La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

lunes, 31 de marzo de 2014

¿Belstaff o H&M?

Cuentan los viejos libros que antes de que naciera la humanidad entera, una sabiduría infinita y todopoderosa creó la luz y la oscuridad, los rios y mares, la tierra y las nubes. 
Una vez hecho el trabajo más complejo a priori, ese Ente totalmente loco, por lo que se pudo comprobar unos instantes después, se rascó la cabeza y dijo...aquí me falta algo, ¿no? Efectivamente, su sapiencia extrema no estaba exenta de estupidez porque se le ocurrió que su creación no estaría completa si no había quien habitara ese mundo tan perfecto que acababa de dar a luz. Así que, ese poderoso Ser, hizo aparecer a un ser humano llamado Adán. Por supuesto, para que el chico recién llegado a ese nuevo mundo se divirtiera pisando charcos en el bonito e idílico Paraíso, el bondadoso Ser le dió una compañera de juegos, Eva. Y aquí viene la soberana tontería del Ente creador que puso sobre la tierra a ese par de almas cándidas. Quiso que esos dos se comportaran como él mismo, se propuso que su última creación fuera perfecta. Adán y Eva serían unos modelos impecables de él, a su imagen y semejanza como rezan esos antiguos tratados sobre la creación de nuestro mundo. Una entelequia, la cuadratura del círculo. ¿Cómo un Ser supremo e infinitamente sabio no supo ver que eso era imposible? Y encima, el pobre iluso para más inri, puso a la parejita un árbol de dulces y jugosos frutos delante de sus narices y les dijo.....Niños, niños, niños. Escuchadme atentamente, no seáis revoltosos y comáis el fruto prohibido del árbol de la sabiduría. ¿De acuerdo?¿Me habéis entendido? Adán y Eva se miraron con cara de pillos y asintieron con una sonrisita en el rostro. Si, señor. ¡Jamás cogeremos nada de ese bonito árbol! Dijeron ambos al unísono. ¿Pero quien podría resistirse? ¡Coño! Hasta yo mismo habría esperado que el magnánimo Ser se diera la vuelta para dar un bocado a una de esas frutas y sin necesidad de que una malvada serpiente me comiera la oreja contándome las alabanzas del arbolito de marras y lo que disfrutaría saboreando tan delicioso manjar. Si, yo le hubiera hincado el diente a la manzana del pecado original. ¿O quizá no?
El sábado por la mañana me encontraba tirado en la cama, no me apetecía hacer nada. Miraba el techo sin más, escuchando la lluvia golpear la ventana. De pronto una palabra apareció en mi cabeza. Belstaff. 
¿Cuanto costaría una cazadora de Belstaff? Me pregunté. Curioso, cogí el IPad y tecleé en el buscador. Nada más entrar en su página web vi una foto. David Beckham posaba con una de ellas, un modelo en marrón oscuro que le quedaba como un guante, perfecta. ¿Me quedaría igual a mi? Cerré los ojos y me imaginé con la cazadora puesta junto a David y salvando las distancias, creí que incluso yo estaba más mono con ella puesta que él. Vale, puede que exagere, pero tan sólo un pelin de nada.... Estuve un buen rato mirando modelos y colores. Vi una que me llamó poderosamente la atención, tanto que me di de alta en su web y la metí en el carrito de la compra. Y de pronto me dije, ¿para que quiero una cazadora? Ya tengo. Y de comprar otra, ¿por qué no una de H&M, Zara o Springfield? Y sólo pude contestar.....¡Es que es tan chula!
El antojo de lo que no tenemos, el interés por lo prohibido, el capricho de querer acariciar con nuestras propias manos lo que nos esta vedado. Todos hemos tropezado con esa enorme piedra pese a que se ve desde lejos. Adán, Eva, yo mismo. 
Hace cuatro o cinco años me encontraba sentado frente a la tele. Veía una película mientras cenaba, lo recuerdo bien. El puente sobre el río Kwai. Había aprovechado que ella no estaba para ponerla, ese tipo de historias no le gustaban demasiado. Hacia la mitad de la película el móvil vibró, un mensaje. En un principio creí que era ella dándome las buenas noches desde la cama de su hotel, sin embargo el sms que leí fue de alguien que no esperaba que me escribiera. Una mujer a la que había conocido mucho tiempo atrás.
- ¿Qué tal te va? 
- ¡Hola, cuanto tiempo! Bien, ¿tu como estas?
- Cansada, acabo de llegar del curro.
- ¡Que tarde! Abusan de ti, rubita.
- Ya, pero no tengo más remedio, hay que pagar el piso. ¿Qué haces?
- Viendo una peli tirado en el sofá. 
- ¿Solito?
- Si, ella se ha ido unos días a Londres.
- ¿Te apetece que nos veamos mañana? Tengo un par de horas libres, te invito a comer en mi casa.
- No se, ¿tu casa?
- Si, bueno, o en cualquier sitio. 
- Venga vale, mañana por la mañana te llamo y me das la dirección. 
- Muy bien, entonces a dormir que se me cierran los ojos ya. Besos.
- Besitos guapa.
Al terminar la conversación en la tele aún seguía el puente sobre el rio, pero en ese momento ya no hacia mucho caso a las peripecias de los soldados ingleses que intentaban volarlo. Le di al pause y me quedé mirando a la nada, pensativo. 
Me había tanteado en otras ocasiones, sin embargo nunca di ese paso. Y aquel día acepté, ¿por qué?
Negar que ella me gustaba seria mentir, pero no iba detrás de un polvo. Si tan sólo fuera eso habría dicho que no sin dudar, el problema estribaba en que su personalidad me atraía de veras. ¿Pero tanto como para engañar a la mujer a la que amaba? Un juego peligroso, sin duda. Quise mentirme pensando que sólo era una comida entre amigos, lo malo es que para nada lo éramos. ¿Qué es lo que quería ella?¿Y yo? Otro par de años antes recibí otro enigmático mensaje desde su teléfono. Hola Rubén, mi padre ha muerto. Esa noche yo leía tumbado en la cama, mi ex dormía junto a mi. Lo siento mucho, contesté. ¿Quieres hablar? Añadí. Silencio hasta un año más tarde. Cuatro o cinco mensajes más y desaparecía como engullida por la niebla. Hasta aquella noche del puente y el río Kwai. 
¿Por qué acepté ir a comer con ella? Quería tener lo que no tuve diez años atrás. O al menos tener la posibilidad de poseer algo que anhelaba, su deseo por mi. Ansiaba oír algo del estilo Rubén me gustas, vayamonos lejos tu y yo. Huyamos donde las caricias sean eternas y el amor no se marchite.
Sentado en el sofá, con la película aún en pause, pensé en todo esto durante un par de horas. Cansado de darle vueltas al asunto me fui a la cama con la mente abotargada, unos minutos después caí en un sueño profundo del que desperté al día siguiente con el ruido de la alarma del móvil. Al apagarla vi un mensaje escrito una hora antes. "Buenos días cariño, te amo."
Recuerdo que lloré. No fue una llorera desconsolada, tan sólo unas cuantas lágrimas que acabaron humedeciendo la almohada. Cinco minutos después volvió a sonar la alarma y me sacó del trance. Esta vez la apagué bien y mandé dos mensajes antes de meterme en la ducha.
"Lo siento, me viene mal quedar a comer hoy. Un beso, ya hablaremos."
"Buenos días ricitos, yo también te amo. Más que nunca."
De ella no supe más, jamás volvió a escribir. Fui yo quien lo hizo cuatro meses después de que mi historia de cuento se terminara. Un tímido saludo, un simple que tal. Pero no hubo respuesta. Definitivamente se desvaneció como si nunca hubiera existido.
Mi ex nunca supo de esta pequeña tribulación. Jamás escuchó de mis labios que al final si que rechacé esa fruta del árbol prohibido. Nunca creí que fuera demasiado reseñable, al fin y al cabo en ningún momento supe a ciencia cierta lo que ella buscaba.
Alguno, llegados a este punto, podría decir que Beckham juega en ambos bandos. Lleva cazadoras de Belstaff y calzoncillos de H&M. ¿Podría hacer yo lo mismo algún día? Obviamente mi respuesta en un no rotundo. ¡Esos calzoncillos blancos que lleva son terriblemente feos!





jueves, 27 de marzo de 2014

El día que murió Michael Jackson

Corría el mes de Junio del 2009. Finalizaba un mes bastante estresante al que seguiría otro no menos agobiante. Estaba, pues, en ese impasse que marcaba la unión de esos calurosos días del comienzo veraniego en Madrid. 
A pesar de que en unos quince días me mudaría de casa, me desperté sin prisa alguna. No había muchas ganas de empaquetar cosas, mi casa era un batiburrillo de cachivaches y papeles inservibles. Cosas que guardé quien sabe por qué extraño motivo, bueno, en realidad si lo sé. Me da pena tirar cualquier cosa que emocionalmente signifique algo para mi, desde un resguardo de un ticket de parking de aquel día que fuimos al teatro a ver ese musical que tanto me gustó hasta una factura del restaurante en el que me tomé ese solomillo tan jugoso contemplando una bonita sonrisa frente a mi, pasando por una simple nota de tiende la lavadora cuando te levantes, porfa. En fin, que serían las diez o las once de la mañana cuando abrí los ojos despertado por alguna sirena de ambulancia o quizá por algún bocinazo de un nervioso conductor. Cosas de vivir en el Paseo de la Habana, en un tercero cuyas ventanas apenas cerraban. El caso es que, como hacia cada mañana al despertar si ella ya no estaba en casa, cogí el móvil para mandar un mensaje de buenos dias. Pero algo evitó que lo hiciera en esos instantes, tenía un par de mensajes sin leer. Así que con la mirada aún borrosa y los ojos medio entornados intenté descifrar lo que decían. "Buenos días cariño, me acabo de enterar de que Michael Jackson ha muerto. ¡Qué fuerte!". "He hablado con Tony y Laura, dicen que todo parece indicar que ha sido un suicidio." La verdad es que la noticia me dejó algo perplejo. No soy el fan número uno de Michael, ni tan siquiera el un millón pero sin ninguna duda fue alguien que marcó tendencias en el mundo musical y visual. Una persona a la que admirar por su talento creativo. 
Sin contestar a esos mensajes fui al salón y puse la tele en busca de alguna noticia más detallada de lo que había sucedido. Cambié de canal un par de veces hasta que vi que en Antena 3 estaba Susana Griso entrevistando a Tony, creo que por aquel entonces era el presidente del club de fans de Jackson en España a parte de un buen amigo de mi ex. Encendí el DVD y pulsé el botón de rec. Entonces fui al armario que hacía de despensa, me agencié un bollito (seguramente de chocolate) y me senté en el sofá a escuchar que diablos había pasado para que el mayor talento musical desde Elvis Presley se quitara de en medio de esa forma tan dramática. Al rato contesté a esos mensajes que tenía pendientes al despertar. 
Un par de meses después estaba delante de la estrella de Michael Jackson en el paseo de la fama en Hollywood Boulevard. Era un viaje planeado con antelación a su muerte, pero no quise pasar la oportunidad de visitar ese lugar. Alrededor de su nombre había flores y velas que la gente aún seguía llevando pese a los casi dos meses que habían pasado desde ese día de finales de Junio. Y allí, en ese mismo instante en mitad de Hollywood levanté la mirada hacia el cielo azul y sin nubes de Los Angeles y dije... Siempre escucharé tus canciones. Después saqué la cámara de fotos y como cualquier turista, de los muchos que había esa mañana en el centro de la ciudad californiana, continué sacando fotos de las estrellas dibujadas en el suelo. 
¿Por qué hablo hoy de Michael Jackson? Simplemente porque siempre me fascinó el personaje. No me refiero a su vida llena de supuestos escándalos de abusos a menores, o su extraña unión con la hija de Elvis, ni hablo de su inquietante adolescencia o niñez. Lo que de verdad me atraía de él era su modo de bailar y moverse, su forma de cantar, su increíble visión para el espectáculo.
Permitidme que cuente otro recuerdo al hilo de todo esto. 
Llegué rendido al hotel, había pasado horas y horas recorriendo las calles y avenidas inmensas de esa preciosa ciudad. Probablemente habría estado paseando por Central Park, o quizá me había dejado caer por Chinatown para regatear por algún reloj de imitación, incluso puede que me pasara la tarde por la quinta avenida mirando escaparates para finalmente caer en la tentación de entrar en alguna de esas elitistas tiendas y comprar algún detallito, un pañuelo o cinturón que llevara la marca impresa. Esto último quizá no fuera idea mía pero en pequeñas dosis también me parecía divertido. En fin, que me diluyo....pues eso, que estaba muerto al subir a la habitación y me derrumbé en la cama. Puse la tele mientras me quitaba la ropa y cambié canales. CNN, Fox, ESPN, The Weather Channel, TNT, ABC, CBS....De pronto me detuve en uno. Un jovencísimo Travolta, con camisa roja ajustada y chaqueta de cuero negro, caminaba con paso seguro por las calles de Brooklyn al tiempo que sonaba Stayin' Alive de los Bee Gees. ¡Si! Estaba empezando Fiebre del Sábado noche. Desde ese instante no pude dejar de mirar la pantalla. Intuí que alguien me dió un beso y me dijo algo así como buenas noches junto a un te quiero que me pareció muy lejano. Pese a haber visto esa película bastantes veces el magnetismo de Tony Manero me atrapó como nunca. ¡Quiero ser como él! Me decia una y otra vez. ¡Quiero bailar como Tony!
El prototipo de hombre que me gustaría ser, y al que en nada me parezco. Quizá sólo en un pequeño detalle, yo también me cepillo el pelo delante del espejo. 
Seguro de si mismo, prepotente, vacilón, sabiendose el mejor dentro de la pista de baile. Como algunos dirían ahora, Manero es el puto amo. Y una escena habla por sí misma....Llega a la disco justo instantes después de verle en su 'beauty moment' delante del espejo, amén de su sesión de posturitas al estilo de que bueno estoy y que culito tengo. Bien, pues nada más entrar en la zona de baile una chica le ordena...¡kiss me! A lo que Travolta no hace mucho caso pero ella una vez más grita ¡¡kiss me!! Que diablos, soy Tony Manero, ¿qué otra cosa puedo hacer? Sin pensarlo más la besa, por supuesto. Y como no podía ser de otra manera ella queda tan satisfecha que lo compara con un beso de Pacino, el Brad Pitt de aquellos años, o quizá el Clooney. Para gustos, los colores. Manero tan acostumbrado a tanto piropo sigue moviéndose como si tal cosa, deleitando a hombres y mujeres por igual.
Desearia ser asi, salir a la pista y sonreír a la rubia de turno que observa con ganas de conocerme o a la morena de cuerpo increíble que intenta cautivarme con su mirada. Deslizarme bajo la bola de brillantes luces y conquistar a golpe de cadera. Pero no soy ese, desgraciadamente mis movimientos no son ni la milésima parte de los de Manero o Michael Jackson. Y mira que lo intento, en la intimidad claro esta (aunque se han podido ver un par de vídeos por mi perfil de Facebook haciendo de las mías, es decir, el tonto). Pero no no hay manera, no consigo movimientos fluidos.....será que tengo que practicar más. O puede que necesite primero algo de beber antes de salir a comerme el mundo. Así que, como diría Tony, ¡Ponme un 7/7 nena!

miércoles, 19 de febrero de 2014

.....Siempre......

Siempre imaginé que una bonita mujer me rodearía con su brazos y acariciaría mi cuerpo con sus suaves manos mientras me decía al oído que moriría si yo no estuviera. 
Siempre creí que una chica cogería mi mano entre la suyas para jugar con mis dedos al tiempo que me sonreía y me besaba en los labios. 
Siempre soñé que su corazón y el mío latirían al mismo ritmo dirigidos por un mágico e inexistente diapasón, y que la sangre llegaría a la vez a cada recodo de nuestro cuerpo.
Siempre pensé que el olor de su pelo me llevaría hasta el infinito, que con sólo aspirar brevemente su aroma me transportaría hasta el paraíso eterno. 
Siempre fantaseé con la idea de que tan sólo con rozar mi piel con sus muslos mi alma sufriría un vuelco y entraría en un éxtasis que ni todas las drogas del mundo serían capaces de imitar.
Siempre me figuré que estar tan cerca de ella supondría una comunión tan fuerte entre nuestras mentes y cuerpos, sus pensamientos serían los míos y mi cuerpo sería suyo. 
Siempre planeé el lugar y escenarios idóneos. Una inmensa cama, un mullido colchón, unas sábanas suaves, una habitación con flores, música para dejarse llevar.
Siempre presentí que miraría a sus ojos en ese preciso instante y que ya nunca más podría dejar de hacerlo. Esa mirada me acompañaría para el resto de mi existencia. 
Siempre me hice a la idea de que al besarla y nuestras lenguas tocarse y bailar juntas dentro de nuestras abiertas bocas, los gemidos de ella acompañarían a mis propios gemidos. 
Siempre sentí que tras ese beso me quedaría embelesado ante la belleza de ese cuerpo y durante unos segundos lo estudiaría con detenimiento intentado dilucidar si todo era real o sólo era mi maliciosa mente que me estaría haciendo una maravillosa trastada. 
Siempre presagié que al darme cuenta de que ella estaba allí realmente, mi alma se conmovería de tal manera que una lágrima de felicidad se escaparía de mis verdes ojos para caer junto a la almohada recorriendo mi mejilla. 
Siempre fui de la opinión que ella al ver esa solitaria lágrima preguntaría, ¿por qué lloras, mi amor? Y yo le contestaría que es inevitable. Le diría que lloraba porque la felicidad inundaba todo mi ser y que ninguna otra cosa de este mundo podría igualar lo que sentía en ese preciso instante. 
Siempre he tenido la extraña convicción de que ella al oír mis palabras, besaría la mejilla por la que momentos antes había caído esa pequeña lágrima y me diría te amo, te amo tanto que quisiera no separarme de ti jamás. 
Y si, siempre al escuchar esas inventadas frases en mi mente soñando que así fuera todo algun día, acabaría penetrándola suavemente. Para que ella pudiera sentirlo en cada terminación nerviosa, y que un suspiro o quizá un sonido gutural salido de su interior más profundo nos llevara entonces hasta un mundo nuevo y mágico. 
Siempre estuve del lado de esos pocos que pensaban que ese momento sería algo especial y que cada gemido, mío y de ella, repetido una y otra vez al modo de una especie de mantra, nos evadiría a lugares lejanos y misteriosos. 
Siempre, llegado este punto, creí que sería un buen instante para decirla una vez más lo mucho que la amo, para añadir con una sonrisa pícara.....voy para abajo.
Siempre tuve ciertos reparos en la afirmación, como es arriba es abajo. Verdad es que también hay unos labios, pero ese beso es muy distinto al otro. En realidad, más que besar, ahí abajo lo que siempre imaginé que desearía sería morder, lamer, introducir....¿mi mente imagina demasiado?
Siempre fui un estudioso del tema, algunos manuales decían esto, otros aquello. Sin embargo, tenía la seguridad de que sólo una cosa funcionaria. La improvisación unida a un venerado amor hacia ella. 
Siempre, una pregunta me venía a la mente. Al volver de nuevo arriba, es decir, al cielo y mirar sus ojos, ¿como sería? ¿qué ocurriría al volver a penetrarla para acabar corriendonos al unísono?
Siempre, siempre, siempre soñé con ella gritando mi nombre una y otra vez seguido por un te amo eternamente. ¿Por qué? Las confidencias hechas en ese preciso instante en el que la mente deja de funcionar y todo nuestro ser se concentra en un sólo acto son ciertas. Es imposible mentir cuando se tiene un orgasmo.
Siempre tuve esta certeza, la eyaculación es el suero de la verdad más potente. Si te dice que te ama, entonces es que realmente moriría por ti. 
Siempre sostuve que acabar abrazados y jadeantes sería un buen punto final. 
Siempre supuse que ella terminaría con su cabeza sobre mi pecho, escuchando los latidos de mi corazón. Mi vista sería la de su precioso y alborotado pelo cayendo sobre mi. Recorrería con mis dedos su espalda hasta llegar a su imponente culo. Para acariciarlo suavemente mientras ella se hace un pequeño ovillo, su oido pegado a mi pecho. Bum-bum, bum-bum. ¿Lo escuchas? Es mi corazón suspirando por ti. Su mano descansaría entonces sobre mi brazo dándome a entender que esta tan a gusto que le encantaría dominar a la sabia naturaleza para detener el mundo en ese instante y que el tiempo se volviera infinito.
Siempre creí que finalizar aqui esa unión con ella sería muy triste por lo que imaginé que en ese momento diría algo asi como.... ¿te apetece otro?
En mis mejores sueños ella siempre sonreiría y viendo que volvía a excitarme cogería mi creciente miembro y se lo metería en la boca para en un acto mio de blasfemia total, pura y dura, gritar ¡eres una diosa, joder!
Siempre, en esos pensamientos de como sería follar con alguien que amas, ella acabaría sobre mi, moviendo su cintura, comiendome a besos, rindiendonos al placer mutuo.
Siempre pensé que la velada concluiría al dormirnos, extenuados ambos, mientras nuestros desnudos cuerpos yacen sobre la cama unidos por nuestras manos, que ya nunca más volverían a soltarse.
 

jueves, 13 de febrero de 2014

In dubio pro reo

En el comienzo quería desaparecer, dejar este incomprensible mundo y salir por patas. Me sentía avergonzado, culpable, triste, extremadamente deprimido. Quería morir, dejar de existir. Era malo, horrible, había provocado dolor y sufrimiento en una persona a la que amaba por encima de mi propia vida. La mujer que un mes antes dormía con su cabeza en mi pecho me decía, en una brutal escena, que le diera mis llaves de casa. No confiaba en mi y creía que podría entrar por la noche para hacer dios sabe que. Unos días antes me dijo que se había dado a la bebida durante un tiempo porque no era feliz conmigo. Yo, tirado en la lona cual boxeador noqueado, quise replicar. ¿Cómo es posible? Hace tres meses me hablabas de casarnos, ¡me insististe tanto! ¿Cómo una mujer que se siente mal me pide que sea su compañero de viaje para toda su vida? Ella, experta luchadora, me dió el golpe de gracia. En los diez años que estuve contigo nunca fui feliz. 
Lloraba, tantas ganas de llorar tenía que me daba igual en que lugar lo hacia. En la calle, en el metro, o en la soledad de mi habitación. Durante un par de meses no pude parar. 
Si hay algo peor aún que no amar es saber que no te aman. Yo no quería verla, no deseaba hablar con ella porque cada palabra era una puñalada en mi herido corazón. Pero la seguía amando y pese a todo el dolor no quería olvidar ese amor.
Fui al psicólogo durante algunas sesiones. Él me preguntó que deseaba. Sin dudarlo ni un instante le dije que recuperarla. Le conté todo, le abrí mi corazón y le pedí consejo. Me dijo tres cosas. La primera, que no debía sentirme tan mal por sus palabras. Era un acto reflejo en el ser humano. Ella queria alejarse de mi y lo más fácil era no pensando en las cosas buenas, ni tan siquiera creyendo que alguna vez las hubo. Lo segundo que me dijo es que debía olvidarla. ¿Olvidarla para recuperarla? Le pregunté. No, olvidarla para rehacer tu vida. ¡Pero yo la amo! Si, pero ella a ti no. Sinceramente, me costó asimilar ese concepto. ¡Venga, hombre! ¿Cómo no me va a querer? Lo único que pasa es que se ha encaprichado de otro. Pero ciertamente, el señor psicólogo tenía razón. Ella ya no me amaba. La tercera cosa que me dijo tampoco la creí en parte. Tienes dos problemas según veo, una fobia hacia los médicos o más bien hacia lo que podrían decir estos sobre tu salud y creo que eres un poquito controlador. ¿Controlador? Dije. Si, no dejas nada al azar. Puse cara de póquer y le contesté. Eso se llama ser precavido. Y si, lo soy. Prefiero estar cubierto ante cualquier posible eventualidad. Él, en parte asombrado por no aceptar su diagnóstico, aludió. Lo jodido es que no eres igual con todas las facetas de tu vida. Pero no sólo me refiero a eso, Rubén. ¿Cuantos pantalones tiene ella?¿cuantos zapatos? ¡Y yo que se! ¿Crees que los cuento? La semana pasada mencionaste la vez que os peleasteis al entrar en una tienda y dijiste que te enfadaste porque ella quería unos zapatos y ya tenía siete pares. Vale, dije siete por decir un número. Es probable que tenga más. Yo diría que seguro que tiene más. Y me enfadé no porque se comprara unos zapatos sino porque íbamos a comprar unos pantalones que necesitaba y en vez de los pantalones se cogió los zapatos. Eso da igual, Rubén. ¿Y lo de la operación de estética? A ver, ¿preocuparme por ella y no querer que pase por el quirófano ante una operación que no necesita es ser controlador? A veces, la gente tiene que cometer sus propios errores. Me dijo, con mirada severa. Y con todo el odio de mi alma, le miré y le dije. Jamás dejaré que alguien a quien amo se ponga en peligro por una operación que es innecesaria, y si creo que se equivoca se lo diré. Luego la gente, o ella, podrá hacer lo que le venga en gana. Pero no seré un hipócrita y diré muy bien a algo con lo que no estoy de acuerdo. Quiso él tener la última palabra y me contestó de la siguiente forma. Por eso, Rubén, ella se siente controlada y huye de ti. Déjala, olvídala. Aprende de todo esto y rehaz tu vida. 
No le volví a ver. No quise ir más al psicólogo y empecé a escribir. Decidí que tenía que encerrarme y hablar conmigo mismo. Descubrir quien demonios era Rubén. Para ello tenía que ser lo mas sincero posible con mis propios recuerdos. Y así fue como me sometí a juicio. Difícil, extremadamente complicado. Era, al mismo tiempo, fiscal y abogado defensor. 
Y en mitad del juicio aparecieron varios testigos, cosa increíble. Testimonios de personas que me hicieron ver que mi mundo de fantasía, ese en el que todas las parejas viven felices, no es lo que abunda en este mundo nuestro. Había muchas personas que habían pasado por lo mismo que yo. Lo mejor de todo ese extraño juicio es que pude hablar con testigos que estaban en la posición opuesta a la mía, mujeres que habían dejado a sus parejas. Sólo entonces pude entender a mi ex, sus motivos. 
Andando entre los ejércitos enemigos es como supe que ella tenía razón. Donde mejor me desenvuelvo es con mujeres y una vez metido en conversaciones con las bellas guerreras, me fue fácil comprender las motivaciones de su visceral ataque hacia mi. En la lucha no hay compasión. En la batalla sólo vale sobrevivir, sin contemplaciones. Y ella guerreó mejor que yo, sin ninguna duda. Al menos con más valentía y coraje. 
Por eso, durante el juicio me acordé de una expresión que me enseñaron en la facultad. In dubio pro reo. Si existe una pequeña duda, por falta de pruebas o quizá porque no se ha demostrado con suficientes garantías la culpabilidad del acusado, este es supuesto inocente de los cargos que se le imputan. 
Decidí que en la cruenta guerra todo es válido y que nada de lo que se dice o hace es sinónimo de ser cierto o falso. No debía hacer caso de lo que se dijo durante la contienda, por lo tanto, juicio nulo. El acusado, pese a haber admitido su culpabilidad, podía salir del juzgado sin las esposas puestas. Era libre para rehacer mi vida.
Mi cuerpo y alma habían sufrido una metamorfosis.
La culpabilidad, el sentirme un cabronazo sin alma, había dado paso a una persona romántica, un Rubén que se aferraba al amor verdadero. Si ella no era mi alma gemela (cosa que creí durante diez años con todo mi ser) otra lo sería. Y esa otra media naranja andaba en algún lugar del planeta. 
Soñé con encontrar a mi princesa. Me abrí más al mundo. Deseaba que la gente me conociera, con mis cosas buenas y malas y empecé a publicar las entradas del blog en mi perfil de Facebook. Y eso fue raro. Inquietantemente extraño. Las mujeres, no creo que haya ningún hombre que me siga, leían lo que escribía y me decían que era una persona valiente por dejar que cualquiera pudiera mirar en el interior de mi corazón. 
Siempre creí que la gente que se acercara a estas palabras y recuerdos, quien sabe por qué incomprensible motivo, me tacharían de crio, inmaduro, enfádica, y estúpido. Cosas que soy al 100%, por eso me sorpredió al ver que una vez que leían sobre Rubén se interesaban más por mi. Hace unos meses se lo comenté a mi hermano. Y él me dijo algo totalmente cierto, cuando la gente ve que abres tu alma ellos te abren la suya a su vez. Es algo asi como una cierta empatía. 
De ese juicio salí con el convencimiento de que no soy mala persona. Cometí errores y fui un auténtico imbécil en algún que otro momento. Pero casi siempre me regí por el amor, la pasión y el deseo. 
Asi que aquí sigo, meses después de que el juez dictara sentencia, completando mi metamorfosis. Transitando por ese sendero que me lleve hasta un ser más humilde, más sincero, más valiente y más bueno. 
Nunca regalé nada por San Valentín, salvo el último año que estuve con ella. Ese año se me ocurrió una idea. Ella me decía siempre, entre risas pero con mirada seria, que nunca la había regalado unas flores. Y pensé que ese sería un buen día para ser el primero. Pero no iba a ir a una floristería para comprar unas margaritas, su flor favorita. Me pasé toda la tarde viendo vídeos en Youtube sobre origami y papiroflexia, intentaba aprender a hacer una rosa de papel. Como mejor supe le hice dos flores y se las di cuando llegó a casa. ¡Feliz día de San Valentín! A ella se le iluminó la cara y me dio un bonito y romántico beso. 
Ni todo fue horrible, ni todo fue bueno. Ni soy controlador, ni me da igual lo que le suceda a la gente que quiero. Ni me gustan los médicos, ni siento aversión por ellos. Ni soy un loco valiente al contar mi vida entera, ni soy un cobarde que esconde la cabeza bajo tierra. Ni soy tan romántico como para regalar flores cada 14 de febrero, ni me falta pasión al expresar lo que siento. 
Sin lugar a dudas, en el término medio está la verdad de lo que es Rubén. 



jueves, 6 de febrero de 2014

La maldición de Ondina

El agua estaba tranquila, una terrible paz se cernía sobre Rubén. Yacía en la barquita de madera observando las estrellas mientras pensaba en antiguas historias que había escuchado, de pequeño, en los muelles de Londres.
Era su segundo día a bordo de aquella tumba flotante. ¡¿Dónde diablos estaban los buques mercantes?!
Hambriento, sediento y agobiado por no poder hacer nada, tan sólo esperar, lanzó una súplica al temido mar. ¡Nereidas de más allá de las columnas de Hércules. Oceánides, señoras de las profundas y misteriosas aguas. Náyades, reinas de los ríos y estanques. ¡Ayúdadme! ¡Sacadme de esta maldita balsa y traed una tempestad que me lleve hasta la estela de algún jodido navío!
Al terminar, enrabietado como estaba, gritó. ¡Poseidón, te desafío! ¡¡Envíame tu furia!!
Aplacada, momentáneamente, la ira por su mala suerte, se volvió a recostar. Entonces escuchó un suave bufido. Se asomó para ver que era y vió a un delfín que con su puntiagudo morro balanceaba la pequeña barca. Quizá fuera por el ayuno o puede que por la oscura noche sin luna, el caso es que sobre los lomos de aquel delfín observó a una bella mujer. ¿Era una alucinación? Largos cabellos, mirada afable, manos delicadas apoyadas en la deslizante piel del delfín, la verdad era que todo parecía sacado de un sueño. Sin embargo, la preciosa mujer habló en un melodioso susurro. Conquistador, prepárate, tus ruegos han sido escuchados. Esta noche vivirás la más devastadora tormenta a la que jamás te hayas enfrentado. Tendrás que superarte a ti mismo si quieres sobrevivir y así poder averiguar el secreto que se esconde en ese mágico baúl y en las entrañas de tu alma. Suerte mi querido pirata, el destino te pertenece. Gracias, mi señora. Es lo único que pudo decir Rubén. Incrédulo, vió como el delfín se alejó llevándose consigo a la bonita mujer para finalmente desaparecer en las negras aguas del océano. Ondina acababa de mostrarse ante él. 
El Conquistador metió la cabeza en las frías aguas para despertar de su letargo. Más activo, se puso a pensar y contempló una gruesa soga en un lateral del bote. No sería de gran ayuda pero al menos le mantendría unido a ese pedazo de madera en el que flotaba en mitad de la nada. Así que, con el agua salada cayendo por su rostro, ató un extremo del cabo a su cintura y el otro a la circular horquilla del remo dándole un par de vueltas al banquito que servía de apoyo al remero. Entonces se quitó la camisa que llevaba para que el peso del agua no le estorbara y de pie junto a la proa de la pequeña embarcación esperó con mirada desafiante. Unos minutos después empezaba a llover, unas pocas gotas cayeron sobre su desnudo torso. ¡Veamos que tenéis preparado para mi! Aulló al infinito. ¡Nada me detendrá, voy en busca del amor eterno! Bramó a la oscuridad. 

Ayer, una amiga me comentaba asombrada que un conocido suyo había encontrado el amor. Ese simple hecho le daba más esperanzas a ella misma para no desistir, para no dejar de ilusionarse y soñar que era posible. Si ese chico lo había conseguido, ¿por qué no ella?
De pronto una imagen vino a mi mente. Una gigantesca tortuga saliendo del mar, un inmenso animal que lentamente busca el lugar apropiado de la playa. Con sus fuertes aletas cava un profundo hoyo y deposita sus aproximadamente 100 huevos entre lágrimas. No por la tristeza que quizá inunde su corazón al preguntarse cuantos de ellos sobrevivirán, sino por mantener sus ojos lubricados y limpios de molesta arena. Una vez terminado el proceso la sabía mamá tortuga camufla lo mejor que puede su escondite y vuelve a su hogar, el húmedo mar. Dos meses más tarde, decenas de pequeños bebe tortuga salen de su confortable refugio y se precipitan hacia un viaje terriblemente peligroso. 
Instantes después de que esa chica me dijera que alguien había conseguido amar no pude evitar que esa espectacular imagen asomara por mi cabeza. Y me dije, una tortuguita ha llegado al mar. ¡Bravo! Pensé. Pero unos segundos después me di cuenta de que su odisea no había hecho más que comenzar. Una tortuguita no está a salvo en mar abierto, miles de peligros acechan tras las sumergidas rocas o bajo las oscuras algas. Y como es lógico, los primeros meses son los más difíciles hasta que el pequeño animalito coge confianza y va creciendo poco a poco. ¡Tened cuidado tortuguitas del mundo entero! La vida debe salir adelante, el amor debe triunfar.
¿Quien es Ondina? Hay varias versiones sobre lo que ocurrió con esta ninfa. Algunos dicen que al nacer, viendo la belleza de aquel bebé, la hadas colmaron a Ondina con muchos dones. Por ejemplo, su abuela, que también era una de esas buenas hadas, le dió el regalo de la persistencia. Un día, un noble caballero se enamoró de esta preciosa mujer y la raptó para que sólo fuera suya. Ondina acabó enamorándose perdidamente de su captor, tan profundo era ese amor que olvidó a su propios seres queridos y no fue a visitar a su madre enferma. Su abuela se disgustó muchísimo y le lanzó una maldición. ¡Amarás a ese noble eternamente! Por lo general, parecería una bendición, pero de todos es bien sabido que la inmortalidad de las ninfas esta supeditada a enamorarse de un mortal y darle un hijo a este. Cosa que sucedió, y Ondina empezó a envejecer en el mismo momento en el que parió a su precioso niño. Con los años, el noble caballero se cansó de Ondina cuya belleza iba decayendo, no así el amor que ella seguía profesando hacia él, tan pasional como el primer día. Agobiado por todo este asunto, el caballero pensó una argucia para librarse de ella. Fingiría creer que ella le había sido infiel. Si de verdad me quieres, le dijo, ve al río que se encuentra fuera de los dominios de nuestro rey y tráeme un ánfora de sus cristalinas aguas. Ella, con coraje, cogió el pesado cántaro y se dirigió hacia el lejano río. Aún con todo el pundonor y orgullo que pudo reunir le costó mucho llevar consigo la enorme vasija vacía, así que cuando estaba llenando el ánfora derramó multitud de lágrimas sobre el río al pensar que jamás podría demostrar su incondicional amor ya que no se creía con fuerzas para volver hasta su castillo. Al ver la tristeza de Ondina, su abuela se apiadó de ella deshaciendo la maldición. Y convirtió a Ondina en la ninfa guardiana de aquellas aguas. Volvía a ser inmortal, y en agradecimiento por ese nuevo don que le acababan de conceder, durante cientos de años ayudó a miles de marinos en apuros. 
Hoy no puedo dejar de pensar en tortugas y en ninfas. El amor es increíble y a la vez peligroso. Cientos de tortugas buscándolo, ansiando llegar a la meta. Muchos somos huevos sin eclosionar aun, esperando nuestro momento. Sin embargo, una vez conseguido, ya en alta mar, cuidado. Es entonces cuando la maldición de Ondina cae sobre nuestros hombros. El amor eterno. 








domingo, 2 de febrero de 2014

Vanesa

¿Por qué un solo nombre es capaz de hacer que millones de sensaciones recorran nuestro cuerpo?
Me he despertado temprano esta mañana, y medio adormilado me ha venido a la cabeza esta curiosa pregunta no dejando que volviera a dormirme. No he podido soñar de nuevo dándole vueltas una y otra vez a esa cuestión intentando dar con una posible respuesta. En vela pues, me he decidido a escribir con mirada borrosa los inconexos recuerdos que fluyen a través de mis somnolientas neuronas.
Hace muchos años de esto, tantos que ha prescrito el crimen y creo que puedo hablar libremente de ello. En mi clase había dos niñas cuyo nombre era Vanesa. Una alta, la otra más bajita. Una Vanesa era con dos eses la otra sólo con una. Una rubia y de rizado pelo, la otra con melena castaña y lisa. Una me gustaba, la otra no. Con once o doce años esa chica se había adueñado de mi jovencísimo e inexperto corazón haciendo que muchas noches soñara que ella era una princesa de un fantástico reino y yo un noble caballero que intentaba conquistarla regalándole miles de flores recogidas por los confines del mundo entero. Si, de niño era tan bobo como ahora. Pero como digo, este delito ya ha vencido y no debo temer por condena alguna. Mis hermanos se burlaban de mi de camino al colegio, ellos conocían mi debilidad y la usaban para picarme. Me señalaban y decían....¡a Rubén le gusta Vanesa, a Rubén le gusta Vanesa! A lo que yo contestaba, ¡dejadme en paz! Incluso cuando querían ser malos de verdad solían hacerme ver algo que ya sabía de sobra. Me comentaban entre risas....si quisieras darle un beso tendrías que subirte a una silla. ¡Malvados!
Algunos años más tarde apareció otra Vanesa. Una preciosa rubia con ojos azules de Ecuador. Ya antes de que ella entrara en mi vida yo trabajaba con su prima, karina, más acorde con lo que tenemos en mente todos sobre una chica ecuatoriana. Una niña muy bonita también pero morena y con curvas, al estilo de Jenifer Lopez. Karina era encantadora pero su prima, Vanesa, tenía algo especial. Quizá fuera que desde que llegó anduvo detrás de mi, puede que fuera el acento tan sexy que ponía al decir mi nombre. El caso es que una tarde cuchicheaban entre ellas y no paraban de reírse. ¿Qué os pasa hoy, chicas? Pregunté. Esta noche he soñado contigo, me dijo Vanesa. Yo, que siempre la seguía el juego, contesté vacilandola. ¿Me contarás ese sueño Vanesita? Algo más tarde, me estaba haciendo la cena en la cocina y ella pasó dentro. Se acercó y me besó. ¿Cuanto duraría aquel beso? Se me hizo eterno y breve a la vez. Me gustó, demasiado. Durante un par de minutos, quizá alguno más, nuestras lenguas juguetearon. Mordisqueé sus labios. Acaricié su cara. De pronto se separó y me dijo sonriendo, eso es lo que he soñado Rubencito. Sinceramente, me quedé loco. Alucinado no pude contestar nada. Me dejó cenando y al salir me enfadé con ella. La regañé, ¡no puedes hacer eso Vanesa! Estamos en el trabajo, hay que ser responsable. En realidad me había entrado el pánico, no quería enamorarme de una mujer que podía desaparecer en cualquier momento. Y ella me gustaba demasiado para tentar a la suerte. 
Pasó más tiempo y otra Vanesa se cruzó por mi camino. Pero esta vez ella era algo más etérea y nebulosa. Alguien que sólo existía en mi corazón. 
Sucedió hace un par de años, una fría tarde de viernes de Febrero. No nos apetecía salir esa noche a ningún lado así que tirados en el sofá decidimos que cenaríamos en casa y veríamos un par de series. Un capítulo atrasado de Érase una vez y otro de Dexter. A ella le apetecía para la cena un buey de mar y yo quería una tarta de postre, de esas de polvos que se hacen en 20 minutos. En fin, la lista de la compra no es lo importante. Nos abrigamos bien y salimos a dar un paseo hasta el supermercado. Plumas, gorro, bufanda, guantes, todo puesto. Nos dimos la mano y anduvimos en silencio mientras la noche iba cayendo. A los pocos minutos me soltó una frase que hizo que todo se detuviera. He ido al ginecólogo y me ha dicho que tienes que hacerte tu también las pruebas. 
Ahora me tengo que remontar hacia atrás en el tiempo, dos años más, cuando probablemente en una mañana de sábado, de esas en las que no quería levantarme de la cama y deseaba seguir eternamente allí tumbado, tapado con las sábanas y hablando, hablando, hablando.....Mi mente vuelve a aquella mañana en la que decidimos que queríamos ser papas. Yo no estaba convencido, no creía que fuera a ser buen padre. Pero ella me juraba y perjuraba que si lo sería, veía mi cara cuando contemplaba a un bebe o a un crio y decía que yo sería el mejor padre que un niño pudiera tener. Yo no estaba de acuerdo, aún así dije que lo intentáramos, ¿por qué no? Nos amábamos y era un paso que había que dar. Y esa mañana de Sábado hablamos de nombres. Ella me había contado esta historia una y mil veces. Mientras su padre yacía en la cama del hospital, justo antes de morir, una promesa surgió de su alma. En tu honor le pondré a mi primer hijo Manuel, le dijo ella mientras a él se le caía una lágrima. A las pocas horas su papá murió y ella se quedó con la ilusion de, algún lejano día, honrar a su padre. Y esa mañana, ese decisivo sábado, me propuso varios nombres. ¿Cuál se llevó todos los votos? Si era niño, mi hijo se llamaría Imanol. ¿Y si era niña? Me tocaba a mi decidir y no tuve ninguna duda. Vanesa. 
Durante el transcurso de ese tiempo, entre ese ilusionante sábado y la pregunta de la fría tarde del viernes de hace dos años, lo intentamos. Y no hubo manera. Así que fué al médico y según ella me contó, el ginecólogo le dijo que tenía que tener ambas pruebas para hacer un estudio detallado de nuestro problema. 
Cogidos de la mano yendo a por el buey de mar y la tarta de queso con arándanos me paré al oír lo que decía y la miré a los ojos. Era la única parte de su cuerpo que veía. Sus expresivos ojos pardos me suplicaban que fuera. Yo en cambio, me negué en redondo. No voy a ir, la dije mirando a sus ojos, me da miedo. No quiero saber si el culpable soy yo. Me lo pidió de mil formas, me dió facilidades. Yo voy, traigo el bote y tu sólo lo llenas. No cielo, no. Seguimos intentándolo y si en Septiembre aún no te has quedado embarazada, me lo pienso. 
Al volver a casa, con la bolsa de la compra en una mano y la suya en la otra, la observé de soslayo. Su mirada había cambiado, veía unos ojos tristes y apagados. Pude intuir que en ese instante una pizca del amor que sentía por mi se había evaporado entre la niebla que empezaba a caer aquel frío viernes de principios de Febrero. 
Fui egoísta y cobarde. Tuve un comportamiento mezquino, rayando con la crueldad. La amaba y no tuve el valor de ser un hombre. 
Jamás la pedí perdón por todo esto. Nunca le dije que sentía haber sido tan horrible como para hacerla cargar con todo ese peso. Ella quería ser mamá y yo la miré a los ojos y me negué a llenar un triste botecito. Se que ella no lee lo que escribo, nadie de su círculo conoce mi blog. No lo hago, para en otro acto de cobardía aún mayor, pedirla disculpas sin mirarla a la cara. Escribo sobre esta Vanesa porque es una forma de seguir avanzando. Admitiendo mi error, mi vil comportamiento, intento ser mejor persona. Sólo fallando e intentandolo de nuevo se puede llegar a aprender a ser un hombre de verdad. 
En algunas ocasiones, cuando veo a una preciosa niña rubia con sus padres por la calle, pienso en Vanesa. ¿Me arrepiento de aquella decisión? Quizá de lo que no estoy orgulloso es de las formas. Mi fría mirada al decir ese rotundo no. Mi cabezonería. Mi miedo a las consecuencias. De eso si me arrepiento, sin duda. 
Las cosas suceden de una cierta manera y ya esta, no hay que darle más vueltas. Si esa niña no llegó sería porque no tenía que llegar, eso me dice la mayoría de la gente, pero no puedo dejar de pensar que si en vez de un cobarde no hubiera dicho un cariñoso claro que si, ahora estaría en el parque columpiandome, con Vanesa en mis brazos. Contándole, probablemente, alguna historia de piratas y sirenas, mientras acaricio su sedoso pelo y nos movemos arrastrados por un suave balanceo. 
Sin duda es un precioso nombre, que hace que me emocione desde que era un crio. Un sólo nombre, una simple palabra, y mi corazón siente con fuerza. Curioso, ¿Por qué no Sonia o Virginia?¿Mi respuesta? Tengo la absoluta certeza que en alguna otra vida estuve enamorado de una bonita chica, una mujer a la que amé tan apasionadamente que me dejó una profunda huella que ha perdurado a través de todas mis posteriores existencias. Una encantadora niña de rostro angelical y sonrisa maravillosa que me amó tan profundamente que marcó lo que soy y seré. Alguien cuyo nombre, seguramente, fuera Vanesa. 


viernes, 31 de enero de 2014

Serendipity

Sentado en el banco, apenas podía mirar otra cosa. Esos ojos me habían impactado de tal forma que mi maltrecho corazón latió, eso si, tímidamente. Hacia mucho tiempo que mi alma no me decía algo y esa tarde me susurró al oído. Escuché muy dentro de mi estas palabras. "Rubén, esa mujer tiene algo. Esa hechicera te ha embrujado." Durante dos o tres horas no fui capaz de pensar en otra cosa. Lo intenté, siguiendo con las series de abdominales y musculación en las que me había sumido antes de caer en las garras de esa enigmática mirada. Sin embargo, pese a intentar quedar extenuado y que mi mente no pensara, no logré sacarla de dentro de mi cabeza. ¡Dios, esos ojos! ¿Por qué en ese momento?¿Por qué ese preciso instante? Ya la había visto antes, esos oscuros ojos no me eran totalmente desconocidos, entonces ¿por qué demonios esa tarde de finales de Mayo me sobrecogieron de tal forma? En esas interminables tres horas que no dejé de pensar en ella me debatía entre dos ideas. Un Rubén cobarde, que decía para que darle más vueltas y un Rubén curioso, queriendo saber más acerca de lo que había tras esa potente mirada. 
No sabía nada de ella, sólo que la conocí gracias a una serendipia unos cuatro meses antes de esa inquietante tarde. Un hecho fortuito, una casualidad de esas de las que hacen que la vida tenga una pizca de misterio. ¿Por qué suceden las cosas?
Metido en la cama, sin poder evadir mi mente de la realidad, tomé una decisión. Antes de quedar dormido, soñando probablemente ser un héroe que salvaba a esa mujer de un terrible destino, le escribí un mensaje. Una corta frase, unas palabras que quizá no significaran gran cosa para ella pero que a mi me hicieron volar alto. Puede que la primera vez desde lo que a mi modo de ver parecían siglos y siglos. "Esos ojos son de otro mundo", algo tal que así puse en ese escueto mensaje. 
Dos minutos después soñaba plácidamente con hadas buenas y mágicos príncipes o quizá con morenas maestras enseñando a traviesos niños. El caso es que al despertar volví a la realidad, y me arrepentí de haber escrito ese mensaje. ¡Estas loco, Rubén! Me dije mientras el agua tibia de la ducha caía sobre mi cuerpo.
Las sincronicidades ocurren, casualidades increíbles que dejan boquiabierto al que las padece. Creo en ello, y debo ser coherente con mis creencias.
Mismo lugar, mismo banco, parecidas rutinas de ejercicios. Y ella volvió a aparecer. ¡Esos jodidos ojos! Hace un par de días vino de nuevo, de sopetón, sin previo aviso. Su foto era increíblemente bonita, desde luego esa mujer es bellísima. Pero no sólo es eso, es su oscura mirada. Me llama, me atrae, me tiene hipnotizado. De nuevo, no pude dejar de pensar en ella. La historia se repite pero esta vez no la escribí un mensaje para decirla lo increíble que me parece su mirada. En esta ocasión pensé en escribir sobre ella. Durante estos dos días he puesto en orden mis miedos y mis deseos, ¿qué es lo que quiero? No lo se, sinceramente. No se quien es esa mujer, si esta casada o es viuda. No tengo ni idea de como suena su voz, o si su risa es escandalosa. ¿Es diestra o zurda?¿Le gustará tanto el dulce como a mi?
Los cuentos de hadas, los archifamosos fairytales, siempre acaban con un vivieron felices para siempre. Hoy no estoy por la labor de escribir algo así, esta historia es imposible que acabe con un ....and they lived happily ever after. Demasiadas variables en juego, incógnitas que seguirán siendo la x de la ecuación sin resolver. Pero entonces, ¿por qué escribo esto si no creo que haya la más mínima oportunidad de ver esos misteriosos ojos en persona? Bueno, las serendipias suceden y mi alma romántica desea que ella lea esto y me escriba unas palabras. No obstante, mi parte más realista sabe a ciencia cierta que Cenicienta sólo esta en los libros y que su zapato no es real, no se vende en ninguna tienda de Jimmy Choo ni está expuesto en local alguno de Blahnik. También, mi yo menos fantasioso intuye que el Príncipe Azul no se encontrará con la urna de una Blancanieves comatosa, y dudo que un beso la despierte de ese estado vegetativo por muy bella que ella sea y muy mágicos que sean los sentimientos del noble y encantado príncipe. 
Pero no puedo terminar de esta manera una historia como la de hoy. Y cual mago tanteando el fondo de su chistera negra deseando que el conejo de la suerte siga por ahí en algún lugar, miraré en lo más profundo de mi pequeño corazoncito e intentaré sacar algo de esperanza. Como la que tuvo Bestia cuando dejó marchar a Bella del castillo donde la tenía prisionera. Ella deseaba ver a su padre al que le quedaban unas pocas horas de vida, él aceptó dejarla ir con la condición de que volviera en una semana. Bestia mantenía la esperanza de que ella respondiera a su pequeño gesto. Tras superar las trastadas de sus envidiosas hermanas ella consigue llegar al castillo de su captor a tiempo para cumplir su promesa y declararle su amor eterno. Bestia entonces se transforma en un apuesto príncipe. Este había sido convertido en un horrible monstruo por una malvada bruja cuyo hechizo fue roto por el amor incondicional de Bella. 
En lo más hondo de mi alma se encuentra ese poquito de optimismo, esa ilusión y esperanza porque aparezca alguien como Bella y neutralice el encantamiento que tiene encarcelado mi corazón e impide que lata con fuerza. 
Quizá alguna noche me ocurra otra increíble serendipia, y mi mano se encuentre con la de una bonita chica y se junten eternamente para no soltarse jamás. Y cuando eso ocurra escribiré una última entrada con sólo una frase. 
.....and they lived happily ever after.....
Espero que algún día podáis sonreír ante esa última nota de mi blog. No será para menos, ya que querrá decir que los cuentos de hadas existen y eso, queridos amigos, sería maravilloso. ¿No creéis?