La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

lunes, 18 de enero de 2016

Día 26: La canción de los cisnes.

Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. 

Sigfrid escucha estas palabras de la bella Odette. Sobrecogido por la historia que la princesa le está narrando, no da crédito a la maldad del hombre que ha hechizado de tal manera a ese precioso ángel venido del cielo. La chica le cuenta que el horrible brujo la ha condenado a despertar como cisne el resto de su vida a menos que alguien logre jurar amor eterno por ella. Es un encantamiento terrible y cruel, ya que noche tras noche se acuesta en su cama siendo humana pero al asomarse el sol por el horizonte cada mañana, se transforma en un majestuoso y elegante ave de blancas plumas. 
A Sigfrid se le comen los demonios por dentro y jura vengarse del malnacido brujo, sin embargo ella le advierte algo que en los oídos del joven príncipe suena demoledor. Si mata a ese abominable ser que mantiene hechizada a Odette antes de ser amada, ella permanecerá como cisne para siempre. La única solución es el amor, sentencia ella mirándole a los ojos. 

Frase pomposa, demasiado azucarada quizá. Algunos incluso la tacharán de empalagosa hasta el extremo. Sin embargo, bobo de mi, es en lo que he creido cada día de mi estrambótica vida. Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. Ocho palabras que lo han significado todo para mí, ocho vocablos que han constituido toda mi fe y mis valores. Una frase que me mantiene solitario, deambulando por un mundo que me tienta y deseo tocar, acariciar y sentir pero que como si de un encantamiento de un cuento se tratara me impide hacerlo. No puedo aunque quiera, no quiero aunque pueda. ¡Jodido hechizo de los cojones! 

Eso mismo debió pensar el príncipe Sigfrid cuando al día siguiente de conocer a Odette, a su madre, la grandiosa reina de aquellos lejanos lugares del norte, le entraron las prisas por casarle y apañó rápidamente un baile invitando a las mujeres más bonitas de todos sus dominios. Elige a una de ellas esta noche, será tu futura mujer. Exhortó la reina a su hijo. Este, enamorado y conmovido por la triste historia de la princesa cisne se negó a elegir a cualquiera que su madre hubiera invitado a esa pantomima pero, cosas de los cuentos, Odette fue al baile. Sigfrid, enormemente feliz, juró amor eterno a aquella bonita chica esa misma noche...

¿Colorín colorado este cuento se ha terminado? ¿Cómo se reconoce al amor verdadero? Estaba sentado en un anónimo banco, de vieja y oscura madera, del parque del Retiro. Junto a mí se encontraba una chica que lloraba, una preciosa niña cuyas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Yo dudaba...mi indecisión era la culpable de aquel sufrimiento. Su cabeza reposaba en mi hombro, mis manos limpiaban las pequeñas gotitas de su rostro y en mi mente repiqueteaba esa pregunta. No sé si inspirado por las palomas que revoloteaban a nuestro alrededor, o quizá fuera el susurro de una suave y agradable brisa veraniega el que quitara el velo que mantenía todo entre tinieblas, el caso es que cogi su triste rostro entre mis manos y dije...si, quiero estar contigo eternamente. La besé y ella me abrazó tan fuertemente que nuestros corazones se tocaron y latieron al unísono. Pero, cosas de la vida real, ese latir tuvo poco de eterno. ¿Tendrán razón aquellos que dicen que el amor es perecedero? 

La alegría de Sigfrid tornó en angustia cuando en el baile, de pronto, Odette se transfiguró en Odile, el cisne negro y a la postre hija del malvado brujo. 
¿¡Jopé, pero es que ya no puede triunfar el amor ni en los cuentos!?

Mientras, en la vida real, sentado en algún lugar lejos de miradas curiosas observo las ruedas girar y girar. Personas que pasan por mi vida, que se juntan, lo dejan y se vuelven a juntar con otras distintas. Idas y venidas, vuelta tras vuelta. Aquella chica que me gustaba, ahora va de la mano de alguien. Otra cuyos ojos me llamaron la atención, hoy miran a otro con dulzura. Esa otra, cuya mano soñé sujetar en un paseo por un Madrid otoñal, en estos momentos acaricia la pierna de otro menos bobo que yo. ¿Ellos habrán jurado amor eterno también o simplemente se dejan llevar por la inercia y giran una y otra vez?  Me pregunto perezosamente sin esperar una respuesta clara, en esta fría mañana de invierno.

El príncipe al ver que ha sido engañado sale corriendo hacia el lago donde vive Odette en su forma de cisne, allí llora junto al ave. Al haber jurado amor eterno a otra mujer el hechizo jamás se romperá y nunca más volverá a ser humana. Desolado, Sigfrid no puede soportar la idea de no poder volver a hablar nunca más con su bella princesa y ambos se suicidan ahogándose en las aguas del lago. De esa forma, la única, sus almas estarán unidas vagando a través del tiempo. Juntos para siempre. 

¿Final de cuento o final real? Terco, obstinado, cabezota. En una palabra, hechizado. Solo el amor verdadero logrará salvar mi alma. ¡Malditas ocho palabras!
Ya sé que algunos me tildan de pensar demasiado y de mantenerme alejado de la acción. Soy consciente de que tan solo miro las ruedas girar y girar, pero...matemáticamente el ocho es el símbolo del infinito, de lo imperecedero, de lo que jamás se extingue. Lo único en lo que creo, lo único que deseo, lo único que anhelo. Amor loco, amor pasional, amor desbocado, amor romántico, amor visceral, amor que duele, amor que llena...En definitiva, amor puro. Ocho letras. Sin duda, el infinito.  
Además, ¡qué demonios! ¿Por qué no juntar ambos mundos? Tiene que existir en algún lugar una especie de Jessica Rabbit que deambule entre los cuentos y la realidad, que se maneje igual de bien en ambos mundos. A mí me gusta creer que es realmente posible, ya que como sentencia una frase de esas que llenan muros de redes sociales, aquellos que creen en la magia están destinados a encontrarla. 





viernes, 8 de enero de 2016

Día 25: The emerald way.

Ese hombre desfigurado escuchaba con deleite a la joven que con tan bella voz interpretaba sus composiciones. Era algo sublime. Sin embargo, al mismo tiempo que sentía un amor desmedido hacia ella, la ira amargaba todo su ser. Una rabia que emponzoñaba su alma, causada por el rechazo que sin duda le provocaría si algún día se dejara ver ante ella. ¡Qué mundo más atroz! La gente admiraba sus obras pero se estremecían al observar su deformado rostro, de ahí que al diseñar los planos del edificio de la Ópera Garnier se reservara un lugar bajo los cimientos. Oculto de la gente, podría disfrutar de lo que más amaba en este injusto mundo. La música. 
Erik, el fantasma, era un hombre increíblemente listo. No solo la arquitectura y la música se le daban realmente bien sino que era un avezado ingeniero que inventó una gran variedad de artilugios con los que construyó bajo la Ópera una serie de túneles y un gran lago. Esa sería su morada, su reconfortante hogar fuera de miradas inquisitoriales; lejos, sin ninguna duda, de la terrible crueldad del ser humano. 
 
El príncipe rema sonriente, mientras el pequeño bote de madera surca lentamente las aguas color esmeralda. Enfrente tiene el rostro de la bella Ariel. Los ojos de ella reflejan la sonrisa de su alma, está  enamorada de él, sin embargo un insignificante detalle hace que la velada no se desarrolle de la manera más adecuada en una cita de esas características ya que de su boca no sale sonido alguno. Muda por un inverosímil pacto con una extraña y feroz mujer-pulpo se siente impotente al ver que el príncipe no se da cuenta de que es lo que ocurre. Entonces algo mágico sucede, los pajaritos, peces e insectos acompañados por un simpático crustáceo susurran al oído de él...kiss the girl!
Eric, el príncipe, intuye que algo raro acontece en la penumbra de ese romántico anochecer pero no sabe realmente que debe hacer. ¿Por qué la bonita Ariel no suelta prenda? ¿Le gusto? ¿Querrá que siga remando hasta que las primeras estrellas de la noche iluminen nuestro camino? Se pregunta mientras la barquita se desliza sobre un agua llena de animalitos cantarines. 
En ese momento, todos y cada uno de los que contemplamos tan idílica escena soltamos un, ¡vamos bésala ya, bobo! 

Erik Thorvaldsson navegaba por las frías aguas del norte. Pensaba en su Noruega natal mientras observaba las bellas formas que aquellas luces de bonitos colores dibujaban en el cielo, él aún no sabía que ese fenómeno era causado por la energía liberada del sol y achacaba las auroras boreales a los dioses. Estaban contentos de verle surcando la mar y le daban la bienvenida a aquellas latitudes tan lejanas de la tierra. Nacido a mediados del siglo X había dedicado su vida entera a comerciar entre los distintos pueblos diseminados por aquellos confines del planeta donde las nieves eran perpetuas. Sin embargo lo que más amaba por encima de todas las cosas era explorar lo desconocido, llegar donde nadie nunca había osado aventurarse. Erik el rojo, se deleitaba con esas enigmáticas luces del cielo. En el lejano horizonte se vislumbraba la costa de lo que él denominó Greenland. Un lugar, como descubrió más tarde, que poco tenía de verde ya que el hielo y la nieve ocultaban la mayor parte del territorio. 

Hace tres o cuatro meses estaba tirado en el sofá de uno de esos garitos de moda. Un lugar atestado de gente que iba y venía de un lado a otro y a la que, sinceramente, no prestaba demasiada atención ya que mis sentidos estaban absortos en los ojos de una chica que me contaba sus peripecias en Londres. En mi mano sostenía un ron con limón al que daba pequeños sorbos mientras en mi alma se debatía una pequeña cuestión...¿la beso o no la beso? Juro que entre el barullo de la música y la gente escuché al maldito Sebastian, el cangrejito de la sirenita, susurrar en mi oído eso de bésala. Admito que existe alguna posibilidad, por pequeña que esta sea, que el alcohol que recorría mis venas a esas horas de la noche me jugara una mala pasada pero prometo que me pareció ver la pinza de la pata de Sebastian de refilón sobre mi hombro. ¡Bésala Rubén!
Es curioso identificarme con Eric, el príncipe, pero más curioso aún es hacerlo con Erik, el fantasma. Y eso ha sido esta misma mañana al mírame en el espejo. Anoche una chica me decía que mi blog le despertaba curiosidad, admiraba en cierta forma la manera en la que expreso mis sentimientos y como juntaba y relacionaba ciertos datos históricos reales con parte de mi vida. En un momento de la conversación ella me transmitió sus ganas de conocerme y en ese instante le dije que jamás nos veríamos. Si, esta mañana me he dado cuenta al mirarme en el espejo, justo después de ducharme, que me oculto como el fantasma. Temo a la gente y la opinión que tengan de mi, me asusta el rechazo cuando esas personas comprueben que mi alma está tan desfigurada como la cara del protagonista de la obra de Gastón Leroux. Es oscura y sombría. La curiosidad por descubrir quién soy quizá haya permitido que esté repleta de recovecos. Puertas que muchos han cerrado tirando la llave bien lejos, y que yo, al intentar averiguar qué hay tras ellas he dejado abiertas de par en par. Eso es algo que me da un miedo terrible mostrar, vértigo absoluto. 
Descubrí a Erik el rojo hace pocos días. Quería huir hacia mi Ciudad Esmeralda, como Dorothy en el mago de Oz, buscando respuestas. Hace un par de semanas estaba en la puerta de una autoescuela esperando a que abrieran, me iba a matricular para sacarme el carnet de moto. Una pregunta martilleaba mi mente mientras el frío no dejaba que parara quieto frente al cierre echado de la autoescuela. ¿Hasta dónde podré llegar en moto? Ese día tenía prisa y no esperé la media hora que faltaba aún para que abrieran y las navidades han hecho que aún no me haya matriculado pero esa pregunta sigue en mi mente. ¿Dónde está mi Ciudad Esmeralda? Dorothy, en su caso, siguió el camino de baldosas amarillas. Yo, en esa mañana de finales de Diciembre, me propuse emprender la senda Esmeralda. Coger una moto y subir. Lo más arriba que me fuera posible. Pasar los Pirineos, recorrer toda Francia hasta llegar al Eurotunel para pisar suelo Inglés, Londres, Manchester, Edimburgo, los Highlands. ¿Y luego qué? Ferry por las islas hasta tocar Islandia. Siempre sobre las dos ruedas, con el ártico y septentrión en mi mente y el frío viento deslizándose por mi cara. Llegar hasta la punta más al norte de Islandia y allí coger de nuevo un barco y surcar la mar como hizo mil años atrás Erik el rojo para llegar a Groenlandia y allí observar las auroras boreales. Mi Ciudad Esmeralda, al fin. Solo allí, bajo el precioso manto del cielo estrellado y los miles de colores de ese fenómeno tan extraño como son las luces polares poder preguntar a quien corresponda, ya sean dioses o magos, las miles de cuestiones que inundan mi oscura alma entre ellas esa a la que jamás he podido responder satisfactoriamente...¿cuándo es el mejor momento para besar a una chica?







miércoles, 16 de diciembre de 2015

Día 24: La reina de Mayo.

Solo queda sentarme, cerrar los ojos y soñar. 
La mano se apoya suavemente en mi pierna mientras sus ojos se deslizan sin prestar demasiada atención por la gente que a través de la ventanilla observa como sombras de un mundo ajeno al nuestro. De pronto gira su cabeza hacia mi, me mira a los ojos y sin decir una sola palabra besa mis labios. Tierno. Dulce. Casto. Un beso de esos que no esperas, uno que te eriza la piel y hace que el planeta entero se detenga de golpe. Instintivamente cierro los ojos al juntar sus labios con los míos, sintiendo muy dentro de mí como los sentimientos fluyen de un cuerpo a otro. Un intenso intercambio de sensaciones que termina por hacer que abra los ojos para mirarla detenidamente al tiempo que las primeras luces se asoman por el gran ventanal del autobús. Sonrío y digo...¡Ya están!¡Las luces de Navidad!
Nervios. Mucha impaciencia. Una excitación creciente que culmina al bajar del autobús y mirar hacia el gran árbol iluminado que adorna la plaza. Cojo su mano enguantada y la llevo rápidamente a su base, saco el móvil del bolsillo y besándola en la mejilla hago una foto de ambos con el enorme árbol de fondo.
Quiero esa foto, deseo esa foto, anhelo esa foto.

Solo queda sentarme, cerrar los ojos y soñar.
Me despierto por la noche. Me meo. Si, tengo unas ganas tremendas de hacer pis. Voy al baño tanteando la pared, sin apenas abrir los ojos. Al girar el picaporte de la puerta me detengo un instante, huelo a ella. El perfume que ha quedado impregnado en su ropa y que unas horas antes había dejado tirada en el baño en un momento de pasión repentina ha llenado toda la habitación. Respiro profundamente y sonrío. Adoro ese olor, suave y afrutado. Sutil. 
De nuevo en la cama acaricio su pelo y ella se despierta. Gira su cabeza y con los ojos entornados me susurra un hola. Yo no puedo más que abrazarla y tras pegarle un pequeño mordisquito en su oreja decir...Duerme cielo, aún es pronto.
Mientras miro las sombras cambiantes en el impoluto techo, pienso. Escuchando su respiración cada vez más profunda, siento. Apagando lentamente esos sentidos, sueño. 

Solo queda sentarme, cerrar los ojos y soñar. 
Sumidos en un buen atasco me acomodo en el asiento del conductor y subo un poco el volumen de la radio. A los pocos minutos una canción empieza a sonar y ella tararea. Miro su perfil, observo como ladea la cabeza y mira al coche de al lado distraídamente. Su mano de pronto se dirige a la rueda del volumen, lo sube y empieza a cantar. Ese gesto me distrae hasta tal punto que el coche de atrás me da las largas para que continúe una decena de metros. Ella sigue cantando ajena a todo, su voz inunda el coche. Mi alma se encoge y aprieta para luego expandirse hasta el infinito y estallar a modo de big bang estelar. Una explosión de amor, deseo y ganas de estar dentro de ella, bajo su piel, en sus entrañas. Su voz hace que me pregunte...¿Existe la felicidad absoluta? De ser así, debe parecerse mucho a esto. Me digo al tiempo que cojo su mano, la acerco a mis labios y beso su palma. 

Cuentan las leyendas que Rhiannon era una mujer de una belleza increíble. La gran reina del mundo de las hadas, hija de un dios del inframundo, podía desenvolverse igual de bien en el lado de los vivos como en el de los muertos. Un día decidió salir de su confortable mundo e ir a parar al nuestro, entonces algunos la llamaron la reina de Mayo. Los antiguos druidas y magos encendían hogueras el día de Beltane en su honor, conmemorando la primavera, el reverdecer de los campos y el renacer de la vida tras el largo invierno. 
Allá, en el norte, los fríos mantenían la vida en un horrible letargo, el corazón prácticamente se paralizaba en su continuo latir y todo, incluso el amor, permanecía a la espera. Todo se detenía en el tiempo hasta que los primeros rayos del sol de la primavera calentaban esas tierras. La reina de Mayo salía de su oculto escondite y cabalgando desnuda en su precioso corcel iluminaba el mundo. 
Estos días estamos a punto de entrar en el oscuro invierno, y hoy quiero pedir un favor a Rhiannon si por casualidad estas palabras le llegan hasta su misteriosa morada. 
Bella dama de largos cabellos, señora de la vida y reina de la luz, no dejes que mi alma hiberne y se oscurezca pese a la llegada del frío. No permitas que deje de soñar, tan solo me queda eso. 



miércoles, 9 de diciembre de 2015

Día 23: Seducir y destruir. De lo más pequeño a lo más grande.

Una vez mi abuelita me dijo que había visto a alguien como yo en la calle. Tan parecido a ti era, me contaba, que le llamé por tu nombre y todo, al girarse vi que erais iguales. 
En ese momento en el que ella me "veía", yo estaba tomando el sol en la playa. Ella, en cambio, iba hacia casa, muy cerquita ya del portal. Por lo tanto nos separaban unos centenares de metros y era imposible que ese misterioso chico tan parecido a mí fuera yo mismo. Una pequeña confusión seguramente, pero ¿y si mi encantadora abuela llevaba razón?

Hay algo que me fascina sobremanera. Bueno, para ser sinceros, en realidad son dos cosas. Los labios pintados de un rojo potente de una desconocida que frente a mí teclea suavemente el nombre de algún archivo metido en su ordenador portátil. Y, por supuesto, la posibilidad de que existan mundos paralelos a este en el que estoy escribiendo.
¿Es tan descabellado pensar en mundos simultáneos al nuestro? Bien, para intentar responder a esa difícil cuestión tendré que remontarme un pelin hacia atras en el tiempo. Justo en el instante en el que varios científicos como Einstein o De Broglie dedujeron que la luz era mágica. Aparecía y desaparecía sin previo aviso. ¿Cómo era posible tamaña hazaña? Entró en escena lo que ellos denominaron dualidad onda-corpúsculo, la característica más increíble de los fotones (el elemento más pequeño que encontramos en la luz). Con este hallazgo se abría un interesante mundo sobre nosotros, el maravilloso cosmos de lo infinitamente pequeño. 
Muchos años antes de todo este galimatías de cosas ínfimas y microscópicas, Newton había demostrado que cualquier masa, por pequeña que esta fuera, sufría una fuerza de atracción. A esto lo llamó gravedad. Por ejemplo, las mareas son un efecto de la masa de la luna y el sol sobre la de la tierra. Desarrollando estos conceptos, Einstein llegó a su teoría de la relatividad general y su noción de que la gravedad causaba una curvatura en el espacio-tiempo. Es decir, que el tiempo se hacía relativo dependiendo de quién y dónde lo observara. Nos movíamos ahora por el universo de lo inabarcable, el mundo de lo increíblemente grande.
Sin embargo, algo fallaba en todo esto y el bueno de Einstein se dió cuenta. Las leyes que rigen lo más pequeño no iban bien para determinar qué ocurría con lo más grande. Se pasó toda su vida intentando dar sentido a todo esto, buscando su teoría de campo unificada. Algo que describiera todas las cosas que existen en el universo, tanto las más minusculas como las más gigantescas. 

¿Sabes Rubén? Me gustaría encontrar el amor y también hacerlo. Esa pequeña frase hizo que sonriera. El amor y el sexo, una y otra vez. No quise adentrarme en esa conversación y cambié de tema...¿tienes vértigo? Solté sin más.  Diez minutos después, al conocer que a ella no le gustaban las alturas y yo saberme desilusionado, la conversación se acabó. No obstante el eco de esas palabras iniciales se mantuvieron en mi cabeza un buen rato más. ¿Sería posible encontrar una ecuación o alguna ley que uniera ambos mundos? Al igual que aquellos sesudos científicos que allá por 1950 creían en una sola teoría que abarcara todas las leyes de la naturaleza. yo creo que existe una norma generalizada que gobierna el corazón. Estoy convencido de que tiene que haber algo que describa tanto el amor como el sexo. El método experimental, el de ensayo-error de toda la vida, hace pensar que no es así. El amor va por un camino y el sexo por otro.

A finales del siglo XX apareció una corriente de nuevos pensadores. Físicos que descubrieron que los protones y neutrones estaban constituidos por unas partículas aún más pequeñas, los quarks. También hallaron indicios de otra serie de partículas pequeñísimas como los gluones, los leptones y los bosones. Esos científicos, observando el comportamiento de estas partículas llegaron a la conclusión de que un quark no es más que un pequeño hilo finísimo unido por sus puntas y que vibra. A esta increíble deducción se le ha llamado la teoría de supercuerdas y es algo que a día de hoy aún sigue en pañales pero que tiene unas posibilidades enormes. De un plumazo se han pasado de tener cuatro dimensiones (las tres espaciales más la temporal) a una cantidad variable entre diez y veintiséis (la creencia más generalizada es pensar que existen once dimensiones). Es decir, que lo que Einstein buscó durante el final de sus días sí que es posible. La teoría del todo es una realidad tangible, lejana pero casi al alcance de las yemas de nuestros dedos. 

El universo vibra, esa es la clave. ¿Será posible que esa ley fundamental de toda la materia pueda describir algo tan misterioso como lo que ocurre en el corazón humano? Quiero pensar que si. Deseo creer que cuando vea al amor de mi vida, al estar frente a ella; mi corazón, todos los quarks, leptones y bosones que hay en el, vibrarán de tal forma que pondrán de acuerdo a mi alma y sepa que amar y hacer el amor es lo mismo. Que no hay diferencia alguna entre esos dos conceptos o mejor dicho que simplemente esa causalidad está motivada porque ambas cosas van de la mano al igual que nosotros, el ser humano, estamos constituidos por particulas realmente pequeñas y formamos parte de un sistema enormemente grande. 
Esa dualidad de la luz que hace cien años descubrieron unos locos científicos y que fue el pistoletazo de salida para todo este embrollo de fórmulas y leyes, es la misma dualidad del alma. La misma incertidumbre en la que me sumo cada noche al preguntarme si al día siguiente mi corazón será capaz de vibrar. Pero quizá lo más complicado sea encontrar, una vez aceptada y demostrada esta teoría del todo, otro cuerpo que vibre conmigo uniendonos en una resonancia infinita. Eso es lo realmente difícil. Pero no desespero en mis deseos, todo es posible en el mundo de las interacciones fundamentales de la naturaleza. No en vano, somos polvo de estrellas. 









miércoles, 18 de noviembre de 2015

Día 23: Le mirouer des simples ames anientis et qui seulement demourent en vouloir et desir d’amour.

- Necesito tu ayuda.
- ¿Qué te pasa, Rapsi?
- He vuelto a caer. Ayer me convencieron para hacer algo, no pude evitar volver a mi lado oscuro.
- Pero, ¿en qué puedo ayudarte yo?
- Quiero que me hables...Sobre el amor. 

Corría el año del Señor de 1310. Una mujer, atada por la cintura a una gran estaca de madera con la vista hacia el frente, miraba desafiante a todos los que se congregaban a su alrededor. Lugar, la place de Grève. 
Los expectantes parisinos rodeaban a la misteriosa mujer mientras las llamas hacían crepitar la madera seca. Una voz se escuchó, fuerte y ronca, a través del tumulto. ¿Te arrepientes de tus pecados? Ella, con los pies abrasados por el calor que ya empezaba a subir a lo largo de la pira, negó con la cabeza. ¡El señor se apiade de tu alma! Logró escuchar la anciana antes de desmayarse por el insufrible dolor causado por las llamas que comenzaban a devorar su pequeño cuerpo.

Estoy seguro que muchas de aquellas gentes, arremolinadas en un primaveral día de comienzos del siglo XIV en aquel lugar al lado del Sena, se preguntaron lo mismo que yo. ¿Qué diablos habría hecho esa mujer para acabar muriendo de una forma tan atroz en lo que ahora es la plaza del ayuntamiento de París?

Al mismo tiempo que Rapsi me pedía apoyo moral con algo en lo que jamás podré ayudarle, leia la historia de esta mujer. 
Tenemos constancia de Margueritte Porrette por los pocos legajos que se conservan de su juicio llevado a cabo por la Inquisición. Era una beguina, una de esas mujeres que se dedicaban a ayudar al prójimo sin más recompensa que la de estar en paz con su propia alma. Socorría a enfermos, protegía a los desamparados, cuidaba de niños y mujeres sin posibilidad de sobrevivir. Pero más allá de estas buenas obras era una mujer letrada y sabia, tanto que tuvo un buen puñado de seguidores a los que alentaba a practicar la bondad hacia los demás seres humanos. 

- Cuéntame, ¿qué pasó ayer?
- Ayer fui a Fusión.
- ¿Fusión?
- Si, un garito liberal. 
- Rapsi, no quiero saberlo. De verdad.
- Necesito que me ayudes.
- ¿Qué pasó allí?
- Varios hombres se corrieron en mi cara. 

Porrette fue considerada una mística, es decir, alguien que no necesitaba de intermediarios para estar en contacto con Dios. Y esto, como podréis suponer, les jodia bastante a los curillas y párrocos de la época. Margueritte escribió un libro, compendio de todas sus creencias, que lleva el mismo título que el de esta entrada que hoy escribo. El espejo de las almas simples. 
Entre otras cosas nos dice que si un alma es pura no necesita de nadie para poder hablar de tú a tú con Dios. De un plumazo quitaba el trabajo a obispos y toda la farándula eclesiástica y eso puso sobre aviso a todo el estamento de la Iglesia, que advirtieron a su autora quemando el libro en un acto público. No obstante, ella siguió siendo fiel a sí misma y no se retractó de sus polémicas opiniones, hecho que le llevó a ser encarcelada durante año y medio. 

- Pero, ¿y toda la terapia con Sergio?
- Un amigo, al que le gusta mirar, me escribió ayer y me propuso algo que no pude quitarme de la cabeza durante toda la tarde. Estuve mojada toda la noche pensando en ello. 
- Sabes que te utilizan, ¿verdad?
- Si, y creo que me excita ser utilizada. 

Más curioso aun, es el tema de que en el juicio inquisitorial, a Margueritte la vincularon con los Hermanos del libre espíritu. En una de las partes de su libro intentaron ver lo que en un principio podría catalogarse como el "haz lo que te de la gana mientras tu alma siga siendo honesta consigo misma". Allá por el año 1300 ya se tenían las mismas inquietudes que tiene Rapsi en estos momentos, el amor libre. 
Porrette aconsejaba que uno no se tenía que preocupar por las consecuencias de ciertos comportamientos si su alma era virtuosa. El concepto de pecado era algo que solo Dios debía juzgar y no los hombres. El miedo que la Iglesia había inculcado en los cristianos devotos se ponía en entre dicho y para los rectos inquisidores este era otro motivo de herejía. Así que, si no se retractaba de sus actos y palabras, Margueritte moriría en la hoguera. 

Rapsi es una mujer bella. Así la definiría. Porque lo es y porque se lo cree. Su belleza radica en querer algo más de la vida, no se conforma con lo que es, sino que desea ir más allá. Se cuestiona cosas y las debate interiormente. Siempre que hemos hablado lo hemos hecho sobre el amor, en sus distintas acepciones. Ella lo ve de forma distinta a la mía, sin embargo yo la entiendo muy bien. Se de lo que habla cuando menciona su "dark side". 
No me sorprendió en absoluto que me pidiera consejo sobre algo tan intimo pese a que tan solo la he visto un breve espacio de tiempo en un anónimo banco de la plaza de Colón. Lo que me ha hecho escribir todo esto es que en el mismo momento de pedírmelo yo tuviera delante de mis ojos la biografía de esta notable mujer que sacó los pies fuera del tiesto. ¿Un hecho casual? Puede que así sea, pero no deja de llamarme la atención.

- Rapsi, se tú misma. 

Eso fue lo último que le dije ese día. Y creo que esta historia va de eso, de llevar nuestras convicciones hasta las últimas consecuencias. Si creemos en ello, si nos hace ser más virtuosos y nuestra alma se siente mejor, ¿por qué dejar de ser uno mismo?
Porrette murió en la hoguera al mantenerse firme ante la cruel Inquisición. Afortunadamente, las mentes de los hombres se han transformado en estos 700 años. Ahora, sin duda, somos un pelin más libres. 


miércoles, 4 de noviembre de 2015

Día 22: Facilius sit Nili caput invenire.

2 de Febrero. Una multitud de personas de toda índole y condición rodean una pequeña tarima en la que varios hombres vestidos con sus mejores galas esperan algo excepcional. Nerviosos e inquietos, empiezan a jalear a alguien. Animan, aplauden e incluso, algunas de esas gentes de un pequeño y perdido pueblo del Condado de Jefferson, exhortan a grito pelado...¡Vamos Phil!
¿Por qué atrapado en el tiempo me fascina tanto? Si, hablo del día de la marmota y de esa película que todo el mundo ha visto al menos una vez en su vida.
Bill Murray se levanta una y otra vez con la voz de Cher en la radio, sin poder avanzar en su vida. Este hombre gris y apático intenta alejarse de todo aquel circo en el que se ha convertido una bonita e inocente tradición, tan antigua como los propios bosques de aquellos parajes de Pensilvania.

Esta mañana al despertar y meterme en la ducha me he sentido como él, no he escuchado a Cher sonando en mi móvil tras el pitido de la alarma pero sí que me encuentro estancado reviviendo una y otra vez el mismo momento.

Bill, en la película, intenta enamorar a Andy de una manera artificial, con trucos y chistes que ocultan al verdadero hombre que hay tras esa indolente alma. Evidentemente no le funciona y poco a poco se va dando cuenta de que tan solo siendo él mismo la vida le sonreirá. Con cada repetición de ese extraño día aprende un poquito más de sí mismo y al final deja salir al verdadero hombre que se ocultaba tras la máscara.

Hace un par de días hablaba con una chica por teléfono y me hizo una pequeña observación. Rubén, no dejas que te conozcan ni deseas conocer. Y añadía, el amor no surge con el chasquido de los dedos apareciendo por arte de magia. 

Cuando Alejandro Magno llegó a la ribera del Nilo, tras su afán de conquistar el mundo conocido y persiguiendo derrotar a su archienemigo Darío, al observar la inexplicable crecida que este tenía en verano le preguntó a los sabios del lugar...¿dónde nace?
Mucho tiempo después aún no se sabían las fuentes del que fue considerado el mayor río del mundo, y bastantes fueron los que perecieron en busca de tan misterioso lugar. No fue hasta mediados del siglo XIX que Henry Morton Stanley, junto a otros valientes aventureros como Speke, Burton y Livingstone, dieron con el Lago Victoria. Para maravilla del mundo entero "redescubrieron" las indomitas tierras del África más salvaje y el origen de las aguas del río Nilo, las cataratas Ripon. Tan difícil fue averiguar de dónde salía todo ese agua que fluía a través del Nilo blanco y el Nilo azul juntándose a la altura de Jartum, que poco después de la época del gran Alejandro y cuando la dinastía ptolemaica daba sus últimos coletazos de vida con Cleopatra, se decían estas palabras..."Facilius sit Nili caput invenire".

Sería más fácil encontrar la fuente del Nilo. Eso es lo que he pensado esta mañana al ducharme y darme buena cuenta de que mi vida está en un bucle infinito en la búsqueda de un mito tan enigmático como lo fue el origen de esas oscuras aguas que desembocan en el Mediterráneo. ¿Cuántas primeras citas habré tenido? Es bien cierto que con cada una de ellas aprendo un poco más. Cada nueva mujer me descubre un matiz de mi personalidad y me hace deambular por lugares de mi alma aún no transitados. Soy como el doctor Livingstone o cualquiera de esos aventureros que remontando el Nilo intentaban desentrañar sus secretos. Pero de vez en cuando, estoy seguro de ello, estos avezados hombres se preguntaban qué hacían en ese endiablado lugar, al transitar por los inhóspitos lodazales del Sudd en pleno centro del África más despiadada. 
Esta chica que hablaba conmigo hace apenas un par de días me sugería que yo era el culpable de cada fiasco, ya que no daba tiempo a que nadie lograra conocerme. Según su teoría no permito que nadie se acerque a mi demasiado y más aún, no llegaba a conocer realmente a ninguna de ellas por el estúpido asunto de pensar que tiene que haber un flechazo instantáneo y que si no lo hay paso a la siguiente.
Con los ojos cerrados en el autobús pensaba en ello unas horas atrás. ¿Si en algún momento me encuentro con una mujer maravillosa, tengo que dejarla entrar en mi corazón pese a que pocas cosas nos unan?
Me encuentro en el día de la marmota, aprendiendo de mi, escuchando mi alma. Siempre la primera cita, siempre las mismas conversaciones, siempre los mismos nervios. De momento no avanzo, no logro pasar de la región pantanosa del Sudd en la lejana y antigua Sudán. Vivo una y una vez el mismo momento deseando, soñando, que uno de estos días alguien me pregunte...¿probabilidad de salir de aquí? Y yo, sonriendo, responda...el 100%. 

 



miércoles, 28 de octubre de 2015

Día 21: La noche de Samhain.

Observo ahora mismo a una preciosa rubia cuyos ojos, delineados en un profundo negro, se han posado sobre mí un par de veces. Rápida y fugazmente, esa mirada ha vuelto hacia abajo, olvidándose su dueña de este chico que hoy escribe sobre la noche más aterradora de cuantas en mi corta vida me ha tocado transitar.
Trece meses antes, día arriba día abajo, de esa terrorífica noche me encontraba sentado en un banco de un lejano parque. Hacía frío; un viento gélido que, a parte de traer consigo unas nubes bastantes negras que amenazaban lluvia, se metía por cada poro de mi piel. Esto hizo que me abrazara y acurrucara aún más a ella mientras mirábamos divertidos como a unas decenas de metros la gente iba formando una cola. Niños con sus padres, parejas que cogidas de la mano se besaban tiernamente, abuelos luchando con sus nietos para que no se alejaran demasiado, todos ellos esperaban que fueran las cinco de la tarde. Era entonces cuando la fiesta del helado de ese tormentoso martes daría comienzo en la inquietante y misteriosa ciudad de Salem. 
Unas pocas horas antes había estado dando un paseo por aquellas calles que allá por el año 1692 fueron testigo mudo de la locura de un pueblo, la inseguridad e insensatez de los habitantes de esa parte del mundo campaban a sus anchas sin más razón que la de desterrar el mal de sus  rectas vidas. Unas niñas, quién sabe si jugando o quizá llevadas por el histerismo de una población temerosa en exceso del poder del diablo, hicieron que unas 200 personas cayeran como piezas de dominó en un tablero. Dos centenares de acusados en total; unos veinte muertos entre lapidaciones, ahorcamientos y duras noches en la carcel y un sinfín de legajos escritos con las declaraciones de vecinos, familiares y amigos de esa pobre gente acusada de haber traído al mismísimo Satán a las puertas de sus casas. ¿Ha practicado o visto algún indicio de brujería en alguno de sus inestimables conciudadanos?
Estuve en uno de los muchos museos que reclamaban la atención del visitante con simbología pagana en sus fachadas. Figuras de brujas, dibujos de druidas y símbolos de runas por doquier que harían que cualquiera de los puritanos que vivieron esos tristes hechos trescientos años atrás se revolviera en su tumba pidiendo la muerte de tanto hereje. Al final del recorrido del museo por el que me decidí para enterarme de la terrible historia de la caza de brujas de Salem había una pequeña tiendecita de souvenirs. Quería comprar algo de recuerdo así que deambulé un rato cotilleando cada estantería de la tienda. Vi libros de hechizos, biblias satánicas, figuritas de la típica bruja volando en su escoba, juegos de cartas...no me decidía por nada en concreto hasta que me paré en la sección de colgantes. En cuanto lo vi supe que era lo que deseaba. Una cruz solar. Simbolizaba la unión entre el cielo y la tierra, la divinidad del astro frente al eterno y terrenal ciclo de las estaciones; pero también era una alegoría de lo que anidaba en mi corazón en esos momentos, un encomiable e irrefrenable deseo de que mi sol (ella) amaneciera junto a mí cada día de mi vida volviendo nuestra unión eterna. 
Pasando un frío de muerte en un banco de un bonito parque de la ciudad de Salem veíamos como decenas de niños portaban sus bandejas con diez tarrinas de helado y se sentaban sobre la hierba con cara pensativa, ¿con cuál empiezo? La oferta era tentadora, cinco dólares por diez helados a elegir entre un variado grupo de tenderetes diseminados por el parque. Ese día, en aquel lugar sonreí ampliamente, y en el catamarán de vuelta a Boston no podía ser más dichoso. Al llegar al puerto, nos quedamos un rato sentados en el borde del mar viendo el atardecer y el trajín de los barcos que iban y venían de distintos lugares. En silencio, admiramos el vuelo de las gaviotas sobre el Atlántico mientras el sol bajaba y las luces de la ciudad poco a poco se iban encendiendo dejando vislumbrar el bonito perfil de la bahía de la capital de Massachussetts. Siempre que echo la vista atrás recuerdo ese instante como el último en el que verdaderamente sentí una felicidad extrema en mi corazón. Por eso, trece meses después, cuando hacia la maleta para irme de mi casa cogi el olvidado amuleto comprado en una pequeña tienda de museo que andaba olvidado en el fondo de un cajón y me lo puse. Mirando mi triste reflejo en el espejo del baño, veía las lágrimas caer por mi rostro. Mientras éstas resbalaban precipitándose hacia la encimera del lavabo, aquel 31 de Octubre, acortaba la cuerda que sujetaba esa cruz solar; deseaba que todos los espíritus que residían en el averno me ayudaran a recuperar aquella sensación que tuve en Salem. Quería hacer un pacto, y aquel talismán sería mi conexión con el mundo de lo invisible. 
La casualidad (¿de verdad existen?) había hecho que mi primera noche sin amor fuera la noche de Samhain, una de las más tenebrosas de cuantas hay en el año. La oscuridad de aquel día cayó sobre mí como una pesada losa y como si fuera un alma en pena vagué por un mundo sin sueños. Para mí, la peor pesadilla de todas. Esa noche tuve tanto miedo, un terror tan atroz, que por la mañana huí tan lejos como pude. Cogi el coche y conduje intentando alejarme lo más aprisa posible de esa negrura que se cernía en mi horizonte. 
No recuerdo cuánto tiempo llevé ese colgante. Puede que tres o cuatro meses, quizá cinco. Un día me di cuenta de que  ese bonito instante en Salem jamás volvería a mi, pero eso no era lo más importante. Lo interesante de todo ello es que llegó ese día en el que si pudiera entrevistarme con el diablo en persona y éste me concediera un deseo por mi alma ya no le pediría volver a su lado. La cruz solar había dejado de tener significado para mí, entonces me la quité y la guardé en una vieja caja de zapatos en la que conservo aquellas pequeñas cosas de mi pasado que está bien no olvidar.
La rubia sigue con su mirada perdida en sus cosas mientras yo la cotemplo en la distancia. Manos pequeñas que de vez en cuando sujetan un rotulador, que recogen su corta melena colocándosela tras la oreja, que pasan páginas de un cuaderno lleno de anotaciones. ¿Cómo sería volar con ella? La veo coger el móvil y sonreír. Seguramente ya haya alguno que desee volar con ella o peor aún, quizá ya estén sobre las nubes cogidos de la mano para no caer. 
Los celtas denominaban a estos días en los que estamos Samhain, cuya traducción podría ser el final del verano. Para ellos, esa noche del 31 de Octubre era muy especial. Los espíritus deambulaban junto a las personas vivas, en esas horas tras la caída del sol unos y otros podían comunicarse. Hecho que utilizaban los brujos, hechiceros y chamanes para hacer sus conjuros a la luz de la luna de la primera madrugada del mes de Noviembre. Y yo me pregunto, si entre ese batiburrillo de almas eternas pudiera hablar con una de ellas esa mágica noche...¿qué le pediría a ese sabio y etéreo ente? 
Sin duda algo bastante simple, ¿cómo hago para que la rubita sepa que existo?