La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 2 de marzo de 2017

Dia 47: All you have to do is...dance.

Corría a buen ritmo. Poco a poco fui acelerando hasta ir lo más rápido que pude. Un sprint más largo de lo que, en principio, podía esperar aguantar. De pronto paré.
Pensé que el corazón me iba a estallar mientras cogia el aire a bocanadas.
Miré a mi alrededor, la noche me rodeaba. Entonces, sin explicación alguna, me puse a bailar.
Bailé como si el mundo no me estuviera observando. Y me sentí el tio mas libre del mundo.
Después, continué corriendo.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Día 46: Sin poesía la luna sólo es la luna.

En el fondo de las aguas cercanas a Cartagena yace un barco. Una goleta de mediados del siglo XIX cuya carga es algo especial. En sus entrañas habita un féretro, y dentro de él un cuerpo tan antiguo como el tiempo mismo. La momia de Menkaura, más conocido como Micerinos, el gran constructor de las pirámides de la llanura de Gizeh. 
Esa goleta lleva un nombre tatuado en su costado, Beatrice. 

Las malas lenguas de Florencia hablaban de romance, de amor embrujado y visceral. Al tiempo de escribir la vida nueva, Dante estaba perdidamente enamorado de ella. La conoció de niña, con apenas nueve años. Más tarde sus caminos volverían a cruzarse, cuando ella contaba dieciocho. Fue entonces cuando no pudo quitársela de la mente y escribió por y para ella, cada palabra que pensaba y salía de su alma versaba sobre ella. 
Años más tarde la hizo protagonista de su Divina Comedia. Su nombre, Beatrice. 

Allá por el siglo XII nació una niña que llegó a ser condesa. Pero más allá de su título nobiliario, ella era conocida por ser una trobairitz. Una mujer que componía versos que luego cantaba y recitaba al estilo de sus equivalentes masculinos, los trovadores.
"He estado muy angustiada por un caballero que he tenido, y quiero que por siempre sea sabido cómo le he amado sin medida...yo le dono mi corazón y mi amor, mi razón, mis ojos y mi vida. Bello amigo, amable y bueno, ¿cuándo os tendré en mi poder? ¡Podría yacer a vuestro lado un atardecer y podría daros un beso apasionado! Sabed que tendría gran deseo de teneros en el lugar del marido, con la condición de que me concedierais hacer lo que yo quisiera." Esto recitaba esta buena mujer, casada con un tal Guillermo pero enamorada del destinatario de estos bonitos versos. El bello amigo se llamaba Rimbaud y ella, no podía llamarse de otra manera, Beatriz. 

El conquistador recorría con entusiasmo y nerviosismo el atestado puerto de Boston. Buscaba una posada, los ojos del cielo. 
Después de salir, ayudado por Wyneth, de la isla de las mil mujeres se había encontrado a las pocas millas con un navío mercante que llevaba té a la costa de Massachusetts. Uno de los marinos con los que compartió noches de borrachera en aquel buque llamado "Golden Brown" le confesó que se decía que a Boston acababa de llegar la mujer más bella del viejo continente. Rubén escuchaba, ebrio de amor y ron, mirando la luna y las estrellas cada palabra de aquel marinero. Delicadeza, encanto, un atractivo especial, unos ojos de mirada tímida y a la vez repletos de la seguridad de saberse diferente y singular. ¿Sería ella la que tuviera la llave para abrir el cofre de Teach?
Tenía que averiguarlo por todos los medios. Por eso, al llegar a Boston fue de taberna en taberna hasta dar con alguien que supo decirle cómo podría encontrar a la dama con la que había soñado desde que saliera de aquella infernal isla repleta de mujeres. 
Al entrar en la posada su corazón se congeló. Quedó paralizado al ver a aquella mujer que tras un pequeño mostrador hablaba con un anciano. 
- ¡Pase una buena mañana señor Finnegan!
- ¿En qué puedo ayudarle, caballero? Le preguntó ella, al ver al susodicho Finnegan cruzar la puerta en dirección a un puerto cada vez más concurrido. 
El conquistador solo pudo responder con otra pregunta. ¿Beatriz?

Una de esas noches en alta mar, después de haber escuchado por enésima vez, de boca del marinero las virtudes y excelencias de aquella enigmática dama que se ocultaba en algún lugar de Boston, Rubén miró fijamente el cielo nocturno en busca de Orión. Dentro de esa constelación había una estrella llamada Bellatrix, la guerrera. 
Aunque el nombre de aquella mujer nada tuviera que ver con el de aquella brillante estrella, su parecido era tan innegable que le hizo desviar la mirada hacia esa parte del firmamento. 
El conquistador sonríó a la noche, después de todo había vuelto a encontrar un nuevo camino. No en vano Beatriz significaba la bienaventurada, portadora de felicidad. 
¿Demasiado poético para un simple pirata?
Rubén desvíó la mirada unos instantes del diminuto puntito en el cielo que era Bellatrix y la posó en uno mil veces mayor. Recordó entonces una frase que alguien dijo en una de esas anónimas tabernas llenas de vicio, alcohol y mujeres. Sin poesía la luna solo es la luna. 







lunes, 27 de febrero de 2017

Día 45: Fantasyland.

"Sólo la fantasía permanece siempre joven, lo que no ha ocurrido jamás no envejece nunca." Friedrich Von Schiller.

ELLA
La mañana del lunes se había hecho eterna, pero por fin se encontraba allí. Sentada en su mesa observó por la ventana del despacho. Fuera dominaba un caos adorable que en ocasiones la envolvía de un placer indescriptible pero también la llevaba a la locura más extrema. Por eso, de vez en cuando se tomaba un respiro y se enclaustraba tras esas cuatro paredes.
Encendió el portátil. Tras unos segundos de espera miró su correo. Entre la docena de emails que tenía sin leer uno le llamó la atención. Estoy allí en media hora, ¡te has dejado en casa la carpeta con tus notas! Decía el breve aviso. Miró el reloj, estaba a punto de llegar. "Cariño, estoy en mi despacho. Te espero aquí." Contestó ella en un rápido mensaje de whatsapp. 
Mientras esperaba a su marido, se hizo un café. Necesitaba espabilarse. 
Cinco minutos después él abría la puerta del despacho con una carpeta roja en la mano. ¿Dónde tenias la cabeza esta mañana, amor? Dijo al tiempo que sonreía y le daba un beso. 
Gracias cielo, ni me había dado cuenta. ¿Quieres un café? Si, repuso él mientras miraba a su alrededor. Un sofá junto a una pared. Una mesa de madera oscura en el centro de la habitación, estanterías repletas de libros, y un gran ventanal que iluminaba todo con una luz limpida y cristalina. La primavera ya estaba allí y el sol se dejaba notar. 
Ella se quitó los zapatos y se tumbó en el sofá. ¡Qué estrés de día! Suspiró, tras dar un sorbo a su café. ¡Dios, está guapísima con esa blusa! Pensó él, acercándose al sofá y sentándose a sus pies. Se los empezó a masajear oprimiendo con sus dedos la planta, generando una especie de arrullo en ella. Él sonrió y con mirada pícara subió sus manos por las piernas, hacia los muslos. La falda oscura que llevaba ella se arrugó alrededor del culo dejando entrever un tanga color crema. El mismo que él le había visto ponerse esa misma mañana. ¿Cuánto tiempo tienes? Preguntó, notando como su pene se ponía erecto. Veinte minutos, contestó ella tan excitada como él. 
Siempre he tenido la fantasía de hacerlo sobre una mesa de caoba. Confesó ella, al notar que él le quitaba el tanga para meter su cabeza bajo la falda. 
La lengua jugaba, se divertía. Notaba la creciente excitacion de su esposa. Momento perfecto para cogerla de la mano, llevarla hasta la mesa y subirla sobre ella. Él desabrochó sus vaqueros y sacó su miembro y lo introdujo lentamente. ¡Espera un momento, cariño. La puerta! No entrará nadie, tranquila.  Dijo, con el creciente morbo que surgía tras esa remota posibilidad. 
Marido de pie con los vaqueros por las rodillas, esposa tumbada sobre la mesa con la falda subida hasta la cintura. Él sujeta las manos de ella al tiempo que da pequeños golpes de cadera. Gemidos que se escapan por el deseo, cortos. Apenas audibles. Tetas botando por el ímpetu de las embestidas. Mejillas ruborizándose por el ascendente calor del momento y el sol casi primaveral que les pegaba en la cara. Objetos cayendo al suelo, tirados por manos inquietas tratando de acariciar, sobar, sentir. Miradas llenas de pasión, besos llenos de babas. 
Así fue como ella, en una mañana de lunes, cumplió su fantasía. Notó el semen caliente chorreando por sus muslos. Él se acercó a su oído y en un susurro dijo...te amo cielo, pero mañana no te olvides la carpeta adrede para que te la vuelva a traer. Ella besó sus labios. ¡Qué bobo eres! 

EL
En casa aún no había nadie. Dejó las llaves del coche en la mesa del salón y fue a la habitación para ponerse ropa más cómoda. Encendió la tele y se puso a juguetear con el móvil, haciendo tiempo. Sabía que ella no tardaría en llegar. 
Veinte minutos después se escuchó su voz al cerrar la puerta. Hola, cariño. Ya estoy en casa. Dijo la recién llegada yendo hacia él para darle un beso. Me muero de hambre, añadió con una sonrisa en su cara. 
¿Qué te apetece cenar? Preguntó él, mientras ella se ponía un pantalón de pijama y una sudadera. ¿Quieres una ensalada de pollo con nueces? Sugirió, deleitándose con el cuerpo de su mujer. Vale, repuso ella distraída. ¿La hacemos juntos?
He hablado con mi hermana, sostuvo ella mientras él sacaba un par de cervezas del frigorífico, el pollo, una bolsa con varios tipos de lechuga y brotes. Mañana nos tenemos que quedar con los niños. Genial, mañana ponemos el rey león y pedimos unas pizzas. Contestó mientras le daba un trago a la cerveza e intentaba decidir qué salsa le pondría a la ensalada. 
Ella se puso a trocear el pollo. Él se detuvo un instante observado su culo. No había nada que le excitara más, esas nalgas le tenían loco. Se sentó unos segundos en la mesa de la cocina, echó un nuevo trago y se puso de rodillas tras ella. 
Bajó el pantalón y empezó a mordisquear. ¡Para, cariño. Qué estoy con la sartén! Luego jugamos, que tengo hambre. ¡Jo!
Ya no escuchaba. Imposible. Ese trasero le había hipnotizado desde el primer día que lo vió. Con las dos manos lo acariciaba. Era un manoseo suave, sutil. 
Siempre le pasaba lo mismo, tenía que asomarse al precipicio. Separó las piernas de ella. ¡No seas malo! Creyó escuchar en un murmullo. Un rumor que a duras penas llegaba a sus oídos porque todos sus sentidos se concentraban en saborear aquello que veneraba. 
Metió la nariz y poco a poco se fue abriendo camino. La lengua hacía de avanzadilla, sola ante el peligro. 
El sexo húmedo le incitó a seguir. A lo lejos, el crepitar del pollo en la sartén. 
Se giró y apoyando la espalda en el horno se topó de frente con la depilada vagina. Rodeó el culo con sus brazos y apretando manos y cara se hundió en ella. ¡Me estás poniendo a mil, bicho! Cedió la mujer bebiendo de su cerveza para mitigar el calor de la vitrocerámica y de los lametones del marido. 
Él se tomó un respiro tan solo para suplicar, baja cariño. Tiraba de ella con delicadeza. Intentando que bajara hacia el suelo. Un minuto, amor. La lucha de ella debía ser terrible. Pollo, excitacion, cerveza en una mano, sartén en la otra, un tío pegado como una lapa a su sexo...malabarismos, sin duda alguna.
Por fin el maldito pollo estaba dorado, en su punto. Apagó el fuego y se puso en cuclillas para mirarle a la cara. ¿Pero, qué te pasa hoy? Dijo sonriendo y dejándose llevar por el placer. 
Así fue como, en el suelo de una cocina colmada de olores a pollo, salsa César y sexo, él cumplió su fantasía. Follar con la mujer que amaba y en cuyo culo no dejaba de pensar. 

"Pobre del amor a quien la fantasía abandona." Arturo Graf.
"La fantasía teje historias como éstas, pero la imaginación se cumple en el silencio del poema que nace." Enrique Lihn. 





sábado, 25 de febrero de 2017

Día 44: Al otro lado de la cama.

¿De estar en pareja, en qué lado de la cama dormiría? 

Hace 3 años más o menos, en una tarde solitaria de viernes me dió por buscar algo en Google. Tecleé Belmond rápidamente en el iPad. En segundos tenía en pantalla lo que andaba buscando. Era la web del Santuary Lodge de la cadena de hoteles Belmond. 
En esa época no paraba de pensar en subir desde Cuzco a Machu Picchu. No sé de dónde diablos saqué esa idea, pero cada noche me dormía soñando con montar en el tren que, desde la antigua ciudad imperial peruana, subía a los pies de la selva donde se ocultaban los últimos vestigios de los incas. 

En esos días, después de cenar, me pasaba las horas muertas leyendo información sobre Perú, las ruinas y ese hotel. ¿Por qué ese y no cualquiera de los otros que poblaban la villa desde la que se subía a Machu Picchu? 

El primer día que mis ojos se posaron en este lugar vi una de las lujosas habitaciones. Las más bonitas, y caras, tenían una terraza mirando a la selva. Las fotos se veían increíbles, pero lo que me llamó la atención no fue el gran balcón o los "amenities" que ofrecían.

Hace tres años y medio no había nadie en mi vida, y sin embargo hice algo extraño. Reservé una habitación, para dos personas. ¿En qué pensaba?

Según pude averiguar en esas noches tumbado en mi cama llenas de historias de otros viajeros, la mejor época para ir hasta allí era de Abril a Octubre. Bien, pues en esas fechas el hotel estaba completo hasta más alllá de los dos años. Y es aquí cuando viene el hecho curioso, reservé esa habitación para la Semana Santa del 2017. En decir, para dentro de un mes y medio escaso. 

Mi mente volaba muy alto por aquel entonces. Joder Rubén, me dije, en tres años ya encontrarás a esa chica que vaya contigo cogida de tu mano, sino ya te vale. 

En realidad no era ese el único inconveniente a mi loco plan. La estancia en total, flores y bombones incluidos (ya que me pongo a reservar, debí decirme, ¡que coño, quiero chocolates!), pues eso que todo el tema salía por más de diez mil euros. Vuelvo a repetir una vez más, ¿en qué pensaba?

Todos los viajes comienzan dando un primer paso y ese fue el mío. Desde luego fue un movimiento hacia un abismo desconocido. No money, no girl. ¿En qué cojones pensaba?

Al ver esa habitación me fijé en su enorme cama y me imaginé durmiendo allí, abrazado a alguien. Me vi despertado por un suave beso en los labios al tiempo que el sonido de la lluvia se colaba por la terraza. No me digáis que ese sueño, esa ilusión no merecía la pena tenerla al menos una noche. Pues precisamente en eso pensaba. En compartir esa cama. Todo cuanto deseaba en la vida era dormir junto a una mujer que estuviera tan loca como para recorrer medio mundo conmigo. 
Quise dormir feliz durante una noche, por eso reservé esa habitación en ese lugar. 

Pero, ¿en qué lado de esa mullida cama del Santuary Lodge dormiría? 
¿Quizá el derecho? ¿Puede que el izquierdo?
En realidad, las veces que he compartido cama con alguien me ha sido indiferente. Siempre pregunto en qué lado prefieren ellas, más que nada porque suele ser su cama y yo el invitado. 
Sé que hay gente menos flexible, yo me conformo con dormir junto a alguien que desea despertar a mi lado. 

Hace un par de horas, al tiempo que en una conversación de whatsapp surgía el tema de los hábitos de la gente en cuanto a qué lado de la cama escogen para dormir y preguntarme sobre el tema me llegaba un correo. Un email de Belmond. Reserve sus vacaciones. Aconsejaban desde el encabezamiento. 









viernes, 24 de febrero de 2017

Día 43: Ancora qui.

Ancora qui. 

Al despertar y abrir los ojos te busco. Primero a mi lado. Nada. Guardo silencio unos segundos, intentando agudizar el oído. ¿Andarás por la cocina preparando algo para desayunar? Calma. Tristeza. Vacío. Nada de nuevo. 

Ancora qui. 

Aún medio adormilado echo la mano hacia la mesilla de noche, tanteo hasta encontrar el móvil. La pantalla iluminada trae colores, reflejos. Enfocando logro distinguir las notificaciones. Correos. Las vacas de la granja están listas para ordeñar. El taller me llamará para la revisión del coche. Cumpleaños de alguien de Facebook. Nada, una vez más. 

Ancora qui. 

¡Espera! Vibración. Agitación. Pequeño sonido lleno de optimismo. ¿Serás tú?

Ancora qui. 

Me ducho pensándote. Cierro los ojos bajo el agua. Imagino. Sueño en cascadas cayendo sobre nosotros. Abrazos empapados en agua dulce. Mientras me enjabono veo tu cuerpo. Piernas, culo, espalda, pecho. Mis sentidos se inundan de tu piel. Aspiro profundamente y tu olor sobrevuela ante mi nariz. Frutos salvajes. Aroma dulzón. ¿Será el gel o me estaré volviendo loco?
Abro los ojos para secarme, y ante el espejo la terrible realidad. No estás. 

Ancora qui. 

En el metro miles de rostros. Somnolientos. Cabizbajos. Hundidos en sus propios pensamientos. Trato de concentrar mi vista, buscando tu sonrisa. Paseo la mirada a lo largo del vagón una y otra vez por si te me hubieras escapado sin darme cuenta. Por un instante me detengo en alguien que de espaldas se parece a ti, y una sonrisa se empieza a dibujar en mi rostro. Pero a medio camino de ese fantástico dibujo ella se da la vuelta y compruebo que esos ojos no son los tuyos. Tristemente las puertas se abren, llegando a mi destino sin haberte visto. 

Ancora qui.

Durante la comida observo un plato, un vaso, un tenedor, un cuchillo. Nunca el uno fue un número tan solitario. Es bonito fantasear con el dos entre bocado y bocado. 

Ancora qui. 

Paso una página detrás de otra. Palabras, palabras y más palabras que por momentos forman una sola frase. Te echo de menos. 

Ancora qui. 

La vuelta a casa se hace lenta, pausada. No hay prisa ya que sé que allí no estarás. No tienes la llave que te abra mi humilde castillo, soñar que has nacido con la habilidad de resquebrajar cerraduras cual Houdini se me antoja demasiado presuntuoso incluso para mi mente llena de fábulas imposibles. 

Ancora qui. 

Las cenas siempre fueron momentos de confidencias. Giro la cabeza mientras sostengo mi cocacola, busco tu oído para susurrar que no he parado de pensarte en todo el día. Con la mirada perdida en el desierto salón te veo sonreír mientras me acerco a ti y en un leve murmullo suelto que te quiero. Te beso en la mejilla, ladeas la cabeza para probar mis labios. Tu ensalada de espinacas esta buena, afirmo al tiempo que sonrío y mastico parte de la comida que me has traspasado con ese ardiente beso. 
De repente la publicidad de la tele me devuelve al mundo real. Tu imagen se desvanece. Tu beso se evapora tan rápido que apenas me da tiempo a saborearlo. 

Ancora qui. 

Por la noche, al acostarme, llega el peor momento. Ese en el que estiro el brazo y no logro acariciar tu piel. Me pongo de costado y contemplo el lado desocupado de la cama. Durante unos segundos me parece escuchar el leve sonido de tu respiración. Ecos lejanos que me llevan a mundos llenos de pasión y oscuridad. Los ojos se van apagando poco a poco. Se cierran lentamente. 

Ancora qui. 

La vida se va pausando por momentos. Mi respiración, cada vez más profunda, me va sumiendo en un sueño en el que seguramente tu serás la protagonista. ¿Podré abrazarte entonces o también en mis ensoñaciones me serás tan esquiva? 

Ancora qui. 

Haciéndome preguntas tan estúpidas como esa me quedo totalmente frito, dormido con un par de palabras tatuadas en mi alma...Ancora qui. Aún aquí.

El corazón sigue aquí, aún lo siento. Latiendo. Me toco el pecho, noto su vibración. Cada palpitación. 
Ancora qui, ancora tu. Ora però io so chi sei... (Aún aquí, de nuevo tú. Sin embargo, ahora sé quién eres...) 
De lado apoyo mi cabeza en la almohada. Me duermo con la mano en el corazón. Notando mi pulso, mis entrañas. Aún estoy vivo. Siento, luego existo. Mi alma aún sigue aquí y todo es posible, incluso amar. 







jueves, 23 de febrero de 2017

Día 42: El dragón que escupía hielo en vez de fuego.

Hace muchas lunas alguien llamó a la puerta del castillo. La princesa se asomó por la pequeña almena. Lo que vió la enamoró súbitamente. Un caballero de brillante armadura montaba sobre un caballo negro. Buenas noches bella dama, ¿podría mi corcel descansar brevemente en sus establos? 

No sabes cuándo golpeará, ni tan siquiera intuyes por donde asestará la primera estocada. El amor impacta sin previo aviso y deja noqueado, grogui, totalmente vencido.

El caballero entró, quitó las monturas al caballo y acarició su lomo con cuidado. Este giró su cabeza y relinchó suavemente a modo de agradecimiento. Solo se tenían el uno al otro, el caballero moriría sin su caballo y el noble animal sucumbiría sin los cuidados de su amable jinete. 
Cogió las bridas, y lo llevó a los establos. Allí el joven hidalgo se hizo una pequeña cama de heno y se recostó junto a su negro compañero. 

La princesa observaba todo desde sus aposentos. Apoyada en la ventana miró con ternura a noble y animal y no pudo más que suspirar de amor. 

Al despertar al día siguiente la princesa fue corriendo a los establos con una hogaza de su mejor pan y un buen trozo de queso. Al llegar, toda la oscuridad del mundo se cernió sobre ella. El caballero se había esfumado, ya no estaba. 
Corrió tan deprisa como pudo hacia la puerta gritando con toda su alma...¡Caballero del corcel negro, volved junto a mí!

Decenas, cientos, puede que incluso miles de puestas de sol más tarde la princesa seguía en su castillo. Sin embargo ahora las almenas estaban acristaladas, dentro ya no se notaba el creciente frío de las invernales noches. El puente levadizo se había transformado en un telefonillo con decenas de botones numerados. 

El caballero llegó con su bonito corcel negro, un coche tan oscuro como la misma noche. Al desmontar, acarició el lateral. Observó una pequeña magulladura que algún malnacido le había causado cuando descansaba con la guardia baja. No es nada, precioso. Susurró el caballero a su compañero. Más como forma de mentalizarse él mismo, que para tranquilizar a su infatigable camarada de aventuras. 

¿Y el dragón? ¿En qué lugar sale ese infernal animal en esta historia? 

Es bien sabido que antiguamente los castillos tenían dragones. No es descabellado pensar, por tanto, que el castillo de la bella princesa, ese que fue iluminado hace mil noches por una enorme y luminosa luna también fuera habitado por un feroz dragón. 

Cuentan las leyendas que ese animal estaba encantado. No escupía fuego, sino hielo. A todo aquel que se aventurara a subir al castillo no lo quemaba hasta convertirlo en cenizas con sus ardientes llamaradas, no. El dragón congelaba el corazón de sus víctimas. Su aliento era tan frío y gélido que paralizaba los latidos y dejaba inertes las almas de aquellos que osaran hablar con la bella princesa. 

- ¿Qué hacéis aquí, caballero? Masculló el dragón asomándose a los establos. 
- Mi amigo necesita descansar, repuso el educado jinete señalando con la cabeza a su negro caballo. 
- ¡Mentís! Vociferó el dragón. ¡Queréis robar el corazón de mi princesa! 
- Su corazón no es vuestro. 
- El tuyo tampoco será suyo. Sentenció, helando de una tacada a caballo y caballero con su glacial hálito.

El amor verdadero no sucumbe ante el tiempo, no mengua ni aun viendo un millón de amaneceres con sus inevitables puestas de sol. Es imperecedero. Indestructible. 

La princesa se asomó a la almena. ¿Me abres? Pidió el caballero. Hazlo tú mismo, sostuvo ella tirándole las llaves del castillo. Subo, dijó él. Y añadió, dile al dragón que esta vez no congelará mi alma. 
Ahora soy fuego. 







lunes, 20 de febrero de 2017

Día 41: El gato de Cheshire.

¿Es posible que una cabeza sin cuerpo sea decapitada? 
El inteligente gato filosofa a lo largo del camino de Alicia a través del mágico mundo escondido tras el hueco de una madriguera de conejo.

¿Es posible que un corazón sin alma pueda amar? 
Mi país de las maravillas era un montículo en mitad del campo. Cada dos o tres días me dirigía allí con mi bici de montaña, sorteando piedras y matorrales, para soñar y quizá encontrarme con alguien tan inteligente como el gato sonriente que pudiera contestar a una simple pregunta. ¿Por qué estoy solo? 

Mientras sudaba, pedaleando lo más rápido que mis piernas me permitían, no paraba de hacerme esa pregunta. Miles, cientos, millones de personas tenían a su alma gemela. Romeo se desvivía por Julieta, Clarence desafió a Drexl por Alabama, Marco Antonio dejó de lado Roma y su Imperio por Cleopatra, Dante escribió sobre su musa Beatriz, Salomón soñaba con la Reina de Saba, el Capitán Smith olvidó su deber para con el rey Jorge y se quedó con Pocahontas, Hitler se suicidó en un búnker con Eva Braun, hasta el maldito Batman iba acompañado de Robin a todos lados...Y yo, ¿por qué extraña razón estaba solo? ¿Estaba encantado? ¿Alguna pócima secreta me impedía amar y ser amado?

Sentado en una enorme piedra de aquella montaña, deseché las ideas sobre hechizos y envenenamientos provocados por alguna maléfica bruja y llegué a una inquietante conclusión. No tenía alma. Mi corazón latía mecánicamente, sin pasión alguna. Movimientos automáticos llevados por la inercia del simple bombeo de la sangre. Me negaba a creerlo. Imposible, me decía. La música me hace sentir, un cuadro evoca en mi ensoñaciones de mundos del pasado, un libro me provoca seguir los pasos del protagonista, un olor me lleva a mil lugares, un sabor enardece mi espíritu. ¿Cómo que no tengo alma? Grité sobre aquella piedra en más de una ocasión, esperando en vano ver la sonrisa del inestimable gato.  

Nadie me guió por ese infructuoso camino. Ni gatos, ni gusanos, ni conejos, ni tan siquiera la reina de corazones se topó conmigo para intentar decapitar mi pensativa cabeza. (Ciertamente, ¡Qué alivio hubiera sentido de haber caído en las redes de la temida reina!) Mi corazón seguía llevando sangre a todos los lugares de mi cuerpo pero ni una pizca de amor se vislumbraba en él. Anhelaba poder sentir. Deseaba ser acariciado. Soñaba con ser querido. ¡Maldita sea mi estampa! Gruñía con furia, pedaleando de vuelta a casa al comprobar que era un día más viejo, y que nuevamente la oscuridad envolvería mi cuerpo sin un buenas noches, mi amor.

El gato de Cheshire, con su amplia y sempiterna sonrisa, parece dar siempre con la solución adecuada. 
"...ya sabes que los perros gruñen cuando están enfadados y mueven la cola cuando están contentos. Pues bien, yo gruño cuando estoy contento y muevo la cola cuando estoy enfadado. Por lo tanto, estoy loco."

Siento pasión por cada cosa de este planeta, me conmueven las artes y las ciencias, me emociono al ver llover y al observar la luna aullo como un lobo solitario. Soy intenso, no me cabe duda. Así pues, la única posibilidad que queda es que esté tarado. Loco. Tarumba. Beaucoup chiflado. 
Ahí radica mi problema, no hay duda. De tanto soñar no distingo realidad de ficción. No sé en que parte de mi vida estoy despierto y en cuál sueño con ángeles caídos del cielo. He perdido cualquier noción del lugar y del tiempo, cuál sombrerero loco. 

¿Estaré lúcido en estos instantes? ¿O todo esto es fruto de una cabezada en mitad de la noche?

La bella Alicia descansa a mi lado transportada desde el país de las maravillas hasta mi humilde cama. Su mano derecha se posa sobre el almohadón, la izquierda se esconde bajo él. Me mira con los ojos bien abiertos, observa mi cara detenidamente. Escucho su respiración, siento su pecho subir y bajar llenando los pulmones del mismo oxígeno que respiro yo. Contemplo su boca, deseo acercarme a ella y besarla. Primero un suave beso en las comisuras de los labios, luego un pequeño mordisco en el labio inferior, más tarde busco con mi lengua la suya. ¿Alicia, desaparecerás de pronto? Antes de que pueda contestarme, ya sea fantasma real o ensoñación irreal, mi mano acaricia su rostro. Con el dedo siento su mejilla, sus pómulos, cada poro de su piel. 
El tiempo se detiene o vuela rápido, quién sabe. Pues ya me he convertido en el sombrerero loco y todo cuanto me rodea es superfluo. 
Mi mano baja por su cuello, sorteando el pelo que se enreda entre mis dedos. Llego al hombro, me detengo unos instantes. La mano duda que camino tomar, ¿gato sonriente que camino he de escoger? La decisión se toma en cuestión de milésimas de segundos. El tiempo sufíciente para darme cuenta de que los pezones de Alicia están tocando mi pecho. Noto cómo se ponen duros al rozar mi piel, noto la tensión de la excitación. Alicia respira entrecortadamente, casi son jadeos. Una de sus manos empieza a moverse y tímidamente se desliza hacia abajo. Coge mi pene, lo mueve situándolo en el punto exacto en el que yo solo tengo que empujar levemente. Entonces, en ese preciso instante, Alicia y yo somos uno solo. Conectados por nuestros cuerpos, la respiración empieza a ser rítmica. Nuestras almas entran en resonancia y vibran. Son espasmos lentos, acompasados movimientos de cadera. Abrazo fuertemente su cuerpo como si pudiera desvanecerse como la niebla al despertar el día y dejarme con la miel en los labios. 
Alicia susurra algo en mi oído...Sombrerero, me voy a correr. Dos minutos más, suplico queriendo dilatar ese tiempo que no existe en este mundo lleno de maravillas. 
La respiración se acentúa. La mía se convierte en gemidos salidos de mi propia alma, la de ella se hace aguda, repiqueteante. 
Sonrisas. De un lado y del otro. Recuperación de la normalidad del corazón poco a poco. Alicia posa su cabeza sobre mi pecho. Estoy seguro de que escucha los latidos martilleando mi caja torácica. Buenas noches, mi amor. Te quiero. Oigo decir a Alicia abrazando mi cuerpo. Buenas noches, vida. Suelto yo con la mirada de felicidad situada en un punto indeterminado del oscuro techo. 

En aquella piedra de una montaña perdida en medio del campo, soñaba hace 20 años. Veía a Alicia susurrando mi nombre junto a palabras de amor. Sentía esa calidez de su alma. Sabía que tenía que estar en algún lugar, millones de personas tenían algo así, ¿por qué yo no? 
Ahora, ya no sé en qué mundo estoy. No sé dónde me encuentro. ¿Son sueños reales o fantasías irreales?
Gato de Cheshire, dame alguna pista. ¿Debo seguir creyendo? ¿Debo seguir soñando? ¿Debo seguir yendo a esa montaña cada día? 
En toda su sabiduría el gato aparece de pronto. Sonríe. ¿Por qué sonríes gato? Pregunto curioso. Soy un gato de Cheshire, todos podemos hacerlo y casi todos lo hacemos.

No sé vosotros, pero yo quiero creer que su sonrisa es debida a que sabe que finalmente me convertiré en un cuento con final feliz, tarde un año o veinte en acabarlo.