La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

domingo, 26 de enero de 2014

Mario, Alaska y la estrella del norte.

La vi, la escuché y no pude resistirme.
Sus ojos me hipnotizaron y su voz me hizo estremecer. Al ver esa foto en blanco y negro, que tanto me llamó la atención, pensé que era una diosa caída del cielo para hacer mis sueños realidad. 
Pasé muchas tardes con esa desgarradora voz en mi cabeza. Quizá la pista número 8 fuera la que mas canté en la infinita soledad de mi cuarto. Encerrado y con los cascos puestos para tenerla más dentro de mi, para escuchar sus susurros más cerca, engañando a mi mente para creer que sólo era a mi a quien iban dedicados. Pobre iluso. 
Northern Star sonaba una y otra vez. La increíble voz de ese enigmático ángel se juntaba con la mía en un imposible duo. Mis piernas, cadera y brazos se movían lentamente, al ritmo de los acordes de una lejana guitarra que mágicamente llevaba la letra directa hasta mi corazón. Sentía esa orgía de sentimientos y bailaba dejándome llevar como poseído. Medio drogado e ido a causa de sensaciones que apuñalaban todo mi ser. Fue una auténtica comunión entre dos almas distantes y maravillosamente opuestas. En cada ocasión que la escuché, sentí muy dentro de mi que me había enamorado de aquella desconocida mujer. 
Courtney Love tenía ese aura de mujer impredecible. Su mirada me transmitía algo similar a lo que ha hecho que me enamore una y otra vez de personas así. Locura y caos. 
Me han dicho varias veces que me gusta tener las cosas bajo control y es cierto, admito que soy feliz sabiendo todos los posibles caminos que existen para así estar sobre aviso de lo que puede acontecer. Por eso creo que este tipo de personalidades me seducen tanto. Admiro a las mujeres que son terremotos andantes, que hacen de la locura su hábitat natural. Y sin duda esa mirada en blanco y negro que vi hace tanto tiempo, me dijo todo eso en unos pocos segundos. Flechazo. Courtney, I love you honey. 

¿Ha estado Rubén esnifando algo raro? No, queridos. Hoy no. Pero si me ha venido a la memoria esta voz por una sencilla razón. La escuché ayer mientras veía a Alaska y Mario en su reality, en una de las escenas pusieron un corte de una de sus canciones y un caudal irrefrenable de sensaciones se agolparon llamando bruscamente a las puertas de mi alma, queriendo salir a borbotones por cada poro de mi piel. Y así, de sopetón, escribo hoy envuelto en ese ambiente místico que es volver al pasado y escuchar de nuevo Northern Star. 
Siguiendo esa estrella del norte a través del nuboso cielo que tenemos hoy en Madrid mi mente divaga. Y pienso en Alaska y Mario, esa extraña pareja.
A Vaquerizo no lo conocía, no sabía quien era hasta que vi el programa hace un par de años por casualidad. Olvido, en cambio, si que fue otro de mis mitos de juventud cuando me dio por buscar acerca del ambiente que se vivió en cierta época en Madrid. Almodóvar, McNamara, Alaska y los pegamoides, Nacha pop, Trueba, etc, etc, etc. A mi, en realidad, me pilló algo niño eso a lo que se le llamó la movida madrileña, pero si que hubo un tiempo en el que me fascinó todo ese movimiento. De ahí, que al no saber quien demonios era Mario Vaquerizo me llamara tanto la atención. Quizá ver a un tipo en la televisión no es la mejor forma de opinar sobre él. El mágico mundo del espectáculo es en muchos casos engañoso, pero no cabe duda de que es una persona peculiar. Una persona que me encanta porque es simple y sencilla. Esa frescura es difícil verla en el comportamiento humano y es por lo que me alucina ese hombre. 
Pero más que de Mario y Alaska en sí, quería hablar de algo más concreto. Algo mucho más personal.
 
Buscaba información sobre Las Vegas, en un mes estaría allí por tercera vez y quería encontrar nuevas cosas que hacer. Me topé con el realitity en una búsqueda de Google. Alaska y Mario van a Las Vegas en la segunda temporada de su show, rezaba el titular escupido por el buscador. Pulsé el enlace. Desde ese instante no pude parar de ver durante un par de horas las peripecias de esos dos personajes, junto a su troupe, por tierras americanas. Pero de pronto, tumbado en la cama con el iPad sobre el estómago, empecé a llorar. ¿Por qué? No tenía en principio ningún motivo aparente, en unas dos o tres semanas estaría rumbo a Hawaii, compartía mi vida con una mujer encantadora, el sol brillaba a través de las cortinas de la habitación, escuchaba a los niños jugando en la piscina de la urbanización. ¿Por qué maldita razón tuve la necesidad de llorar? Ahora lo se, lo entendí ayer viendo de nuevo a Alaska y Mario. Una divertida escena, un pequeño instante en sus vidas, hizo que mi cerebro conectara con algo del pasado. La televisiva pareja jugaba mientras, tumbados uno frente al otro en el sofá, juntaban las plantas de sus pies y empujaban. Yo hice eso infinidad de veces, jugando después de cenar mientras veía la tele. Por eso lloré aquella mañana. No por la escena en sí, sino por lo que representaba. La complicidad como pareja que transmitían esos dos personajes. Ya sea guionizado o no, que no entro en ello, ese día muy dentro de mi me di perfecta cuenta de que algo iba mal. Había perdido la comprensión, compañía, alegría, emoción, pasión, y sobre todo la sensación de pareja eterna con la que había comulgado desde que conocí a mi compañera de juegos. Cometí un tremendo error, obviar que esas dudas existían y no hablar sobre el tema, escondiendo todo bajo la alfombra como si eso fuera a hacer que desapareciera. Esto que ahora cuento a personas desconocidas no fui capaz de expresarlo a aquella mujer que en tantas ocasiones había empujado mis pies con los suyos. Y cuando demasiadas cosas se acumulan bajo esa socorrida alfombra acaba por abultar tanto toda la porquería que uno se tropieza sin darse apenas cuenta del motivo. Tres meses después de aquel día, la vida golpeó en mi estómago dejándome sin aliento. Un golpe para el que no estaba para nada preparado, tal vez por eso no quise afrontarlo cuando aquella mañana de Julio lloré desconsolado viendo a Alaska y Mario.

Tranquilo y pensativo rememoro todos esos acontecimientos escuchando esa insinuante voz. Miro ahora la portada del cd, esa belleza atemporal, su cautivadora mirada en blanco y negro, su rubio pelo rizado, y me pregunto. ¿Hacia dónde me llevará esa estrella del norte? Hoy continuo tarareando la pista número 8, enamorado del sonido de esa voz, de esos ojos, de esa locura. Courtney, I'm still loving you. 
Miro al cielo en busca del norte y pido un deseo. Guíame estrella, hacia el infinito. Llévame hasta la felicidad completa. Conduceme hasta ese lugar en el que hay miradas cómplices, juegos y risas, caricias y besos. Querida estrella ilumina ese camino que he de seguir para, al fin, conseguir lo que tanto deseo. Amar y ser amado.

Están todos tirados en medio del desierto de Nevada, el toldo de la carabana les ha dado un pelin de trabajo. En un momento dado La Favor, una de las Nancys Rubias, le dice al grupo que va a por un cigarro español. Mario enseguida dice que le traiga uno para él, a lo que La Favor pregunta, ¿español o americano? Sin pensarlo, Vaquerizo suelta...me da igual, ¡no voy a hablar con ella! Mi llanto paró de golpe, me moría de risa. Esos sentimientos que hicieron que, por unos instantes, supiera que todo se venía abajo se ocultaron en lo más profundo de mi alma. Durante dos horas me partí el pecho con sonoras carcajadas obviando que todo había cambiado. Por unos segundos Alaska y Mario fueron esa estrella del norte que iluminó el camino, pero tan rápido como esa inspiración vino, se fue...y la vida siguió su curso.


viernes, 24 de enero de 2014

Trinidad

Un padre ve llegar el cumpleaños de su hijo y se le presenta la oportunidad increíble de regalarle algo único. Así comienza esta historia, en la que en una trastienda de un misterioso local el vendedor le dice que lo que esta adquiriendo debe ser cuidado de una manera especial. Nada de darle de beber, no debe mojarse, comer más allá de la medianoche le esta prohibido y la luz del sol podría matarle. Normas básicas para un correcto cuidado, concisas y sencillas. 
De esta forma aparece Gizmo en nuestras vidas. Un adorable ser que sólo infunde ternura y cariño en los demás. Pero la historia se tuerce, el adolescente dueño de Gizmo se despista. El entrañable ser se moja y algo extraño ocurre. Nacen unos seres algo más traviesos y con una terrible treta comen después de las doce de la noche. Sucede, pues, una transformación. Los pícaros seres se vuelven mezquinos y malvados, son los Gremlins. 
Cuenta la leyenda que Pigmalión, un antiguo rey de Chipre, buscaba a la mujer perfecta. La buscó por todos sus territorios, pero todas las que en un principio parecían ser candidatas a ser su reina consorte al final acababan siendo rechazadas. ¿Qué diablos ocurría?¿Seria posible que no existiera, en sus vastos dominios, esa bella e insuperable dama? Cansado de perder el tiempo en búsquedas inútiles, se mentalizó de que esa reina no aparecería jamás y se propuso algo. Pigmalión era un avezado escultor así que con el bloque del mejor mármol que halló se empeñó en esculpir a la dama perfecta. Tras un largo y arduo trabajo terminó al fin y tan sublime fue su escultura que acabó enamorándose de ella. La noche antes de la festividad de Venus, Pigmalión tuvo un sueño. Mientras dormía soñó que esa mujer de duro mármol le abrazaba, que sus labios se movían, y su corazón latía. El rey estaba tan enamorado de ese inerte cuerpo que soñaba algo totalmente imposible, que hubiera calor donde sólo había frío. Afrodita, la diosa de todo lo bello e increíble que hay en una mujer, al ver tan hermosos sentimientos en el sueño de Pigmalión tuvo piedad de él. Nada más despertar y abrir los ojos, como hacia cada mañana, fue a dar un beso a su amada estatua. Entonces el rey notó algo excepcional, muy extraño. Esos labios desprendían calor. Tocó entonces sus inmóviles brazos y sintió como las venas se llenaban de un fluido oscuro. Desconcertado acercó entonces su oído al pecho de la estatua e incomprensiblemente escuchó un golpeteo. Había un corazón ahí dentro que poco a poco insufló vida al resto del cuerpo. Así fue como el sueño de la mujer perfecta, el sueño de Pigmalión, cobró vida. Así nació el mito de Galatea.
Unos niños duermen plácidamente pero un ruido en la ventana les hace despertar. De forma sigilosa alguien se mete en su habitación. La hermana mayor coge las riendas del asunto y pregunta, ¿quién esta ahí? De pronto un risueño personaje aparece ante sus atónitos ojos. Soy yo, Peter, ¿me recuerdas? Wendy no desea acordarse, se esta haciendo mayor y lo que Peter representa es algo que poco a poco se olvida. El personaje de las mayas verdes intenta explicar que cada noche va a verles y viajan volando hasta su extraña tierra. ¿Volar? Dice la niña. ¡Es imposible volar! Exclama. Yo puedo hacerlo, le contradice Peter, y vosotros también. Sólo necesitáis creer que podéis hacerlo. Y quizá un poco de ayuda del polvo de hadas. Una sombra de duda aparece en el rostro de Wendy al ver a Tinkerbell, ¿será verdad? Se pregunta la niña. Sólo esa pequeña vacilación hace que piense por unos instantes en lo maravilloso que sería si fuera posible. Esa incertidumbre se transforma en esperanza y con la lluvia del mágico polvo sobre sus cabezas consiguen salir por la ventana agarrados todos de la mano y sobrevolar los cielos de un nocturno Londres. Dirección, the second star to the right.
Gizmo, Pigmalión y Peter Pan. Tres personajes cuyas historias cuento esta mañana. ¿Por qué? Simplemente porque son parte de mi. Soy muchos pedacitos de aquí y allá pero si tuviera que destacar tres, a día de hoy, serían ellos. Mi Trinidad. 
Soy un espécimen raro como Gizmo, siempre me he sentido así. Un Mogwai único, el último de su especie. En 36 años no me he topado con ninguna persona que piense igual que yo, ni tan siquiera parecido, y que actúe de forma consecuente. Extremadamente raro, si. Ese soy yo. Complejo, difícil de entender. Una personalidad distinta sin duda alguna. No digo que mejor o peor, al igual que Gizmo, yo también tengo mi lado travieso. Todo el mundo tiene a una persona o varias, si son muy afortunados, con los que puedes decir que coincides en muchas cosas o pensamientos. Yo no, jamás he encontrado en mi vida a nadie así. Soy un solitario Mogwai olvidado en la trastienda de una oscura tienda china. 
Una vez en el colegio me enamoré de una chica, y durante un tiempo pensé que era una niña extraordinaria, hasta que sucedió algo. Conocí a su mamá. La madre no me caía demasiado bien y dejé de estar enamorado de la hija. Desde mi tierna infancia he tenido un poco de Pigmalión en mi forma de ser. Buscando a la mujer perfecta pero sin encontrarla por hallar estúpidos fallos en ella. Sin embargo, los milagros existen como en la leyenda de Galatea. Mi ex no era la más bella, ni la más perfecta, pero sucedió que me enamoré a primera vista de ella. Me enganchó su bondad y estuve enamorado durante diez años de esa imperfecta mujer hasta que me di cuenta que la dulzura y sensibilidad habían desaparecido. Ahora me pasa algo parecido, no hago más que poner pegas a todas las increíbles mujeres que aparecen en mi vida. Quizá hasta que suceda un nuevo milagro y Afrodita se apiade de mi, y mi corazón vuelva a latir al encontrar algo extraordinario en la personalidad de alguna chica. 
Hace unos quince años mi correo electrónico era algo así como peter_pan20@..... Soy un niño grande, pero lo que me hace ser Peter no es eso. Sino que me gusta. No tengo el más mínimo interés en crecer y perder eso que pierden los niños en la película. La capacidad de imaginar, la virtud de soñar, la ilusión ante las cosas más tontas y simples, la habilidad de ser feliz.
La primera vez que fui a París tenía 25 años. Uno de los días lo reservamos para ir a Disneyland. Iba expectante porque me habían dicho que sería genial, un gran día. ¿Qué pasó al entrar? Estuve durante dos horas dando vueltas de un lado a otro sin saber donde montar. Nervioso miraba las colas, impaciente buscaba no perder tiempo. Hasta que mi acompañante me cogió de la mano y dijo tranquilo Ru, vas a montar en todo. 
La última vez que estuve en París fue a finales de Diciembre del 2011. Mientras veía la cabalgata por la noche de los personajes de Disney me emocioné, y al salir Papa Noel tirando del trineo repleto de renos lloré. Una felicidad extrema, una ilusión infinita. 
Pese a haber transcurrido prácticamente diez años entre ambas escenas, seguía siendo igual, mis sentimientos y sensaciones eran las mismas. Deseo seguir volando como Peter Pan, para siempre. Cada noche levantar el vuelo para llegar hasta la segunda estrella de la derecha y alli poder vislumbrar el maravilloso mundo de Nunca Jamás.
Tres aspectos de mi forma de ser. Tres mentalidades en una. Tres corazones complementarios. 
Raro, extraño, extravagante, exigente, único, loco, soñador, infantil, vanidoso, solitario, complejo......Rubén. 




martes, 21 de enero de 2014

Encuentros casuales

Estaba sentado en el Madison, los Knicks eran presentados entre aplausos del público mientras los Grizzlies de Memphis rodeaban al entrenador que les daba las últimas instrucciones antes del inicio del partido. Mientras intentaba hacer equilibrios para que el perrito y la cocacola no se me cayeran al suelo o, peor aún encima del enorme americano que tenía al lado, por las pantallas gigantes del centro de la pista aparecieron dos caras famosas. En el Madison también estaban, un poco más abajo, la rubia de Sexo en Nueva York y el mítico director de cine Spike Lee. Ambos asiduos al Madison Square Garden los días de partido. 
El día comenzó nublado en Tenerife así que decidí que sería una buena opción hacer una excursión. Cogí el coche y me dirigí al lugar más alto de la isla, al Teide. Unas horas más tarde ya había dado una vuelta por la cima del volcán, subiendo lo más alto que te dejaban ir sin permiso alguno. El sol quemaba ahí arriba pese a que la temperatura era baja y después de esperar una agobiante cola para coger el teleférico de vuelta al coche por fin era mi turno. De pronto un murmullo empezó a recorrer la fila, la gente se giraba y señalaba. Por curiosidad miré hacia donde la multitud apuntaba con sus dedos y le vi. Michael Schumacher junto a su hijo y a Marc Gené avanzaban por el lado opuesto al nuestro para subir sin esperar la larga cola. Tres gigantones vestidos de traje oscuro y gabardinas negras les seguían a pocos pasos. Les subieron al teleférico y luego nos dejaron pasar a nosotros. Éramos como unas diez personas de la calle más la comitiva de Ferrari que iba junto a Schumacher. Por aquel entonces el alemán era el piloto oficial de Ferrari, antes de que Alonso llegara a la escudería italiana e iba con una gorra roja con el logotipo del cavallino rampante al igual que el bueno de Marc Gené que era piloto probador. Nada más cerrar las puertas uno de los responsables del teleférico dijo en voz alta....¡nada de fotos por favor, hay un menor! El mencionado niño era rodeado por los tres hombretones sacados de alguna película mala de mafiosos mientras miraba por los grandes ventanales el descenso. Michael y Marc, por el contrario, hablaban de forma distendida mirando también algo que le señalaba el español con la mano. 
Estaba atardeciendo. Una brisa algo fría para ser agosto sacudió mi cuerpo e hizo que metiera las manos en los bolsillos de mis pantalones. Paseaba de vuelta al coche por la playa de Santa Monica. Había sido un día algo extraño. Al despertar ya tenía planeado que iría a aquella ciudad a las afueras de Los Angeles pero algo que vi en la tele, al encenderla mientras me vestía, casi hizo que me echara atrás. Una persecución en directo por la carretera que debía coger minutos después. Algún loco estaba desafiando a la policía sorteando coches, como en las películas, por la autopista que llevaba hasta la playa. Tres o cuatro coches policiales le perseguían sin desaliento. No recuerdo lo que dijo el comentarista de las noticias del por qué de la persecución quizá porque no lo entendiera o simplemente porque estaba flipando en colores. Pero sin duda entenderéis que saliera de mi hotel en Sunset Boulevard algo nervioso. El extraño día continuó al llegar a la playa, estaba vacía. Debe ser la hora, dije a mi acompañante para no desanimar pero creo que era el frío que hacia, inusual para una mañana de principios de agosto. Tumbados en la arena, solos en aquella inmensidad escuchamos durante un buen rato canciones de los Beach Boys mientras veíamos pasar a un vigilante de la playa una y otra vez, eso si, era como los de la serie. Pero sigamos con las rarezas de aquel día en el que después de comer decidimos ir a tumbarnos al sol para echarnos una pequeña siesta. Sí, había salido el sol y ¡queríamos aprovecharlo! Un pequeño descansito en la tranquilidad de la playita. ¡Pero que coño! ¡Está hasta arriba! ¿De dónde ha salido tanta gente? Imposible dormir con tanto jaleo así que después de estar un ratito sentados nos fuimos al Pier a montar en la noria. Toda la mañana llevaba insistiendo en subir, deseando que llegara ese momento. Y cuando esta ahí y subimos, estamos enfadados por yo que se que chorrada. Singular día, ya lo dije. Pero no acaba ahí todo. Después de hacer la paces fuimos a dar una vuelta por el centro de la ciudad intentando decidir si cenabamos allí o volvíamos a Los Angeles. Entramos en tiendas, vimos espectáculos callejeros, tomamos algo y decidimos que regresaríamos a cenar a algún sitio de Sunset, cerca del hotel. Así que fuimos de vuelta por el paseo de la playa mientras atardecía, andábamos agarrados por el brazo cuando nos fijamos en una zona con aparatos para hacer deporte. Sobre la arena de la playa había unas barras, unas cuerdas, aros. Y un grupito de cinco o seis personas hacían diversos ejercicios. Uno de ellos me llamó la atención. Le di un pequeño codazo a mi pareja y señalé con la mirada. Ella no lo reconoció. Pero yo lo había visto muchas veces en Alerta Máxima junto a Steven Seagal, era el malo de esa película. Gary Busey. Un actor secundario que tuvo su época de explendor en los 90. (Arma letal, la tapadera, depredador 2, son algunas de las películas donde podéis ver quien es). Después de mirarle un ratito hacer estiramientos seguimos nuestro camino. El extraño día terminó en un restaurante asiático lleno de gente, un lugar de moda en Sunset Boulevard. Party of two? Nos dijo la maitre. Yes, contestamos al unísono. Una pequeña mesa con una vela encendida en el centro, una ventana a un lado y al otro una mesa con seis personas. Una familia que, curiosamente, era de Madrid. 
La Costa Azul francesa esta llena de pueblos muy bonitos y con un encanto especial. En esta ocasión estábamos alojados en un hotel de Niza. Habíamos escogido uno caro pero bien situado desde el que podíamos movernos andando por el centro sin tener que tirar de coche. Una noche paseábamos por la Promenade des Anglais escuchando a los músicos callejeros que pululan por todo trayecto hasta la zona de restaurantes. ¿Qué te apetece cenar hoy? Pregunté. ¡Mejillones! Contestó ella. Así que con una mirada cómplice nos dirigimos al lugar donde un par de años antes habíamos tenido un pequeño desencuentro con uno de los camareros. Él ya no estaba allí, claro, pero eso daba igual. El lugar era el mejor de todo Niza para tomar Moules et frites à volonté. Mejillones a cascoporro, hechos como quieras, con vino blanco, con crema, mariniere, como te de la gana y todos los que desees hasta que dices basta. De vez en cuando te llevas una patata frita (frites) a la boca para cambiar de sabor más que nada, pero el tema es pim pam mejillón que va. Después de tanto molusco nos levantamos de la mesa con ganas de dulce y en Francia no cabe otra posibilidad, al menos para mi, que tomar de postre un crêpe de Nutella. Así que me ventilé uno mientras mirábamos los puestos del pequeño mercadillo de artesanía. Al rato, cansados de andar arriba y abajo, nos sentamos en la terraza de un garito a tomar un par de cócteles. En esto que jugando con las gominolas que habían puesto de acompañamiento con el mojito y la margarita vemos que alguien se acerca a la puerta del local. Asombrados observamos como Paula Vázquez, riendo junto a una chica, abría la puerta del garito y se metía dentro. Un par de horas después la vimos salir, tanto ella como nosotros estábamos más contentillos y nos dijimos, ¡que maldita casualidad!
La película acababa de terminar y un negro, grande como el sólo, empezó a aplaudir. Parecía que le había gustado. Un acto normal quizá, pero raro si el tío tiene pinta de vendedor de crack en alguna oscura esquina de Compton, en los suburbios de Los Angeles. Y más sorprendente aún si la película es G-Force, esa en la que Penélope Cruz pone voz a una graciosa cobaya. En fin, que era al menos un tanto extraño ver a ese tipo con sus gafas de 3D puestas aplaudiendo con pasión en los títulos de crédito. Comentando esto con mi acompañante salimos del cine sin prestar mucha atención a lo que pasaba fuera. ¿Qué es lo que ocurría? Un gran camión de televisión estaba parado en pleno Hollywood, una limusina enorme al lado. Con expectación miramos a un lado, miles de personas se arremolinaban en la plaza alrededor de una plataforma. La corriente nos arrastró hasta delante del todo, más allá de la plataforma, a las puertas del museo de cera Madame Tussauds. En la puerta había una figura de cera de Samuel L. Jackson, a mi lado una mujer con walkie-talkie decía algo a alguien de dentro. A mi otro lado un tío de dos metros con pinganillo en la oreja puso su enorme mano en mi pecho para que no siguiera avanzando. Y en un instante salió. Uno de mis ídolos en el mundo del cine, el tío que mejores diálogos escribe y el que, a mi modo de entender, tiene una visión cinematográfica excepcional, alguien realmente especial apareció ante mi. Y me sonrió. Quentin Tarantino saludó a todo el mundo pero por unos instantes detuvo su mirada en mi, quizá por ser el primero al que vió al salir por las puertas del museo. Fue un momento increíble por lo inesperado y casual.
Hoy escribo sobre viajes, de una forma distinta. Anécdotas sucedidas en ellos. Gente inesperada que te encuentras, insólitos momentos llenos de magia. Finales de Enero siempre fue la primera etapa de esos viajes. Durante 10 años fui al FITUR, la feria de turismo de Madrid, con una pregunta en la cabeza. ¿Dónde iremos este año? Recogía planos de las ciudades, que guardaba con ilusión. Soñaba con ir de nuevo a esa ciudad que me gustó o con descubrir nuevos sitios en los que perderme. El domingo que iba al FITUR era muy especial y pese a terminar súper cansado de andar durante todo el día por los stands de los distintos países una sonrisa se podía ver en mi cara al cargar con todos los papelitos que cogía. 
Uno de esos domingos hacia una cola en el stand de Mallorca, daban un trocito de ensaimada y yo soy capaz de cualquier cosa por algo dulce, incluso esperar 20 minutos una larga fila. En fin que era mi turno, justo entonces alguien se saltó a todo el mundo y dijo....
- Majo, dame otro trocito que esta muy rica. 
Yo vi quien era y no dije nada pero una mujer detrás de mi gritó, ¡señora póngase a la cola!
Entonces la que se coló giró la cabeza con mirada furiosa, para al instante sonreír a la mujer que le increpaba y guiñar un ojo diciendo... esta deliciosa, le recomiendo ir a Mallorca. Una de estas en la playa es un lujo. 
La mujer detrás de mi se quedó boquiabierta. 
- ¡Pero si es "la Karmele"! Dijo mientras todos los de alrededor sonreiamos. 
Seguramente la Consejeria de Turismo de Mallorca había contratado a la popular e histriónica periodista del corazón para promocionar la isla.
El año pasado no fui, y este tiene pinta que tampoco iré. Amo viajar, me da la vida. Espero que algún año vuelva a recorrer los enmoquetados pasillos de la feria, eso significará que vuelvo a soñar, a sonreír y a amar. 
"Entre el turista y el viajero la primera diferencia reside en parte en el tiempo. Mientras el turista, por lo general, regresa a casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra (yo añadiría y de su alma). El turista acepta su propia civilización sin cuestionarla y el viajero la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan." Paul Bowles escribió estas frases que durante 16 años han estado en mi cabeza. 
Deseo perderme entre la multitud de una ciudad, deseo vagar sin rumbo contemplando el mundo, deseo satisfacer mi inagotable curiosidad. 

sábado, 18 de enero de 2014

Somewhere over the rainbow

El mago de Oz fue durante mucho tiempo mi película favorita.
Hace bastantes años, cuando tenía 17 o 18, se podía ver un canal en la televisión de mi casa. Uno que se cogía a través de la antena parabólica de la comunidad. Creo recordar que era la NBC, pero no estoy muy seguro. Invariablemente cada semana ponían The wizard of Oz y durante muchas de aquellas noches la vi una y otra vez, sin cansarme de esa preciosa música. 
La echaban en versión original, claro, y yo le añadía los subtítulos en inglés para poder cantar las canciones. 
Mientras escribo escucho a Judy Garland cantar esa mágica canción. En algún lugar más allá del arcoiris.......
Sin ninguna duda la canción más idónea para soñar. Para cerrar los ojos e imaginar, y dejar volar mi mente hacia sitios increíbles. 
Se me eriza la piel y alguna lágrima cae sin poder evitarlo. Me emociona oír de nuevo esa increíble voz, ¡cuanto tiempo ha pasado desde entonces!
En un momento de la película había una canción, la de la presentación en escena de los munchkins, que me hacia mucha gracia. Me encantaba cantarla, o al menos intentarlo ya que los pequeños habitantes de ese pueblo llamado Munchkin City hablaban súper rápido. 
Al terminar la simpática canción de los enanitos, Dorothy pide consejo a Glinda, la encantadora hada buena, ya que quiere volver a Kansas y todos le dicen que debe ver al gran mago de Oz. Él lo sabe todo y todo puede solucionar y para llegar hasta la ciudad Esmeralda, donde reside el sabio mago, ¿que debe hacer?¿por dónde ir? Follow the yellow brick road!! Le gritan y cantan todos. 
Y hoy, yo también quiero ver al mago puesto que necesito pedirle algo. El espantapájaros quería un cerebro, soñaba con pensar. El hombre de hojalata anhelaba un corazón, estaba cansado de su caparazón metálico, tan inerte se sentía que sólo quería que el maravilloso mago le proporcionara algo de vida. Y el entrañable león al que cualquier ruido asustaba, era tan cobarde que se sentía avergonzado por ello. El asustadizo leoncito quería volver a rugir, iba a la ciudad Esmeralda para que el mago le diera el valor que le faltaba.
¿Y yo?¿Qué deseo pedir al todopoderoso mago? Mi petición es más complicada de satisfacer me temo. Un trocito de corazón, un poco de cerebro, un ápice de valor, todo ello reunido en un alma. Eso es lo que deseo yo. Un alma capaz de sentir, pensar, y tener coraje. 
Así que pido permiso a Dorothy y me uno al camino de baldosas amarillas. Y cantaré aquello de ... "We're off to see the wizard, the wonderful wizard of Oz!!!" 
Y desde luego que seguiré ese sendero porque si hay alguien que pueda cumplir mi deseo es él, o al menos eso me ha dicho Dorothy al oído y debo creerla, ¿verdad? Una chica tan maravillosa e inocente no puede mentir. 
Sí, me fiaré de ella y seguiré soñando. Continuaré pensando que más allá del arcoiris, donde los pequeños pájaritos vuelan libremente, existe un mundo en el que todo es posible. Un lugar especial donde los sueños se cumplen y la vida está llena de colores, esos mismos que se proyectan desde el arcoiris formando millones de alegres tonalidades. 
La pequeña Dorothy antes de que el terrible tornado apareciera y levantara su casa llevandola por los aires hasta Oz deseaba lo que yo mismo quiero desde que era un crio de 17. Volar libremente, ser un alma feliz y sonreír al mundo entero. Ambos queremos un mundo rebosante de colores. Ella se pregunta que si los pajarillos azules pueden volar más allá del arcoiris por qué ella no va a poder hacerlo. Somewhere over the rainbow esta cantada en un mundo gris, apático, triste. Y tanto ella como yo suspiramos por huir de ese lugar. ¿Habrá algún tornado esta noche por Madrid?¿Uno que me traslade hasta Oz? Me acabo de asomar por la ventana, corre una suave brisa y llueve un poco a las tres y media de la madrugada, quizá eso no sea suficiente para llegar al mundo plagado de colores que deseo. Me dormiré esperando un mágico acontecimiento, que al despertar y abrir los ojos me encuentre en un maravilloso lugar, aquel en el que los sueños se hacen realidad. Buenas noches a todos. 


lunes, 13 de enero de 2014

Los marineros del Argo

Rubén se disponía a abandonar la isla. 
Desde que despertara de su enigmático sueño de la noche anterior había decidido que no podría ir a Plymouth como El Conquistador, tendría que ocultar su identidad si deseaba encontrar a Gwyneth sin ser detenido. Ahora su cabeza valía dinero, su alma tenía un precio por el que muchos estarían dispuestos a sacrificar a su propia madre para obtener la recompensa en la que el Rey Jorge había tasado su vida. Así que decidió que dejaría su buque anclado en una ensenada que lo mantendría oculto de curiosos piratas si es que estos daban alguna vez con aquella huidiza porción de terreno no dibujada jamás en mapa alguno. 
Miró por última vez la playa desierta y con determinación se metió en las tranquilas aguas azules empujando un pequeño bote de madera. 
Su plan era simple. Simular ser un marino de un barco naufragado, único superviviente de una catastrófica tormenta que llevó a todos sus compañeros al fondo del océano. Tan sencillo era el plan que necesitaba altas dosis de suerte para que todo saliera bien, precisaba que otro buque diera con su bote para rescatarle. 
Sin más ayuda que un par de remos salió a mar abierto y miró al cielo que empezaba a oscurecerse. Había esperado hasta el atardecer para alejarse de la isla no para evitar ser visto por ojos indiscretos, ya que nadie había en muchas millas, sino para librarse del sofocante sol de mediodía. La noche sería su mejor aliada en esos instantes y esperaba poder remar durante algunas horas hasta dejar que las corrientes actuaran y la providencia le llevara a su destino, fuera cual fuese éste. 
Durante bastante tiempo impulsó con fuerza las palas de madera hasta que agotado miró a su alrededor. Nada. Ya no se vislumbraba la pequeña isla, en realidad no se veía más que el reflejo de la inmensa luna en la oscura mar, pero supuso que se había alejado lo suficiente como para poder descansar durante un rato. 
Rubén se recostó en el bote. Estaba nervioso e intranquilo pese al suave susurro de las aguas y al balanceo de la pequeña embarcación. No le gustaba que su plan dependiera del azar. 
Y allí tumbado mirando las lejanas estrellas pensó en una historia que le contó la niñera que durante dos años le había cuidado en la casa de sus padres a las orillas del Támesis en su querida Londres. Esa oronda mujer napolitana le había narrado una leyenda que se contaba en su país desde hacia muchos siglos. 
Una noche antes de dormir, Isabella, le había hablado del heroico viaje de Jasón y los Argonautas. Una antigua historia de valerosos hombres, casi semidioses, en busca del vellocino de oro. Un niño desposeído de sus tierras, un adolescente que crece pensando que será Rey, un hombre que reclama su trono. Jasón vuelve a su hogar para recuperar lo que por sangre es suyo pero antes debe traer la piel dorada del carnero a Pelias, su tío. Su padre le había dado el mando del reino mientras él crecía, pero ahora se agarraba con uñas y dientes a su real silla.
Una misión suicida, ambos lo saben. Sin embargo Jasón no se desalienta y se rodea de los mejores, unos 50 de los más audaces héroes de la antigüedad. Empezando por Argos, que diseña la nave. Una pentecontera con 50 remos para fuertes brazos. Entre esos temidos hombres estaban Hércules, Castor, Meleagro, Orfeo....
Rubén se detuvo en este último nombre, Orfeo. Fue embarcado en esa loca empresa de recuperar el místico vellocino no por su fuerza sino por otro maravilloso don. Su increíble voz y la bella música que tocaba con su lira de nueve cuerdas. En su travesía, los Argonautas debían pasar las islas denominadas Sirenum Scopuli, hogar de unos seres de preciosos rostros y largos cabellos, tan largos como sus colas de pez. Las misteriosas y sanguinarias sirenas. La tarea de Orfeo era cantar y tocar su lira para mitigar el efecto de la voz de las sirenas y así poder seguir su viaje sin que nadie sucumbiera al pasar las islas y se tirara a la mar queriendo reunirse con ellas obteniendo una muerte segura.
Entonces El Conquistador recordó la triste historia del cantarín poeta. Como con su lira enamoró a Euridice, bella ninfa que, un buen día, huyendo por un bosque de otro pretendiente pisó una serpiente cuya mordedura la mandó al inframundo. Orfeo, muy apenado y taciturno por la muerte de su amada sólo podía cantar y recitar tristes poesías. Alguien, escuchándo tan desolados versos le aconsejó ir en su búsqueda y como la amaba tanto y no podía vivir sin ella, allí que fue. Convenció a Caronte para llevarlo en su barca, y suplicó una segunda oportunidad para Euridice ante Perséfone y el mismísimo Hades, el cual le puso una condición. Te devolveré a tu amada sólo si logras no mirarla el rostro hasta que salgáis de mis dominios, le dijo el poderoso Hades. Orfeo aceptó y empezó su vuelta hacia el mundo de los vivos. El delante, su amada detrás. Durante todo el camino se resistió a mirar si ella le seguía, tenía fe en que así fuera. Y por fin salió a la luz y se giró, con tan mala fortuna que lo hizo cuando Euridice aún tenía medio cuerpo en las sombras. Entonces ella desapareció para siempre, se esfumó como si ante un fantasma estuviera. Orfeo perdió a su amada por ser impaciente. 
Rubén, con los ojos cerrados y respirando el aire puro del Mar Caribe, se dijo que tenía que ser paciente. Debía ser frío en esos instantes en los que la sangre le bullía por dentro. Tendría que confiar en el destino.


Llevo un par de días inquieto. Sin poder liberar energía, sin poder sacudirme la ansiedad. Parado físicamente por un dolor en el codo. Bloqueado mentalmente desde hace bastante tiempo, el ejercicio físico me sacaba de mi monotonía y dejadez. Pero ahora me subo por las paredes, y como león enjaulado me muevo entre los barrotes sin saber muy bien como salir de este estado. 
Debo tener paciencia, lo se. No quiero cometer el error de Orfeo. ¡Pero es tan difícil!
Necesito calma, ansío la armonía entre cuerpo y mente. Sin embargo, ahora lo único que deseo es una tormenta que acelere las cosas o las pare por completo. Quiero guerra, pelea. Una batalla dialéctica, alguien que me diga que algo es blanco y yo rebata que es negro. 
¡Quiero pasión! Esta inquietud me mata. Ojalá pase pronto.

domingo, 5 de enero de 2014

Regalo de Reyes

Con las últimas gotas de ron de la botella El Conquistador quedó dormido sobre la arena de la desierta playa. 
Un sueño profundo se adueñó de su mente y le trasladó años atrás, antes de ser pirata, mucho antes de tener esa mirada triste por la pérdida de su amor y de su pequeña Shenandoah. 
Estaba en el norte, pasando la desembocadura del Missisippi y subiendo por la costa hasta las inhóspitas tierras de muchos irlandeses desterrados de sus hogares. Atravesando poblados diseminados aquí y allá llenos de familias con la ilusión de ganarse el favor del cielo trabajando duro y siendo buenas gentes. Colonias que poco a poco crecían en número, personas que llegaban con la peregrina idea de conquistar un nuevo mundo. 
Rubén era un marino de la Royal Navy, en aquella época en la que se ganaba el pan llevando armas y víveres de la vieja Inglaterra hasta Boston. 
El sueño le traía imágenes de esos días en los que nada le preocupaba más que vivir el día a día. Y una visión angelical le hizo susurrar algo mientras seguía en los brazos de Morfeo ......Gwyneth.....
Una mañana llegando a la bahía de Massachusetts el primer oficial se le acercó mientras ataba unos cabos.
- Rubén, necesito que hagas algo al atracar. El capitán quiere que esta carta le sea entregada al General Smith, es un correo urgente del mismísimo Rey Jorge. No debo decirte que es bastante importante que llegue cuanto antes a sus manos.
- ¿Y dónde debo buscar al General, Señor?
- Ve a Plymouth.
- Muy bien Señor, así haré.
No le fue difícil encontrar al General y una vez entregado el importante sobre sellado con las armas del Rey dio una vuelta por el antiguo pueblo donde el Mayflower llegó mucho tiempo atrás. Algo llamó su atención, las palmas y los vítores de un improvisado público atrajeron su curiosidad y se acercó para ver que ocurría. Un violinista junto a un niño que soplaba por una pequeña flauta tocaban una melodía impresionantemente alegre. Y de pronto la mujer más bella que jamás había visto persona alguna apareció bailando. Tez blanquísima llena de lunares, pecas por toda su preciosa carita, un abundante pelo rojizo lleno de rizos y tirabuzones infinitos y una sonrisa que cautivaba hasta a las mujeres que hacían corro alrededor del trío de músicos. 
Rubén se hizo sitio en la primera fila para verla más de cerca. Su danza era hipnótica, y su voz al acompañar al violinista en la balada seducía a la par que cautivaba los corazones de los hombres. En un momento dado la chica cogió una pequeña florecita que crecía en el suelo y dando vueltas fue a parar frente a él. Y con una bella sonrisa se la ofreció. 
Esa noche en la isla del tesoro, Rubén el Conquistador soñó con Gwyneth y la flor que le regaló aquel día en una pequeña plaza de Plymouth. 
Cuando por la mañana despertó ya sabía donde debía ir en busca del amor verdadero. Rumbo al frío norte. Sería un buen punto de partida, la aventura comenzaba. 

Hace justo dos años me encontraba con un dilema entre manos. Un par de semanas intentando decidir si comprar un anillo de Tiffany's o uno de Swarovski, menos pretencioso, junto a alguna cosilla más. Mi intención era comprar el de Tiffany's y pedirle matrimonio el día de Reyes. Miré el anillo una y mil veces en la página web, me parecía poquita cosa. Muy chiquitillo, pero mi presupuesto de 500€ no me dejaba elegir nada mayor de esa tienda. Era de plata y tenía un corazón de oro en el centro, y por un poco más podía escoger otro que en vez de un corazón tenía tres. Quería verlos y una mañana de hace un par de años me levanté y duché con la idea de pasar por la tienda que tienen en Madrid. ¿Y que ocurrió? En el último instante determiné que iría a ver primero los anillos de Swarovski. Un par de horas después tenía un anillo y unos pendientes a juego. Así podría comprar alguna cosita más por el valor del anillo de la prestigiosa joyería. Aún así no era lo mismo pedir a alguien que se case contigo con una cajita de Swarovski en la mano que con una de Tiffany's, pensé. Llegó el día de Reyes y coloqué las cosas bajo el árbol antes de irme a ver a mi familia ya que hasta la tarde no la vería a ella y no abriríamos nuestros regalos. Cuando volví a mi casa ella esperaba nerviosa y empezamos a abrir regalos. Primero los míos. Rasgué el papel rojo con dibujitos navideños que envolvía mi paquete, yo ya sabía que era y no preguntéis como. Un iPad. Me encantó. Abrí algún paquetito pequeño más de regalos de su familia y luego le tocó a ella. Una cara de sorpresa impresionante al ver su anillo, le gustó mucho. Y yo, ¿que hice yo? No le pedí que nos casáramos. ¿Por qué? Esa pregunta me la hice durante algunos meses sin saber cual era la respuesta. La vida puede cambiar en un sólo segundo. 
El día de Reyes es especial y he de confesar algo, soy muy impaciente. Desde que supe que eran los papis buscaba los regalos por todos los escondites de la casa. Y los descubría, y eso me ponía más nervioso aún. ¿Qué habría bajo el envoltorio? Y no sólo los buscaba con 15 años, también con 20....y con 30. Mi ex llegó a camuflar el regalo en una caja de zapatillas para hacerme creer que eran unas Nike lo que vería el día 6 de Enero. Mi madre los escondía bajo su cama, en un trastero, en el maletero del coche, incluso en el sitio más evidente pensando que no se me ocurriría mirar, su armario de la ropa. 
Hace un par de años que no tengo ese interés por buscar, hace un par de años que no voy a la cabalgata, hace un par de años que no siento nervios el día 5 por la noche. Y me gustaría recuperar esa mirada, esos ojos llenos de fe ante la visión de los tres Reyes Magos. Deseando creer que existen, ¿y por qué no? Viven en el corazón de cada uno de nosotros. Eso es lo que yo creía entonces. ¿Y ahora? Hace unos minutos le preguntaba a una chica si había escrito la carta, y ella me decía que no. Y le he propuesto algo, cerrar los ojos y pedir un deseo. Quizá la magia de esta noche envuelva eso que anhelamos y lo lleve directito a los Reyes y puede que, si nos portamos bien este año que recién acaba de entrar, para el que viene obtengamos nuestro regalo. 
¿Qué he pedido al cerrar los ojos tumbado en la cama? Esto es lo que he dicho en un tímido susurro....Este año no he sido muy bueno pero prometo que en el 2014 intentaré ser mejor y por eso os pido algo con bastante adelanto. No quiero ningún juguete, ni tampoco un móvil nuevo, ni un caro portátil. Sólo deseo volver a tener ilusión en mi mirada, lo que quiero es que las Navidades del año que viene las comparta con el amor de mi vida. Queridos Reyes Magos, pido un corazón con el que poder amar de nuevo.
Esa ha sido mi carta, seguramente la primera que reciban para el año que viene. Espero que puedan encontrar un corazón para mi, mientras tanto cumpliré mi parte del trato y seré bueno. Me voy a dormir. Buenas noches a todos y Feliz día de Reyes. 


domingo, 29 de diciembre de 2013

Shenandoah

Anteriormente había dejado en la Gruta de los Olvidados a Rubén, el Conquistador. Se encontraba allí despues de un año de increibles aventuras persiguiendo una leyenda. Sin embargo, la fortuna le era esquiva y parecía que el destino jugaba con él como un pequeño pajarito juega con una diminuta ramita seca.
"Sólo un alma pura...."
Esas palabras rondaban por la cabeza del Conquistador. Una y otra vez maldecía su mala suerte. El tesoro de Barbanegra estaba ahí, casi lo rozaba con sus dedos y no podía abrir el jodido cofre. Y de verdad que lo había intentado pero no sabía que singular encantamiento mantenía la cerradura intacta. Seguramente Edward Teach, Barbanegra, habría hecho algún tipo de pacto con algún hechicero o quien sabe si con el mismísimo diablo. ¡Malditos sean todos los brujos repartidos por los confines del mundo conocido!
Rubén, sentado en la arena, escuchaba el monótono sonido de las olas. Ese ir y venir del agua le había sumido en un trance, puede que ayudado por la botella de ron que sostenía en la mano izquierda mientras que con la derecha jugaba con la fina arena blanca. Miró a la luna y empezó a cantar una bella balada que había aprendido de niño, la canción de los enamorados errantes. ".......Na na na na I tell you a story that happened one day about a beautiful girl, her age was sixteen, and a young English soldier with nice pretty eyes na na na na......".
Esa letra le traía recuerdos, imágenes lejanas de una mujer susurrandosela al oído mientras hacían el amor en la cama de una posada de Tortuga. Su primer te quiero, su primer suspiro, su primer y único corazón roto. Rubén había amado como jamás lo haría ya, puesto que después de que ella muriera al dar a luz una niña preciosa de ojos azules como el profundo mar se juró que no permitiría que su corazón le traicionara de nuevo. La niña, a la que llamó Shenandoah, falleció a las pocas semanas y Rubén quedó inmerso en una tristeza infinita la cual superó poco a poco tras varios meses deambulando por las tabernas más oscuras, desde Kingston a los Cayos, empapando su alma en alcohol. 
Así que, con los recuerdos del entierro de la pequeña Shenandoah en la retina, cantó a la enorme Luna y lloró. La impotencia, la crueldad del mundo, la soledad. Todos esos sentimientos afloraron en esa desconocida isla en la que Teach escondió su tesoro. Y de pronto el sollozo paró, se había dado cuenta de algo. Una increíble idea empezó a formarse en su cabeza. "Sólo un alma pura podrá abrir el cofre." ¿Alguna vez su alma había podido calificarse de pura e inocente? Si, sin duda. Ese día en la isla de Tortuga. El día que concibió a su niña, aquel en el que tumbado en el catre de la posada "Jenny's Grotto" escuchando los gritos lejanos de una pelea en la cantina de enfrente juró amor eterno a esa mujer de pelo rizado y rubio. 
Rubén el Conquistador se levantó del suelo y corriendo hacia el mar gritó. Lanzó un sobrecogedor aullido a la brillante Luna junto a una promesa al cielo y las estrellas. 
- ¡¡Juro por mi vida y por los espiritus de mis antepasados que mi alma volverá a ser pura!! Y ni todas las tempestades juntas, ni hechizos de mal nacidos brujos, ni monstruos de mil cabezas podrán detenerme, ¡¿me habéis oído?! 
Rubén tenía la estúpida idea que encontrando de nuevo ese amor, su verdadero amor, podría hacer que su alma volviera a ser pura. ¿Funcionaria? Por tonto que pudiera parecer tenía sentido, desde luego que lo tenía. Sólo hallando a esa mujer destinada para él podría calmar su corazón y devolver la inocencia a su maltrecha alma. 
Y con las olas golpeando su fuerte pecho miró desafiante el horizonte. La encontraría, estaba dispuesto a viajar donde fuera necesario, surcar los océanos infinitos y buscar por todos los rincones del planeta. Encontraría el amor y volvería de nuevo a esa isla para abrir el cofre de Barbanegra. El tesoro sería suyo. 
-¡Edward, tu oro será mío! Gritó a la oscuridad como si el propio Barbanegra se escondiera tras el lóbrego cielo. Y ante la decidida mirada de Rubén una estrella fugaz cruzó la negrura en ese instante como si el pirata de los piratas recogiera ese desafío. Atrevete, Conquistador, y toda mi furia caerá sobre ti.

Por segundo año consecutivo me encuentro en la playa intentando observar la primera luna del año, algo imposible por el momento porque un cubierto cielo la oculta. Huelo el salado aroma de un mar tranquilo, Poseidón debe estar dándome la bienvenida desde las profundidades del océano con ese suave susurro de las aguas. La brisa humeda acaricia mi cara mientras escribo mis pensamientos sentado en la terraza, con una manta cubriéndome las piernas. 
¿Por qué me ha dado por escribir sobre piratas? Sólo encuentro una posible respuesta, en una vida anterior fui uno de ellos. Solitario como los piratas, sin poder o querer confiar en nadie. Les es difícil encontrar el amor porque no quieren atarse a nada que no sea su precioso buque, al igual que yo que en su momento huí del compromiso. Soñadores, como yo mismo, en busca de tesoros inexistentes o al menos de dudosa veracidad. Incluso se asemejan a mi en su gusto por el ron. Ellos directamente de la botella, yo menos valiente sin duda, en forma de mojito. 
El mar siempre llamó mi atención por su misterio intrínseco, sus millones de historias atraían mi interés. Cuentos entre la realidad y la ficción, mapas de viejos marineros en los que se dibujaban monstruos de cuerpos gigantes y largas fauces. Quizá sea por eso, para desentrañar algunas de esas historias arcanas, que hace años intentara emularlos y ser uno de ellos matriculándome en la Escuela de Ingenieros Navales. Puede que sólo sea una casualidad, una extraña carambola del destino. 
Shenandoah es el título de una canción de marinos. Una de esas tonadillas que se cantaban en la cubierta de los buques mientras se surcaban las aguas de mares y ríos. Una balada romántica y evocadora que hace que las palabras fluyan suavemente, como se mueve el casco de una embarcación a través del líquido elemento. Sin embargo, Shenandoah tiene otros significados. Algunos dicen que es el nombre de un jefe indio iroqués, esos que poblaban la región de los grandes lagos de América del Norte. Pero yo me quedo con otra acepción más poética. Su traducción podría ser la de "hija de las estrellas". Esos mismos astros que en este preciso instante no puedo observar por las caprichosas nubes, aunque se con certeza que ahí están. Y ahora una compleja pregunta viene a mi mente, ¿hago bien siendo de la forma que soy? Tengo la extraña sensación de que como un pirata, moriré sólo. Buscando un tesoro que nada más que existe en mi cabeza, imágenes idealizadas por miles de historias y cuentos irreales. Quizá el verdadero amor, la idea que subyace en esas palabras, tan sólo pertenezca al mundo de la fantasía, como el tesoro de Barbanegra. Es probable que la realidad sea que no hay más que cariño y complicidad, y que el deseo haga que todo en su conjunto engañe a los sentidos y creamos tener amor confundido entre sentimientos de pasión. Si encontrara ese cariño, ¿debería conformarme "sólo" con eso? O como Rubén el Conquistador, ¿debo poner mi empeño en descubrir que hay en las entrañas de ese cofre pese a que pueda que el tesoro sea una leyenda pergeñada por una malvada mente?
En cualquier caso tengo la seguridad absoluta de dos cosas, que deseo amar de verdad y que Shenandoah es un bonito nombre para poner a una niña. La hija de las estrellas cuya madre era un ángel venido del cielo de preciosa sonrisa y voz dulce. 
....Shenandoah Ferrán, ¿suena demasiado pretencioso? Quizá no en el mundo de piratas del principio. Sigamos soñando....