noche, a eso de las 12, conectaban en directo por el plus. En mi casa no estábamos abonados pero mis vecinos si y por temas de conexión, desde una tele con antena de cuernos, se cogía la señal. En cuanto colocabas la antena de cierta forma se veía genial. Me encerraba en mi cuarto, apagaba la luz y me sentaba en el sofá que tenía. Al mismo tiempo, quizá a la una de la mañana, ponía la radio. En la Ser radiaban la gala y me encantaban los reportajes y comentarios que hacían. Tanto era así que grababa las 5 horas de programa en cintas de cassette que aún conservo por algún sitio.
Al ver la alfombra roja y la entrada al teatro con las estatuillas gigantes se me erizaba el pelo. Una sensación de desear estar allí y recorrer ese tramo con los flashes de millones de camaras centelleando ante tus ojos, medio mundo pendiente de cada gesto y sentirte en la cima al ser vitoreado por la multitud. Soñaba despierto. Vanidad en estado puro. Pero no era sólo eso. Cada película, cada actor, cada director tienen su historia personal. Historias de superación, batallas de una guerra. Eso es lo que me emociona, la creatividad. La genialidad de gente como James Cameron, que creó una cápsula submarina especial para filmar escenas reales del Titanic. Actores como Tom Hanks, que adelgazó tanto para Philadelphia que su vida incluso corrió peligro. Se ingenió un sistema en Apollo XIII para simular la ingravidez en el espacio, un avión especial se lanzaba en picado desde mucha altura y así se pudieron rodar las escenas en las que Tom Hanks juega con bolitas de líquido flotantes. Stallone estuvo nominado a dos Oscar por su guión y la interpretación de Rocky, por ser cabezota ya que pidió expresamente ser él mismo el protagonista de "su película" rechazando cualquier oferta que no le tuviera en cuenta como actor principal.
Todos estos hechos son los que emocionan al ver a los protagonistas sentados en sus butacas esperando ser nombrados como ganadores. Cada rodaje tiene un mundo detrás y muchas veces ni nos enteramos. Harrison Ford era un carpintero que trabajaba arreglando el plató de un rodaje cuando Lucas se fijó en él y lo convirtió en Han Solo. Marlon Brando para el casting de Vito Corleone se colocó dos trozos de naranja en la boca y así consiguió darle al personaje ese cariz y personalidad que le daría un Oscar por El Padrino.
La genialidad de la gente, eso es lo que me asombra y emociona. La creatividad. La originalidad.
Y hacia mucho tiempo que no realizaba mi ritual de ir a ver una película el fin de semana de los premios, y hoy he visto algo que me ha hecho darme cuenta de por qué adoro el cine.
Django es sublime. Una vez más Tarantino nos adentra en el mundo de la venganza y el amor. Visualmente es magistral, con un colorido propio de los western italianos de Corbucci o Leone a los que sin duda rinde culto. Distintas tonalidades de marrón. Ese ocre polvoriento, ese caoba de la madera de edificios y carromatos, el color chocolate oscuro del barro. La sangre toma un tono aborgoñado. Esa devoción que Quentin tiene hacia el spaghetti western se hace patente dándole un pequeño cameo a Franco Nero, el otro Django.
Pero lo que mejor hace este genio del cine es escribir unos guiones increíbles. Los diálogos están llenos de un humor ácido, incluso te ríes en algunos momentos con un tema tan escabroso como la esclavitud en la América antes de la guerra civil.
La forma de expresarse es, con mucho, la más original que he visto.
Un tema a parte es la música. Excepcional en cualquier película suya. No sólo por la música en sí, sino porque sabe meterla en el momento adecuado y escoger la escena idónea para esa canción.
Pero lo realmente importante en el cine es que te haga sentir, que lo que te estén contando llegue a ti y te golpee en plena cara y te haga preguntarte ciertas cosas. Que no te deje indiferente.
Mientras estaba sentado en la butaca viendo como ese vengador negro iba en busca de su amada pegando tiros a todo el que se le ponía por delante me preguntaba, ¿qué estaría dispuesto a hacer yo por amor?¿sería capaz de ser también una especie de Sigfrido, una versión moderna de la leyenda alemana? Mi respuesta es rotunda, sí. Siempre he luchado por mis ideales y por el triunfo del amor. Romántico empedernido, seguramente. Otra cosa es que haya fracasado en el intento. Pero cualquiera que haya tenido éxito te dirá que lo ha tenido porque antes ha fracasado muchas veces. Como dice el tema principal de Django, after the showers is the sun. Will be shining...Django, you must go on.

lunes, 18 de febrero de 2013

Honolulu

Mi llegada a la isla de Oahu fue extraña. Debido al cambio de horario, llegaba a Hawaii desde Seattle y a que en las islas anochece muy pronto, mi sensación al pisar el aeropuerto de Honolulu fue de lo más rara. El equipaje tardó en salir y después de una hora de espera por problemas en la cinta transportadora me dispuse a coger un taxi. Y en el camino hasta la parada me di cuenta de que estaba en otro mundo. La humedad era increíble. La sensación de calor agobiante, sobre todo porque en Seattle hacia un frío de mil demonios, te daba la bienvenida a la isla situada en medio del pacífico. Y entonces me fijé en la gente. Enorme. Los hawaianos son muy, pero que muy grandes. De pronto sonreí, veía a la gente con el típico collar de flores, el lei. Algo tan de allí me hizo olvidar el cansancio y mi mentalidad fue otra. Desear empaparme desde ese primer momento de la cultura polinésica. Sin embargo al coger el taxi mi semblante cambió, ¡estaba lloviendo! Iba a Hawaii para disfrutar de la playa y me topaba con la lluvia. No me lo podía creer.
Mi hotel, uno de los dos en los que estuve, se encontraba en Waikiki Beach. El trayecto desde el aeropuerto fue un poco decepcionante. Quizá por estar lloviendo, pero al bajar del taxi me quedé con la boca abierta. Me encontraba delante de un hotel curioso, lleno de detalles y adornos hawaianos. En la entrada un hombre me saludó con un aloha y desde ese mismo instante me relajé y disfruté. Para mi era un sueño estar allí y mi cara debía de delatarme porque el botones que se ofreció a coger mi maleta me miró sonriendo y me guiñó un ojo diciéndome en un inglés con marcado acento. ¿Bonito eh?
La habitación que me dieron era bastante buena para el precio por el que había hecho la reserva. Una habitación con un pequeño jardincito que daba a la piscina. Y al salir a contemplarla ya supe a ciencia cierta que estaba allí, en Hawaii. Un hombre cantaba canciones polinesias mientras la gente cenaba rodeada de antorchas junto a la piscina. Realmente encantador.
Era tarde y estaba agotado así que fui a dar una vuelta y ver si encontraba un sitio abierto para comprar algo de cenar y tomarlo en el el jardín de la habitación.
Cuando uno espera algo con muchas ganas crea unas expectativas difíciles de cumplir y esa primera inspección de los alrededores del hotel no me causaron gran impresión. Lo que al día siguiente descubrí me llevaría a pensar que mi primer acercamiento fue una visión erronea o simplemente que cogi el camino malo, porque Waikiki Beach es un lugar alucinante.
Por la mañana, al despertar y abrir las cortinas vi el cielo azul y eso me hizo correr a la maleta y sacar el bañador deseando disfrutar de mi primer día en las playas surferas más famosas del mundo entero. Después de estar un rato en la piscina recorrí la playa. ¿Cómo describirla? Es distinta. El agua es en algunas zonas muy clara, se ven los peces pequeñitos nadando entre las rocas y los ves porque hay un tramo en la que la playa es testimonial. Son playas creadas por los propios hoteles pero es un paseo muy bonito, mirando al fondo la montaña volcánica que domina la isla y desviando una y otra vez la mirada al horizonte viendo a los surfistas montando en las olas y deslizandose hasta caerse.
Volví al hotel a comer en un restaurante frente del mar. Pedí una hamburguesa estilo hawaiano con piña, que la meten en todos lados, y no miento. Hasta en la coca cola me han llegado a poner un trozo en vez del limón típico. Mientras esperaba la comida me sentí en el paraíso. Tengo ese recuerdo en mi mente ahora, viendo por la ventana el invierno gris y plomizo de Madrid deseando estar allí, escuchando el mar y viendo ese azul del cielo tan intenso, tan azul.
Pero si por el día Waikiki Beach es alucinante, al anochecer es increíble. Miles de antorchas encendidas llenan las calles del barrio turístico por excelencia de Honolulu. ¿Cómo no lo vi la noche anterior? Inexplicable.
Siguiendo la senda de antorchas fui a parar a la avenida principal. Llena de tiendas de lujo, restaurantes japoneses, centros comerciales, hoteles, y gente. Mucha gente. Y mayoría de japoneses, nunca supuse que habría tantos. Con las manos llenas de bolsas de Gucci, Armani, Dior... Y al cuello la cámara de fotos tapada por el lei de turno que te venden en los supermercados por un dólar pero que sí los quieres de flores naturales te cuestan 20. Esta calle me impresionó. El ambiente es único. Una de las noches andaba mirando escaparates y escuché una sirena, era el camión de bomberos. Nada especial me dije, pero al verlo pasar aluciné, en uno de los laterales, junto a la manguera, llevaba una tabla de surf. Hawaii es, como digo, único. Y hay que estar allí para comprobarlo. Pasear por el mercadillo de productos naturales, donde miles de aromas deleitan los sentidos. Caminar entre la gente admirando a los artistas callejeros, algunos con más destreza que otros. Dejarte caer por el laberinto de puestos del mercadillo de souvenirs, en el que chinos y hawaianos compiten por venderte la cosa más estrafalaria posible. Llegar hasta la estatua del Gran Kahuna, de nombre hawaiano impronunciable, inventor del surf moderno y que veneran poniéndole multitud de leis por el cuello. Esta avenida está llena de vida, y a cada paso que das descubres que estás perdidamente enamorado de este lugar.
Pero Hawaii no sólo es sol y playa, tiendas y restaurantes. Oahu es un lugar fundamental en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Pearl Harbor es historia. La bahía de Pearl esta llena de sueños incumplidos. Deseos de toda aquella gente que murió en el bombardeo de los japoneses un día de Diciembre de 1941. Un día, que como dijo Roosevelt en su famoso discurso, vivirá en la infamia. Allí, surcando las aguas de la bahía, te das cuenta que hasta el paraíso más maravilloso puede tornarse en un infierno cruel y devastador. Mientras me dirigía en un pequeño barco hacia el Arizona Memorial, el lugar en el que reposa el famoso destructor, pensé en la voracidad del hombre y deseé, por un instante, no haberme acercado hasta ese histórico lugar. Ese sentimiento pasó al mirar a lo lejos, al horizonte, y ver el contraste de los dos azules más bonitos del mundo, el del cielo y el mar de Hawaii.