La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 24 de enero de 2015

Día 14: Who's that girl?

Érase una vez un chico de mirada inquieta cuya curiosidad no conocía límites. En el lejano país donde las preguntas se creaban no daban a basto para concebir nuevas cuestiones con las que satisfacer a este pequeño chaval. 
¿Cuanto duerme un pajarito?¿Los gatos sueñan?¿De qué están hechas las nubes?¿Cuanta sangre bombea el corazón humano en una hora?¿Es el universo infinito?
Ninguna pregunta se le resistía, algunas las resolvía en minutos otras quizá le llevaban días. Con el paso del tiempo y al ir haciéndose mayor, cada vez le resultaba más sencillo dar respuesta a las cuestiones que se le planteaban. Y un día, harto de saberlo todo, cerró los ojos y se tapó los oídos con las manos. Así ni escucharía ni vería nada que pudiera parecerse a un enigma. Por fin su cansada mente se tomaba un merecido descanso. Sin embargo poco aguantó de esta manera. No pudo resistirse más que unas pocas horas, no dejaba de pensar que diablos estaría ocurriendo a su alrededor. Así que, algo nervioso, abrió un ojo muy despacio. ¿Y qué fue lo que vió? Pues nada más y nada menos que a una chica, delante suyo se encontraba una preciosa mujer rubia. Ella le observaba a cierta distancia. Era muy delgadita y tenía el pelo recogido en una coleta. Unos pequeños mechones le caían por la frente. Sus ojos parecían dos gotas enormes de agua, cambiaban de color según el ángulo con el que ladeara la cabeza. En un momento dado eran marrones, segundos después pasaban a ser verdes, poco más tarde grises con pequeños matices de un azul hielo devastador. Su cara era de una belleza tal que, por un instante, no reparó en algo. Llevaba un fino colgante dorado al cuello, sobre su piel descansaba una D que brillaba casi tanto como sus ojos. 
Su mente empezó entonces a jugar como lo había hecho toda su vida y miles de datos acudían a su cabeza analizando cada detalle que veía. Era muy rubia, ¿vendría de algún lejano y frío país del norte?¿El colgante sería un regalo de algun familiar?¿La D podría ser la inicial del nombre de su madre?¿Del suyo quizá?¿Era danesa? Eso explicaría la misteriosa letra y su color de pelo...
Tras un largo rato cavilando se dijo que tenía que averiguar algo más sobre esa mujer para obtener alguna respuesta así que siguió observándola. 
Su ropa era...¡Espera un momento! Se dijo de pronto. Bajó la mirada hacia él y luego la miró a ella. ¿Cómo es posible que yo lleve un plumas y tenga heladas las manos y ella vaya con una simple blusa y pantalones cortos? Una nueva pregunta se unía a las demás. 
Se fijó entonces en sus manos. Rosadas y de finos dedos, las uñas pintadas de un color entre el rojo y el granate, tendría que mirar los catálogos de Sephora para definir la tonalidad exacta. Un anillo en forma de serpiente adornaba su dedo índice de la mano izquierda, en la derecha portaba una pulsera también dorada como el colgante, con unas pequeñas piedrecitas que relucían lanzando destellos al aire. 
¿Quien eres? Se preguntó, en un susurro casi inaudible.
Estaban sentados en un suelo blanco, con las piernas cruzadas y la miradas fijas el uno en el otro. Él rozó la superficie con sus dedos, fría y suave. ¿Mármol? Ella no se movía, a su lado un bolso reposaba en el inmaculado piso. 
Entonces, sin previo aviso, ella habló. "Rubén, todo el mundo tiene derecho a tener una Penny en su vida." ¿Cómo?¿Pero qué diablos significa eso?
¿Qué? Fue la única palabra que pudo soltar Rubén en ese preciso instante. Intentó repetir la dichosa frase en su mente, analizarla, desentrañar su significado, pero le fue imposible. Estaba impactado por la sonoridad de su voz. Dulce, cálida, tranquila. ¿Y con algo de acento?
Transcurridos unos segundos la mente de Rubén empezó a funcionar. Bien, veamos. ¿Penny?¿A quién conocía que se llamara Penélope? No recordaba a ninguna mujer de su vida que respondiera a tal nombre, ¿se estaría refiriendo a la famosa calle de la canción de los Beatles?¿Penny Lane? Rebuscó la letra en su mente y empezó a tararearla ...Penny Lane is in my ears and in my eyes, there beneath the blue suburban skies... No, no encontraba ningún sentido a todo aquello. Iba a dirigirse a la enigmática desconocida para preguntarle sobre la frase cuando una idea se formó en su caprichosa mente. No, imposible que fuera tan tonto como eso. 
Entonces sucedió algo profundamente intrigante, ¿más aún? Como si de una bella princesa de cuento se tratara se levantó del suelo y pausadamente se acercó a Rubén. Se agachó al llegar a la altura donde él seguía sentado y de cuclillas acarició su cara muy suavemente. La piel de él se erizó al sentir sus cálidas manos, una electrizante energía recorrió cada parte de su cuerpo y sintió como su corazón se aceleraba. Un olor dulce y profundo llegó hasta su alma, su perfume era fascinante, tan embriagador como destapar un frasco con cien mil rosas atrapadas en él. Con los ojos cerrados, Rubén aspiró brevemente para sentirla muy dentro, sin embargo al volver a abrirlos una tristeza infinita se apoderó de todo su ser. Ella ya no estaba allí. En su lugar habían aparecido decenas de personas, coches y ruidos. Se encontraba sentado en un banco de una importante calle de Madrid. Aún impactado por el olor y presencia de aquella misteriosa chica se percató de un detalle. Frente a él, saliendo de una tienda con una bolsa de Guess en la mano, vió esos ojos de un azul glaciar cargados de una inocencia infinita, durante unos breves segundos reconoció esa cándida mirada que tan sólo unos instantes antes le contemplaba con ternura.  Y un pálpito tan breve e intenso como la descarga de un rayo de millones de watios de potencia, hizo que los curiosos ojos de aquel chico que hacia un rato no deseaba desentrañar ningún enigma más, cansado de este maldito planeta y de su falta total de empatía, volvieran a tener un brillo especial. Esa vitalidad característica, que desde pequeño le había llevado a aprender sobre todas las cosas que le rodeaban, había vuelto. Él solía comparar el placer que le daba el conocimiento con un orgasmo con Gisele Bündchen, estúpido símil por otra parte. Sin embargo en esta ocasión no sería nada fácil, ya que ante si tenía el reto más impresionante al que jamás se había enfrentado, intentar responder a una sola cuestión. ¿Quién era esa chica?





jueves, 22 de enero de 2015

Día 13: Pensamientos.

Sentado en el autobús esta mañana maldecía mi maldita mala suerte. ¿Cómo era posible que volviera a suceder?
Dos paradas después de entrar y acomodarme en un asiento hacia la mitad del autobús vi pagar su billete al mismo chico que hace diez días me pegó el jodido constipado que me mantuvo hecho una piltrafa humana la semana pasada, y que aún hoy sigue dando coletazos como pececillo debatiendose entre la vida y la muerte. Jodido cabroncete, pensé, desviando poco después la mirada hacia la ventana, posando mis ojos en una mujer que intentaba quitar el hielo de la luna delantera de su coche. Abstraído por los infructuosos intentos de la señora que rascaba con todas sus fuerzas el parabrisas congelado no me di cuenta, hasta que el conductor volvió a arrancar, que ese chico había escogido de nuevo el asiento junto al mío. Miré hacia todos los lados y conté más de una decena de sitios vacíos. ¡Jopé, otra vez no! De pronto le ví toser, y lancé un suspiro al aire... ¡maldita sea!. Por si fuera poco le escuché, a pesar de la música que llevo en los cascos, aspirar los mocos que se le iban callendo. ¡¡¡Qué asquito, jo!!!
Resignado, el pobre chaval no tiene la culpa de tener gripe, intenté mentalizarme de que estaba en las manos de la providencia. ¿Me volvería a contagiar haciendo de esto un bucle infinito de toses, mocos y viruses malnacidos?
Lo único que podía hacer era recostarme cómodamente en el asiento y pensar en algo más interesante que los inconfundibles, y nada agradables, sonidos que me llegaban del tío que tenía a mi lado. Y fue así como, esta mañana, me he dado cuenta de algo que ya sabía desde hace bastante tiempo. Me encanta ver cocinar a la gente. 

Desde que tengo uso de razón siento una especial admiración por las personas que se manejan en la cocina. 
Recuerdo ver de pequeñín el mítico programa de "Con las manos en la masa", escuchándolo de fondo mientras jugaba con mis hermanos. Sin embargo fue ya con veinte años cuando me empezó a fascinar todo ese mundillo al descubrir al entrañable Arguiñano. 
Desde luego la personalidad abierta y simpática del cocinero televisivo por excelencia tuvo algo que ver para que cada día me mantuviera atento a sus recetas. Pero no sólo era eso, sino todo el proceso de creación en sí mismo. Escoger unos ingredientes, manipularlos de cierta forma y hacer algo que innegablemente tendría que saber bien.
Siempre he sido del pensamiento que ver cocinar es como contemplar las pinceladas de un artista en el lienzo inmaculado y blanco, creando de unos simples colores algo que nos conmueve y llena de sentimientos. 
Observar como alguien pica algo de cebolla, la manera de cascar un huevo o el simple movimiento de una cuchara de madera sobre una sartén mezclando olores y sabores creo que es una expresión de arte. 
No solemos ver a un escritor tecleando su próximo best-seller, ni admiramos como un escultor moldea el barro o cincela la piedra dando formas a lo que tan sólo es algo indefinido. No estamos delante de un pintor cuando elabora los bocetos que tiene en mente y salvo los jubilados, ni tan siquiera somos capaces de entrever la enorme dificultad de la creación de unas obras arquitectónicas. 

Alguien tiene unos boles y platos sobre la encimera de la cocina. Se intuyen unos muslos de pollo, algo de cebolla picada, el tono anaranjado de un par de zanahorias, el aroma del ajo, unas frutas troceadas aquí y allá, ciruelas, pasas, orejones. Un poquito de pasta recién cocida, una botellita de un vino blanco cualquiera. Un poquito de sal y pimienta, y por supuesto, un chorrito de aceite. Aquí tenemos la paleta con la que nuestro artista creará algo que deleitará nuestros sentidos.
No obstante, todo proceso artístico esta envuelto en cierto halo de magia. La cocina no esta exenta de esa parte más oscura y misteriosa. Sino, ¿por qué cuando hemos intentado hacer algo, y tras invertir tres o cuatro veces más tiempo del que te aconsejan, ni el sabor ni la pinta se asemejan a lo que tendría que ser? No, no todo el mundo que posea esos simples ingredientes podrá hacer algo sublime, se necesita del toque sobrenatural que todo cocinero lleva dentro. Puede que con el tiempo y la práctica se llegue a imitar, en cierto grado, pero no creo que sea posible igualar la excelencia.

Con los ojos cerrados ya no escucho al tío que está a mi lado, moqueando y tosiendo. Divago, pienso, imagino. La atracción por la cocina no sólo se queda en una simple fascinación por ver a un japonés manejando el cuchillo con destreza para cortar una gamba por la mitad y ponerla sobre el arroz o escuchando batir huevos a una oronda señora que me va a enseñar como hacer un bizcocho. La cocina me seduce, me sugestiona, hace que mire embelesado a quien se pone tras los fuegos. 
Cierto día estaba en la cocina, hablaba comentando una anécdota que me había ocurrido esa mañana mientras ella ponía una sartén sobre la placa. Yo estaba apoyado en la pared, y en un momento dado dejé de hablar y me acerqué a ella por detrás. Le di un beso en el cuello. Ella cerró los ojos y apretó su cara contra la mia. ¿Te apetece cortar un poquito de jamón mientras hago los filetes? Yo apenas escuchaba, en esos momentos mi traviesa mano se metía sin poder remediarlo bajo el pantalón de su pijama y empezaba a tantear como muchas otras veces había ocurrido. ¡Para Ru, deja de jugar que está el aceite caliente! Me agaché, haciendo caso omiso del peligroso líquido que poco a poco se calentaba al igual que yo, y mordisqueé su culo. Instantes después la giré y la besé en los labios. ¿Por qué siempre te da por seguirme a la cocina? Me preguntó entre risas. No se, estas muy sexy. Repliqué apartando la sartén de la placa para acto seguido bajar su pantalón y braguitas y lamer su húmedo cuerpo. Ella no estaba muy por la labor como pude comprobar por su siguiente comentario...¡Ru, que luego pillamos la serie empezada, jo! Pero, sinceramente, la serie me daba igual en esos culinarios y estimulantes momentos. Tiré de su mano para abajo y se sentó junto a mi en las blancas baldosas de la cocina. La miré con carita de perrito bueno mientras no paraba de acariciarla el clítoris. Ella, por fin, claudicó...bueno, pero uno rápido. ¡Bien! Contesté alegre y feliz, en un susurro, a la vez que me quitaba mi pijama. Y allí, en el suelo de aquella cocina, junto al horno y a decenas de botes transparentes repletos de ingredientes de miles de sabores, con el olor de la comida azotando mis sentidos, hice el amor apasionadamente. 

Por fin, tras veinte minutos en el autobús llegué a mi destino y abrí los ojos. Espero que no me haya vuelto a contagiar el maldito constipado. Pensé, mientras le vi bajar las escaleras hace unas horas. Un pequeño carraspeo al salir a la calle intentó ahuyentar los maliciosos virus que se cernían sobre mi, escuché al autobús alejarse...Llamadme loco si queréis, sin duda las cocinas me excitan. Pero que diablos, ¿hay algún lugar que no lo haga?





viernes, 19 de diciembre de 2014

Día 12: ¿Las chicas malas nos parecen más monas?

Hace muchas lunas hubo una gran batalla. Una dura y cruenta lucha entre dos bandos enfrentados. 
Por un lado estaban los ángeles, en el otro los demonios. Querían delimitar de una vez por todas la zona entre el bien y el mal. Esa fina línea quedaría definida al terminar la contienda entre unos y otros. 
En las hordas de combatientes de una de las facciones se encontraba Lilith. Se dice que fue la primera mujer de Adán, del cual se separó para abandonar el Paraíso. El primer divorcio de la humanidad, se podría decir. ¿Qué coño haría el bribonzuelo de Adán? Algunas leyendas hablan de incompatibilidad de caracteres, otras cuentan que la chica se cansó de la prepotencia de Adán al saberse el ojito derecho de Dios. Sea como fuere, un problema de cuernos no creo que encendiera la mecha y causara la ruptura, ya que por aquella época pocas féminas había danzando por el Paraíso. En fin, Lilith se marchó del Edén y se unió a un grupo de demonios, cuyo jefe llegó a ser su amante. Con el tiempo se convirtió en una diablesa que se abandonó a la lujuria y el desenfreno. Dios la reprendió entonces. "¡Cada día morirán cien hijos tuyos!" Dijo magnánimo. Mucha lujuria me parece a mi para, en un sólo día, parir cien diablitos. La rebelde chica también debió opinar que el castigo era excesivo y como venganza se propuso raptar a los niños de las familias judías que no eran circuncidados al nacer. 
Esto es lo que se sabe de la primera mujer que hubo sobre la tierra. Estaréis conmigo en que era una niña un tanto díscola, con carácter. ¿Podría tildarse de ser una chica mala? Eso depende de lo que cada uno considere que es ser bueno y que es no serlo. Desde luego un buen tema para debatir en alguna aburrida tarde de Diciembre, delante de una taza de chocolate caliente. Sin embargo, en lo que no hay discusión ninguna, en los tratados que hablan sobre ella, es en su aspecto físico. Una mujer tremendamente bella. Una belleza sobrenatural, no en vano fue creada por Dios a su imagen y semejanza al igual que Adán. Melena larga y rizada, pelirroja (aunque algunas descripciones cuentan que su pelo era dorado como los rayos del sol). Cuerpo increíblemente perfecto, culminado por dos grandes alas que se desplegaban poderosas cuando alzaba el vuelo. 

¿Las chicas malas nos parecen más guapas? 
Antes de dar mi opinión creo que debo decir, para ser políticamente correcto, que toda mujer tiene su puntito de belleza. Unas manos que sujetar fuertemente, una mirada en la que perderse, una espalda suave que acariciar, un culo que devorar con los ojos, unos brazos a los que agarrarte cuando necesitas apoyo. Si, todas tienen su aquel que las hace preciosas. Pero...
Todos hemos oído eso de...la pobre no es muy agraciada pero es tan buena. O eso otro de...Le sobran unos kilitos, pero es tan simpática. Y ni que decir de...tiene un buen polvo pero la jodida es un bicho de mucho cuidado. 
Es algo que viene de lejos, tanto como la leyenda de Lilith. Siempre se ha creído que las tías que están buenas son unas capullas y las que no lo están son tan tiernas como las tan denostadas princesitas de Disney. 
Más allá de este cliché hay algo bien cierto, la pillería nos atrae. La maldad, hasta cierto punto, nos llama la atención. Diría incluso que nos excita, al menos ese es mi caso. 
No es que las chicas guapas sean malas, sino que a las chicas con un cierto aura de rebeldes las vemos más bonitas, mucho más atractivas de lo que quizá puedan ser. Eso es un hecho.
El buen comportamiento, seguir las reglas establecidas, es sinónimo de aburrimiento. Una mujer que jamás se salga de la norma podrá ser tu mejor amiga pero nunca la verás de la misma manera como a otra con la que no sabes por donde va a salir, ya sea bueno o malo. El ser humano busca, por su naturaleza intrínseca, aventuras. Somos seres curiosos, queremos saber que se esconde tras lo prohibido. Y para ello hay que ser algo transgresor, y en alguna ocasión traspasar la línea por la que lucharon ángeles y demonios tanto tiempo atrás. 
Para mi, una mujer realmente atractiva es aquella que desea descubrir lo que muchas veces nos está vedado. En mi opinión, la mujer más bonita del mundo es aquella que, sin miedo a lo desconocido, te coje de la mano y te lleva en busca de aventuras. Aunque para ello, alguna que otra vez, te haga exclamar...¡Qué capullita eres!
Yo me hubiera enamorado de Lilith. No tengo ninguna duda, habría sucumbido a sus encantos y me habría convertido en un demonio siguiendo sus pasos. También estoy seguro que muchas más veces de las que me gustaría admitir me habría preguntado, ¿por qué las mujeres guapas son tan malas?
Lo verdaderamente ideal (si se pudiera elegir de quien te enamoras, cosa imposible dicho sea de paso) sería encontrar a una chica traviesa pero con un corazón bien grande. ¿Existirá alguien así en la vida real? Y la pregunta del millón, ¿será realmente guapa o sólo me lo parecerá a mi? 





jueves, 18 de diciembre de 2014

Día 11: El proyecto arcoiris.

Estaba enredando con el ordenador cuando de pronto apareció con la mochila al hombro y el pelo alborotado. Se dejó caer en la silla. 
- ¡Llegas tarde, tío! 
Le comenté mirando el reloj. 
- Ya, estaba devolviendo un libro en la biblioteca. Me han vuelto a multar por retraso.
- ¿Cuanto tiempo ha sido esta vez?
- Un par de meses nada más. Dijo sonriendo. Por cierto, añadió, la próxima vez que tenga que sacar uno me tienes que dejar el carnet. 
- Ni de coña. Le solté sonriendo yo también. ¿Empezamos con el Autocad?
Miró la pantalla del ordenador sin saber muy bien que hacia allí en ese instante. Le enseñé el folio con el ejercicio que debíamos terminar para ese día. Me quitó el ratón de las manos y pinchó el icono del famoso programa de dibujo. 
- Ve diciéndome los puntos. 
Cuando ya llevábamos un rato ante el monitor dibujando líneas dijo en un susurro casi inaudible. 
- Podríamos hacer el trabajo de inglés sobre el proyecto arcoiris.
- ¿Qué?
- Jesús dijo que eligiéramos nosotros el tema, a él le da igual.
En clase de inglés nos habían puesto una difícil tarea, hacer una presentación de una hora. El grupo era de tres así que tendríamos que hablar 20 minutos cada uno, delante de toda la clase, para aprobar el cuatrimestre. 
- ¡Pero como vamos a hacer el trabajo sobre el Eldridge!
- ¿Y por qué no?

Desde que le conocí me pareció un chico realmente único. Distinto. 
Una tarde en la que teníamos laboratorio de química se me acercó mientras esperábamos a que la reacción exotérmica que teníamos en el matraz hiciera de las suyas y subiera la temperatura del termómetro, la cual teníamos que apuntar cada treinta segundos. 
- ¿Te quedas después un rato?
- ¿Para?
- Quiero probar una cosa. 
- Mañana hay examen, quiero mirar un poco los apuntes.
- De eso va el tema. 
- ¡Señor Ferrán, anote la temperatura y deje de charlar!
- Luego hablamos, le dije mientras el profesor no miraba. 
En el mismo momento en el que supo que en una época me dediqué a estudiar programación creo que le caí en gracia y siempre en nuestras conversaciones acababan saliendo ciertos temas. Por eso no me extrañó para nada la propuesta que me hizo minutos después. 
- ¿Te atreves a hackear el ordenador del de álgebra?
- ¡Estas loco tío! Dije riendo. ¿Crees que tendrá el examen?
- Bueno, sólo hay una manera de averiguarlo. 
- No, es demasiado para mi. Creo que te dejo sólo en tu aventura. 
Al día siguiente, sentados cada uno en una punta del aula, le interrogué con la mirada mientras el profesor repartía las hojas con las preguntas. Al coger el folio con el examen me guiñó un ojo sonriendo. ¿Se estaba tirando el rollo? Nunca nadie lo supo con certeza. El caso es que fue el único en toda la escuela que sacó ese día un nueve. ¿Suerte? Quien sabe, pero desde aquel día el rumor corrió tan rápido como la pólvora y por los fríos pasillos de la facultad, a este chico, se le empezó a conocer como el hacker.

El proyecto arcoiris englobaba una serie de actuaciones dedicadas a derrocar a las potencias del eje en la Segunda Guerra Mundial. Entre esa serie de secretas actividades se encontraba el Experimento Filadelfia. Cuentan las leyendas que estaban metidos en el ajo Enrico Fermi y el mismísimo Einstein, que por aquel entonces trabajaba para el gobierno de los Estados Unidos creando posibles armas para acabar con los nazis. En su afán por evitar los radares de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana, a los militares y científicos americanos no se les ocurrió otra idea que poner en práctica la teoría inacabada de la unificación de los campos de Einstein. En pocas palabras, querían hacerse invisibles a los ojos de los pilotos germanos. Para ello metieron un par de enormes y potentes generadores en un barco, el USS Eldridge. Añadieron unas cuantas bobinas, y crearon un campo magnético tan grande que lo que sucedió instantes después de accionar los generadores dejó atónitos a los que esperaban en el barco de apoyo. 
Una niebla verde envolvió al destructor americano e hizo que por unos instantes desapareciera de la vista de todos. No sólo habían conseguido evitar los radares enemigos sino que habían logrado lo que todo estamento militar de cualquier país soñaría con poseer. La tecnología para hacerse totalmente invisibles. 
¿Cuentos? ¿Fábulas de conspiranoicos? Un tal Carl Allen, marinero en el buque de apoyo, fue el que contó todo este episodio, gracias a él pudimos saber detalles de este enigmático incidente. Pero su increíble historia va más allá. Dijo que hubo una segunda prueba, esta vez con la tripulación del Eldridge en el interior del buque. 
En esta ocasión también una nube verdosa se adueñó del destructor y lo hizo desaparecer, pero esta vez un nuevo fenómeno causó la incredulidad de todo el mundo. Se había divisado al destructor en el puerto de Norfolk, a unos 300 km de distancia, a los pocos instantes de desaparecer de los astilleros de la marina en Filadelfia. ¿Teleportación? Sin embargo, lo que Carl Allen nos describe a continuación es algo dantesco. Al volver a aparecer el USS Eldridge en su posición inicial, hierro y carne humana se habian unido. Muchos cuerpos estaban atravesados por mamparos, torsos de marineros se veían "plantados" en la cubierta principal, brazos y piernas se fundían con el grisáceo metal. Horriblemente espeluznante debieron pensar en el USS Furuseth, el buque en el que se encontraba el misterioso narrador de esta historia.
Este hecho causó tal pavor a los militares y científicos yanquis que a partir de ese día desmantelaron todo el experimento y borraron toda pista sobre lo que aconteció en Filadelfia a mediados del siglo pasado. El proyecto arcoiris se volatilizó como un sueño al despertar. 

- No podemos hablar sobre el Eldridge, es demasiado...no se. Repuse sin saber muy bien que decir. 
- Esta bien, dijo él con una mueca de resignación. Pero estaría genial, seguro. Afirmó mientras seguía manejando el ratón uniendo coordenadas en la pantalla. 
Al final, decidimos que el trabajo lo haríamos sobre el RMS Lusitania. Quizá una historia más cruenta que el muy probablemente fantasioso Experimento Filadelfia. Pero ese relato queda para otra ocasión.

Tal día como el de mañana de hace unos años, este chico se puso sus botas de montaña y se fue a la Pedriza a pasear por sus escarpados caminos. Nadie jamás volvió a verle con vida. Se esfumó. 
En un primer momento pensé que aparecería de pronto, como el destructor de la historia. Me negaba a creer que nunca más volvería a verle y en verdad creí que se había topado con algún ordenador de alguna secreta agencia americana, para darse de bruces con la fórmula para volverse invisible. Él era muy capaz de ello. Sin embargo, la cruda realidad fue que al llegar el deshielo, en Junio, se programaron una serie de batidas por toda la sierra. En una de ellas se encontró un cuerpo. Tenía la pierna rota, dijeron los forenses que hicieron la autopsia. Probablemente se resbalara y muriera allí, congelado y sólo, una fría noche de Diciembre. Sobrecogedora escena. Triste y dura, sin duda. 
Descansa en paz, amigo. 






jueves, 4 de diciembre de 2014

Día 10: Buscando el país de la canela.

"...Y así el capitán Orellana tomó consigo 57 hombres, con los cuales se metió en el barco ya dicho y en ciertas canoas que a los indios se habían tomado, y comenzó a seguir en río abajo con propósito de luego dar la vuelta si comida se hallase, lo cual salió al contrario de cómo todos pensábamos, porque no hallamos comida en doscientas leguas ni nosotros la hallábamos, de cuya causa padecimos muy gran necesidad, como adelante se dirá, y así íbamos caminando suplicando a Nuestro Señor tuviese por bien de nos encaminar en aquella jornada de manera que pudiésemos volver a nuestros compañeros..."

En 1541, unos cuatrocientos españoles y cuatro mil indios liderados por dos valerosos hombres iniciaron un viaje a lo desconocido. Un periplo que les llevaría del Océano Pacífico al Atlántico, atravesando lugares que persona alguna del viejo continente había contemplado jamás. Francisco de Orellana y Gonzalo Pizarro abandonaron todo cuanto conocían para adentrarse en una selva llena de peligros y aventuras, y a golpe de machete se abrieron camino por esas tierras inhóspitas buscando el mítico país de la canela. 

Habían oído hablar de una zona más allá de los Andes donde inmensos bosques de canela crecían al amparo de esas vírgenes llanuras que, se suponía, había tras aquellas infernales montañas. Bien es cierto que no sólo iban en pos de esa preciada especia, también se contaban algunas leyendas de un cacique que cada atardecer se embadurnaba el cuerpo con oro molido y se metía en un misterioso lago donde ofrecía a la tierra los rayos reflejados del sol a través de su cuerpo. El dorado.

La canela era un bien bastante preciado por aquella época, remedio medicinal para varias dolencias y potente especia que daba un increíble sabor y olor a los platos y bebidas. No obstante, a los codiciosos nobles y monarcas españoles que esperaban cómodos, en sus grandes sillones palaciegos al otro lado del inmenso océano, lo que en verdad les interesaba era el oro de los incas. Unos años antes el hermano de Gonzalo y primo de Orellana derrotó a Atahualpa, el último de los grandes gobernadores del imperio incaico. Este, para salvar su vida ofreció toda una habitación llena de oro al conquistador español, el legendario tesoro de Llanganatis que jamás se ha logrado encontrar, pero también le habló de algo que ya se comentaba desde hacia tiempo cuando los españoles arribaron a las costas de Nueva Granada, la actual Colombia. Atahualpa le contó la historia de un reino donde existían innumerables minas de oro y cuyo príncipe era un hombre que se adornaba el cuerpo cada día con polvo dorado. ¿Sería verdad todo aquello? Se preguntaron los españoles. El clan de los Pizarro se propuso descubrir que había de cierto en aquella leyenda buscando no sólo el preciado metal sino la gloria eterna. Así que amparados por la corona, a la que ofrecieron una sustancial parte del botín, y por la iglesia, a la que prometieron miles de almas convertidas a su credo, Orellana y Pizarro se enfundaron sus mejores galas y se encaminaron a explorar tan desapacibles tierras. Les esperaban la humedad sofocante, el atenazador frío de las montañas y los aterradores y belicosos indígenas. Sin embargo, nada podría detenerles, el fabuloso tesoro de olorosos árboles y dorados reflejos aguardaba tras algún escondido recodo de la jungla. 

Hace unos minutos estaba enfrascado en la lectura de una pequeña obra que escribió Fray Gaspar de Carvajal, un dominico que vivió allá por el siglo XVI. Viajó en la expedición hacia el país de la canela y fue uno de los cronistas del viaje que emprendieron estos locos aventureros. Él era uno de esos 57 hombres que acompañaron a Orellana hasta el final de la historia. 
Mientras leía con atención ese castellano antiguo, que en ocasiones resulta un tanto extraño, no he podido evitar pensar que yo me encuentro en la misma tesitura que el explorador extremeño. Voy en busca de algo tan mítico como el señorío de El Dorado, el tesoro de Llanganatis, el reino de Paitití, Cibola, Quivira o el ya comentado país de la canela. De hecho, ahora me encuentro en plena selva a machetazo limpio intentando descubrir el país de la felicidad, aquel en el que reside el amor verdadero. Muchos me han dicho que soy un iluso, un pobre estúpido. No existe tal lugar, insisten en decirme. Tan sólo son patrañas contadas por unos locos, quizá puestos de peyote hasta las cejas o que han masticado más hojas de coca de las que debieran. Intento hacer caso omiso de sus desalentadoras palabras y guiarme por mi instinto. Se que es real y que en algún escondido y recóndito emplazamiento de esta enmarañada y jodida selva se encuentra el tesoro. Esperando ser descubierto para, llegando hasta donde se oculta cual valeroso explorador y habiendo atravesado miles de peligros que acechan tras los frondosos árboles, comprobar que la belleza infinita y el amor incondicional son tan reales como las manos que teclean estas palabras. Palabras, dicho sea de paso, que hoy se hacen más confusas que nunca. ¿De qué demonios hablo?
Ni yo mismo lo se, tan sólo divago. Y, a parte de compararme con Orellana por ir ambos tras las huellas de sueños fantasiosos y probablemente tan irreales como los unicornios, ¿hay algo más? Dejadme contaros alguna cosita más sobre aquella travesía que llevó a esos hombres por las selvas del continente americano. 

Tras haber pasado los Andes siguieron el curso del río Coca pero pasadas unas leguas se quedaron sin víveres. Construyeron, entonces, una pequeña barcaza para ir algo más rápido pero al ver que no había suerte y que no encontraban nada que llevarse a la boca, Pizarro consideró que sería mejor separarse. Mandó a Orellana junto a 57 hombres río abajo para que recogieran todo cuanto pudieran recolectar y quedaron en que, a lo sumo, en 4 o 5 días estaría de vuelta pero...

"...Y como a otro ni otro día no se hallase comida ni señal de población, con parecer del capitán dije yo una misa como se dice en la mar, encomendando a Nuestro Señor nuestras personas y vidas, suplicándole como indigno nos sacase de tan manifiesto trabajo y perdición, porque ya se nos traslucía; porque, aunque quisiésemos volver agua arriba, no era posible por la gran corriente, pues tentar de ir por tierra era imposible, de manera que estábamos en gran peligro de muerte a causa de la gran hambre que padecíamos y a que, estando buscando el consejo de lo que se debía de hacer platicando nuestra aflicción y trabajos, acordose que eligiésemos de dos males el que al capitán y a todos pareciese menor, que fue ir adelante y seguir el río e morir, e ver lo que en él había, confiando en Nuestro Señor que tendría por bien de conservar nuestras vidas hasta ver nuestro remedio.Y, entretanto, a falta de otros mantenimientos, vinimos a tan gran necesidad que no comíamos sino cueros, cintas y suelas de zapatos cocido con algunas yerbas, de manera que era tanta nuestra flaqueza que sobre los pies no nos podíamos tener, que unos a gatas y otros con bordones se metieron a las montañas a buscar algunas raíces que comer, y algunos hubo que comieron algunas yerbas no conocidas, los cuales estuvieron a punto de muerte, porque estaban como locos y no tenían seso; pero, como Nuestro Señor era servido que siguiésemos nuestro viaje, no murió ninguno..."

Así que no tuvieron otro remedio que seguir el cauce del pequeño riachuelo llegando una semana después a una zona más ancha en la que por fin pudieron comer algo gracias a la hospitalidad de un grupo de indígenas, hecho que Orellana supo apreciar nombrandose a sí mismo señor de aquellas tierras y dueño de todo cuanto allí se encontraba. Construyó entonces un barco más grande, un bergantín que les ayudase a lo largo de esa singular aventura. Y continuaron con su periplo por el río Coca, el Napo y el Río Grande al que los indios llamaban serpiente sin ojos. 
Se habían separado de Pizarro a finales de Diciembre de 1541, y en Junio de 1542 aconteció un hecho que nadie podía imaginar.

"...Estas mujeres son muy blancas y altas, y tienen muy largo el cabello y entrenzado y revuelto a la cabeza y son muy membrudas y andan desnudas en cuero, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos haciendo tanta guerra como diez indios, y en verdad que hubo mujer destas que metió un palmo de flecha por unos de los bergantines y otras qué menos, que parecían nuestros bergantines puerco espín..."

Un grupo de mujeres, las temidas amazonas, estuvieron a punto de hacer fracasar la empresa, sea cual fuere en esos delicados momentos. Y es aquí donde encuentro otro punto en común entre mi persona y la de Francisco de Orellana. Yo también me veo envuelto en una lucha contra las mujeres. Para un mejor entendimiento de mis palabras he de matizar tal punto. No es un enfrentamiento al uso sino que, más bien, estoy en medio de las flechas que disparan a diestro y siniestro. Toda mujer tiene, en mayor o menor medida, cierta animadversión hacia los hombres. Más allá de las posibles causas, en las que no voy a meterme por ser ya bastante extensa la entrada de hoy, es bien cierto que hoy en día a las mujeres al hablar con un hombre se les acciona, inevitablemente, algún tipo de resorte interno, una alarma podríamos decir, que crea una atmósfera turbia en el momento del acercamiento. Desconfianza, distanciamiento, cierta tirantez, una hostilidad evidente. En definitiva, una tensión que hay que vencer, dando lo mejor de nosotros mismos, sino queremos morir ensartados por una de esas flechas dirigida directamente al corazón, ahí donde más duele. 
El río Grande acabó siendo el Amazonas por estas guerreras que tanto martirizaron al bueno de Orellana y los suyos al pasar por sus dominios. Tres años después volvería a este gran río, esta vez para navegar contracorriente e intentar descubrir sus entresijos y secretos más profundamente. Sin embargo, acabó muerto sin poder adentrarse más que unas centenas de kilómetros en sus dulces aguas. Al final el Amazonas pudo con él, el espíritu de esas indomables y aguerridas mujeres transportado por esas caudalosas aguas terminó con el sueño de un hombre. Un tipo que creyó en bosques de canela. Fue enterrado en el anónimo agujero de un árbol en mitad del río para que los indios no pudieran desenterrar su cuerpo. Espero correr mejor suerte que él, ojalá algún día llegue a vislumbrar el legendario país de la felicidad, para por fin abrazar a la mujer que sus murallas esconden, y así tener muy cerca de mi el corazón que ha de amarme eternamente.
El ser humano ha soñado desde tiempos inmemoriales, así es más bonito levantarse por las mañanas. ¿No creéis?

"...Y es verdad que en todo que yo he escrito y contado, porque la prolijidad engendra fastidio, y así superficial y sumariamente he relatado lo que ha pasado por el capitán Francisco de Orellana y por los hidalgos de su compañía, compañeros que salimos con él del real de Gonzalo Pizarro, hermano de don Francisco Pizarro, marqués y gobernador del Perú.

Sea Dios loado. Amén."




 

lunes, 24 de noviembre de 2014

Dia 9: El vestido rojo.

Paseábamos por el centro comercial mirando distraídamente escaparates cuando ella me propuso un juego, ¿te atreves a probarte lo que yo elija y te hago una foto?
Al principio la miré extrañado, me sorprendió la mera sugerencia de ese peculiar pasatiempo, aún así me dejé convencer. Muy bien, pero yo también escojo algo para que te pongas tu. Contesté, algo incrédulo. ¿Hacia dónde nos podía llevar todo aquello?
Unos minutos más tarde no paraba de pensar en otra cosa, una pregunta martilleaba mi cabeza insistentemente, ¿cómo le quedaría ese sugerente vestido que el insulso maniquí portaba con tan poca gracia?
Ella entró en la tienda y recorrió las hileras de ropa observando cada prenda, de momento nada le llamaba la atención. Sin embargo, yo no podía quitar mis ojos de su precioso cuerpo sopesando si prefería el vestido o una faldita corta. Ya que estamos, ¿se atrevería a enseñarme sus piernas? Al final me decanté por lo que creí que sería lo más sexy y escogí la talla. Quiero que te pruebes esto, sugerí, tendiéndole la percha que portaba el vestido rojo que me había hecho soñar unos segundos antes. Ella sonrió, ¿estas seguro de que quieres esto y no alguna otra cosa? Ah, ¡Y no vale ropa interior! Si, me encantaría verte con el puesto. Sonreía mientras cogía el vestido. ¿Sería capaz? Me preguntaba. Muy bien, pero luego te elijo yo a ti algo. Vale, respondí. 
Nos dirigimos a los probadores. Había unos ocho o diez compartimentos, unos enfrentados a los otros. La mayoría estaban vacíos. Escogió uno que estaba al final del pasillo, entró y corrió la cortina. Yo esperé fuera, apoyado en la pared. En ese instante miré el reloj extrañado por la poca gente que había, normalmente esta tienda está más llena que el metro en hora punta. Al desviar la mirada hacia mi brazo para comprobar el reloj me di cuenta de que podía verla a través de la cortina, una fina rendija me permitía ver como se quitaba los vaqueros. Era más bonita de lo que podía imaginar, su piel era blanca y estaba plagada de miles de lunares y pequitas diseminados aquí y allá. Unos segundos después se quitó la camiseta beige que había contemplado durante la comida, aquella que entre sorbo y sorbo de mi coca cola había decidido que le quedaba tan bien que hacia que su cara resplandeciera con un brillo casi mágico. Así que allí estaba, colocándose el pelo rizado mientras se miraba en el espejo gigante, con unos calcetines de Hello Kitty, unas braguitas verdes y un feo sujetador, todo hay que decirlo, pero que mostraba un pecho imponente. Acto seguido se puso el vestido y sin tiempo para recomponerme de esa angelical visión descorrió la cortina y preguntó sonriente, ¿te gusta? Mi cara debía ser un poema, seguro. Embobado aún, asentí con la cabeza. Ella giró 360 grados, interrogándome de nuevo con la mirada. Estas preciosa, logré decir. Entonces se metió de nuevo en el pequeño cubículo y corrió la cortina. La verdad es que me queda muy bien, la escuché decir desde el otro lado. ¡Maldita sea! ¡Ya no podía verla! La diminuta rendija había desaparecido al colocar la cortina de nuevo, ¡joder!.
Fue en ese preciso momento cuando decidí hacer algo que si no hubiera sido tentado por la aparición minutos antes de esa curiosa abertura, que me dejó entrever algo más de lo que debiera, jamás me habría atrevido a realizar. Un deseo irrefrenable por acariciar su cuerpo se adueñó de mi y sin decir palabra alguna pasé dentro. Sorprendida, se quedó mirándome con semblante perplejo para un segundo después empezar a decir, ¿qué haces...? La besé en los labios antes de que pudiera terminar la frase, fue algo dulce y suave. Al principio la noté algo reticente a que estuviera allí, pero quizá fuera la sorpresa de verme allí dentro porque enseguida subió su mano hacia mi rostro y acarició mi cara con cariño. Todo fue tan impulsivo, tan rápido, que aún no había reparado en que ella estaba ya con el vestido en el suelo, veía su culo reflejado en el espejo y me calenté. No pude evitar lo que sucedió después, fue algo instintivo. Me agaché y le bajé las braguitas verdes, comencé a lamer su clítoris. Ella sujetaba mi cabeza con ambas manos, empujando hacia dentro, yo sacaba la lengua introduciéndola poco a poco en la vagina. Estaba muy excitada, realmente húmeda. Soltó un pequeño gemido que retuvo entre risas. Subí para susurrarle algo al oído. Quiero hacerte el amor, ahora. Asintió, sonrojada. En un suspiro me quité las botas y los vaqueros. Empalmado giré su cuerpo hacia la pared en la que no había espejo. Ella se inclinó apoyando las palmas de las manos en la pared, arqueando un poco la espalda mostrándome que deseaba que hiciera. La sujeté por la cintura y la penetré una y otra vez. Nuestras cabezas estaban giradas hacia la derecha, nos mirábamos a través del reflejo del espejo. Mis ojos se debatían entre observar sus enormes tetas botar y bambolearse juguetonas o contemplar los gestos de su cara y sus ojos claros cada vez que empujaba con mi cadera. En un momento dado ella dejó escapar un gritito débil, casi inaudible. Esto hizo que llevara mi mano hacia su boca para, de alguna manera, acallar los tímidos gemidos que pudieran surgir. Ella mordió mi mano, quizá con algo más de fuerza de la que hubiera aguantado sin protestar en cualquier otro instante, pero que ahí y entonces no me importó lo más mínimo. 
La fina pared del probador empezó a moverse demasiado e intuyendo que el chiringuito se podría desmontar en cualquier momento me incliné hacia ella. Vamos a corrernos, cielo. Solté. Aceleré el ritmo de mis caderas durante un rato para luego bajarlo y empujar con fuerza. Noté que estábamos a punto, la cogí de las manos y apreté fuerte en el mismo instante en el que mi semen salía disparado dentro de ella. Sus manos respondieron décimas de segundo después cuando también llegó al orgasmo.
Cinco minutos más tarde salíamos dejando el vestido rojo en el mostrador de la dependienta. No le gusta como le queda, demasiado provocativo. Dije como excusa a la mujer que, sin muchas ganas, doblaba ropa para devolverla a sus correspondientes estanterías. Al salir de los probadores ella cogió mi mano y me besó en la mejilla al tiempo que me susurraba con una enorme sonrisa que iluminaba su preciosa cara...¿vamos a la zona de chicos? Me toca elegir a mi. 

sábado, 22 de noviembre de 2014

Día 8: La desaparición de mi álter ego.

Cada día al escribir sobre él imaginaba que era yo. Cada acción, cada palabra, cada gesto deseaba que fueran los míos propios. Me hubiera gustado ser como Rubén el Conquistador y tener el valor suficiente para dejar todo atrás y salir en busca de mis anhelos, de mis sueños.
Ponía música y totalmente oscuras, tumbado en la cama, escribía. Cerraba los ojos y pensaba en ese valeroso pirata que se hizo a la mar intentando encontrar al amor de su vida. En la mayoría de las ocasiones en las que inventaba sus azañas acababa llorando. ¿Por qué el maldito pirata podía enfrentarse a todo y yo me recluía en mi mundo?

"...Anteriormente había dejado en la Gruta de los Olvidados a Rubén, el Conquistador. Se encontraba allí despues de un año de increibles aventuras persiguiendo una leyenda. Sin embargo, la fortuna le era esquiva y parecía que el destino jugaba con él como un pequeño pajarito juega con una diminuta ramita seca...Sólo un alma pura..."

Unos días después de escribir este fragmento, hace un año más o menos, dejé de hablar con la gente. Apenas cruzaba unas frases aquí y allá. Durante unos meses mi única conexión con el mundo exterior fueron las palabras que ponía en mi blog. Necesitaba estar a solas. 

"...Esas palabras rondaban por la cabeza del Conquistador. Una y otra vez maldecía su mala suerte. El tesoro de Barbanegra estaba ahí, casi lo rozaba con sus dedos y no podía abrir el jodido cofre. Y de verdad que lo había intentado pero no sabía que singular encantamiento mantenía la cerradura intacta. Seguramente Edward Teach, Barbanegra, habría hecho algún tipo de pacto con algún hechicero o quien sabe si con el mismísimo diablo. ¡Malditos sean todos los brujos repartidos por los confines del mundo conocido!..."

Había conocido a una preciosa mujer, Mercedes. Una chica increíblemente bonita, tanto que dudé en un primer momento si ella era real. ¿Sería cosa de mi imaginación?¿De verdad esa encantadora niña deseaba estar conmigo?¿Por qué?

"...Rubén, sentado en la arena, escuchaba el monótono sonido de las olas. Ese ir y venir del agua le había sumido en un trance, puede que ayudado por la botella de ron que sostenía en la mano izquierda mientras, con la derecha, jugaba con la fina arena blanca. Miró a la luna y empezó a cantar una bella balada que había aprendido de niño, la canción de los enamorados errantes. ".......Na na na na I tell you a story that happened one day about a beautiful girl, her age was sixteen, and a young English soldier with nice pretty eyes na na na na......".
Esa letra le traía recuerdos, imágenes lejanas de una mujer susurrandosela al oído mientras hacían el amor en la cama de una posada de Tortuga. Su primer te quiero, su primer suspiro, su primer y único corazón roto. Rubén había amado como jamás lo haría ya, puesto que después de que ella muriera al dar a luz una niña preciosa de ojos azules como el profundo mar se juró que no permitiría que su corazón le traicionara de nuevo. La niña, a la que llamó Shenandoah, falleció a las pocas semanas y Rubén quedó inmerso en una tristeza infinita la cual superó poco a poco tras varios meses deambulando por las tabernas más oscuras, desde Kingston a los Cayos, empapando su alma en alcohol..."

Tenía miedo. Estaba muy asustado. Esa pequeña mujercita había hecho que soñara de nuevo en paseos cogidos de la mano, en compartir noches de luna llena abrazados y tumbados en la cama, o en caricias y besos en anónimos bares. 

"...Así que, con los recuerdos del entierro de la pequeña Shenandoah en la retina, cantó a la enorme Luna y lloró. La impotencia, la crueldad del mundo, la soledad. Todos esos sentimientos afloraron en esa desconocida isla en la que Teach escondió su tesoro. Y de pronto el sollozo paró, se había dado cuenta de algo. Una increíble idea empezó a formarse en su cabeza. "Sólo un alma pura podrá abrir el cofre." ¿Alguna vez su alma había podido calificarse de pura e inocente? Si, sin duda. Ese día en la isla de Tortuga. El día que concibió a su niña, aquel en el que tumbado en el catre de la posada "Jenny's Grotto" escuchando los gritos lejanos de una pelea en la cantina de enfrente juró amor eterno a esa mujer de pelo rizado y rubio. 
Rubén el Conquistador se levantó del suelo y corriendo hacia el mar gritó. Lanzó un sobrecogedor aullido a la brillante Luna junto a una promesa al cielo y las estrellas. 
- ¡¡Juro por mi vida y por los espiritus de mis antepasados que mi alma volverá a ser pura!! Y ni todas las tempestades juntas, ni hechizos de mal nacidos brujos, ni monstruos de mil cabezas podrán detenerme, ¡¿me habéis oído?! ..."

Al tiempo que escribía estas inventadas frases del Conquistador ella me pedía que nos viéramos. Quería pasear bajo las luces de Navidad y deseaba hacerlo conmigo. ¿Por qué? Me volví a repetir.

"...Rubén tenía la estúpida idea que encontrando de nuevo ese amor, su verdadero amor, podría hacer que su alma volviera a ser pura. ¿Funcionaria? Por tonto que pudiera parecer tenía sentido, desde luego que lo tenía. Sólo hallando a esa mujer destinada para él podría calmar su corazón y devolver la inocencia a su maltrecha alma. 
Y con las olas golpeando su fuerte pecho miró desafiante el horizonte. La encontraría, estaba dispuesto a viajar donde fuera necesario, surcar los océanos infinitos y buscar por todos los rincones del planeta. Encontraría el amor y volvería de nuevo a esa isla para abrir el cofre de Barbanegra. El tesoro sería suyo. 
-¡Edward, tu oro será mío! Gritó a la oscuridad como si el propio Barbanegra se escondiera tras el lóbrego cielo. Y ante la decidida mirada de Rubén una estrella fugaz cruzó la negrura en ese instante como si el pirata de los piratas recogiera ese desafío. Atrevete, Conquistador, y toda mi furia caerá sobre ti..."

¿Qué es lo que se me ocurrió hacer entonces? Huí, me fui a La Manga el primer día del año. Y allí terminé de escribir la historia de Shenandoah. Era una noche con algo de brisa por lo que me tapé con una manta mientras miraba el oscuro mar y escuchaba romper las olas en la playa. Ella me había escrito un mensaje. "Feliz año, Rubén". Yo no pude contestar hasta un par de días después, me sentía un cobarde por no enfrentarme a la vida. 

"...Shenandoah es el título de una canción de marinos. Una de esas tonadillas que se cantaban en la cubierta de los buques mientras se surcaban las aguas de mares y ríos. Una balada romántica y evocadora que hace que las palabras fluyan suavemente, como se mueve el casco de una embarcación a través del líquido elemento. Sin embargo, Shenandoah tiene otros significados. Algunos dicen que es el nombre de un jefe indio iroqués, esos que poblaban la región de los grandes lagos de América del Norte. Pero yo me quedo con otra acepción más poética. Su traducción podría ser la de "hija de las estrellas". Esos mismos astros que en este preciso instante no puedo observar por las caprichosas nubes, aunque se con certeza que ahí están. Y ahora una compleja pregunta viene a mi mente, ¿hago bien siendo de la forma que soy? Tengo la extraña sensación de que como un pirata, moriré sólo. Buscando un tesoro que nada más que existe en mi cabeza, imágenes idealizadas por miles de historias y cuentos irreales. Quizá el verdadero amor, la idea que subyace en esas palabras, tan sólo pertenezca al mundo de la fantasía, como el tesoro de Barbanegra..."

Intenté por todos los medios dejar de pensar en ella, dejar de soñar.
El último día que pasé en la playa, antes de volver a Madrid, escribí un mensaje. "¿Quieres que nos veamos? Ya no estarán las luces pero me apetece abrazarte." 

"...tengo la seguridad absoluta de dos cosas, que deseo amar de verdad y que Shenandoah es un bonito nombre para poner a una niña. La hija de las estrellas cuya madre era un ángel venido del cielo de preciosa sonrisa y voz dulce..."

Dos o tres días después de Reyes la abracé. Y ¡bum!, mi corazón se desbocó. Ya, ya se que a veces soy muy impulsivo pero para mi fue como una estampida de bisontes en las llanuras americanas, o quizá como una locomotora que surca velozmente el horizonte. Ese día me di cuenta de algo, en el fondo no deseaba amar. Mientras jugábamos en el cine y ella metía palomitas en mi boca y yo intentaba quitarselas de la mano sentí un miedo atroz. No quería que me volvieran a herir y me juré, en ese instante, que nunca más la volvería a ver. Al día siguiente me invitó a una cocacola. ¿Te vienes a casa? Me preguntó. Mercedes, no te volveré a ver más. No quiero hacerlo. Escribí entre lágrimas. ¡Jodido gilipollas!¡Maldito cobarde!
Después de eso no vi a nadie en meses. Me enfadé conmigo mismo y me encerré en una burbuja. Viví a través de Rubén el Conquistador. Sus aventuras eran las mías, sus anhelos mis sueños, su valentía la que yo no tenía. En todo ese tiempo varias personas se acercaron a mi. "No entiendo que no quieras tomar una caña o salir a cenar, Rubén." Me decían, sin comprender de que me escondía.
Seis meses después de escribir Shenandoah decidí hacer desaparecer al pirata. Seguía teniendo miedo, claro, pero las ganas por volver a vivir eran enormes. Quería descubrir lo que el infinito universo tenía destinado para mi. Pero más que curiosidad por averiguar que había tras mi burbuja lo que deseaba era amar y ser amado, de todas las cosas que he tenido y han desaparecido a lo largo de mi vida, el amor es lo que más echo de menos.
Ese paréntesis en mi vida fue necesario, la desaparición del Conquistador también. De Mercedes no supe más desde aquel día. Probablente se enfadó y se haya olvidado de este pobre estúpido, quizá no fuera el momento más adecuado para encontrarnos o puede que ella estuviera destinada a pasar por mi vida para hacerme comprender que no es tan malo sentir. 
Shenandoah es una bonita canción que siempre que escucho me hace pensar en piratas y corsarios, en tesoros escondidos y bellas damas, en la vida y la muerte. Y sin duda, en el amor. 
La vida continúa, los días pasan inexorablemente. Y como diría cualquier pirata que se precie, siempre hay un tesoro que debe ser encontrado. Para mi es imposible no soñar con el amor pero mientras eso llega piratearé un poco y brindaré con mi querido compañero de batallas. Rubén el Conquistador, el más valeroso de cuantos hombres hayan surcado los siete mares y océanos. ¡Va por ti, amigo mío!