La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

martes, 4 de julio de 2017

Día 71: Sudando.

Avicii a todo volumen. Las paredes retumban. Gotas de sudor recorren mi cara, espalda, brazos, pecho.
Cojo la botella de agua que frente a mi descansa sobre la mesa dejando un cerco del agua condensada que resbala a lo largo de todo su esbelto cuerpo.
Doy un gran trago. ¡Qué bien me sabe!
Observo las pesas, el saco de arena, el chaleco de 10 kilos, la colchoneta que ocupa parte de mi salón, ¿qué ejercicio hago ahora? Necesito no parar demasiado. Los músculos gritan más tiempo. La cabeza, más analista, cuenta sesenta segundos. El corazón duda, las pulsaciones claman parar un ratito más, la sangre que bombea susurra un ya está bien, ¡vago!

Es difícil habituarse a hacer ejercicio por la mañana cuando tus ritmos circadianos han sido otros el resto del año pero para eso ya está Avicii...enardeciendo el alma, poniéndome a tope. ¡Vamos! Suelto a lo Nadal.

Decido hacer algo con el saco, piernas. Un par de series de lunges y otro par de sentadillas.
Quema, las piernas arden, los glúteos sufren, el sudor que cae por la espalda me hace cosquillas.
Joder Rubén, ¿hacemos una más? No seas bruto me digo, que mañana también hay que darle caña al tema.
Vale, concedo a mi mente. Tienes razón. No hay que pasarse. Entonces, ¿acabamos ya con unas abdominales? Venga, va.

Me tumbo en la colchoneta, cojo el cronómetro del móvil. Cierro los ojos para mentalizarme. A partir de ahora doce minutos de series descansando veinte segundos entre cada una.

El tiempo corre, quizá en algunos ejercicios más que en otros. La mirada se me va al móvil, ¿ocho minutos aun? Aprieto los dientes, expulso el aire y dejo el estómago vacío para que el esfuerzo se note un pelín más. En algún lado leí o escuché eso, no se si funciona pero lo hago. El teléfono vibra y me pega un pequeño susto al caer al suelo desde la pata de la mesa donde está apoyado. Un correo. ¡once minutos ya! Acelero para hacer más repeticiones en el último instante que me queda hasta finalizar por hoy. 
Me derrumbo en el suelo, respiro fuerte, intentando coger la mayor cantidad de oxígeno posible. Noto las gotas de sudor por todo mi cuerpo.

Dos minutos después, bajo el agua de la ducha, me digo...Julio, welcome back again.

lunes, 5 de junio de 2017

Día 70: El amor visto por diez mujeres.

Amor, dicese de aquello que sentimos al mirar a alguien y no poder desviar la mirada hacia ningún otro lugar. También es la sensación que invade nuestro corazón al saber que estaremos a su lado en unos instantes. Es el erizamiento de la piel al sentir su aliento. Es la pasión desenfrenada al ver su cuerpo desnudo. Es el afecto y cariño que sentimos al ver como duerme y respira. Es la ilusión por hacer y compartir momentos. Es la promesa de una eternidad. Es honestidad, respeto y confianza. Es agarrar su mano con firmeza en los instantes alegres, y con más energía y fuerza si cabe, en los momentos delicados. Atracción mental. Compendio de estados del alma. Es un abrazo por la mañana y una sonrisa al anochecer. Es limpiar la comisura de los labios o quitar un granito de polen del pelo. Gritar de placer su nombre para acabar susurrando al oído un te quiero. Es aguantar las embestidas del tiempo y observar su cuerpo de la misma manera que diez o veinte años atrás. Es una caricia tras una lágrima. Es responder con una sonrisa otra sonrisa. Es un beso lleno de babas y pasión en mitad de una noche oscura. Es contemplar con la misma mirada la luna llena y las estrellas. 

Hace unos días alguien me dijo que mi forma de entender el amor era insana. Una chica a la cual apenas conozco, aunque su opinión dejó un poso de intranquilidad en mi alma. ¿Estaré loco de verdad? Ayer me puse a pensar sobre ello. ¿Y si hago un nuevo experimento? ¿Qué pensarán las mujeres sobre qué es el amor? 

Ayer me puse manos a la obra en esta nueva investigación. En el transcurso de 24 horas he paseado mi mirada por la agenda del móvil. La muestra poblacional ha sido de diez personas. Diferentes edades, desde los 30 a los 40 años. Algunas estuvieron casadas, otras nunca dieron ese paso. Con hijos y sin ellos. Posiciones sociales distintas, ocupaciones y estudios muy diversos. No he querido trasladar esta cuestión a mi perfil de Facebook como en otras imprudentes investigaciones ya que eso no me llevó a ningún lado. Por lo tanto, lo he hecho de manera privada y anónima. Todas conocedoras de mi opinión sobre el tema, mujeres con las que me topé en mi periplo en busca de esa definición que habéis podido leer, y que por alguna extraña o boba razón nunca llegué a conocer. De forma que sus respuestas no tienen connotaciones más allá del posible afecto y respeto mutuo. 

Las contestaciones, la mayoría, comenzaron con una frase...difícil cuestión. 
Eso me lleva a pensar que el amor no es cosa baladí y al menos la gente no se lo toma a la ligera. 
Alguna fue breve y concisa. "Una absoluta expectativa que frustra y da vida."
"Jajajajaja. ¿Ya estás con uno de tus estudios?" Me intuyó una de ellas. Añadiendo. "Bondad, gozo, compasión y libertad." 
Otra, empezó con el consabido "imposible de definir. Demasiado subjetivo." Insistiendo un poquito logré sacarla un..."Hoy no tengo el día para hablar del amor. Déjame unos días para responderte."
Una de las más extensas lo definió como "un sentimiento".
"No es real, tangible, como una casa o una silla sino algo que sientes y susceptible por tanto de dejar de sentir. Y que a mí me hace ser muy valiente. Valiente para construir. Valiente para mandar tus miedos a tomar por saco. Valiente para arriesgarte. Y valiente para aceptar al otro."
Otra se escabuyó por la tangente. "¡Qué preguntaza!" 
Una nueva respuesta breve tras un ¡qué difícil! "Amar es pasión y sentimiento." 
"Amar es compartir experiencias, risas y llantos, alegrías y penas." Me respondió otra de las anónimas encuestadas. 
"¿Sigues con tus cuentos de príncipes y princesas, Ru? ¡Deja de pensar en tanto amor y vive el momento!" 
La más escéptica de todas me respondió con un triste "el amor es un espejismo." 
"Dicen que son mariposas en el estomago, ¿no?" 

Mi aventura a través de las mentes de diez mujeres me deja una conclusión clara. No hay dos formas iguales de amar. Quizá lo importante no sea la manera en la que ames sino el hecho en sí de hacerlo. He buscado la opinión de un hombre para cerrar el experimento y los distintos criterios y pareceres que se dan acerca de la terrible cuestión que me planteé ayer. ¿Qué es el amor?
"En el amor no hay posturas ridículas ni cursis ni obscenas. En el amor todo es ridículo, cursi y obsceno." Mario Benedetti. 

sábado, 27 de mayo de 2017

Día 69: El motivador.

Estaba haciendo un vídeo. Grabando junto a las vías del tren. Ya había estado por ahí más veces, corriendo a través del polvo.
Pero aquella vez iba a ser especial. Iba a ser la última. 
Greg Plitt murió arrollado por uno de esos trenes que decenas de veces había visto pasar mientras hacia su serie de flexiones o abdominales.
Compañero en la distancia. Motivador excepcional que vivía por y para el deporte. Hombre que ayudó a miles de personas a superar sus miedos pensando en sus sueños.
El último video que vi de él estando en vida fue uno que me hizo llorar. Sentado en mi habitación, vestido con los pantalones de deporte y una camiseta, me dispuse a ver uno de sus videos para subir pulsaciones e ir mentalizado a por la batalla diaria contra el peor enemigo que todos tenemos. Nosotros mismos.
Me encontré a Greg, en ese último video, con su perro enfermo. Estaba en una clínica veterinaria esperando para sacrificar a su perrito de toda la vida. Una enfermedad terminal, un tumor que tenía su cara deformada era el culpable de aquel terrible video. Greg, que siempre había estado animando a todos cuantos se acercaron a él, se encontraba hundido. Lloraba desconsoladamente en el suelo de la clínica abrazando a su compañero, a su amigo fiel y leal. El perrito apenas respiraba después de la maldita inyección que el médico le había introducido. Greg le acariciaba una y otra vez. Sollozando, susurrando palabras de aliento mientras su alma, la del enfermo animalito, se despegaba de su cuerpo y subía más allá del arco iris.

Me impactó. Lloré. Lloré tanto que ese día me fue imposible levantar nada, no pude con mi serie de abdominales, ni tan siquiera podía sostener una triste mancuerna de un par de kilos. Esa tarde, me tiré al suelo y lloré compartiendo la infinita pena que sintió un tio al que no conocía. La empatia por alguien que me había ayudado a superar mi apatía, mi desidia.
Unos días más tarde sucedió el atroz incidente del tren.
Greg murió de pronto. Surgieron teorías para todos los gustos. Un suicidio, un despiste del conductor del tren o uno del propio Plitt. Yo quise pensar que ese tío, ese hombre que decía que el mundo es para los que se enfrentan a sus miedos, no pudo suicidarse. Imposible.

Aun hoy, esta mañana al hacer unas pocas series de curl de bíceps, pongo sus arengas de fondo en la tele. Me motivo con sus ejercicios, con sus palabras.

Hace algo más de cuatro años le enseñé un vídeo a mi hermano. Quiero ser como él, le dije. ¿Qué tengo que hacer?
Constancia, me dijo mi sabio hermanito.

Ahí sigo. Intentándolo. Esperando llegar a ser, algún día,  ese tipo de persona que fue Greg Plitt. Un tío que más allá de su esculpido cuerpo era alguien a quien no le importó derrumbarse ante millones de personas cuando su perrito dejaba este mundo. Un hombre que muestra así sus sentimientos merece todo mi respeto y admiración. 

martes, 23 de mayo de 2017

Día 68: Soliloquios.

Adoro a las tórtolas. Es un animal al que admiro profundamente. 
Este ave forma un vínculo tan fuerte con su pareja que solo suele tener una en su vida.
Ambos se cuidan y dan cariño hasta que uno de los dos perece. 

Tengo ganas de subir a un avión. Pelearme por meter mi mochila en algún hueco de los maleteros llenos a rebosar de bolsas y demás enseres ajenos. Sentarme al lado de la ventanilla y observar el despegue. Mirar como los árboles, coches y edificios se vuelven cada vez más y más pequeños. Perderme entre las nubes y abrir mi toblerone de chocolate blanco comprado en las tiendas del duty free. 

Quiero sentir la brisa del mar al atardecer. Justo en el instante en el que el sol se oculta tras el horizonte. 

La tarta de queso con arándanos me sabe mejor si la comparto con alguien. Si juego con ella a quitarle el ultimo pedacito que queda en el plato. 

La Gioconda tendría que ser admirada en soledad y no con cien mil turistas dándote codazos por conseguir un hueco frente a la bella dama. 

Las bicicletas no sólo son para el verano. En invierno basta con abrigarse bien y no dejar de pedalear para no pasar frío.

Algún día disfrutaré de una biblioteca en mi propia casa. Una habitación dedicada solamente a los libros. Habrá tantos que me será tremendamente difícil hacerme un hueco y abrir cualquiera de ellos por lo que tendré que destinar otra sala de mi casa para poder leerlos. 

Los cementerios tienen su encanto. Me gusta pasear entre las tumbas y leer los nombres cincelados en las losas. Deambulando entre fantasmas te das cuenta de la volatilidad del ser humano, y al salir por las puertas del camposanto deseas aprovechar cada segundo al máximo. 

Deseo amar y eso me hace vulnerable. Si fuera un superhéroe mi kriptonita sería mirarme a los ojos y lanzarme en un susurro un te quiero.

Los ojos son la parte más bonita del ser humano, pueden enamorarte al instante. El culo, unas tetas o una cara bonita atraen pero solo la mirada es capaz de abatir murallas infranqueables y llegar hasta el centro del corazón. 



lunes, 22 de mayo de 2017

Día 67: Mamá.

Escuché llorar a alguien tras la puerta de mi habitación. Me despertó el leve susurro de sus suspiros.
Salí a mirar.
Ella estaba sentada en el sofá, a oscuras. ¿Qué te pasa, mamá?
Nada, hijo. Me respondió. Cogió mi mano muy fuerte y la sostuvo entre las suyas mientras yo intuía, en la negrura de aquella habitación, las pequeñas lágrimas cayendo por su rostro. 
Os hacéis mayores muy rápido. Me dijo, de pronto.
Entonces comprendí que aquella tristeza era causada por la impotencia. El inexorable paso del tiempo, que sin apenas darnos cuenta se escapa entre los dedos de las manos, era el culpable de aquella congoja.
No supe que decir, y solo se me ocurrió acariciar su espalda con la mano que me quedaba libre hasta que poco a poco las lágrimas remitieron.
¿Estas mejor? Pregunté. Si, ve a dormir anda.
Dudé unos segundos. Le di un abrazo y me fui del salón dejándola sola unos minutos.
No pude cerrar los ojos hasta que la sentí irse a su habitación. Entonces apagué la luz de la lámpara de mi mesilla de noche y lloré.
Nunca había visto a mi madre tan apenada, con tanta tristeza.
Yo tenía por entonces 21 o 22 años. Esa noche de una lejana primavera, me di cuenta de algo tan obvio que nunca me habia parado a pensar en ello. El tiempo corría para ambos y en algún momento ella no estaría. Y lloré, lo hice como jamás lo había hecho hasta aquel día.

Ayer celebrábamos todos su cumpleaños, mis hermanos y mi padre. Yo estaba sentado a su lado y en un momento dado me fijé en ella mientras jugaba con el móvil intentado hacernos una foto. Observé sus facciones. Sus ojos, su mirada y ese recuerdo, esa reminiscencia de aquella inevitable tristeza que jamás conté a nadie, vino de pronto a mi mente.
Mi sonrisa se borró levemente, solo unas décimas de segundo que evitaron que nadie en aquella mesa notara cosa alguna. ¿Por qué siempre cierras los ojos cuando te hacemos una foto, mamuchi? Solté riendo.

Me obligué a no pensar en ello...hasta ahora.