La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

miércoles, 19 de febrero de 2014

.....Siempre......

Siempre imaginé que una bonita mujer me rodearía con su brazos y acariciaría mi cuerpo con sus suaves manos mientras me decía al oído que moriría si yo no estuviera. 
Siempre creí que una chica cogería mi mano entre la suyas para jugar con mis dedos al tiempo que me sonreía y me besaba en los labios. 
Siempre soñé que su corazón y el mío latirían al mismo ritmo dirigidos por un mágico e inexistente diapasón, y que la sangre llegaría a la vez a cada recodo de nuestro cuerpo.
Siempre pensé que el olor de su pelo me llevaría hasta el infinito, que con sólo aspirar brevemente su aroma me transportaría hasta el paraíso eterno. 
Siempre fantaseé con la idea de que tan sólo con rozar mi piel con sus muslos mi alma sufriría un vuelco y entraría en un éxtasis que ni todas las drogas del mundo serían capaces de imitar.
Siempre me figuré que estar tan cerca de ella supondría una comunión tan fuerte entre nuestras mentes y cuerpos, sus pensamientos serían los míos y mi cuerpo sería suyo. 
Siempre planeé el lugar y escenarios idóneos. Una inmensa cama, un mullido colchón, unas sábanas suaves, una habitación con flores, música para dejarse llevar.
Siempre presentí que miraría a sus ojos en ese preciso instante y que ya nunca más podría dejar de hacerlo. Esa mirada me acompañaría para el resto de mi existencia. 
Siempre me hice a la idea de que al besarla y nuestras lenguas tocarse y bailar juntas dentro de nuestras abiertas bocas, los gemidos de ella acompañarían a mis propios gemidos. 
Siempre sentí que tras ese beso me quedaría embelesado ante la belleza de ese cuerpo y durante unos segundos lo estudiaría con detenimiento intentado dilucidar si todo era real o sólo era mi maliciosa mente que me estaría haciendo una maravillosa trastada. 
Siempre presagié que al darme cuenta de que ella estaba allí realmente, mi alma se conmovería de tal manera que una lágrima de felicidad se escaparía de mis verdes ojos para caer junto a la almohada recorriendo mi mejilla. 
Siempre fui de la opinión que ella al ver esa solitaria lágrima preguntaría, ¿por qué lloras, mi amor? Y yo le contestaría que es inevitable. Le diría que lloraba porque la felicidad inundaba todo mi ser y que ninguna otra cosa de este mundo podría igualar lo que sentía en ese preciso instante. 
Siempre he tenido la extraña convicción de que ella al oír mis palabras, besaría la mejilla por la que momentos antes había caído esa pequeña lágrima y me diría te amo, te amo tanto que quisiera no separarme de ti jamás. 
Y si, siempre al escuchar esas inventadas frases en mi mente soñando que así fuera todo algun día, acabaría penetrándola suavemente. Para que ella pudiera sentirlo en cada terminación nerviosa, y que un suspiro o quizá un sonido gutural salido de su interior más profundo nos llevara entonces hasta un mundo nuevo y mágico. 
Siempre estuve del lado de esos pocos que pensaban que ese momento sería algo especial y que cada gemido, mío y de ella, repetido una y otra vez al modo de una especie de mantra, nos evadiría a lugares lejanos y misteriosos. 
Siempre, llegado este punto, creí que sería un buen instante para decirla una vez más lo mucho que la amo, para añadir con una sonrisa pícara.....voy para abajo.
Siempre tuve ciertos reparos en la afirmación, como es arriba es abajo. Verdad es que también hay unos labios, pero ese beso es muy distinto al otro. En realidad, más que besar, ahí abajo lo que siempre imaginé que desearía sería morder, lamer, introducir....¿mi mente imagina demasiado?
Siempre fui un estudioso del tema, algunos manuales decían esto, otros aquello. Sin embargo, tenía la seguridad de que sólo una cosa funcionaria. La improvisación unida a un venerado amor hacia ella. 
Siempre, una pregunta me venía a la mente. Al volver de nuevo arriba, es decir, al cielo y mirar sus ojos, ¿como sería? ¿qué ocurriría al volver a penetrarla para acabar corriendonos al unísono?
Siempre, siempre, siempre soñé con ella gritando mi nombre una y otra vez seguido por un te amo eternamente. ¿Por qué? Las confidencias hechas en ese preciso instante en el que la mente deja de funcionar y todo nuestro ser se concentra en un sólo acto son ciertas. Es imposible mentir cuando se tiene un orgasmo.
Siempre tuve esta certeza, la eyaculación es el suero de la verdad más potente. Si te dice que te ama, entonces es que realmente moriría por ti. 
Siempre sostuve que acabar abrazados y jadeantes sería un buen punto final. 
Siempre supuse que ella terminaría con su cabeza sobre mi pecho, escuchando los latidos de mi corazón. Mi vista sería la de su precioso y alborotado pelo cayendo sobre mi. Recorrería con mis dedos su espalda hasta llegar a su imponente culo. Para acariciarlo suavemente mientras ella se hace un pequeño ovillo, su oido pegado a mi pecho. Bum-bum, bum-bum. ¿Lo escuchas? Es mi corazón suspirando por ti. Su mano descansaría entonces sobre mi brazo dándome a entender que esta tan a gusto que le encantaría dominar a la sabia naturaleza para detener el mundo en ese instante y que el tiempo se volviera infinito.
Siempre creí que finalizar aqui esa unión con ella sería muy triste por lo que imaginé que en ese momento diría algo asi como.... ¿te apetece otro?
En mis mejores sueños ella siempre sonreiría y viendo que volvía a excitarme cogería mi creciente miembro y se lo metería en la boca para en un acto mio de blasfemia total, pura y dura, gritar ¡eres una diosa, joder!
Siempre, en esos pensamientos de como sería follar con alguien que amas, ella acabaría sobre mi, moviendo su cintura, comiendome a besos, rindiendonos al placer mutuo.
Siempre pensé que la velada concluiría al dormirnos, extenuados ambos, mientras nuestros desnudos cuerpos yacen sobre la cama unidos por nuestras manos, que ya nunca más volverían a soltarse.
 

jueves, 13 de febrero de 2014

In dubio pro reo

En el comienzo quería desaparecer, dejar este incomprensible mundo y salir por patas. Me sentía avergonzado, culpable, triste, extremadamente deprimido. Quería morir, dejar de existir. Era malo, horrible, había provocado dolor y sufrimiento en una persona a la que amaba por encima de mi propia vida. La mujer que un mes antes dormía con su cabeza en mi pecho me decía, en una brutal escena, que le diera mis llaves de casa. No confiaba en mi y creía que podría entrar por la noche para hacer dios sabe que. Unos días antes me dijo que se había dado a la bebida durante un tiempo porque no era feliz conmigo. Yo, tirado en la lona cual boxeador noqueado, quise replicar. ¿Cómo es posible? Hace tres meses me hablabas de casarnos, ¡me insististe tanto! ¿Cómo una mujer que se siente mal me pide que sea su compañero de viaje para toda su vida? Ella, experta luchadora, me dió el golpe de gracia. En los diez años que estuve contigo nunca fui feliz. 
Lloraba, tantas ganas de llorar tenía que me daba igual en que lugar lo hacia. En la calle, en el metro, o en la soledad de mi habitación. Durante un par de meses no pude parar. 
Si hay algo peor aún que no amar es saber que no te aman. Yo no quería verla, no deseaba hablar con ella porque cada palabra era una puñalada en mi herido corazón. Pero la seguía amando y pese a todo el dolor no quería olvidar ese amor.
Fui al psicólogo durante algunas sesiones. Él me preguntó que deseaba. Sin dudarlo ni un instante le dije que recuperarla. Le conté todo, le abrí mi corazón y le pedí consejo. Me dijo tres cosas. La primera, que no debía sentirme tan mal por sus palabras. Era un acto reflejo en el ser humano. Ella queria alejarse de mi y lo más fácil era no pensando en las cosas buenas, ni tan siquiera creyendo que alguna vez las hubo. Lo segundo que me dijo es que debía olvidarla. ¿Olvidarla para recuperarla? Le pregunté. No, olvidarla para rehacer tu vida. ¡Pero yo la amo! Si, pero ella a ti no. Sinceramente, me costó asimilar ese concepto. ¡Venga, hombre! ¿Cómo no me va a querer? Lo único que pasa es que se ha encaprichado de otro. Pero ciertamente, el señor psicólogo tenía razón. Ella ya no me amaba. La tercera cosa que me dijo tampoco la creí en parte. Tienes dos problemas según veo, una fobia hacia los médicos o más bien hacia lo que podrían decir estos sobre tu salud y creo que eres un poquito controlador. ¿Controlador? Dije. Si, no dejas nada al azar. Puse cara de póquer y le contesté. Eso se llama ser precavido. Y si, lo soy. Prefiero estar cubierto ante cualquier posible eventualidad. Él, en parte asombrado por no aceptar su diagnóstico, aludió. Lo jodido es que no eres igual con todas las facetas de tu vida. Pero no sólo me refiero a eso, Rubén. ¿Cuantos pantalones tiene ella?¿cuantos zapatos? ¡Y yo que se! ¿Crees que los cuento? La semana pasada mencionaste la vez que os peleasteis al entrar en una tienda y dijiste que te enfadaste porque ella quería unos zapatos y ya tenía siete pares. Vale, dije siete por decir un número. Es probable que tenga más. Yo diría que seguro que tiene más. Y me enfadé no porque se comprara unos zapatos sino porque íbamos a comprar unos pantalones que necesitaba y en vez de los pantalones se cogió los zapatos. Eso da igual, Rubén. ¿Y lo de la operación de estética? A ver, ¿preocuparme por ella y no querer que pase por el quirófano ante una operación que no necesita es ser controlador? A veces, la gente tiene que cometer sus propios errores. Me dijo, con mirada severa. Y con todo el odio de mi alma, le miré y le dije. Jamás dejaré que alguien a quien amo se ponga en peligro por una operación que es innecesaria, y si creo que se equivoca se lo diré. Luego la gente, o ella, podrá hacer lo que le venga en gana. Pero no seré un hipócrita y diré muy bien a algo con lo que no estoy de acuerdo. Quiso él tener la última palabra y me contestó de la siguiente forma. Por eso, Rubén, ella se siente controlada y huye de ti. Déjala, olvídala. Aprende de todo esto y rehaz tu vida. 
No le volví a ver. No quise ir más al psicólogo y empecé a escribir. Decidí que tenía que encerrarme y hablar conmigo mismo. Descubrir quien demonios era Rubén. Para ello tenía que ser lo mas sincero posible con mis propios recuerdos. Y así fue como me sometí a juicio. Difícil, extremadamente complicado. Era, al mismo tiempo, fiscal y abogado defensor. 
Y en mitad del juicio aparecieron varios testigos, cosa increíble. Testimonios de personas que me hicieron ver que mi mundo de fantasía, ese en el que todas las parejas viven felices, no es lo que abunda en este mundo nuestro. Había muchas personas que habían pasado por lo mismo que yo. Lo mejor de todo ese extraño juicio es que pude hablar con testigos que estaban en la posición opuesta a la mía, mujeres que habían dejado a sus parejas. Sólo entonces pude entender a mi ex, sus motivos. 
Andando entre los ejércitos enemigos es como supe que ella tenía razón. Donde mejor me desenvuelvo es con mujeres y una vez metido en conversaciones con las bellas guerreras, me fue fácil comprender las motivaciones de su visceral ataque hacia mi. En la lucha no hay compasión. En la batalla sólo vale sobrevivir, sin contemplaciones. Y ella guerreó mejor que yo, sin ninguna duda. Al menos con más valentía y coraje. 
Por eso, durante el juicio me acordé de una expresión que me enseñaron en la facultad. In dubio pro reo. Si existe una pequeña duda, por falta de pruebas o quizá porque no se ha demostrado con suficientes garantías la culpabilidad del acusado, este es supuesto inocente de los cargos que se le imputan. 
Decidí que en la cruenta guerra todo es válido y que nada de lo que se dice o hace es sinónimo de ser cierto o falso. No debía hacer caso de lo que se dijo durante la contienda, por lo tanto, juicio nulo. El acusado, pese a haber admitido su culpabilidad, podía salir del juzgado sin las esposas puestas. Era libre para rehacer mi vida.
Mi cuerpo y alma habían sufrido una metamorfosis.
La culpabilidad, el sentirme un cabronazo sin alma, había dado paso a una persona romántica, un Rubén que se aferraba al amor verdadero. Si ella no era mi alma gemela (cosa que creí durante diez años con todo mi ser) otra lo sería. Y esa otra media naranja andaba en algún lugar del planeta. 
Soñé con encontrar a mi princesa. Me abrí más al mundo. Deseaba que la gente me conociera, con mis cosas buenas y malas y empecé a publicar las entradas del blog en mi perfil de Facebook. Y eso fue raro. Inquietantemente extraño. Las mujeres, no creo que haya ningún hombre que me siga, leían lo que escribía y me decían que era una persona valiente por dejar que cualquiera pudiera mirar en el interior de mi corazón. 
Siempre creí que la gente que se acercara a estas palabras y recuerdos, quien sabe por qué incomprensible motivo, me tacharían de crio, inmaduro, enfádica, y estúpido. Cosas que soy al 100%, por eso me sorpredió al ver que una vez que leían sobre Rubén se interesaban más por mi. Hace unos meses se lo comenté a mi hermano. Y él me dijo algo totalmente cierto, cuando la gente ve que abres tu alma ellos te abren la suya a su vez. Es algo asi como una cierta empatía. 
De ese juicio salí con el convencimiento de que no soy mala persona. Cometí errores y fui un auténtico imbécil en algún que otro momento. Pero casi siempre me regí por el amor, la pasión y el deseo. 
Asi que aquí sigo, meses después de que el juez dictara sentencia, completando mi metamorfosis. Transitando por ese sendero que me lleve hasta un ser más humilde, más sincero, más valiente y más bueno. 
Nunca regalé nada por San Valentín, salvo el último año que estuve con ella. Ese año se me ocurrió una idea. Ella me decía siempre, entre risas pero con mirada seria, que nunca la había regalado unas flores. Y pensé que ese sería un buen día para ser el primero. Pero no iba a ir a una floristería para comprar unas margaritas, su flor favorita. Me pasé toda la tarde viendo vídeos en Youtube sobre origami y papiroflexia, intentaba aprender a hacer una rosa de papel. Como mejor supe le hice dos flores y se las di cuando llegó a casa. ¡Feliz día de San Valentín! A ella se le iluminó la cara y me dio un bonito y romántico beso. 
Ni todo fue horrible, ni todo fue bueno. Ni soy controlador, ni me da igual lo que le suceda a la gente que quiero. Ni me gustan los médicos, ni siento aversión por ellos. Ni soy un loco valiente al contar mi vida entera, ni soy un cobarde que esconde la cabeza bajo tierra. Ni soy tan romántico como para regalar flores cada 14 de febrero, ni me falta pasión al expresar lo que siento. 
Sin lugar a dudas, en el término medio está la verdad de lo que es Rubén. 



jueves, 6 de febrero de 2014

La maldición de Ondina

El agua estaba tranquila, una terrible paz se cernía sobre Rubén. Yacía en la barquita de madera observando las estrellas mientras pensaba en antiguas historias que había escuchado, de pequeño, en los muelles de Londres.
Era su segundo día a bordo de aquella tumba flotante. ¡¿Dónde diablos estaban los buques mercantes?!
Hambriento, sediento y agobiado por no poder hacer nada, tan sólo esperar, lanzó una súplica al temido mar. ¡Nereidas de más allá de las columnas de Hércules. Oceánides, señoras de las profundas y misteriosas aguas. Náyades, reinas de los ríos y estanques. ¡Ayúdadme! ¡Sacadme de esta maldita balsa y traed una tempestad que me lleve hasta la estela de algún jodido navío!
Al terminar, enrabietado como estaba, gritó. ¡Poseidón, te desafío! ¡¡Envíame tu furia!!
Aplacada, momentáneamente, la ira por su mala suerte, se volvió a recostar. Entonces escuchó un suave bufido. Se asomó para ver que era y vió a un delfín que con su puntiagudo morro balanceaba la pequeña barca. Quizá fuera por el ayuno o puede que por la oscura noche sin luna, el caso es que sobre los lomos de aquel delfín observó a una bella mujer. ¿Era una alucinación? Largos cabellos, mirada afable, manos delicadas apoyadas en la deslizante piel del delfín, la verdad era que todo parecía sacado de un sueño. Sin embargo, la preciosa mujer habló en un melodioso susurro. Conquistador, prepárate, tus ruegos han sido escuchados. Esta noche vivirás la más devastadora tormenta a la que jamás te hayas enfrentado. Tendrás que superarte a ti mismo si quieres sobrevivir y así poder averiguar el secreto que se esconde en ese mágico baúl y en las entrañas de tu alma. Suerte mi querido pirata, el destino te pertenece. Gracias, mi señora. Es lo único que pudo decir Rubén. Incrédulo, vió como el delfín se alejó llevándose consigo a la bonita mujer para finalmente desaparecer en las negras aguas del océano. Ondina acababa de mostrarse ante él. 
El Conquistador metió la cabeza en las frías aguas para despertar de su letargo. Más activo, se puso a pensar y contempló una gruesa soga en un lateral del bote. No sería de gran ayuda pero al menos le mantendría unido a ese pedazo de madera en el que flotaba en mitad de la nada. Así que, con el agua salada cayendo por su rostro, ató un extremo del cabo a su cintura y el otro a la circular horquilla del remo dándole un par de vueltas al banquito que servía de apoyo al remero. Entonces se quitó la camisa que llevaba para que el peso del agua no le estorbara y de pie junto a la proa de la pequeña embarcación esperó con mirada desafiante. Unos minutos después empezaba a llover, unas pocas gotas cayeron sobre su desnudo torso. ¡Veamos que tenéis preparado para mi! Aulló al infinito. ¡Nada me detendrá, voy en busca del amor eterno! Bramó a la oscuridad. 

Ayer, una amiga me comentaba asombrada que un conocido suyo había encontrado el amor. Ese simple hecho le daba más esperanzas a ella misma para no desistir, para no dejar de ilusionarse y soñar que era posible. Si ese chico lo había conseguido, ¿por qué no ella?
De pronto una imagen vino a mi mente. Una gigantesca tortuga saliendo del mar, un inmenso animal que lentamente busca el lugar apropiado de la playa. Con sus fuertes aletas cava un profundo hoyo y deposita sus aproximadamente 100 huevos entre lágrimas. No por la tristeza que quizá inunde su corazón al preguntarse cuantos de ellos sobrevivirán, sino por mantener sus ojos lubricados y limpios de molesta arena. Una vez terminado el proceso la sabía mamá tortuga camufla lo mejor que puede su escondite y vuelve a su hogar, el húmedo mar. Dos meses más tarde, decenas de pequeños bebe tortuga salen de su confortable refugio y se precipitan hacia un viaje terriblemente peligroso. 
Instantes después de que esa chica me dijera que alguien había conseguido amar no pude evitar que esa espectacular imagen asomara por mi cabeza. Y me dije, una tortuguita ha llegado al mar. ¡Bravo! Pensé. Pero unos segundos después me di cuenta de que su odisea no había hecho más que comenzar. Una tortuguita no está a salvo en mar abierto, miles de peligros acechan tras las sumergidas rocas o bajo las oscuras algas. Y como es lógico, los primeros meses son los más difíciles hasta que el pequeño animalito coge confianza y va creciendo poco a poco. ¡Tened cuidado tortuguitas del mundo entero! La vida debe salir adelante, el amor debe triunfar.
¿Quien es Ondina? Hay varias versiones sobre lo que ocurrió con esta ninfa. Algunos dicen que al nacer, viendo la belleza de aquel bebé, la hadas colmaron a Ondina con muchos dones. Por ejemplo, su abuela, que también era una de esas buenas hadas, le dió el regalo de la persistencia. Un día, un noble caballero se enamoró de esta preciosa mujer y la raptó para que sólo fuera suya. Ondina acabó enamorándose perdidamente de su captor, tan profundo era ese amor que olvidó a su propios seres queridos y no fue a visitar a su madre enferma. Su abuela se disgustó muchísimo y le lanzó una maldición. ¡Amarás a ese noble eternamente! Por lo general, parecería una bendición, pero de todos es bien sabido que la inmortalidad de las ninfas esta supeditada a enamorarse de un mortal y darle un hijo a este. Cosa que sucedió, y Ondina empezó a envejecer en el mismo momento en el que parió a su precioso niño. Con los años, el noble caballero se cansó de Ondina cuya belleza iba decayendo, no así el amor que ella seguía profesando hacia él, tan pasional como el primer día. Agobiado por todo este asunto, el caballero pensó una argucia para librarse de ella. Fingiría creer que ella le había sido infiel. Si de verdad me quieres, le dijo, ve al río que se encuentra fuera de los dominios de nuestro rey y tráeme un ánfora de sus cristalinas aguas. Ella, con coraje, cogió el pesado cántaro y se dirigió hacia el lejano río. Aún con todo el pundonor y orgullo que pudo reunir le costó mucho llevar consigo la enorme vasija vacía, así que cuando estaba llenando el ánfora derramó multitud de lágrimas sobre el río al pensar que jamás podría demostrar su incondicional amor ya que no se creía con fuerzas para volver hasta su castillo. Al ver la tristeza de Ondina, su abuela se apiadó de ella deshaciendo la maldición. Y convirtió a Ondina en la ninfa guardiana de aquellas aguas. Volvía a ser inmortal, y en agradecimiento por ese nuevo don que le acababan de conceder, durante cientos de años ayudó a miles de marinos en apuros. 
Hoy no puedo dejar de pensar en tortugas y en ninfas. El amor es increíble y a la vez peligroso. Cientos de tortugas buscándolo, ansiando llegar a la meta. Muchos somos huevos sin eclosionar aun, esperando nuestro momento. Sin embargo, una vez conseguido, ya en alta mar, cuidado. Es entonces cuando la maldición de Ondina cae sobre nuestros hombros. El amor eterno. 








domingo, 2 de febrero de 2014

Vanesa

¿Por qué un solo nombre es capaz de hacer que millones de sensaciones recorran nuestro cuerpo?
Me he despertado temprano esta mañana, y medio adormilado me ha venido a la cabeza esta curiosa pregunta no dejando que volviera a dormirme. No he podido soñar de nuevo dándole vueltas una y otra vez a esa cuestión intentando dar con una posible respuesta. En vela pues, me he decidido a escribir con mirada borrosa los inconexos recuerdos que fluyen a través de mis somnolientas neuronas.
Hace muchos años de esto, tantos que ha prescrito el crimen y creo que puedo hablar libremente de ello. En mi clase había dos niñas cuyo nombre era Vanesa. Una alta, la otra más bajita. Una Vanesa era con dos eses la otra sólo con una. Una rubia y de rizado pelo, la otra con melena castaña y lisa. Una me gustaba, la otra no. Con once o doce años esa chica se había adueñado de mi jovencísimo e inexperto corazón haciendo que muchas noches soñara que ella era una princesa de un fantástico reino y yo un noble caballero que intentaba conquistarla regalándole miles de flores recogidas por los confines del mundo entero. Si, de niño era tan bobo como ahora. Pero como digo, este delito ya ha vencido y no debo temer por condena alguna. Mis hermanos se burlaban de mi de camino al colegio, ellos conocían mi debilidad y la usaban para picarme. Me señalaban y decían....¡a Rubén le gusta Vanesa, a Rubén le gusta Vanesa! A lo que yo contestaba, ¡dejadme en paz! Incluso cuando querían ser malos de verdad solían hacerme ver algo que ya sabía de sobra. Me comentaban entre risas....si quisieras darle un beso tendrías que subirte a una silla. ¡Malvados!
Algunos años más tarde apareció otra Vanesa. Una preciosa rubia con ojos azules de Ecuador. Ya antes de que ella entrara en mi vida yo trabajaba con su prima, karina, más acorde con lo que tenemos en mente todos sobre una chica ecuatoriana. Una niña muy bonita también pero morena y con curvas, al estilo de Jenifer Lopez. Karina era encantadora pero su prima, Vanesa, tenía algo especial. Quizá fuera que desde que llegó anduvo detrás de mi, puede que fuera el acento tan sexy que ponía al decir mi nombre. El caso es que una tarde cuchicheaban entre ellas y no paraban de reírse. ¿Qué os pasa hoy, chicas? Pregunté. Esta noche he soñado contigo, me dijo Vanesa. Yo, que siempre la seguía el juego, contesté vacilandola. ¿Me contarás ese sueño Vanesita? Algo más tarde, me estaba haciendo la cena en la cocina y ella pasó dentro. Se acercó y me besó. ¿Cuanto duraría aquel beso? Se me hizo eterno y breve a la vez. Me gustó, demasiado. Durante un par de minutos, quizá alguno más, nuestras lenguas juguetearon. Mordisqueé sus labios. Acaricié su cara. De pronto se separó y me dijo sonriendo, eso es lo que he soñado Rubencito. Sinceramente, me quedé loco. Alucinado no pude contestar nada. Me dejó cenando y al salir me enfadé con ella. La regañé, ¡no puedes hacer eso Vanesa! Estamos en el trabajo, hay que ser responsable. En realidad me había entrado el pánico, no quería enamorarme de una mujer que podía desaparecer en cualquier momento. Y ella me gustaba demasiado para tentar a la suerte. 
Pasó más tiempo y otra Vanesa se cruzó por mi camino. Pero esta vez ella era algo más etérea y nebulosa. Alguien que sólo existía en mi corazón. 
Sucedió hace un par de años, una fría tarde de viernes de Febrero. No nos apetecía salir esa noche a ningún lado así que tirados en el sofá decidimos que cenaríamos en casa y veríamos un par de series. Un capítulo atrasado de Érase una vez y otro de Dexter. A ella le apetecía para la cena un buey de mar y yo quería una tarta de postre, de esas de polvos que se hacen en 20 minutos. En fin, la lista de la compra no es lo importante. Nos abrigamos bien y salimos a dar un paseo hasta el supermercado. Plumas, gorro, bufanda, guantes, todo puesto. Nos dimos la mano y anduvimos en silencio mientras la noche iba cayendo. A los pocos minutos me soltó una frase que hizo que todo se detuviera. He ido al ginecólogo y me ha dicho que tienes que hacerte tu también las pruebas. 
Ahora me tengo que remontar hacia atrás en el tiempo, dos años más, cuando probablemente en una mañana de sábado, de esas en las que no quería levantarme de la cama y deseaba seguir eternamente allí tumbado, tapado con las sábanas y hablando, hablando, hablando.....Mi mente vuelve a aquella mañana en la que decidimos que queríamos ser papas. Yo no estaba convencido, no creía que fuera a ser buen padre. Pero ella me juraba y perjuraba que si lo sería, veía mi cara cuando contemplaba a un bebe o a un crio y decía que yo sería el mejor padre que un niño pudiera tener. Yo no estaba de acuerdo, aún así dije que lo intentáramos, ¿por qué no? Nos amábamos y era un paso que había que dar. Y esa mañana de Sábado hablamos de nombres. Ella me había contado esta historia una y mil veces. Mientras su padre yacía en la cama del hospital, justo antes de morir, una promesa surgió de su alma. En tu honor le pondré a mi primer hijo Manuel, le dijo ella mientras a él se le caía una lágrima. A las pocas horas su papá murió y ella se quedó con la ilusion de, algún lejano día, honrar a su padre. Y esa mañana, ese decisivo sábado, me propuso varios nombres. ¿Cuál se llevó todos los votos? Si era niño, mi hijo se llamaría Imanol. ¿Y si era niña? Me tocaba a mi decidir y no tuve ninguna duda. Vanesa. 
Durante el transcurso de ese tiempo, entre ese ilusionante sábado y la pregunta de la fría tarde del viernes de hace dos años, lo intentamos. Y no hubo manera. Así que fué al médico y según ella me contó, el ginecólogo le dijo que tenía que tener ambas pruebas para hacer un estudio detallado de nuestro problema. 
Cogidos de la mano yendo a por el buey de mar y la tarta de queso con arándanos me paré al oír lo que decía y la miré a los ojos. Era la única parte de su cuerpo que veía. Sus expresivos ojos pardos me suplicaban que fuera. Yo en cambio, me negué en redondo. No voy a ir, la dije mirando a sus ojos, me da miedo. No quiero saber si el culpable soy yo. Me lo pidió de mil formas, me dió facilidades. Yo voy, traigo el bote y tu sólo lo llenas. No cielo, no. Seguimos intentándolo y si en Septiembre aún no te has quedado embarazada, me lo pienso. 
Al volver a casa, con la bolsa de la compra en una mano y la suya en la otra, la observé de soslayo. Su mirada había cambiado, veía unos ojos tristes y apagados. Pude intuir que en ese instante una pizca del amor que sentía por mi se había evaporado entre la niebla que empezaba a caer aquel frío viernes de principios de Febrero. 
Fui egoísta y cobarde. Tuve un comportamiento mezquino, rayando con la crueldad. La amaba y no tuve el valor de ser un hombre. 
Jamás la pedí perdón por todo esto. Nunca le dije que sentía haber sido tan horrible como para hacerla cargar con todo ese peso. Ella quería ser mamá y yo la miré a los ojos y me negué a llenar un triste botecito. Se que ella no lee lo que escribo, nadie de su círculo conoce mi blog. No lo hago, para en otro acto de cobardía aún mayor, pedirla disculpas sin mirarla a la cara. Escribo sobre esta Vanesa porque es una forma de seguir avanzando. Admitiendo mi error, mi vil comportamiento, intento ser mejor persona. Sólo fallando e intentandolo de nuevo se puede llegar a aprender a ser un hombre de verdad. 
En algunas ocasiones, cuando veo a una preciosa niña rubia con sus padres por la calle, pienso en Vanesa. ¿Me arrepiento de aquella decisión? Quizá de lo que no estoy orgulloso es de las formas. Mi fría mirada al decir ese rotundo no. Mi cabezonería. Mi miedo a las consecuencias. De eso si me arrepiento, sin duda. 
Las cosas suceden de una cierta manera y ya esta, no hay que darle más vueltas. Si esa niña no llegó sería porque no tenía que llegar, eso me dice la mayoría de la gente, pero no puedo dejar de pensar que si en vez de un cobarde no hubiera dicho un cariñoso claro que si, ahora estaría en el parque columpiandome, con Vanesa en mis brazos. Contándole, probablemente, alguna historia de piratas y sirenas, mientras acaricio su sedoso pelo y nos movemos arrastrados por un suave balanceo. 
Sin duda es un precioso nombre, que hace que me emocione desde que era un crio. Un sólo nombre, una simple palabra, y mi corazón siente con fuerza. Curioso, ¿Por qué no Sonia o Virginia?¿Mi respuesta? Tengo la absoluta certeza que en alguna otra vida estuve enamorado de una bonita chica, una mujer a la que amé tan apasionadamente que me dejó una profunda huella que ha perdurado a través de todas mis posteriores existencias. Una encantadora niña de rostro angelical y sonrisa maravillosa que me amó tan profundamente que marcó lo que soy y seré. Alguien cuyo nombre, seguramente, fuera Vanesa. 


viernes, 31 de enero de 2014

Serendipity

Sentado en el banco, apenas podía mirar otra cosa. Esos ojos me habían impactado de tal forma que mi maltrecho corazón latió, eso si, tímidamente. Hacia mucho tiempo que mi alma no me decía algo y esa tarde me susurró al oído. Escuché muy dentro de mi estas palabras. "Rubén, esa mujer tiene algo. Esa hechicera te ha embrujado." Durante dos o tres horas no fui capaz de pensar en otra cosa. Lo intenté, siguiendo con las series de abdominales y musculación en las que me había sumido antes de caer en las garras de esa enigmática mirada. Sin embargo, pese a intentar quedar extenuado y que mi mente no pensara, no logré sacarla de dentro de mi cabeza. ¡Dios, esos ojos! ¿Por qué en ese momento?¿Por qué ese preciso instante? Ya la había visto antes, esos oscuros ojos no me eran totalmente desconocidos, entonces ¿por qué demonios esa tarde de finales de Mayo me sobrecogieron de tal forma? En esas interminables tres horas que no dejé de pensar en ella me debatía entre dos ideas. Un Rubén cobarde, que decía para que darle más vueltas y un Rubén curioso, queriendo saber más acerca de lo que había tras esa potente mirada. 
No sabía nada de ella, sólo que la conocí gracias a una serendipia unos cuatro meses antes de esa inquietante tarde. Un hecho fortuito, una casualidad de esas de las que hacen que la vida tenga una pizca de misterio. ¿Por qué suceden las cosas?
Metido en la cama, sin poder evadir mi mente de la realidad, tomé una decisión. Antes de quedar dormido, soñando probablemente ser un héroe que salvaba a esa mujer de un terrible destino, le escribí un mensaje. Una corta frase, unas palabras que quizá no significaran gran cosa para ella pero que a mi me hicieron volar alto. Puede que la primera vez desde lo que a mi modo de ver parecían siglos y siglos. "Esos ojos son de otro mundo", algo tal que así puse en ese escueto mensaje. 
Dos minutos después soñaba plácidamente con hadas buenas y mágicos príncipes o quizá con morenas maestras enseñando a traviesos niños. El caso es que al despertar volví a la realidad, y me arrepentí de haber escrito ese mensaje. ¡Estas loco, Rubén! Me dije mientras el agua tibia de la ducha caía sobre mi cuerpo.
Las sincronicidades ocurren, casualidades increíbles que dejan boquiabierto al que las padece. Creo en ello, y debo ser coherente con mis creencias.
Mismo lugar, mismo banco, parecidas rutinas de ejercicios. Y ella volvió a aparecer. ¡Esos jodidos ojos! Hace un par de días vino de nuevo, de sopetón, sin previo aviso. Su foto era increíblemente bonita, desde luego esa mujer es bellísima. Pero no sólo es eso, es su oscura mirada. Me llama, me atrae, me tiene hipnotizado. De nuevo, no pude dejar de pensar en ella. La historia se repite pero esta vez no la escribí un mensaje para decirla lo increíble que me parece su mirada. En esta ocasión pensé en escribir sobre ella. Durante estos dos días he puesto en orden mis miedos y mis deseos, ¿qué es lo que quiero? No lo se, sinceramente. No se quien es esa mujer, si esta casada o es viuda. No tengo ni idea de como suena su voz, o si su risa es escandalosa. ¿Es diestra o zurda?¿Le gustará tanto el dulce como a mi?
Los cuentos de hadas, los archifamosos fairytales, siempre acaban con un vivieron felices para siempre. Hoy no estoy por la labor de escribir algo así, esta historia es imposible que acabe con un ....and they lived happily ever after. Demasiadas variables en juego, incógnitas que seguirán siendo la x de la ecuación sin resolver. Pero entonces, ¿por qué escribo esto si no creo que haya la más mínima oportunidad de ver esos misteriosos ojos en persona? Bueno, las serendipias suceden y mi alma romántica desea que ella lea esto y me escriba unas palabras. No obstante, mi parte más realista sabe a ciencia cierta que Cenicienta sólo esta en los libros y que su zapato no es real, no se vende en ninguna tienda de Jimmy Choo ni está expuesto en local alguno de Blahnik. También, mi yo menos fantasioso intuye que el Príncipe Azul no se encontrará con la urna de una Blancanieves comatosa, y dudo que un beso la despierte de ese estado vegetativo por muy bella que ella sea y muy mágicos que sean los sentimientos del noble y encantado príncipe. 
Pero no puedo terminar de esta manera una historia como la de hoy. Y cual mago tanteando el fondo de su chistera negra deseando que el conejo de la suerte siga por ahí en algún lugar, miraré en lo más profundo de mi pequeño corazoncito e intentaré sacar algo de esperanza. Como la que tuvo Bestia cuando dejó marchar a Bella del castillo donde la tenía prisionera. Ella deseaba ver a su padre al que le quedaban unas pocas horas de vida, él aceptó dejarla ir con la condición de que volviera en una semana. Bestia mantenía la esperanza de que ella respondiera a su pequeño gesto. Tras superar las trastadas de sus envidiosas hermanas ella consigue llegar al castillo de su captor a tiempo para cumplir su promesa y declararle su amor eterno. Bestia entonces se transforma en un apuesto príncipe. Este había sido convertido en un horrible monstruo por una malvada bruja cuyo hechizo fue roto por el amor incondicional de Bella. 
En lo más hondo de mi alma se encuentra ese poquito de optimismo, esa ilusión y esperanza porque aparezca alguien como Bella y neutralice el encantamiento que tiene encarcelado mi corazón e impide que lata con fuerza. 
Quizá alguna noche me ocurra otra increíble serendipia, y mi mano se encuentre con la de una bonita chica y se junten eternamente para no soltarse jamás. Y cuando eso ocurra escribiré una última entrada con sólo una frase. 
.....and they lived happily ever after.....
Espero que algún día podáis sonreír ante esa última nota de mi blog. No será para menos, ya que querrá decir que los cuentos de hadas existen y eso, queridos amigos, sería maravilloso. ¿No creéis?

domingo, 26 de enero de 2014

Mario, Alaska y la estrella del norte.

La vi, la escuché y no pude resistirme.
Sus ojos me hipnotizaron y su voz me hizo estremecer. Al ver esa foto en blanco y negro, que tanto me llamó la atención, pensé que era una diosa caída del cielo para hacer mis sueños realidad. 
Pasé muchas tardes con esa desgarradora voz en mi cabeza. Quizá la pista número 8 fuera la que mas canté en la infinita soledad de mi cuarto. Encerrado y con los cascos puestos para tenerla más dentro de mi, para escuchar sus susurros más cerca, engañando a mi mente para creer que sólo era a mi a quien iban dedicados. Pobre iluso. 
Northern Star sonaba una y otra vez. La increíble voz de ese enigmático ángel se juntaba con la mía en un imposible duo. Mis piernas, cadera y brazos se movían lentamente, al ritmo de los acordes de una lejana guitarra que mágicamente llevaba la letra directa hasta mi corazón. Sentía esa orgía de sentimientos y bailaba dejándome llevar como poseído. Medio drogado e ido a causa de sensaciones que apuñalaban todo mi ser. Fue una auténtica comunión entre dos almas distantes y maravillosamente opuestas. En cada ocasión que la escuché, sentí muy dentro de mi que me había enamorado de aquella desconocida mujer. 
Courtney Love tenía ese aura de mujer impredecible. Su mirada me transmitía algo similar a lo que ha hecho que me enamore una y otra vez de personas así. Locura y caos. 
Me han dicho varias veces que me gusta tener las cosas bajo control y es cierto, admito que soy feliz sabiendo todos los posibles caminos que existen para así estar sobre aviso de lo que puede acontecer. Por eso creo que este tipo de personalidades me seducen tanto. Admiro a las mujeres que son terremotos andantes, que hacen de la locura su hábitat natural. Y sin duda esa mirada en blanco y negro que vi hace tanto tiempo, me dijo todo eso en unos pocos segundos. Flechazo. Courtney, I love you honey. 

¿Ha estado Rubén esnifando algo raro? No, queridos. Hoy no. Pero si me ha venido a la memoria esta voz por una sencilla razón. La escuché ayer mientras veía a Alaska y Mario en su reality, en una de las escenas pusieron un corte de una de sus canciones y un caudal irrefrenable de sensaciones se agolparon llamando bruscamente a las puertas de mi alma, queriendo salir a borbotones por cada poro de mi piel. Y así, de sopetón, escribo hoy envuelto en ese ambiente místico que es volver al pasado y escuchar de nuevo Northern Star. 
Siguiendo esa estrella del norte a través del nuboso cielo que tenemos hoy en Madrid mi mente divaga. Y pienso en Alaska y Mario, esa extraña pareja.
A Vaquerizo no lo conocía, no sabía quien era hasta que vi el programa hace un par de años por casualidad. Olvido, en cambio, si que fue otro de mis mitos de juventud cuando me dio por buscar acerca del ambiente que se vivió en cierta época en Madrid. Almodóvar, McNamara, Alaska y los pegamoides, Nacha pop, Trueba, etc, etc, etc. A mi, en realidad, me pilló algo niño eso a lo que se le llamó la movida madrileña, pero si que hubo un tiempo en el que me fascinó todo ese movimiento. De ahí, que al no saber quien demonios era Mario Vaquerizo me llamara tanto la atención. Quizá ver a un tipo en la televisión no es la mejor forma de opinar sobre él. El mágico mundo del espectáculo es en muchos casos engañoso, pero no cabe duda de que es una persona peculiar. Una persona que me encanta porque es simple y sencilla. Esa frescura es difícil verla en el comportamiento humano y es por lo que me alucina ese hombre. 
Pero más que de Mario y Alaska en sí, quería hablar de algo más concreto. Algo mucho más personal.
 
Buscaba información sobre Las Vegas, en un mes estaría allí por tercera vez y quería encontrar nuevas cosas que hacer. Me topé con el realitity en una búsqueda de Google. Alaska y Mario van a Las Vegas en la segunda temporada de su show, rezaba el titular escupido por el buscador. Pulsé el enlace. Desde ese instante no pude parar de ver durante un par de horas las peripecias de esos dos personajes, junto a su troupe, por tierras americanas. Pero de pronto, tumbado en la cama con el iPad sobre el estómago, empecé a llorar. ¿Por qué? No tenía en principio ningún motivo aparente, en unas dos o tres semanas estaría rumbo a Hawaii, compartía mi vida con una mujer encantadora, el sol brillaba a través de las cortinas de la habitación, escuchaba a los niños jugando en la piscina de la urbanización. ¿Por qué maldita razón tuve la necesidad de llorar? Ahora lo se, lo entendí ayer viendo de nuevo a Alaska y Mario. Una divertida escena, un pequeño instante en sus vidas, hizo que mi cerebro conectara con algo del pasado. La televisiva pareja jugaba mientras, tumbados uno frente al otro en el sofá, juntaban las plantas de sus pies y empujaban. Yo hice eso infinidad de veces, jugando después de cenar mientras veía la tele. Por eso lloré aquella mañana. No por la escena en sí, sino por lo que representaba. La complicidad como pareja que transmitían esos dos personajes. Ya sea guionizado o no, que no entro en ello, ese día muy dentro de mi me di perfecta cuenta de que algo iba mal. Había perdido la comprensión, compañía, alegría, emoción, pasión, y sobre todo la sensación de pareja eterna con la que había comulgado desde que conocí a mi compañera de juegos. Cometí un tremendo error, obviar que esas dudas existían y no hablar sobre el tema, escondiendo todo bajo la alfombra como si eso fuera a hacer que desapareciera. Esto que ahora cuento a personas desconocidas no fui capaz de expresarlo a aquella mujer que en tantas ocasiones había empujado mis pies con los suyos. Y cuando demasiadas cosas se acumulan bajo esa socorrida alfombra acaba por abultar tanto toda la porquería que uno se tropieza sin darse apenas cuenta del motivo. Tres meses después de aquel día, la vida golpeó en mi estómago dejándome sin aliento. Un golpe para el que no estaba para nada preparado, tal vez por eso no quise afrontarlo cuando aquella mañana de Julio lloré desconsolado viendo a Alaska y Mario.

Tranquilo y pensativo rememoro todos esos acontecimientos escuchando esa insinuante voz. Miro ahora la portada del cd, esa belleza atemporal, su cautivadora mirada en blanco y negro, su rubio pelo rizado, y me pregunto. ¿Hacia dónde me llevará esa estrella del norte? Hoy continuo tarareando la pista número 8, enamorado del sonido de esa voz, de esos ojos, de esa locura. Courtney, I'm still loving you. 
Miro al cielo en busca del norte y pido un deseo. Guíame estrella, hacia el infinito. Llévame hasta la felicidad completa. Conduceme hasta ese lugar en el que hay miradas cómplices, juegos y risas, caricias y besos. Querida estrella ilumina ese camino que he de seguir para, al fin, conseguir lo que tanto deseo. Amar y ser amado.

Están todos tirados en medio del desierto de Nevada, el toldo de la carabana les ha dado un pelin de trabajo. En un momento dado La Favor, una de las Nancys Rubias, le dice al grupo que va a por un cigarro español. Mario enseguida dice que le traiga uno para él, a lo que La Favor pregunta, ¿español o americano? Sin pensarlo, Vaquerizo suelta...me da igual, ¡no voy a hablar con ella! Mi llanto paró de golpe, me moría de risa. Esos sentimientos que hicieron que, por unos instantes, supiera que todo se venía abajo se ocultaron en lo más profundo de mi alma. Durante dos horas me partí el pecho con sonoras carcajadas obviando que todo había cambiado. Por unos segundos Alaska y Mario fueron esa estrella del norte que iluminó el camino, pero tan rápido como esa inspiración vino, se fue...y la vida siguió su curso.


viernes, 24 de enero de 2014

Trinidad

Un padre ve llegar el cumpleaños de su hijo y se le presenta la oportunidad increíble de regalarle algo único. Así comienza esta historia, en la que en una trastienda de un misterioso local el vendedor le dice que lo que esta adquiriendo debe ser cuidado de una manera especial. Nada de darle de beber, no debe mojarse, comer más allá de la medianoche le esta prohibido y la luz del sol podría matarle. Normas básicas para un correcto cuidado, concisas y sencillas. 
De esta forma aparece Gizmo en nuestras vidas. Un adorable ser que sólo infunde ternura y cariño en los demás. Pero la historia se tuerce, el adolescente dueño de Gizmo se despista. El entrañable ser se moja y algo extraño ocurre. Nacen unos seres algo más traviesos y con una terrible treta comen después de las doce de la noche. Sucede, pues, una transformación. Los pícaros seres se vuelven mezquinos y malvados, son los Gremlins. 
Cuenta la leyenda que Pigmalión, un antiguo rey de Chipre, buscaba a la mujer perfecta. La buscó por todos sus territorios, pero todas las que en un principio parecían ser candidatas a ser su reina consorte al final acababan siendo rechazadas. ¿Qué diablos ocurría?¿Seria posible que no existiera, en sus vastos dominios, esa bella e insuperable dama? Cansado de perder el tiempo en búsquedas inútiles, se mentalizó de que esa reina no aparecería jamás y se propuso algo. Pigmalión era un avezado escultor así que con el bloque del mejor mármol que halló se empeñó en esculpir a la dama perfecta. Tras un largo y arduo trabajo terminó al fin y tan sublime fue su escultura que acabó enamorándose de ella. La noche antes de la festividad de Venus, Pigmalión tuvo un sueño. Mientras dormía soñó que esa mujer de duro mármol le abrazaba, que sus labios se movían, y su corazón latía. El rey estaba tan enamorado de ese inerte cuerpo que soñaba algo totalmente imposible, que hubiera calor donde sólo había frío. Afrodita, la diosa de todo lo bello e increíble que hay en una mujer, al ver tan hermosos sentimientos en el sueño de Pigmalión tuvo piedad de él. Nada más despertar y abrir los ojos, como hacia cada mañana, fue a dar un beso a su amada estatua. Entonces el rey notó algo excepcional, muy extraño. Esos labios desprendían calor. Tocó entonces sus inmóviles brazos y sintió como las venas se llenaban de un fluido oscuro. Desconcertado acercó entonces su oído al pecho de la estatua e incomprensiblemente escuchó un golpeteo. Había un corazón ahí dentro que poco a poco insufló vida al resto del cuerpo. Así fue como el sueño de la mujer perfecta, el sueño de Pigmalión, cobró vida. Así nació el mito de Galatea.
Unos niños duermen plácidamente pero un ruido en la ventana les hace despertar. De forma sigilosa alguien se mete en su habitación. La hermana mayor coge las riendas del asunto y pregunta, ¿quién esta ahí? De pronto un risueño personaje aparece ante sus atónitos ojos. Soy yo, Peter, ¿me recuerdas? Wendy no desea acordarse, se esta haciendo mayor y lo que Peter representa es algo que poco a poco se olvida. El personaje de las mayas verdes intenta explicar que cada noche va a verles y viajan volando hasta su extraña tierra. ¿Volar? Dice la niña. ¡Es imposible volar! Exclama. Yo puedo hacerlo, le contradice Peter, y vosotros también. Sólo necesitáis creer que podéis hacerlo. Y quizá un poco de ayuda del polvo de hadas. Una sombra de duda aparece en el rostro de Wendy al ver a Tinkerbell, ¿será verdad? Se pregunta la niña. Sólo esa pequeña vacilación hace que piense por unos instantes en lo maravilloso que sería si fuera posible. Esa incertidumbre se transforma en esperanza y con la lluvia del mágico polvo sobre sus cabezas consiguen salir por la ventana agarrados todos de la mano y sobrevolar los cielos de un nocturno Londres. Dirección, the second star to the right.
Gizmo, Pigmalión y Peter Pan. Tres personajes cuyas historias cuento esta mañana. ¿Por qué? Simplemente porque son parte de mi. Soy muchos pedacitos de aquí y allá pero si tuviera que destacar tres, a día de hoy, serían ellos. Mi Trinidad. 
Soy un espécimen raro como Gizmo, siempre me he sentido así. Un Mogwai único, el último de su especie. En 36 años no me he topado con ninguna persona que piense igual que yo, ni tan siquiera parecido, y que actúe de forma consecuente. Extremadamente raro, si. Ese soy yo. Complejo, difícil de entender. Una personalidad distinta sin duda alguna. No digo que mejor o peor, al igual que Gizmo, yo también tengo mi lado travieso. Todo el mundo tiene a una persona o varias, si son muy afortunados, con los que puedes decir que coincides en muchas cosas o pensamientos. Yo no, jamás he encontrado en mi vida a nadie así. Soy un solitario Mogwai olvidado en la trastienda de una oscura tienda china. 
Una vez en el colegio me enamoré de una chica, y durante un tiempo pensé que era una niña extraordinaria, hasta que sucedió algo. Conocí a su mamá. La madre no me caía demasiado bien y dejé de estar enamorado de la hija. Desde mi tierna infancia he tenido un poco de Pigmalión en mi forma de ser. Buscando a la mujer perfecta pero sin encontrarla por hallar estúpidos fallos en ella. Sin embargo, los milagros existen como en la leyenda de Galatea. Mi ex no era la más bella, ni la más perfecta, pero sucedió que me enamoré a primera vista de ella. Me enganchó su bondad y estuve enamorado durante diez años de esa imperfecta mujer hasta que me di cuenta que la dulzura y sensibilidad habían desaparecido. Ahora me pasa algo parecido, no hago más que poner pegas a todas las increíbles mujeres que aparecen en mi vida. Quizá hasta que suceda un nuevo milagro y Afrodita se apiade de mi, y mi corazón vuelva a latir al encontrar algo extraordinario en la personalidad de alguna chica. 
Hace unos quince años mi correo electrónico era algo así como peter_pan20@..... Soy un niño grande, pero lo que me hace ser Peter no es eso. Sino que me gusta. No tengo el más mínimo interés en crecer y perder eso que pierden los niños en la película. La capacidad de imaginar, la virtud de soñar, la ilusión ante las cosas más tontas y simples, la habilidad de ser feliz.
La primera vez que fui a París tenía 25 años. Uno de los días lo reservamos para ir a Disneyland. Iba expectante porque me habían dicho que sería genial, un gran día. ¿Qué pasó al entrar? Estuve durante dos horas dando vueltas de un lado a otro sin saber donde montar. Nervioso miraba las colas, impaciente buscaba no perder tiempo. Hasta que mi acompañante me cogió de la mano y dijo tranquilo Ru, vas a montar en todo. 
La última vez que estuve en París fue a finales de Diciembre del 2011. Mientras veía la cabalgata por la noche de los personajes de Disney me emocioné, y al salir Papa Noel tirando del trineo repleto de renos lloré. Una felicidad extrema, una ilusión infinita. 
Pese a haber transcurrido prácticamente diez años entre ambas escenas, seguía siendo igual, mis sentimientos y sensaciones eran las mismas. Deseo seguir volando como Peter Pan, para siempre. Cada noche levantar el vuelo para llegar hasta la segunda estrella de la derecha y alli poder vislumbrar el maravilloso mundo de Nunca Jamás.
Tres aspectos de mi forma de ser. Tres mentalidades en una. Tres corazones complementarios. 
Raro, extraño, extravagante, exigente, único, loco, soñador, infantil, vanidoso, solitario, complejo......Rubén.