La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Día 12: ¿Las chicas malas nos parecen más monas?

Hace muchas lunas hubo una gran batalla. Una dura y cruenta lucha entre dos bandos enfrentados. 
Por un lado estaban los ángeles, en el otro los demonios. Querían delimitar de una vez por todas la zona entre el bien y el mal. Esa fina línea quedaría definida al terminar la contienda entre unos y otros. 
En las hordas de combatientes de una de las facciones se encontraba Lilith. Se dice que fue la primera mujer de Adán, del cual se separó para abandonar el Paraíso. El primer divorcio de la humanidad, se podría decir. ¿Qué coño haría el bribonzuelo de Adán? Algunas leyendas hablan de incompatibilidad de caracteres, otras cuentan que la chica se cansó de la prepotencia de Adán al saberse el ojito derecho de Dios. Sea como fuere, un problema de cuernos no creo que encendiera la mecha y causara la ruptura, ya que por aquella época pocas féminas había danzando por el Paraíso. En fin, Lilith se marchó del Edén y se unió a un grupo de demonios, cuyo jefe llegó a ser su amante. Con el tiempo se convirtió en una diablesa que se abandonó a la lujuria y el desenfreno. Dios la reprendió entonces. "¡Cada día morirán cien hijos tuyos!" Dijo magnánimo. Mucha lujuria me parece a mi para, en un sólo día, parir cien diablitos. La rebelde chica también debió opinar que el castigo era excesivo y como venganza se propuso raptar a los niños de las familias judías que no eran circuncidados al nacer. 
Esto es lo que se sabe de la primera mujer que hubo sobre la tierra. Estaréis conmigo en que era una niña un tanto díscola, con carácter. ¿Podría tildarse de ser una chica mala? Eso depende de lo que cada uno considere que es ser bueno y que es no serlo. Desde luego un buen tema para debatir en alguna aburrida tarde de Diciembre, delante de una taza de chocolate caliente. Sin embargo, en lo que no hay discusión ninguna, en los tratados que hablan sobre ella, es en su aspecto físico. Una mujer tremendamente bella. Una belleza sobrenatural, no en vano fue creada por Dios a su imagen y semejanza al igual que Adán. Melena larga y rizada, pelirroja (aunque algunas descripciones cuentan que su pelo era dorado como los rayos del sol). Cuerpo increíblemente perfecto, culminado por dos grandes alas que se desplegaban poderosas cuando alzaba el vuelo. 

¿Las chicas malas nos parecen más guapas? 
Antes de dar mi opinión creo que debo decir, para ser políticamente correcto, que toda mujer tiene su puntito de belleza. Unas manos que sujetar fuertemente, una mirada en la que perderse, una espalda suave que acariciar, un culo que devorar con los ojos, unos brazos a los que agarrarte cuando necesitas apoyo. Si, todas tienen su aquel que las hace preciosas. Pero...
Todos hemos oído eso de...la pobre no es muy agraciada pero es tan buena. O eso otro de...Le sobran unos kilitos, pero es tan simpática. Y ni que decir de...tiene un buen polvo pero la jodida es un bicho de mucho cuidado. 
Es algo que viene de lejos, tanto como la leyenda de Lilith. Siempre se ha creído que las tías que están buenas son unas capullas y las que no lo están son tan tiernas como las tan denostadas princesitas de Disney. 
Más allá de este cliché hay algo bien cierto, la pillería nos atrae. La maldad, hasta cierto punto, nos llama la atención. Diría incluso que nos excita, al menos ese es mi caso. 
No es que las chicas guapas sean malas, sino que a las chicas con un cierto aura de rebeldes las vemos más bonitas, mucho más atractivas de lo que quizá puedan ser. Eso es un hecho.
El buen comportamiento, seguir las reglas establecidas, es sinónimo de aburrimiento. Una mujer que jamás se salga de la norma podrá ser tu mejor amiga pero nunca la verás de la misma manera como a otra con la que no sabes por donde va a salir, ya sea bueno o malo. El ser humano busca, por su naturaleza intrínseca, aventuras. Somos seres curiosos, queremos saber que se esconde tras lo prohibido. Y para ello hay que ser algo transgresor, y en alguna ocasión traspasar la línea por la que lucharon ángeles y demonios tanto tiempo atrás. 
Para mi, una mujer realmente atractiva es aquella que desea descubrir lo que muchas veces nos está vedado. En mi opinión, la mujer más bonita del mundo es aquella que, sin miedo a lo desconocido, te coje de la mano y te lleva en busca de aventuras. Aunque para ello, alguna que otra vez, te haga exclamar...¡Qué capullita eres!
Yo me hubiera enamorado de Lilith. No tengo ninguna duda, habría sucumbido a sus encantos y me habría convertido en un demonio siguiendo sus pasos. También estoy seguro que muchas más veces de las que me gustaría admitir me habría preguntado, ¿por qué las mujeres guapas son tan malas?
Lo verdaderamente ideal (si se pudiera elegir de quien te enamoras, cosa imposible dicho sea de paso) sería encontrar a una chica traviesa pero con un corazón bien grande. ¿Existirá alguien así en la vida real? Y la pregunta del millón, ¿será realmente guapa o sólo me lo parecerá a mi? 





jueves, 18 de diciembre de 2014

Día 11: El proyecto arcoiris.

Estaba enredando con el ordenador cuando de pronto apareció con la mochila al hombro y el pelo alborotado. Se dejó caer en la silla. 
- ¡Llegas tarde, tío! 
Le comenté mirando el reloj. 
- Ya, estaba devolviendo un libro en la biblioteca. Me han vuelto a multar por retraso.
- ¿Cuanto tiempo ha sido esta vez?
- Un par de meses nada más. Dijo sonriendo. Por cierto, añadió, la próxima vez que tenga que sacar uno me tienes que dejar el carnet. 
- Ni de coña. Le solté sonriendo yo también. ¿Empezamos con el Autocad?
Miró la pantalla del ordenador sin saber muy bien que hacia allí en ese instante. Le enseñé el folio con el ejercicio que debíamos terminar para ese día. Me quitó el ratón de las manos y pinchó el icono del famoso programa de dibujo. 
- Ve diciéndome los puntos. 
Cuando ya llevábamos un rato ante el monitor dibujando líneas dijo en un susurro casi inaudible. 
- Podríamos hacer el trabajo de inglés sobre el proyecto arcoiris.
- ¿Qué?
- Jesús dijo que eligiéramos nosotros el tema, a él le da igual.
En clase de inglés nos habían puesto una difícil tarea, hacer una presentación de una hora. El grupo era de tres así que tendríamos que hablar 20 minutos cada uno, delante de toda la clase, para aprobar el cuatrimestre. 
- ¡Pero como vamos a hacer el trabajo sobre el Eldridge!
- ¿Y por qué no?

Desde que le conocí me pareció un chico realmente único. Distinto. 
Una tarde en la que teníamos laboratorio de química se me acercó mientras esperábamos a que la reacción exotérmica que teníamos en el matraz hiciera de las suyas y subiera la temperatura del termómetro, la cual teníamos que apuntar cada treinta segundos. 
- ¿Te quedas después un rato?
- ¿Para?
- Quiero probar una cosa. 
- Mañana hay examen, quiero mirar un poco los apuntes.
- De eso va el tema. 
- ¡Señor Ferrán, anote la temperatura y deje de charlar!
- Luego hablamos, le dije mientras el profesor no miraba. 
En el mismo momento en el que supo que en una época me dediqué a estudiar programación creo que le caí en gracia y siempre en nuestras conversaciones acababan saliendo ciertos temas. Por eso no me extrañó para nada la propuesta que me hizo minutos después. 
- ¿Te atreves a hackear el ordenador del de álgebra?
- ¡Estas loco tío! Dije riendo. ¿Crees que tendrá el examen?
- Bueno, sólo hay una manera de averiguarlo. 
- No, es demasiado para mi. Creo que te dejo sólo en tu aventura. 
Al día siguiente, sentados cada uno en una punta del aula, le interrogué con la mirada mientras el profesor repartía las hojas con las preguntas. Al coger el folio con el examen me guiñó un ojo sonriendo. ¿Se estaba tirando el rollo? Nunca nadie lo supo con certeza. El caso es que fue el único en toda la escuela que sacó ese día un nueve. ¿Suerte? Quien sabe, pero desde aquel día el rumor corrió tan rápido como la pólvora y por los fríos pasillos de la facultad, a este chico, se le empezó a conocer como el hacker.

El proyecto arcoiris englobaba una serie de actuaciones dedicadas a derrocar a las potencias del eje en la Segunda Guerra Mundial. Entre esa serie de secretas actividades se encontraba el Experimento Filadelfia. Cuentan las leyendas que estaban metidos en el ajo Enrico Fermi y el mismísimo Einstein, que por aquel entonces trabajaba para el gobierno de los Estados Unidos creando posibles armas para acabar con los nazis. En su afán por evitar los radares de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana, a los militares y científicos americanos no se les ocurrió otra idea que poner en práctica la teoría inacabada de la unificación de los campos de Einstein. En pocas palabras, querían hacerse invisibles a los ojos de los pilotos germanos. Para ello metieron un par de enormes y potentes generadores en un barco, el USS Eldridge. Añadieron unas cuantas bobinas, y crearon un campo magnético tan grande que lo que sucedió instantes después de accionar los generadores dejó atónitos a los que esperaban en el barco de apoyo. 
Una niebla verde envolvió al destructor americano e hizo que por unos instantes desapareciera de la vista de todos. No sólo habían conseguido evitar los radares enemigos sino que habían logrado lo que todo estamento militar de cualquier país soñaría con poseer. La tecnología para hacerse totalmente invisibles. 
¿Cuentos? ¿Fábulas de conspiranoicos? Un tal Carl Allen, marinero en el buque de apoyo, fue el que contó todo este episodio, gracias a él pudimos saber detalles de este enigmático incidente. Pero su increíble historia va más allá. Dijo que hubo una segunda prueba, esta vez con la tripulación del Eldridge en el interior del buque. 
En esta ocasión también una nube verdosa se adueñó del destructor y lo hizo desaparecer, pero esta vez un nuevo fenómeno causó la incredulidad de todo el mundo. Se había divisado al destructor en el puerto de Norfolk, a unos 300 km de distancia, a los pocos instantes de desaparecer de los astilleros de la marina en Filadelfia. ¿Teleportación? Sin embargo, lo que Carl Allen nos describe a continuación es algo dantesco. Al volver a aparecer el USS Eldridge en su posición inicial, hierro y carne humana se habian unido. Muchos cuerpos estaban atravesados por mamparos, torsos de marineros se veían "plantados" en la cubierta principal, brazos y piernas se fundían con el grisáceo metal. Horriblemente espeluznante debieron pensar en el USS Furuseth, el buque en el que se encontraba el misterioso narrador de esta historia.
Este hecho causó tal pavor a los militares y científicos yanquis que a partir de ese día desmantelaron todo el experimento y borraron toda pista sobre lo que aconteció en Filadelfia a mediados del siglo pasado. El proyecto arcoiris se volatilizó como un sueño al despertar. 

- No podemos hablar sobre el Eldridge, es demasiado...no se. Repuse sin saber muy bien que decir. 
- Esta bien, dijo él con una mueca de resignación. Pero estaría genial, seguro. Afirmó mientras seguía manejando el ratón uniendo coordenadas en la pantalla. 
Al final, decidimos que el trabajo lo haríamos sobre el RMS Lusitania. Quizá una historia más cruenta que el muy probablemente fantasioso Experimento Filadelfia. Pero ese relato queda para otra ocasión.

Tal día como el de mañana de hace unos años, este chico se puso sus botas de montaña y se fue a la Pedriza a pasear por sus escarpados caminos. Nadie jamás volvió a verle con vida. Se esfumó. 
En un primer momento pensé que aparecería de pronto, como el destructor de la historia. Me negaba a creer que nunca más volvería a verle y en verdad creí que se había topado con algún ordenador de alguna secreta agencia americana, para darse de bruces con la fórmula para volverse invisible. Él era muy capaz de ello. Sin embargo, la cruda realidad fue que al llegar el deshielo, en Junio, se programaron una serie de batidas por toda la sierra. En una de ellas se encontró un cuerpo. Tenía la pierna rota, dijeron los forenses que hicieron la autopsia. Probablemente se resbalara y muriera allí, congelado y sólo, una fría noche de Diciembre. Sobrecogedora escena. Triste y dura, sin duda. 
Descansa en paz, amigo. 






jueves, 4 de diciembre de 2014

Día 10: Buscando el país de la canela.

"...Y así el capitán Orellana tomó consigo 57 hombres, con los cuales se metió en el barco ya dicho y en ciertas canoas que a los indios se habían tomado, y comenzó a seguir en río abajo con propósito de luego dar la vuelta si comida se hallase, lo cual salió al contrario de cómo todos pensábamos, porque no hallamos comida en doscientas leguas ni nosotros la hallábamos, de cuya causa padecimos muy gran necesidad, como adelante se dirá, y así íbamos caminando suplicando a Nuestro Señor tuviese por bien de nos encaminar en aquella jornada de manera que pudiésemos volver a nuestros compañeros..."

En 1541, unos cuatrocientos españoles y cuatro mil indios liderados por dos valerosos hombres iniciaron un viaje a lo desconocido. Un periplo que les llevaría del Océano Pacífico al Atlántico, atravesando lugares que persona alguna del viejo continente había contemplado jamás. Francisco de Orellana y Gonzalo Pizarro abandonaron todo cuanto conocían para adentrarse en una selva llena de peligros y aventuras, y a golpe de machete se abrieron camino por esas tierras inhóspitas buscando el mítico país de la canela. 

Habían oído hablar de una zona más allá de los Andes donde inmensos bosques de canela crecían al amparo de esas vírgenes llanuras que, se suponía, había tras aquellas infernales montañas. Bien es cierto que no sólo iban en pos de esa preciada especia, también se contaban algunas leyendas de un cacique que cada atardecer se embadurnaba el cuerpo con oro molido y se metía en un misterioso lago donde ofrecía a la tierra los rayos reflejados del sol a través de su cuerpo. El dorado.

La canela era un bien bastante preciado por aquella época, remedio medicinal para varias dolencias y potente especia que daba un increíble sabor y olor a los platos y bebidas. No obstante, a los codiciosos nobles y monarcas españoles que esperaban cómodos, en sus grandes sillones palaciegos al otro lado del inmenso océano, lo que en verdad les interesaba era el oro de los incas. Unos años antes el hermano de Gonzalo y primo de Orellana derrotó a Atahualpa, el último de los grandes gobernadores del imperio incaico. Este, para salvar su vida ofreció toda una habitación llena de oro al conquistador español, el legendario tesoro de Llanganatis que jamás se ha logrado encontrar, pero también le habló de algo que ya se comentaba desde hacia tiempo cuando los españoles arribaron a las costas de Nueva Granada, la actual Colombia. Atahualpa le contó la historia de un reino donde existían innumerables minas de oro y cuyo príncipe era un hombre que se adornaba el cuerpo cada día con polvo dorado. ¿Sería verdad todo aquello? Se preguntaron los españoles. El clan de los Pizarro se propuso descubrir que había de cierto en aquella leyenda buscando no sólo el preciado metal sino la gloria eterna. Así que amparados por la corona, a la que ofrecieron una sustancial parte del botín, y por la iglesia, a la que prometieron miles de almas convertidas a su credo, Orellana y Pizarro se enfundaron sus mejores galas y se encaminaron a explorar tan desapacibles tierras. Les esperaban la humedad sofocante, el atenazador frío de las montañas y los aterradores y belicosos indígenas. Sin embargo, nada podría detenerles, el fabuloso tesoro de olorosos árboles y dorados reflejos aguardaba tras algún escondido recodo de la jungla. 

Hace unos minutos estaba enfrascado en la lectura de una pequeña obra que escribió Fray Gaspar de Carvajal, un dominico que vivió allá por el siglo XVI. Viajó en la expedición hacia el país de la canela y fue uno de los cronistas del viaje que emprendieron estos locos aventureros. Él era uno de esos 57 hombres que acompañaron a Orellana hasta el final de la historia. 
Mientras leía con atención ese castellano antiguo, que en ocasiones resulta un tanto extraño, no he podido evitar pensar que yo me encuentro en la misma tesitura que el explorador extremeño. Voy en busca de algo tan mítico como el señorío de El Dorado, el tesoro de Llanganatis, el reino de Paitití, Cibola, Quivira o el ya comentado país de la canela. De hecho, ahora me encuentro en plena selva a machetazo limpio intentando descubrir el país de la felicidad, aquel en el que reside el amor verdadero. Muchos me han dicho que soy un iluso, un pobre estúpido. No existe tal lugar, insisten en decirme. Tan sólo son patrañas contadas por unos locos, quizá puestos de peyote hasta las cejas o que han masticado más hojas de coca de las que debieran. Intento hacer caso omiso de sus desalentadoras palabras y guiarme por mi instinto. Se que es real y que en algún escondido y recóndito emplazamiento de esta enmarañada y jodida selva se encuentra el tesoro. Esperando ser descubierto para, llegando hasta donde se oculta cual valeroso explorador y habiendo atravesado miles de peligros que acechan tras los frondosos árboles, comprobar que la belleza infinita y el amor incondicional son tan reales como las manos que teclean estas palabras. Palabras, dicho sea de paso, que hoy se hacen más confusas que nunca. ¿De qué demonios hablo?
Ni yo mismo lo se, tan sólo divago. Y, a parte de compararme con Orellana por ir ambos tras las huellas de sueños fantasiosos y probablemente tan irreales como los unicornios, ¿hay algo más? Dejadme contaros alguna cosita más sobre aquella travesía que llevó a esos hombres por las selvas del continente americano. 

Tras haber pasado los Andes siguieron el curso del río Coca pero pasadas unas leguas se quedaron sin víveres. Construyeron, entonces, una pequeña barcaza para ir algo más rápido pero al ver que no había suerte y que no encontraban nada que llevarse a la boca, Pizarro consideró que sería mejor separarse. Mandó a Orellana junto a 57 hombres río abajo para que recogieran todo cuanto pudieran recolectar y quedaron en que, a lo sumo, en 4 o 5 días estaría de vuelta pero...

"...Y como a otro ni otro día no se hallase comida ni señal de población, con parecer del capitán dije yo una misa como se dice en la mar, encomendando a Nuestro Señor nuestras personas y vidas, suplicándole como indigno nos sacase de tan manifiesto trabajo y perdición, porque ya se nos traslucía; porque, aunque quisiésemos volver agua arriba, no era posible por la gran corriente, pues tentar de ir por tierra era imposible, de manera que estábamos en gran peligro de muerte a causa de la gran hambre que padecíamos y a que, estando buscando el consejo de lo que se debía de hacer platicando nuestra aflicción y trabajos, acordose que eligiésemos de dos males el que al capitán y a todos pareciese menor, que fue ir adelante y seguir el río e morir, e ver lo que en él había, confiando en Nuestro Señor que tendría por bien de conservar nuestras vidas hasta ver nuestro remedio.Y, entretanto, a falta de otros mantenimientos, vinimos a tan gran necesidad que no comíamos sino cueros, cintas y suelas de zapatos cocido con algunas yerbas, de manera que era tanta nuestra flaqueza que sobre los pies no nos podíamos tener, que unos a gatas y otros con bordones se metieron a las montañas a buscar algunas raíces que comer, y algunos hubo que comieron algunas yerbas no conocidas, los cuales estuvieron a punto de muerte, porque estaban como locos y no tenían seso; pero, como Nuestro Señor era servido que siguiésemos nuestro viaje, no murió ninguno..."

Así que no tuvieron otro remedio que seguir el cauce del pequeño riachuelo llegando una semana después a una zona más ancha en la que por fin pudieron comer algo gracias a la hospitalidad de un grupo de indígenas, hecho que Orellana supo apreciar nombrandose a sí mismo señor de aquellas tierras y dueño de todo cuanto allí se encontraba. Construyó entonces un barco más grande, un bergantín que les ayudase a lo largo de esa singular aventura. Y continuaron con su periplo por el río Coca, el Napo y el Río Grande al que los indios llamaban serpiente sin ojos. 
Se habían separado de Pizarro a finales de Diciembre de 1541, y en Junio de 1542 aconteció un hecho que nadie podía imaginar.

"...Estas mujeres son muy blancas y altas, y tienen muy largo el cabello y entrenzado y revuelto a la cabeza y son muy membrudas y andan desnudas en cuero, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos haciendo tanta guerra como diez indios, y en verdad que hubo mujer destas que metió un palmo de flecha por unos de los bergantines y otras qué menos, que parecían nuestros bergantines puerco espín..."

Un grupo de mujeres, las temidas amazonas, estuvieron a punto de hacer fracasar la empresa, sea cual fuere en esos delicados momentos. Y es aquí donde encuentro otro punto en común entre mi persona y la de Francisco de Orellana. Yo también me veo envuelto en una lucha contra las mujeres. Para un mejor entendimiento de mis palabras he de matizar tal punto. No es un enfrentamiento al uso sino que, más bien, estoy en medio de las flechas que disparan a diestro y siniestro. Toda mujer tiene, en mayor o menor medida, cierta animadversión hacia los hombres. Más allá de las posibles causas, en las que no voy a meterme por ser ya bastante extensa la entrada de hoy, es bien cierto que hoy en día a las mujeres al hablar con un hombre se les acciona, inevitablemente, algún tipo de resorte interno, una alarma podríamos decir, que crea una atmósfera turbia en el momento del acercamiento. Desconfianza, distanciamiento, cierta tirantez, una hostilidad evidente. En definitiva, una tensión que hay que vencer, dando lo mejor de nosotros mismos, sino queremos morir ensartados por una de esas flechas dirigida directamente al corazón, ahí donde más duele. 
El río Grande acabó siendo el Amazonas por estas guerreras que tanto martirizaron al bueno de Orellana y los suyos al pasar por sus dominios. Tres años después volvería a este gran río, esta vez para navegar contracorriente e intentar descubrir sus entresijos y secretos más profundamente. Sin embargo, acabó muerto sin poder adentrarse más que unas centenas de kilómetros en sus dulces aguas. Al final el Amazonas pudo con él, el espíritu de esas indomables y aguerridas mujeres transportado por esas caudalosas aguas terminó con el sueño de un hombre. Un tipo que creyó en bosques de canela. Fue enterrado en el anónimo agujero de un árbol en mitad del río para que los indios no pudieran desenterrar su cuerpo. Espero correr mejor suerte que él, ojalá algún día llegue a vislumbrar el legendario país de la felicidad, para por fin abrazar a la mujer que sus murallas esconden, y así tener muy cerca de mi el corazón que ha de amarme eternamente.
El ser humano ha soñado desde tiempos inmemoriales, así es más bonito levantarse por las mañanas. ¿No creéis?

"...Y es verdad que en todo que yo he escrito y contado, porque la prolijidad engendra fastidio, y así superficial y sumariamente he relatado lo que ha pasado por el capitán Francisco de Orellana y por los hidalgos de su compañía, compañeros que salimos con él del real de Gonzalo Pizarro, hermano de don Francisco Pizarro, marqués y gobernador del Perú.

Sea Dios loado. Amén."




 

lunes, 24 de noviembre de 2014

Dia 9: El vestido rojo.

Paseábamos por el centro comercial mirando distraídamente escaparates cuando ella me propuso un juego, ¿te atreves a probarte lo que yo elija y te hago una foto?
Al principio la miré extrañado, me sorprendió la mera sugerencia de ese peculiar pasatiempo, aún así me dejé convencer. Muy bien, pero yo también escojo algo para que te pongas tu. Contesté, algo incrédulo. ¿Hacia dónde nos podía llevar todo aquello?
Unos minutos más tarde no paraba de pensar en otra cosa, una pregunta martilleaba mi cabeza insistentemente, ¿cómo le quedaría ese sugerente vestido que el insulso maniquí portaba con tan poca gracia?
Ella entró en la tienda y recorrió las hileras de ropa observando cada prenda, de momento nada le llamaba la atención. Sin embargo, yo no podía quitar mis ojos de su precioso cuerpo sopesando si prefería el vestido o una faldita corta. Ya que estamos, ¿se atrevería a enseñarme sus piernas? Al final me decanté por lo que creí que sería lo más sexy y escogí la talla. Quiero que te pruebes esto, sugerí, tendiéndole la percha que portaba el vestido rojo que me había hecho soñar unos segundos antes. Ella sonrió, ¿estas seguro de que quieres esto y no alguna otra cosa? Ah, ¡Y no vale ropa interior! Si, me encantaría verte con el puesto. Sonreía mientras cogía el vestido. ¿Sería capaz? Me preguntaba. Muy bien, pero luego te elijo yo a ti algo. Vale, respondí. 
Nos dirigimos a los probadores. Había unos ocho o diez compartimentos, unos enfrentados a los otros. La mayoría estaban vacíos. Escogió uno que estaba al final del pasillo, entró y corrió la cortina. Yo esperé fuera, apoyado en la pared. En ese instante miré el reloj extrañado por la poca gente que había, normalmente esta tienda está más llena que el metro en hora punta. Al desviar la mirada hacia mi brazo para comprobar el reloj me di cuenta de que podía verla a través de la cortina, una fina rendija me permitía ver como se quitaba los vaqueros. Era más bonita de lo que podía imaginar, su piel era blanca y estaba plagada de miles de lunares y pequitas diseminados aquí y allá. Unos segundos después se quitó la camiseta beige que había contemplado durante la comida, aquella que entre sorbo y sorbo de mi coca cola había decidido que le quedaba tan bien que hacia que su cara resplandeciera con un brillo casi mágico. Así que allí estaba, colocándose el pelo rizado mientras se miraba en el espejo gigante, con unos calcetines de Hello Kitty, unas braguitas verdes y un feo sujetador, todo hay que decirlo, pero que mostraba un pecho imponente. Acto seguido se puso el vestido y sin tiempo para recomponerme de esa angelical visión descorrió la cortina y preguntó sonriente, ¿te gusta? Mi cara debía ser un poema, seguro. Embobado aún, asentí con la cabeza. Ella giró 360 grados, interrogándome de nuevo con la mirada. Estas preciosa, logré decir. Entonces se metió de nuevo en el pequeño cubículo y corrió la cortina. La verdad es que me queda muy bien, la escuché decir desde el otro lado. ¡Maldita sea! ¡Ya no podía verla! La diminuta rendija había desaparecido al colocar la cortina de nuevo, ¡joder!.
Fue en ese preciso momento cuando decidí hacer algo que si no hubiera sido tentado por la aparición minutos antes de esa curiosa abertura, que me dejó entrever algo más de lo que debiera, jamás me habría atrevido a realizar. Un deseo irrefrenable por acariciar su cuerpo se adueñó de mi y sin decir palabra alguna pasé dentro. Sorprendida, se quedó mirándome con semblante perplejo para un segundo después empezar a decir, ¿qué haces...? La besé en los labios antes de que pudiera terminar la frase, fue algo dulce y suave. Al principio la noté algo reticente a que estuviera allí, pero quizá fuera la sorpresa de verme allí dentro porque enseguida subió su mano hacia mi rostro y acarició mi cara con cariño. Todo fue tan impulsivo, tan rápido, que aún no había reparado en que ella estaba ya con el vestido en el suelo, veía su culo reflejado en el espejo y me calenté. No pude evitar lo que sucedió después, fue algo instintivo. Me agaché y le bajé las braguitas verdes, comencé a lamer su clítoris. Ella sujetaba mi cabeza con ambas manos, empujando hacia dentro, yo sacaba la lengua introduciéndola poco a poco en la vagina. Estaba muy excitada, realmente húmeda. Soltó un pequeño gemido que retuvo entre risas. Subí para susurrarle algo al oído. Quiero hacerte el amor, ahora. Asintió, sonrojada. En un suspiro me quité las botas y los vaqueros. Empalmado giré su cuerpo hacia la pared en la que no había espejo. Ella se inclinó apoyando las palmas de las manos en la pared, arqueando un poco la espalda mostrándome que deseaba que hiciera. La sujeté por la cintura y la penetré una y otra vez. Nuestras cabezas estaban giradas hacia la derecha, nos mirábamos a través del reflejo del espejo. Mis ojos se debatían entre observar sus enormes tetas botar y bambolearse juguetonas o contemplar los gestos de su cara y sus ojos claros cada vez que empujaba con mi cadera. En un momento dado ella dejó escapar un gritito débil, casi inaudible. Esto hizo que llevara mi mano hacia su boca para, de alguna manera, acallar los tímidos gemidos que pudieran surgir. Ella mordió mi mano, quizá con algo más de fuerza de la que hubiera aguantado sin protestar en cualquier otro instante, pero que ahí y entonces no me importó lo más mínimo. 
La fina pared del probador empezó a moverse demasiado e intuyendo que el chiringuito se podría desmontar en cualquier momento me incliné hacia ella. Vamos a corrernos, cielo. Solté. Aceleré el ritmo de mis caderas durante un rato para luego bajarlo y empujar con fuerza. Noté que estábamos a punto, la cogí de las manos y apreté fuerte en el mismo instante en el que mi semen salía disparado dentro de ella. Sus manos respondieron décimas de segundo después cuando también llegó al orgasmo.
Cinco minutos más tarde salíamos dejando el vestido rojo en el mostrador de la dependienta. No le gusta como le queda, demasiado provocativo. Dije como excusa a la mujer que, sin muchas ganas, doblaba ropa para devolverla a sus correspondientes estanterías. Al salir de los probadores ella cogió mi mano y me besó en la mejilla al tiempo que me susurraba con una enorme sonrisa que iluminaba su preciosa cara...¿vamos a la zona de chicos? Me toca elegir a mi. 

sábado, 22 de noviembre de 2014

Día 8: La desaparición de mi álter ego.

Cada día al escribir sobre él imaginaba que era yo. Cada acción, cada palabra, cada gesto deseaba que fueran los míos propios. Me hubiera gustado ser como Rubén el Conquistador y tener el valor suficiente para dejar todo atrás y salir en busca de mis anhelos, de mis sueños.
Ponía música y totalmente oscuras, tumbado en la cama, escribía. Cerraba los ojos y pensaba en ese valeroso pirata que se hizo a la mar intentando encontrar al amor de su vida. En la mayoría de las ocasiones en las que inventaba sus azañas acababa llorando. ¿Por qué el maldito pirata podía enfrentarse a todo y yo me recluía en mi mundo?

"...Anteriormente había dejado en la Gruta de los Olvidados a Rubén, el Conquistador. Se encontraba allí despues de un año de increibles aventuras persiguiendo una leyenda. Sin embargo, la fortuna le era esquiva y parecía que el destino jugaba con él como un pequeño pajarito juega con una diminuta ramita seca...Sólo un alma pura..."

Unos días después de escribir este fragmento, hace un año más o menos, dejé de hablar con la gente. Apenas cruzaba unas frases aquí y allá. Durante unos meses mi única conexión con el mundo exterior fueron las palabras que ponía en mi blog. Necesitaba estar a solas. 

"...Esas palabras rondaban por la cabeza del Conquistador. Una y otra vez maldecía su mala suerte. El tesoro de Barbanegra estaba ahí, casi lo rozaba con sus dedos y no podía abrir el jodido cofre. Y de verdad que lo había intentado pero no sabía que singular encantamiento mantenía la cerradura intacta. Seguramente Edward Teach, Barbanegra, habría hecho algún tipo de pacto con algún hechicero o quien sabe si con el mismísimo diablo. ¡Malditos sean todos los brujos repartidos por los confines del mundo conocido!..."

Había conocido a una preciosa mujer, Mercedes. Una chica increíblemente bonita, tanto que dudé en un primer momento si ella era real. ¿Sería cosa de mi imaginación?¿De verdad esa encantadora niña deseaba estar conmigo?¿Por qué?

"...Rubén, sentado en la arena, escuchaba el monótono sonido de las olas. Ese ir y venir del agua le había sumido en un trance, puede que ayudado por la botella de ron que sostenía en la mano izquierda mientras, con la derecha, jugaba con la fina arena blanca. Miró a la luna y empezó a cantar una bella balada que había aprendido de niño, la canción de los enamorados errantes. ".......Na na na na I tell you a story that happened one day about a beautiful girl, her age was sixteen, and a young English soldier with nice pretty eyes na na na na......".
Esa letra le traía recuerdos, imágenes lejanas de una mujer susurrandosela al oído mientras hacían el amor en la cama de una posada de Tortuga. Su primer te quiero, su primer suspiro, su primer y único corazón roto. Rubén había amado como jamás lo haría ya, puesto que después de que ella muriera al dar a luz una niña preciosa de ojos azules como el profundo mar se juró que no permitiría que su corazón le traicionara de nuevo. La niña, a la que llamó Shenandoah, falleció a las pocas semanas y Rubén quedó inmerso en una tristeza infinita la cual superó poco a poco tras varios meses deambulando por las tabernas más oscuras, desde Kingston a los Cayos, empapando su alma en alcohol..."

Tenía miedo. Estaba muy asustado. Esa pequeña mujercita había hecho que soñara de nuevo en paseos cogidos de la mano, en compartir noches de luna llena abrazados y tumbados en la cama, o en caricias y besos en anónimos bares. 

"...Así que, con los recuerdos del entierro de la pequeña Shenandoah en la retina, cantó a la enorme Luna y lloró. La impotencia, la crueldad del mundo, la soledad. Todos esos sentimientos afloraron en esa desconocida isla en la que Teach escondió su tesoro. Y de pronto el sollozo paró, se había dado cuenta de algo. Una increíble idea empezó a formarse en su cabeza. "Sólo un alma pura podrá abrir el cofre." ¿Alguna vez su alma había podido calificarse de pura e inocente? Si, sin duda. Ese día en la isla de Tortuga. El día que concibió a su niña, aquel en el que tumbado en el catre de la posada "Jenny's Grotto" escuchando los gritos lejanos de una pelea en la cantina de enfrente juró amor eterno a esa mujer de pelo rizado y rubio. 
Rubén el Conquistador se levantó del suelo y corriendo hacia el mar gritó. Lanzó un sobrecogedor aullido a la brillante Luna junto a una promesa al cielo y las estrellas. 
- ¡¡Juro por mi vida y por los espiritus de mis antepasados que mi alma volverá a ser pura!! Y ni todas las tempestades juntas, ni hechizos de mal nacidos brujos, ni monstruos de mil cabezas podrán detenerme, ¡¿me habéis oído?! ..."

Al tiempo que escribía estas inventadas frases del Conquistador ella me pedía que nos viéramos. Quería pasear bajo las luces de Navidad y deseaba hacerlo conmigo. ¿Por qué? Me volví a repetir.

"...Rubén tenía la estúpida idea que encontrando de nuevo ese amor, su verdadero amor, podría hacer que su alma volviera a ser pura. ¿Funcionaria? Por tonto que pudiera parecer tenía sentido, desde luego que lo tenía. Sólo hallando a esa mujer destinada para él podría calmar su corazón y devolver la inocencia a su maltrecha alma. 
Y con las olas golpeando su fuerte pecho miró desafiante el horizonte. La encontraría, estaba dispuesto a viajar donde fuera necesario, surcar los océanos infinitos y buscar por todos los rincones del planeta. Encontraría el amor y volvería de nuevo a esa isla para abrir el cofre de Barbanegra. El tesoro sería suyo. 
-¡Edward, tu oro será mío! Gritó a la oscuridad como si el propio Barbanegra se escondiera tras el lóbrego cielo. Y ante la decidida mirada de Rubén una estrella fugaz cruzó la negrura en ese instante como si el pirata de los piratas recogiera ese desafío. Atrevete, Conquistador, y toda mi furia caerá sobre ti..."

¿Qué es lo que se me ocurrió hacer entonces? Huí, me fui a La Manga el primer día del año. Y allí terminé de escribir la historia de Shenandoah. Era una noche con algo de brisa por lo que me tapé con una manta mientras miraba el oscuro mar y escuchaba romper las olas en la playa. Ella me había escrito un mensaje. "Feliz año, Rubén". Yo no pude contestar hasta un par de días después, me sentía un cobarde por no enfrentarme a la vida. 

"...Shenandoah es el título de una canción de marinos. Una de esas tonadillas que se cantaban en la cubierta de los buques mientras se surcaban las aguas de mares y ríos. Una balada romántica y evocadora que hace que las palabras fluyan suavemente, como se mueve el casco de una embarcación a través del líquido elemento. Sin embargo, Shenandoah tiene otros significados. Algunos dicen que es el nombre de un jefe indio iroqués, esos que poblaban la región de los grandes lagos de América del Norte. Pero yo me quedo con otra acepción más poética. Su traducción podría ser la de "hija de las estrellas". Esos mismos astros que en este preciso instante no puedo observar por las caprichosas nubes, aunque se con certeza que ahí están. Y ahora una compleja pregunta viene a mi mente, ¿hago bien siendo de la forma que soy? Tengo la extraña sensación de que como un pirata, moriré sólo. Buscando un tesoro que nada más que existe en mi cabeza, imágenes idealizadas por miles de historias y cuentos irreales. Quizá el verdadero amor, la idea que subyace en esas palabras, tan sólo pertenezca al mundo de la fantasía, como el tesoro de Barbanegra..."

Intenté por todos los medios dejar de pensar en ella, dejar de soñar.
El último día que pasé en la playa, antes de volver a Madrid, escribí un mensaje. "¿Quieres que nos veamos? Ya no estarán las luces pero me apetece abrazarte." 

"...tengo la seguridad absoluta de dos cosas, que deseo amar de verdad y que Shenandoah es un bonito nombre para poner a una niña. La hija de las estrellas cuya madre era un ángel venido del cielo de preciosa sonrisa y voz dulce..."

Dos o tres días después de Reyes la abracé. Y ¡bum!, mi corazón se desbocó. Ya, ya se que a veces soy muy impulsivo pero para mi fue como una estampida de bisontes en las llanuras americanas, o quizá como una locomotora que surca velozmente el horizonte. Ese día me di cuenta de algo, en el fondo no deseaba amar. Mientras jugábamos en el cine y ella metía palomitas en mi boca y yo intentaba quitarselas de la mano sentí un miedo atroz. No quería que me volvieran a herir y me juré, en ese instante, que nunca más la volvería a ver. Al día siguiente me invitó a una cocacola. ¿Te vienes a casa? Me preguntó. Mercedes, no te volveré a ver más. No quiero hacerlo. Escribí entre lágrimas. ¡Jodido gilipollas!¡Maldito cobarde!
Después de eso no vi a nadie en meses. Me enfadé conmigo mismo y me encerré en una burbuja. Viví a través de Rubén el Conquistador. Sus aventuras eran las mías, sus anhelos mis sueños, su valentía la que yo no tenía. En todo ese tiempo varias personas se acercaron a mi. "No entiendo que no quieras tomar una caña o salir a cenar, Rubén." Me decían, sin comprender de que me escondía.
Seis meses después de escribir Shenandoah decidí hacer desaparecer al pirata. Seguía teniendo miedo, claro, pero las ganas por volver a vivir eran enormes. Quería descubrir lo que el infinito universo tenía destinado para mi. Pero más que curiosidad por averiguar que había tras mi burbuja lo que deseaba era amar y ser amado, de todas las cosas que he tenido y han desaparecido a lo largo de mi vida, el amor es lo que más echo de menos.
Ese paréntesis en mi vida fue necesario, la desaparición del Conquistador también. De Mercedes no supe más desde aquel día. Probablente se enfadó y se haya olvidado de este pobre estúpido, quizá no fuera el momento más adecuado para encontrarnos o puede que ella estuviera destinada a pasar por mi vida para hacerme comprender que no es tan malo sentir. 
Shenandoah es una bonita canción que siempre que escucho me hace pensar en piratas y corsarios, en tesoros escondidos y bellas damas, en la vida y la muerte. Y sin duda, en el amor. 
La vida continúa, los días pasan inexorablemente. Y como diría cualquier pirata que se precie, siempre hay un tesoro que debe ser encontrado. Para mi es imposible no soñar con el amor pero mientras eso llega piratearé un poco y brindaré con mi querido compañero de batallas. Rubén el Conquistador, el más valeroso de cuantos hombres hayan surcado los siete mares y océanos. ¡Va por ti, amigo mío!


sábado, 15 de noviembre de 2014

Día 7: Los chicos no lloran, sólo pueden soñar.

Miraba por la ventana con tristeza y melancolía. Eran los últimos días que pasaría en aquel lugar. Ya no volvería a ver a mis amigos, ya no jugaría en esas calles, nunca más montaría en bici subiendo aquella agotadora cuesta. De pronto la vi pasar. Fue algo casual, fortuito, como contemplar a un ángel inesperadamente. Había estado enamorado de ella desde los diez años, ahora ambos teníamos trece. Observándola a través de una ventana que no era la de mi casa la vi caminar por la calle con aire distraído. Tuve ganas de abrir de golpe aquel cristal que me separaba de ella y gritar su nombre. Sin embargo me quedé quieto, paralizado. Un par de lágrimas bajaron por mi mejilla al ver como desaparecía y darme cuenta de que jamás volvería a hablar con ella.
Hace un par de meses, en una noche en la que yo estaba llorando le pedí a una chica que me contara algo gracioso. "¿Me haces un favor? Cuéntame un chiste". Necesitaba evadirme de un hecho que me había producido una tristeza tremenda. Con lágrimas aún en los ojos contesté al teléfono, ella me estaba llamando. "No me acuerdo de ninguno", diijo con voz compungida. "Pero puedo contarte historias de cuando yo era pequeña, era muy traviesa." Añadió. Dos horas más tarde reía al escuchar a esa mujer, que pese a que nunca nos habíamos visto, se había abierto a mi de tal manera que me contó infinidad de anécdotas de su infancia. Unos pocas semanas después esa chica ya no está en mi vida, desapareció. 
Recibí un mensaje de otra mujer. Alguien que siempre me ha parecido muy agradable y maja. Hace dos días leí en las notificaciones del móvil estas palabras, "Hola Rubén, ¿qué tal estas?". Hice caso omiso del whatsapp enviado por esa preciosa mujer. ¿Por qué? ¿Este mundo me esta volviendo demasiado frío? Creo que soy una persona muy emocional, vivo los sentimientos de una manera increíblemente intensa pero este mundo tan rápido y vertiginoso en ocasiones puede conmigo. No deseo cambiar ni transformarme en alguien sin alma y lucho contra ello cada día sin embargo noto que algo en mi interior esta evolucionando.
Unas semanas atrás alguien me decía por teléfono "Ven a dormir conmigo, te necesito. Quiero sentirte a mi lado." Unas palabras cargadas de sensaciones, sin duda. Mi cabezonería y yo, unidos frente a tal proposición nos hicimos fuertes y me negué en redondo a pasar, lo que sin duda hubieran sido unas espléndidas horas con esa impulsiva chica. Muchos kilómetros y algunos días después de eso, ayer hablaba con ella fríamente, como si nada de eso hubiera sucedido. Unas risas lejanas y un tanto vacías, unas palabras en cierta manera algo distantes. Quizá indiferencia sea una palabra muy dura y excesiva, pero sin duda la conversación fue extrañamente rara. Obviando que ella, una tarde que no esta tan lejana en el tiempo, me pidió que la abrazara fuerte en la cama. ¿No es de locos?
Pero si de locuras he de hablar, el hecho acaecido hace algunos días es para pensar seriamente que me ocurre a mi o al mundo, no se muy bien. Llamaron al telefonillo, esa era la señal para decirme que tenía que ponerme las zapatillas de nuevo e irme. Ella me miraba atarme los cordones mientras yo me excusaba por no poder pasar la noche en su casa, me había pedido que me quedara pero esa noche era imposible. Al incorporarme nos abrazamos, sentí su rizado pelo hacerme cosquillas en mi nariz y me besó en los labios. Nos reímos cuando hice un comentario gracioso y metió sus manos en los bolsillos de los vaqueros mientras se balanceaba sobre las puntas de sus pies. Tenía la cara sonrojada por el calor de la manta que la había estado tapando en el sofá durante la hora que habíamos estado hablando allí tumbados y una amplia sonrisa hizo que me diera pena no quedarme y disfrutar más de su compañía. La besé de nuevo en los labios y le dije un hasta luego. En ese momento no supe que jamás la vería más. Unas horas más tarde, por teléfono, escuché estas palabras... Es mejor que no nos veamos más.
Cuando conocí a esta otra chica hace año y medio sentí que el alma me daba un vuelco. Era la primera mujer con la que compartía confidencias después de bastante tiempo de dudas existenciales. Es una persona increíble y me hizo mirar el mundo de otro modo. Me ayudó tanto que fue imposible no sentir un cariño inmenso por ella, ¿por qué entonces cuando en agosto me escribió para interesarse por mi la despaché con un par de mensajes? Me sentí horriblemente mal al hacerlo, ¿habré estado muy borde? Me pregunté. 
La gente sale de mi vida sin apenas darme cuenta, de puntillas. Sin avisar. A otros en cambio les echo yo movido quizá por el desapego que existe en este mundo. Un lugar en el que los besos no significan nada, donde compartir risas o lágrimas esta tan infravalorado como abrazar a alguien. En un mundo como este te puedes acostar en la cama de una mujer y acariciar su desnuda espalda al mismo tiempo que te preguntas si a la mañana siguiente ella seguirá en tu vida o si será un efímero sueño. 
El excesivo celo que hemos impuesto a nuestras vidas hace que desconfiemos de nuestros sentimientos y apartemos de nosotros el calor y el apego, sustituyendolos por una frialdad e indiferencia que muchas veces no comprendo.
Algo más de veinte años después de ver a esa niña cruzar bajo la ventana de una casa que no era la mía, una fría noche de un otoño lluvioso me dió por buscarla en facebook. Hace dos años tecleé su nombre y me salió un pequeño listado de varias mujeres con el mismo apellido. No la reconocí. Estaba indeciso entre dos preciosas chicas, ¿de verdad no te acuerdas de ella, Rubén? Les mandé una solicitud a ambas. Las dos aceptaron. Una de ellas desapareció hace algunos meses, como llevada por el viento de una tormenta veraniega. Con la otra, la de mi infancia, no he hablado desde aquel día de otoño de hace dos años. Ese día pasé un par de horas mirando sus fotos y leyendo cosas suyas, recordando. Fue emocionante volver a contemplar sus ojos, su sonrisa. Me di cuenta de algo, el cariño no se olvida y me alegré que aquella niña de mirada risueña fuera ahora una feliz mamá.
Hoy escribo recordando a toda esa gente que pasó por mi vida en algún momento u otro. Aquellos que compartieron un instante conmigo, ya fuera una breve conversación telefónica, un abrazo, una mirada, una sonrisa...
No puedo decir que sea amigo de nadie pero no hay duda de que siento un cariño especial por toda esa gente. Un apego que hace que mientras escribo todo esto no pueda evitar emocionarme y derramar alguna lágrima. Mea culpa, sin duda, soy demasiado sentimental. 
Pero como dijo Miguel Bosé en alguna ocasión... Los chicos no lloran, sólo pueden soñar. Así que cerraré los ojos unos minutos, me secaré las lágrimas y soñaré.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Día 6: Stay alive.

25 de Diciembre de 2014. 
Al despertar no me ubiqué en un principio. Estaba de lado y observaba, con los ojos entreabiertos, una lamparita en la semipenumbra. En la mesilla reposaba mi reloj, al lado una intermitente luz verde centelleaba. Era mi móvil. ¿Dónde estaba?
- Buenos días, cariño. ¡Feliz Navidad! Escuché que alguien decía detrás de mi. 
A mitad de camino entre la curiosidad y la extrañeza me giré sobre la cama. Fue entonces cuando supe exactamente donde me encontraba. Unos preciosos ojos me miraban con cierto aire divertido. 
- Así que no te he soñado. Dije acariciando su pelo para apartarlo de su cara.
- No, cielo. Creo que soy bastante real. Contestó ella dándome un beso en los labios. 
Sabía a caramelo de fresa o quizá a algodón de azúcar.
Me tumbé boca arriba y miré el blanco techo. ¿De verdad estoy aquí y es Navidad?
Aún pensativo, un escalofrío recorrió mi cuerpo y me tapé con el edredón de colores rojo, verde y azul. Tanteé con la mano buscando la suya y me di cuenta de que estaba desnuda bajo la sábana. Ladeé entonces mi cabeza de nuevo, ella seguía en la misma posición. Sin quitarme ojo me observaba sonriendo. ¡Dios, que guapa era!
- Creo que la mezcla de turrón y cava de anoche te sentó un poquito mal, dijo riendo. 
Su risa era dulce, su voz tierna, sus labios me decían bésame. Y por su puesto, fui un niño bueno e hice caso.
- ¡Si apenas bebí! Respondí sin acordarme realmente si lo había hecho o no. 
Al acercarme a ella sentí su piel, suave y cálida. De nuevo la besé y esta vez no reparé en el sabor de sus besos sino en el olor de su pelo. ¿Cómo puede un simple aroma provocar tantos sentimientos?
Ella se había colocado sobre mi, sentada. Con el edredón sobre su espalda empezó a acariciar mi pecho con el dedo. El pelo le caía por los hombros, sus pechos se balanceaban en una hipnótica danza que provocó que mis ojos los siguieran durante unos segundos. 
Si esto es un sueño espero que no suene la alarma ahora que la cosa se pone interesante, me dije. Mientras, ella seguía acariciando mi cuerpo con una delicadeza increíble. Lo hacía lentamente, parándose de vez en cuando para mirarme a los ojos. Imposible resistirse a un momento como ese, notó mi creciente erección e intuí una leve sonrisa tras su enmarañado pelo. Con la mano que le quedaba libre cogió mi pene y lo introdujo dentro de ella liberando un suspiro corto y dulce cuando se deslizó completamente a través de su vagina. Entonces se tumbó sobre mi y empezó a morderme el cuello al mismo tiempo que movía su culo arriba y abajo. Yo la tenía cogida de la cintura mientras ella se abrazaba a mi con ambos brazos alrededor de mi cabeza. Sus tetas botaban sobre mi cara, sus acompasados y débiles gemidos me llegaban como ecos lejanos de otros mundos. Ella variaba el ritmo, tan pronto se aceleraba y me arañaba la espalda con sus uñas por el frenesí del momento como se relajaba y me comía a besos. ¿Cuanto tiempo estuvimos así? Imposible saberlo, minutos, horas. Quien sabe. Ella empezó a temblar de pronto, entonces supe que era el momento. Separé su cara de mi cuerpo y la sostuve entre mis manos. Quería mirarla a los ojos al corrernos, deseaba que mis ojos le dijeran cuanto la amaba en ese instante. Esos segundos fueron de una intensidad tremenda, la expresión de su rostro cambiaba con cada movimiento y al notar mi semen caliente recorriendo su interior abrió bien los ojos. 
Feliz Navidad mi amor, solté. Ella tan sólo me besó. Un minuto después ambos yacíamos de lado sobre la cama, mirándonos a la cara en silencio. Te amo, susurré. Y yo a ti, Rubén. Eres el amor de mi vida.

Necesito soñar para mantenerme vivo.