La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 17 de octubre de 2013

La delgada línea roja

Estaba sentado en la butaca del cine. Sólo tres o cuatro personas desperdigadas por la sala habíamos entrado a esa sesión para ver la película de Terrence Malick. Yo me puse por el centro, me gusta estar cerca de la pantalla. Se estrenó en la época en la que el cine era una de mis pasiones y procuraba ir al menos una vez a la semana. Había leído muy buenas críticas sobre Malick y su forma de rodar, sobre el reparto increíble, sobre lo emocionante de la historia. Y no me defraudó. La música de Zimmer y las bellas imágenes hicieron que en un par de ocasiones llorara. Las imágenes cruentas de la Segunda Guerra Mundial pasaban por delante de mis ojos, los pensamientos de los personajes me hicieron reflexionar, los paisajes de la ficticia isla de Guadalcanal me emocionaron. 
Al salir del cine estaba realmente sensible y me acerqué al Fnac, busqué el cd de la banda sonora y me lo compré. Es la música que escucho ahora mismo. Hans Zimmer compuso unas melodías que si cierras los ojos te llevan a otros lugares y hacia allí me dirijo yo. Directamente a un sitio terriblemente doloroso. 
Una conversación esta mañana con una amiga me ha hecho deambular por los recuerdos nebulosos y tristes de los hechos acaecidos hace unos meses. Y me ha dado el título para esta entrada. La delgada línea que hay entre el amor y el odio. Una frontera finísima que en ocasiones es indistinguible y hace que te preguntes, ¿en que lado me encuentro?
A ella le contaba retazos de mi vida. Unas pinceladas de lo que me ocurrió y de lo que sentí. Y con mucha razón me ha contestado que eso le pasa a muchas parejas diariamente. Que lo que yo pasé sin duda esta en muchos hogares. Y no me cabe duda de que así es, pero no por ello es menos doloroso. Y ese dolor hace que mi historia sea singular y única, al menos para mi.
Porque ahora cierro los ojos y con la música voy hacia atrás en el calendario y me asomo a un día. Ese en el que recogía mis cosas con una tristeza infinita y que sin poder continuar guardando mis pertenencias en la maleta le escribo un correo desde mi iPad. Un email en el que le cuento demasiadas chorradas que mientras las tecleo no me parecen tales pero que una vez enviado y releyéndolo deseo no haber enviado. Miro a la mesa y veo su iPad. Lo abro y borro el correo desde su cuenta. Y un infortunado hecho hace que todo mi mundo se venga abajo. Sin querer, mi dedo se desliza por la pantalla y se abre la carpeta de las fotos y allí esta ella mirándole con una cara como la que hacia unos años me miraba a mi. En ese instante descubrí el por qué de la ruptura, fatídico momento en el que me di cuenta de que ella estaba enamorada de otro. Esa mirada no podía significar otra cosa. Esa sonrisa en su rostro era la de una mujer feliz con otro hombre que no era yo. Y me desmayé. Caí redondo del sofá al suelo golpeandome con la mesa al descender a los infiernos. Durante unos minutos yací inconsciente en el suelo, no recuerdo si fue un minuto o media hora. Sólo se que al despertar de ese terrible trance lloré como jamás había llorado. Y no paraba de repetir una y otra vez entre sollozos ¿por qué cosita?¿por qué?
La delgada línea había sido traspasada. Y ella se quedó al otro lado, el del odio. Mientras yo aún discurría por la parte opuesta, ella me bombardeaba con su artillería pesada. Hecho que en algún instante hizo que dudara de si traspasar también yo esa línea. Pero durante meses me quedé quieto, agazapado viendo venir el chaparrón. Escuchando el tronar de los disparos que inevitablemente me alcanzaban y herían. No la juzgué ni entonces ni ahora, hay que convertirse en guerra si se quiere ganar la batalla y ella lo hizo de maravilla. Yo no pude presentarme a la contienda, no quise o no me atreví. Conseguí estar en el lado del amor tras esa finísima línea que todo lo divide, lo hice porque no quería olvidar lo que yo era. Sin embargo tras unos meses los habitantes de ese lado me expulsaron o me fui yo por mi propia voluntad, no estoy muy seguro. El amor había abandonado mi corazón. Y ellos lo vieron. La gente que esta enamorada sabe cuando alguien también lo esta y mi semblante era el de un hombre tristemente sin alma. 
¿Por qué no sonríes? Eso me preguntan muy a menudo. La respuesta, porque ando sobre la línea. Ni en un lado ni en el otro. Debo estar concentrado para no caer de un traspiés y cual equilibrista mantengo la posición balanceandome peligrosamente. No quiero caer del lado del odio. No. Para nada deseo que mi alma se oscurezca. Y me da auténtico pavor pasar al lado del amor. Un lugar que no puedo controlar ni predecir, tan misterioso que me infunde mucho respeto. Pero es a lo que aspiro, a lo que mi nostálgico y melancólico corazón desea aferrarse. Volver a su lugar, a su casa. El país del amor. Tras la finísima línea roja. 
Alguna noche sueño que me cuelo de puntillas en el lado del amor. Veo caras de felicidad alrededor e incluso, en el reflejo de alguna superficie pulida, veo la mía y una sonrisa se muestra en ella. Mi corazón late fuertemente. La sangre que circula por mis venas es más vigorosa, más roja. El oxígeno que se transfiere de mi nariz a los pulmones es más puro. El mundo del amor es así. Vitalidad y Belleza llenan sus ciudades. El colorido de sus paisajes es increíble. La sensualidad tras las puertas de las casas es patente. El sonido indescriptible. El sol irradia una luz mágica que mantiene a la oscuridad alejada tras la frontera. 
¿Quien no querría estar en un lugar así?¿Quien, en su sano juicio, no desearía vivir en el país del amor?

martes, 15 de octubre de 2013

Suceso extraño

- Hola, ¿Os queda pan?
- Pan si, ¿cuanto?
- Dame tres por favor.
Rubén estaba en la tienda de los chinos de la esquina. Se había quedado sin pan y eran las 11 de la noche. Con tres barras sería suficiente. Pagó y la amable tendera asiática le devolvió las vueltas junto con un par de chicles que siempre le regalaba. Él se despidió con un gracias y ella con una amplia sonrisa desvió su cara y se puso a mirar la pantalla del ordenador en la que tenía puesta una película de Kung fu subtitulada en lo que Rubén supuso sería chino mandarín. 
Al salir a la calle sus ojos se desviaron inconscientemente al cielo. Una luna inmensa se veía en lo alto. Respiró profundamente y volvió al trabajo. 
Una hora antes en el edificio que tenía la agencia China aeroespacial (CNSA) un técnico de guardia llamado Xin Luquond tecleaba unas órdenes en el terminal de su oficina. Era el encargado de vigilar la órbita lunar mediante el satélite que habían lanzado hacia pocas semanas. Y una cosa le extrañó, junto al punto que simulaba ser la luna se veía otro que giraba en torno suyo. 
En ese mismo instante en Moscú un militar ruso muy sofocado, por la carrera que acababa de hacer, tocaba a la puerta del General Oleg Posgonov. 
A toda prisa hizo el saludo militar y le tendió una hoja de papel. El General leyó lo siguiente....
La Agencia Aeroespacial Federal Rusa ha hallado un rastro de un objeto no identificado siguiendo la órbita lunar. El Presidente Medvedev ha recibido puntuales noticias y ha convocado una reunión a las 02:15 horas de este mismo domingo para evaluar las posibles actuaciones que han de llevarse a cabo. 
Posgonov se quedó pensativo unos segundos y se preguntó que maldita cosa habrían descubierto los de Roscosmos. 
Timothy O'Brian comía un sándwich de atún sobre la mesa de su cúbiculo. Estaba harto de pringar todos los fines de semana pero no podía quejarse, era lo que había soñado toda su vida. Su chapa colgada de la camisa decía que era analista de la Agencia aeroespacial más importante del mundo, la NASA. El teléfono sonó y alguien al otro lado gritó algo que hizo que Tim, con sus 90kg de peso, saliera corriendo hasta los monitores de control. La voz del teléfono tenía razón, en la pantalla central de 100 pulgadas se veía un gigantesco platillo volante. 
Un instante después Tim cogió el auricular y llamó a su superior. Esperaba encontrarlo en casa. Eran las 17:30 del Sábado y rezó para que no hubiera salido de barbacoa con su familia como hacia cada fin de semana.
Rubén acababa de terminar de cenar. Había ojeado el periódico mientras se terminaba una cocacola. Miró su reloj. Las doce de la noche. Hora perfecta para recoger parte de la terraza. Salió de la cocina.
- Chicas, voy a subir la terraza. Si me necesitáis llamadme.
El silencio era extraño. La calle estaba desierta. Tardó en darse cuenta de lo que ocurría. No miró hacia arriba hasta pasados un par de minutos pero cuando lo vió se quedó alucinado. Un disco increíblemente grande ocupaba gran parte del cielo. Entonces, al mirar hacia arriba se dio cuenta de que todo el mundo observaba ese objeto desde sus ventanas. En absoluto silencio. Hasta que todo se volvió una locura. Un rayo de luz salió del centro de la nave. Y de pronto una explosión. Una señora gritó. Y eso fue el detonante para que la cordura abandonara a los seres humanos. Todo se descontroló en un momento. 
La reacción de Rubén fue instintiva. Corrió hacia el bar.
- Id a por vuestras familias. ¡Rápido!
Mientras se ponía los vaqueros la llamó. El teléfono comunicaba. ¡Joder! Se puso la camiseta y cogió las llaves del coche. Volvió a intentarlo. ¡Maldita sea! Ahora sonaba un mensaje de líneas saturadas.
Cerró el local y se despidió de sus chicas con un abrazo. 
- Salid del centro de la ciudad. No os quedéis en casa. ¡Moveos!
El caos iba en aumento. Y Rubén pensó que en la rapidez estaba el éxito. Debia coger el coche antes de que todo se atascara. Tenía que llegar hasta ella. 
Al ser por la noche mucha gente ya dormía al aparecer aquello en el cielo pero los gritos y las explosiones empezaban a despertar a los que aún soñaban plácidamente en sus camas. En unos minutos sería imposible moverse por el centro de Madrid. Rubén aceleró, esquivaba coches y gente. La adrenalina le hacia estar más atento aunque en un par de ocasiones estuvo a punto de perder el control de su coche. 
Llegó a su casa. Subió rápidamente esperando que no hubieran salido aún de allí. Notaba a los inquilinos mirando por las mirillas, cerrando las puertas e incluso moviendo muebles. Sabía que eso era un error y no permitiría que ella se quedara ahí a merced de lo que diablos fuera lo que manejaba aquel platillo volante. 
Llegó hasta la puerta y ella le abrió con lágrimas en los ojos. Se abrazaron fuertemente y ella le susurró algo al oído. 
- Papá ha muerto, su casa ha sido alcanzada por un rayo. 
Rubén la besó. 
- Lo siento cariño.
- ¿Qué es todo esto?¿Qué sucede Ru?
- No lo se, pero debemos movernos. Quedarse quieto es morir. 
- La niña duerme.
- Despiertala. Vístete y abriga a la niña. Voy a intentar hacer una llamada. 
Rubén cogió de nuevo su móvil y marcó un número. Daba señal. 
- ¡Dios Gordi! ¿Has visto lo del cielo?
- Pensé que era sólo en Madrid, tenía esa esperanza. 
- ¡Aquí en Pamplona hay un OVNI enorme!
- Dani, ¡sal de ahí! Lanzan rayos indiscriminadamente. 
- Ya, Maite esta avisando a su familia. Y yo he hablado con Susana. Ella va a huir con unos amigos. Me ha dicho que se pondrá en contacto con nosotros en cuanto pueda.
- Perfecto. ¿Nos encontramos en La Manga?
- ¿Crees que allí no habrá nada?
- Creo que lo mejor es abandonar las grandes ciudades. De momento es lo único que se me ocurre. Ten cuidado Pumi. ¡Un abrazo para ti y para Maite!
Al colgar, ella estaba lista junto a la niña. Rubén cogió una bolsa de lona y metió algo de comida. Se la colgó al hombro.
Se agachó un instante y habló a la niña de 5 años.
- Cielo, ahora tienes que correr mucho y no soltarte de tu madre, ¿vale?
La niña le miró con cara curiosa y asintió con su cabecita. Ella sólo le conocía desde hacia unos meses pero le había cogido cariño. 
Se levantó y besó a la mamá. 
- ¡Vámonos!
Volaron hacia el coche. 
Ahora las calles eran una auténtica locura. Gente corriendo por todos lados que momentáneamente se paraban para mirar hacia arriba. Cámaras de móviles grabándolo todo. Perros ahuyando al cielo. Explosiones lejanas y no tan lejanas. 
Rubén conducía a toda velocidad, frenando de golpe en ocasiones para acelerar segundos después haciendo rechinar los neumáticos. Pasados unos minutos cogieron la autopista. Y entonces por fin pudo respirar viendo desde el retrovisor los haces de luces que salían de la inmensa nave espacial. 
Una hora más tarde la noche cerrada no dejaba entrever nada más que luces lejanas en el cielo. De pronto el piloto del depósito de gasolina se encendió. ¡Joder! 
Un cartel en la carretera indicaba que en 10 kilómetros habría una estación de servicio abierta durante todo el día. La rápida reacción de Rubén le había dado un tiempo precioso antes de que el caos llegara hasta ahí. 
- Cariño voy a parar. Te dejaré las llaves mientras pago. Si ves algo extraño enciende el motor y ve a por mi. 
- Estaré bien, no te preocupes. 
- Compraré algo para comer. ¿Te apetece alguna cosa en especial?
- Mmmmmm. Si, algo con chocolate. 
- Ahora vuelvo. Te quiero niña.
- Te quiero Ru. 
La puerta se abrió automáticamente. Todo parecía tranquilo. El hilo musical funcionando, el empleado leyendo una revista detrás del mostrador, una señora limpiando el suelo de un pasillo fregona en mano. 
- 70 euros de 95 por favor. 
- ¿En que surtidor esta?
Rubén se asomó para comprobar el número y ya de paso ver si todo seguía bien.
- El cinco. ¿Qué tal va la noche? 
- Ya lo ve, aburrido echando un vistazo a los últimos modelos de Yamaha. Me quiero comprar una que la mía ya esta en las últimas. 
El chico señaló con la cabeza una vieja moto aparcada justo delante de la puerta de entrada.
- Pues yo que tu cogería la moto y me iría bien lejos de aquí. Hazme caso, algo grande va a ocurrir. 
Dejó los billetes en el mostrador y cuando ya salía se acordó del chocolate. Iba a volver cuando un destello se vió en el horizonte seguido de un chirrido que se le metió en la cabeza. ¡Qué demonios era eso! Corrió hasta el coche y puso el motor en marcha y salió disparado rumbo al este. A la costa. 
Eran casi las cinco de la mañana cuando llegaron. Todo estaba desierto. Extremadamente silencioso y tranquilo. 
Rubén cogió en brazos a la niña que dormía en el asiento trasero y subieron al piso. La recostó en el sofá y la tapó con una manta que sacó de un armario. 
En ese momento de tranquilidad abrazó a la madre. Un instante de paz. Se besaron. Acarició su cara, esa carita que hacia unas horas mostraba una tristeza infinita por la muerte de su padre. Salieron a la terraza y vieron el mar. Escucharon el susurro leve de las olas cogidos de la mano sin decir una sola palabra. Ambos sabían que algo excepcional estaba ocurriendo. Algo que no llegaban a comprender del todo pero se tenían el uno al otro y las dificultades serían menores así. No importaba que el mundo se fuera a la mierda si ellos podían cogerse de la mano tal y como estaban ahora. 
El cuerpo de ella se estremeció por el frío. Una pequeña brisa se había levantado y entraron en la casa de nuevo. Rubén buscó su móvil, la pantalla mostraba que no había cobertura. 
Encendió la tele y un hombre vestido de blanco de pie sobre un fondo gris les miraba. En todos los canales estaba el mismo hombre sin expresión alguna. Un tío como cualquier otro. 
Y empezó a hablar. 
- Soy un enviado del planeta Corsi en la galaxia que vosotros llamáis XE-573. Nuestro planeta sufrió el impacto de un meteorito y quedó destruido. Necesitamos algo que vosotros tenéis aquí en abundancia para poder subsistir durante nuestro viaje. Sólo nos quedaremos lo estrictamente necesario para abastecernos. La demostración de hoy ha sido una advertencia ya que no queremos una guerra ni la devastación de vuestro mundo pero nada evitará que nos llevemos lo que buscamos así que esperamos la cooperación de los humanos. Con el nuevo día llegarán cambios en vuestro planeta, aceptadlos o moriréis.
Rubén, incrédulo aún por todo lo que había visto en las últimas horas, se dejó caer en una silla. Agotado por la tensión que había soportado se preguntó que era lo que buscaban en la Tierra. ¿Qué pasaría al amanecer?
Entonces ella se acercó por detrás, le besó en la nuca y le dio un suave abrazo mientras le decía al oído. Te amo, gracias por venir a por mi y protegerme. En ese momento a Rubén se le olvidó todo lo ocurrido esa noche y lo único que deseó fue hacer el amor con esa mujer hasta la salida del sol, quizá el último instante de placer entre ambos. Y levantándose pausadamente la cogió de la mano y la llevó al dormitorio donde se amaron como nunca antes. Y así esperaron el nuevo día, entre susurros y jadeos, entre sudor y pasión, entre risas y llantos de felicidad. Se amaban y ningún jodido alienigena del mundo exterior podría quitarles eso. 








 


viernes, 11 de octubre de 2013

Vitrubio

Esta es una entrada con la que una amiga exclamaria, "¡Ru, que flipao eres!" Y tendría razón. Esa misma chica esta mañana viendo una de mis fotos me dijo, "Rubén, te molas" a lo que yo respondí, "me molo mogollón". Y también es cierto. Cuando uno va superando etapas le gusta deleitarse con su trabajo. Ve que su esfuerzo merece la pena y sigue intentando llegar a ese punto óptimo e inalcanzable. 
Ya hablé hace tiempo del número áureo. De la perfección. Algo en lo que los antiguos griegos creían. Muchos de los arquitectos ideaban los planos de los edificios siguiendo ese número, muchos templos fueron diseñados tomando la divina proporción como referencia. 
Marco Vitrubio fue un arquitecto que trabajó a las órdenes de Julio César. Construyó para él edificios civiles, palacios y templos. Ideó cientos de inventos y dejó para la posteridad un tratado increíble sobre la arquitectura en diez tomos. En uno de ellos explica que medidas tendría que tener un cuerpo humano perfecto. Muchos siglos más tarde Leonardo DaVinci dibujó su famoso "Hombre de Vitrubio" siguiendo las instrucciones del tratado en cuestión. Todo se fundamenta en la simetría. Brazos y piernas estirados en cruz. Formado un cuadrado. Las extremidades del modelo estan inscritas en un círculo perfecto. El ombligo sería el centro de esa circunferencia que abarcaría todo cuanto somos. Para ellos la simetría era la perfección, visualmente hablando. Una figura era bella si estaba construida de forma que ambos lados fueran iguales, en proporción y forma. Su pensamiento era que como la naturaleza tendía a crear formas simétricas y esta era una creación divina, a los dioses le satisfacían las proporciones y razones geométricas. Por lo tanto intentaban imitar ese comportamiento.
Ayer salí a correr. Eran las seis de la tarde. Mentalmente estaba con fuerza. Mientras me ponía el pantalón corto veía mis piernas y los músculos que se definían al estirarlas. Al ponerme la camiseta veía el pecho tensandose al abrir los brazos. Me vi en el espejo y sentí fuerza, potencia. Y eso me motivó. Me puse los cascos y empecé a trotar. Nada más comenzar noté que hacia viento. Era suave pero se sentía la resistencia al avance. Mi motivación era tal que lo único que me dije fue...mejor así será un reto mayor. 
Quizá la música tuvo algo que ver, un par de canciones o tres que me ponen a mil. Sí, desde luego la música enardece el alma y las piernas. A los 10 minutos de salir veo un autobus en la parada. ¿Será posible que le siga durante unos metros? Lo alcanzo y el conductor arranca. Acelero. Miro a mi izquierda y veo a un chico que me observa desde la ventanilla con cara de ¡¿y este tío qué coño hace?! Le supero en una glorieta pero al salir de ella el conductor pisa el acelerador y pone segunda. Me deja atrás inevitablemente. Pero la sensación es buena. El corazón bombea rápido pero no me he sofocado, no hay síntomas de cansancio. Sólo es que la carretera picaba hacia arriba y pienso, ¡otra cosa hubiera sucedido si tan sólo el terreno fuera llano! "Flipao", sí. Toda la razón. Pero me vale para seguir con ritmo. Subo una cuesta con un gran desnivel y me topo con un ciclista. El no puede más. Yo le miro desafiante. Esta vez tengo más oportunidades que con el autobus, no hay caballos de por medio ni motores de combustión. Piernas contra piernas. Las mías y las del de la bici. Le supero fácilmente, más de lo que hubiera imaginado pero el tío se pica y en la bajada me grita ¡ahí te quedas!
Sonrio y sigo con mi ritmo. Me encuentro de maravilla con el viento acariciando mi cara, no siento fatiga en las piernas y los brazos se mueven acompasadamente. Llego a un circuito de tierra al que suelo dar tres vueltas. Un circuito de unos dos kilómetros, que pueden ser más porque no he medido distancia alguna ni controlado el tiempo. Me rijo por las sensaciones de mi cuerpo. Y ayer estaba pletórico.
La primera vuelta la hago sin parar desde que salí de casa. Me encuentro con gente corriendo. Una rubia va por delante con ritmo lento. Bajo el mío para quedarme detrás un rato. El pelo recogido en una coleta que sube y baja con cada zancada. Bonitas vistas pero no aguanto mucho ahí detrás, unos metros más adelante la sobrepaso girando mi cabeza hacia la derecha para mirarla al pasar. Ella me siente y torna su cabeza. Ojos cansados, cara enrojecida, boca semiabierta cogiendo algo de aire a bocanadas. 
Hago un gesto con mi cabeza y me olvido de su coleta. Acelero. La música me sigue llevando en volandas. Las piernas responden al ritmo pero los brazos los noto un poco agarrotados y los muevo primero soltándolos hacia abajo y luego lanzando unos puñetazos al aire. Imágenes de Rocky corriendo por la playa se asoman por mi mente. ¡Vamos valiente!¡No hay dolor!
Vuelta completada. Me paro a la sombra de unos árboles, en un merendero con columpios para niños. No hay descanso y me pongo a hacer flexiones con la piernas en lo alto de un banco de piedra y la manos en el suelo. Dos series de veinte. Otro ejercicio para los tríceps. Y otro más de pliometria dando  saltitos. Los niños me miran con interés, los padres con desconfianza, las madres con deseo. O eso quiero pensar yo. 
Empiezo la segunda vuelta. Sin pausa más que para volver a poner la tres mismas canciones, esas que hacen que la adrenalina fluya recorriendo todo mi cuerpo. Voy rápido y en un instante determinado a lo lejos veo a la morena a la que me he encontrado otros días. Mallas negras ajustadas, camiseta sin mangas también negra. Melena recogida en una doble coleta. Y una cara preciosa. Un rostro de concentración. Sin agotamiento. La alcanzo con mucho esfuerzo y mi corazón bombea a tope, no se si por el trabajo de llegar o por verla a ella. ¡Mierda! Se desvía por otro camino y no hace mi recorrido. Continuo por mi ruta entre dos sentimientos encontrados, la tristeza por no saber quien es y la alegría al pensar que quizá otro día vuelva a coincidir con ella. Completo esa segunda vuelta y esta vez me paro en el balancín. Series de abdominales. Brazos en el suelo y pies sobre el balancín muevo el abdomen hasta llegar con las rodillas al pecho. Dos series. Luego, de un salto, me subo a la barra horizontal que sujeta los asientos y hago dominadas. Un par de series o tres con variaciones. Listo.
La última vuelta la comienzo con alegría, doy una palmada de ánimo y susurro un vamos. Por unos instantes la cabeza se va a otros lugares y piensa en otras historias. El ritmo decrece pero al poco me doy cuenta y ahuyento esos pensamientos. Mi mente sólo tiene que estar en sudar, no decaer y buscar la simetría. 
Tras unos minutos llego hasta mi campo base, hago los mismos ejercicios que en la primera vuelta. Y me mentalizo para el tramo final. 
Bebo un poco de agua. Y de nuevo pongo las tres canciones que me hacen flotar como si fuera una pluma lanzada desde lo alto de una torre. No siento el cuerpo cansado, quizá algo agarrotado por la posición. Me muevo en zig-zag un rato. Jugando. Divirtiendome. Subo el ritmo y vuelo. Por alguna loca razón viene una frase de una película a mi mente. "Yo creo que Dios me hizo con un propósito, él me hizo rápido para complacerle". Carros de fuego. Vangelis. Entrega. Sacrificio. Sudor. Correr. Motivación. Con cada latido una palabra, con cada palabra una zancada, con cada zancada una sonrisa. 
Llego a casa y miro el reloj. Las 7:50. Casi dos horas. Aún no he terminado. Queda hacer algo más. Unas abdominales quizá. Estoy fuerte, más que nunca en mi vida.
Hace unos meses hablé de intentar conseguir la perfección, acercarme con unos decimales al número áureo. Estoy en ello, y creo que por el buen camino. Lo intuyo porque hoy no tengo agujetas pese al esfuerzo de ayer. Lo siento así porque ya no lloro tan habitualmente como solía. Es un duro camino, sin duda. Y nunca llegaré a nada ni remotamente parecido a la perfección. Pero sigo en busca de la simetría. Tengo esa imagen del hombre de Vitrubio en mi cabeza y sigo buscando a ese Rubén que se acerque lo máximo posible a ese ideal. ¿Por qué? Porque me hace sentir bien. Simplemente por eso. Me hace sentir extraordinariamente bien. 

                               

jueves, 10 de octubre de 2013

Imagine

Hace muchísimos años, tantos que este recuerdo estaba enterrado muy al fondo de mi mente, andaba un sábado por el Fnac. Me gustaba pasar las tardes paseando entre música y libros, mirando las carátulas de los cd's o las portadas de los libros.
Pues ese sábado del que hablo encontré un disco de John Lennon. Por entonces yo no había escuchado nada de los Beatles ni de él mismo como solista, y me dije ¡voy a ver que tal suena! 
El cd era una recopilación de sus grandes éxitos. Una canción me impactó. Fue como una oleada tremenda de sentimientos abatiendose sobre mi corazón. Y lloré. La primera vez que escuché Imagine las lágrimas cayeron por mi cara. Me emocioné tanto que no pude evitarlo. Y no tuve más remedio que comprar ese disco y adentrarme en el mundo de John Lennon. 
La letra es preciosa y la música te envuelve de un aura increíblemente romántica y evocadora. Lennon era un soñador. Sin duda el creía en un mundo distinto, un lugar que podía llegar a ser maravilloso si nos proponíamos ser mejores personas aportando cada uno su granito de arena.
Muchas noches, después de cenar, me puse el disco y cantaba la canción a solas. Derramando alguna lágrima soñando con un mundo mejor, deseando vivir en un lugar lleno de felicidad, sin maldades de ningún tipo y donde el amor no se tuviera que ocultar. 
Ese mundo irreal lo encontré mucho tiempo después. Un lugar como ningún otro donde toda la gente parece ser feliz y una sonrisa asoma en sus rostros. Un mundo utópico que durante unas horas te hace pensar que es posible un sitio como el que describe John Lennon en Imagine. 
Y la Navidad es ese ambiente en el que todo se desarrolla como si fuera un sueño. París es el escenario. La ciudad se viste con sus mejores luces. La capital francesa se llena de olores y sabores. El olor del vino caliente en los muchos puestos callejeros, el del queso Reblochon que se derrite en las cacerolas junto con el bacon, la cebolla y las patatas mientras hacen tartiflette, el de los crepes tomando forma en las calientes planchas, el del chocolate humeante en vasos de plástico. 
Miles de personas paseando por las anchas avenidas, observando los escaparates que los parisinos decoran con un arte especial. Motivos navideños, pares donde pares, que no dejan que te olvides que estas en esa época en la que nada importa más allá de ser feliz. 
Los Campos Elíseos al anochecer es como un cuento, uno de esos que te narran de pequeño y con el que te acuestas en la cama el 24 de Diciembre soñando con personajes barrigudos vestidos de rojo y con blanca barba. 
Ni siquiera si te pilla un día lluvioso le quita un ápice de grandiosidad al momento y miras hacia arriba diciendo que son cuatro gotas aunque este diluviando. Optimismo a raudales porque eso es lo que hace esta ciudad, te crea esa ilusión irreal de estar en un lugar realmente único. 
Pero el epicentro de toda esa felicidad está a unos kilómetros de las riberas del Sena. Cuando coges el tren, medio dormido, no te imaginas el día que te espera. No intuyes, viendo pasar los suburbios de París por la ventanilla sucia del vagón, que ese tren te llevará a un lugar mágico. 
Aunque algunas pistas del lugar al que te diriges ya se palpan en los asientos cercanos. Niños impacientes por doquier, padres nerviosos pendientes de donde van sus inquietos hijos, chavales con las novias agarrados de la mano, y gente como yo, personas que creen que Disney ha hecho algo increíblemente difícil. Hacer que los adultos sueñen, se rían y miren el mundo como si volvieran a ser críos de nuevo. 
Ir allí no es ir a cualquier parque de atracciones con sus montañas rusas y sus colas interminables. Lo que me llama la atención es el ambiente. Los semblantes de la gente. Los niños expectantes. Las decoraciones y sonidos. Y yo mismo que me descubro emocionado cuando por la noche sale la cabalgata de los personajes y al final llega Papa Noel con su carroza tirada por renos enormes. Ese caudal de sentimientos vividos durante todo el día desemboca en unas pequeñas lágrimas de felicidad al ver que todo el mundo disfruta y que todo se reduce a ese sentimiento de dicha que deseas que no acabe. Mires por donde mires no hay desgracias, no hay tristezas, no hay guerras ni mezquindad. Como dice Lennon en la canción abajo no hay ningún infierno y arriba sólo esta el cielo. 
De vuelta en el tren, con la mirada perdida en la noche parisina, sientes que has vivido uno de los momentos que recordaras para toda la vida. Y te acuestas con una sonrisa en la cara tarareando canciones navideñas con acento francés. 
Y si al despertar miras por la ventana del hotel y ves un manto blanco sobre las calles y los pequeños copos de nieve cayendo en el alféizar sólo puedes hacer una cosa.....coger a tu acompañante y besarla. Esa imagen de París nevado no podría ser más bucólica, más romántica. Y el beso en la ventana se transforma en una caricia en la cama, en un nuevo beso esta vez desnudos sobre el mullido colchón. Incluso hacer el amor en París es extrañamente mágico porque en el fragor de la batalla te descubres soltando expresiones típicamente francesas.....Mon amour!....Oh, la la!....Mon Dieu!....Je t'aime!... Y en la ducha te descojonas pensando en ello, ¡coño! ¡Si parecía el mismísimo Napoleón!
¡Qué misterioso es todo cuando la pasión nos rodea! 
Desde ese día que escuché Imagine por primera vez y soñé en el Fnac ha pasado mucho tiempo. Pero nada ha cambiado dentro de mi. Esta mañana volví a oírla con los ojos cerrados sentado en el autobus. De pronto he sentido como se erizaba mi piel y los ojos se humedecían. Con un poco de esfuerzo he procurado no llorar. ¡Jodido Lennon y su mundo utópico!¡Jodida magia!¡Jodidos sueños!
Desde hace tiempo a todo el mundo le digo que quiero volver a París en Navidad. ¿Por qué? Porque significará que vuelvo a ser feliz. Volveré a ver ese mundo único, volveré a cantar la canción de Piratas del Caribe en mi atracción favorita, volveré a hacerme una foto en la Torre Eiffel, volveré a comer un crepe con Nutella, volveré a ver patinar a la gente en los Campos de Marte, volveré a pasar frío viendo los escaparates de las Galerías Lafayette y entraré para calentarme y veré su enorme árbol de Navidad. 
Por eso deseo, con todas mis fuerzas, volver a París. Porque eso querrá decir que he encontrado el amor, y que despertaré cada mañana con una sonrisa en mi cara y un sentimiento en mi corazón. De ahí mi empeño en volver. Porque sin duda quiero amar y ser amado en la ciudad de las luces. Porque cuando escuché por primera vez Imagine, el mundo que yo imaginaba estaba lleno de paz y amor y una bella mujer me cogía de la mano para no soltarla jamás. Ese era mi mundo soñado. Ese es el mundo en el que me hizo creer John Lennon. 



lunes, 7 de octubre de 2013

Billy el niño

                       

Billy the Kid, todo el mundo ha oído hablar de él alguna vez en su vida. Un personaje histórico al que probablemente se le atribuyen más actos delictivos de los que en realidad cometiera.
Viendo la única foto que se conserva de Billy se diría que no podría matar ni a una mosca. Un chico apacible y bonachón me atrevería a decir a priori, pero la fama es otra. Quizá agrandada maliciosamente por sus enemigos, puede que ensalzada en demasía por sus numerosos seguidores que incluso pidieron su indulto más de 100 años después de su muerte. 
Lo que si es cierto es que ese hombre al que veis en la fotografía luchó por sus ideales contra viento y marea. Pese a estar perseguido por el temible Pat Garrett, el Sheriff del condado de Lincoln, siguió viviendo como él deseaba. Desde luego era un chaval con convicciones. 
Y eso le llevó a que pusieran precio a su vida. ¿Cuanto vale un alma? Simple y llanamente la vida del forajido más famoso del oeste americano se tasaba en 500$ como reza el cartel. 
Siempre me ha llamado la atención la historia de esa extraña cara. Seguramente porque conocí su vida en un momento en el que yo me creía un rebelde y me parecía que ese personaje era un interesante modelo en el que fijarse. 
Su hermano y él tuvieron que salir adelante solos ya que al morir su madre, su padrastro los abandonó. En un mundo lleno de violencia trabajó en muy diversos oficios hasta que encontró un nuevo hogar en un rancho de Nuevo México. Una trifulca entre rancheros le dejó de nuevo sin esa figura que él veía como un espejo en el que mirarse y quiso vengarse de ese sistema que permitía que le arrebataran a sus seres queridos. Y empezó a delinquir. Pequeños hurtos al principio que hizo que le arrestaran en varias ocasiones, pero le soltaban al poco. Hasta que un día quiso escapar de la ley y mató a sus captores, puede que un par de ayudantes del Sheriiff. Ahí empezó la leyenda. Duelos de pistoleros en cada pueblo, peleas en los salones delante de un whisky y una baraja de cartas quizá, robo de ganado, e incluso alguna escaramuza nocturna donde nadie sabe quien disparó a quien o que pistola mató a nadie. 
La leyenda se iba forjando poco a poco hasta el día de su muerte. El día en el que Pat Garrett dijo a sus ayudantes al salir de un callejón oscuro....creo que le he matado, creo que el maldito Billy El Niño está muerto. Si, ni siquiera su muerte se libra del mito. Algunos dicen que no murió y que siguió con vida muchos años más, ya que en ese negro callejón el cadáver que yacía en el suelo no era el de William. 
Billy buscaba liberar la ira que sentía hacia el injusto mundo, Pat reconocimiento por capturar al bandido más famoso del momento, los ciudadanos de a pie los 500$ de recompensa. Y yo, ¿qué busco?
Muchas veces me he hecho esa pregunta y siempre obtengo la misma respuesta. Busco un corazón. Uno que se acelere al acercarme, uno que bombee más rápido y fuerte si la mujer que lo posee esta junto a mi. También busco una mente despierta, que tenga curiosidad por las cosas que nos rodean, que se haga preguntas aunque no sepa las respuestas. Por supuesto ese corazón y esa mente deben estar acompañados de un alma muy pasional. Cada cosa que haga debe acometerla con una ilusión que sea contagiosa, con una alegría desbordante. Otra característica indispensable sería que tuviera una fuerte personalidad para hacerme frente cuando fuera necesario, en la peleas o discusiones del día a día o en las riñas domésticas. Es decir, alguien que sepa replicarme y que debata conmigo sus ideas. Por supuesto debe ser aventurera y cogerme de la mano y decir vamos allá Rubén, curioseemos. Sin ninguna duda debe gustarle viajar y pasear sin rumbo fijo, perdiendose entre la gente  y observando la vida alrededor. Soñadora y un poco cría, como yo, para así no hacerme sentir un bicho raro entre la multitud, sabiendo que a mi lado hay alguien que comparte mis anhelos. Y también, claro, una mujer que disfrute de cada pequeño detalle. Una caricia o un beso, una sonrisa o una mirada, un susurro en la cama o una conversación esperando el ascensor para bajar a la calle. 
¿Y cuando cierro los ojos todas estas características abstractas tienen una imagen física? De momento no. A lo largo de mi vida me han gustado toda clase de mujeres de distinto aspecto. Sin dudarlo, me tiene que llamar la atención pero no hay algo definido de antemano. Así que cuando sueño con ella por las noches veo una especie de figura emborronada a la que abrazo y amo con locura. Se podría decir que ella estaría en un cartel de se busca vacío, uno tal que así.....

                                   

Billy no tuvo fortuna en su venganza ya que le mataron antes de tiempo. Garrett acabó sus días arruinado y sin gloria alguna y nadie obtuvo los 500$ de recompensa por la muerte de William H. Bonney. ¿Tendré yo más suerte en mi búsqueda? ¿Seré premiado con el beneplácito de los dioses y me concederán lo que tanto deseo? 
Puede que alguien me tache de exigente e iluso pero, ¿es pedir demasiado ser amado?¿es imposible que exista esa persona que te ame por encima de todo y a la que corresponder con el amor más puro que tu corazón es capaz de dar?
Yo no lo creo, más aún, es lo que deberíamos conseguir todos algún día. Tendríamos que ser como Billy el niño y no cejar en nuestro intento de encontrar esa interrogación del cartel pese a todos los Pat Garrett del mundo que intentan decirnos que el ser humano puede ser feliz sin amar.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Una historia de amor

Rubén observaba el movimiento de un pajarito que revoloteaba entre las ramas de un árbol. Su mirada melancólica se posaba en el inquieto animalito que iba de un lado para otro. Estaba leyendo un manual sobre el cálculo de estructuras cuando se distrajo con el pequeño pájaro. Fuera se palpaba un ambiente húmedo, el cielo estaba teñido de un gris que de vez en cuando, entre nube y nube, dejaba pasar algún rayo de un sol otoñal. De pronto sintió que echaba de menos un abrazo, una sonrisa, una caricia.
Mirando a aquel gorrión por la ventana imaginó de pronto que era el protagonista de una de esas historias que tanto le gustaban, una de esas que ocurrían de vez en cuando y que con todas sus fuerzas deseaba que a él le pasara en algún momento de su vida. Veía como una chica se enamoraba perdidamente de él, como ella le miraba al sonreír o como le acariciaba la mano al sujetarla mientras paseaban. 
Aquel pensamiento pululaba desde hacía tiempo en su cabeza. El deseo de que sus sueños se hicieran realidad era tan grande que no podía disfrutar de un buen libro ni de una película en el cine, nada en el mundo le hacia feliz. Sólo lo estaría cuando a su lado se encontrara la mujer que el destino había elegido para él, esa que nació para besarle y amarle. Creía a pies juntillas que el amor llegaría puesto que no podría vivir sabiendo que estaría sólo eternamente. Así que cada noche se acostaba con esa idea en la mente, con la visión de una mujer que le besaba mientras le cogía la mano y le mordía suavemente su dedo al tiempo que reía y decía....Rubén, eres el amor de mi vida. Y él cerraba sus ojos y se dormía abrazado a su almohada, imaginando el olor de su pelo, el sabor de sus besos, el tacto de su suave piel.
Necesitaba pensar. Quería conducir y liberarse de la tensión de los últimos días. Así que cogió las llaves del coche y sin un rumbo fijo empezó a carretear. Relajado, escuchando música de flautas y violines junto a un piano, tomó una carretera que discurría rodeando un lago. Observaba el paisaje y las montañas lejanas. El lago se mantenía a su izquierda y el viento mecía sus aguas formando pequeñas ondas en la superficie. Tras unos kilómetros vió un coche parado en la orilla del laguito. De pronto al pasar junto a él escuchó unos gritos. Bajó el volumen de la música y claramente oyó como una voz pedía auxilio. Inmediatamente Rubén paró el coche y fue en busca del origen del grito. Y la vió. Una chica estaba metida en el agua agitando la manos. Poco a poco la chica se iba cada vez más al fondo y con un mirada de desesperación le dijo a Rubén, ayúdame por favor. Él se quedó parado unos instantes, esos ojos le habían llegado al alma. Y Rubén sintió un pinchazo en su corazón. Esa mirada le había enamorado, en unas milésimas de segundo se dió cuenta de que a ella le pertenecería su vida. 
Un grito de súplica le sacó de su ensimismamiento. Y al darse cuenta de que la chica se ahogaba Rubén se tiró al agua y nadó hasta ella. El lago parecía poco profundo a primera vista pero a la altura de la mujer él no hacia pie. Rápido se puso a pensar. No había tiempo que perder ya que parecía muy agotada por el esfuerzo y ahora tragaba agua y tosía expulsando la que entraba en sus pulmones. Miró hacia la orilla y vió una rama larga de un árbol que estaba cerca del lago. Volvió a toda prisa y quebró la rama lo suficiente para que llegara al agua. Nadando con toda su alma logró cogerla y llevarla junto a la chica. La rama era lo suficientemente grande como para sustentar el peso del cuerpo de ella. Pero un hecho poco afortunado acaeció en el momento en que Rubén conseguía que la mujer se agarrara a la rama. Le dió un pequeño tirón en la pierna, un dolor muy intenso que le agarrotó el músculo e hizo que dejara de agitarlas. No pudo reaccionar y el peso de las ropas mojadas le llevó al fondo mientras su mirada, fija en los ojos de ella, se perdía en las profundas aguas. A los pocos segundos había tragado el suficiente líquido como para quedar ahogado en el lecho de aquel tranquilo lago.
Rubén despertó súbitamente. Se encontraba en una cama enorme e increíblemente cómoda. Y recordó el terrible sueño que acababa de tener. ¡Qué real había sido todo! Se giró para incorporarse y entonces se dio cuenta. ¿Dónde estaba? Y justo en ese momento se percató de la presencia de un anciano a los pies de la cama. Un viejo de larga barba gris le saludó. Hola, soy San Pedro. Y has muerto. Bienvenido al cielo. Una pregunta le sobrevino enseguida. ¿Ella alcanzó la orilla? Pedro hizo un gesto afirmativo. Por eso estas aquí, por tu acto de valentía y salvar su vida. Un sentimiento de alivio se pudo ver en el rostro de Rubén para unos segundos después tornar a una tristeza infinita. Estaba muerto y jamás volvería a verla. 
Pasaron los años y se acostumbró a la vida en el cielo. Era muy sencillo todo. La gente simplemente era feliz. Desde luego era un bonito lugar para pasar toda la eternidad, sin maldad en las almas. Cada uno tenía un cometido y lo realizaba con una sonrisa en la cara. A Rubén le había sido encomendada la tarea de vigilar una parte de la tierra para pasar informes a San Pedro y que el tuviera toda la información a la hora de abrir las puertas del cielo a los posibles candidatos. Un día, de camino a la sala del visionado desde donde observaba a las cuatro o cinco personas de las que él era el responsable de informar, vio a una chica sentada en un banco de un parque cercano a su lugar de trabajo. Ella comía una magdalena enorme de chocolate. Pero eso no le llamó la atención a Rubén. Los ojos de la chica le hicieron retroceder muchos años y súbitamente recordó aquel día en el lago. Ella le había encontrado o el destino los había unido de nuevo en la inmensidad del cielo. 
Más años pasaron. Una mañana Rubén llegó a su casa y ella le saludó con una caricia en el brazo. Cariño, ha venido Pedro. Quiere hablar contigo. Él se figuró que querría el informe de alguien que acababa de morir. Necesitaba de sus notas para declinar la balanza hacia algún lado. Así que cogió la carpeta donde guardaba la delicada información y fue al despacho de San Pedro. Este estaba sentado en su majestuosa silla, rodeado de varios ángeles que le ayudaban en sus tareas. 
Rubén te he mandado buscar porque he de decirte algo importante. Algo que no te gustará pero que es inevitable porque así debe ser. Ella tiene que regresar. Su tiempo en el cielo ha concluido. Rubén, en estado de shock se postró de rodillas ante el guardián y suplicó. ¡Déjala aquí conmigo, por favor!
No puede ser Rubén, tu salvaste una vida y eres alguien especial en este lugar pero cada mortal, una vez cumplido su ciclo en el cielo, debe volver a la tierra. Sabías que era así. Rubén sintió un dolor espantoso. No podía creer que le arrebataran al amor de su vida. Y pensó en un trato. Pedro, llévame a mi también. Se que puedo quedarme aquí eternamente pero no quiero si no es con ella así que bajame a mi con ella. El poseedor de la llaves del cielo miró a Rubén pensativo. Muy bien chico, los dos volveréis el mismo día en lugares apartados del planeta. Si el día que cumpláis los 30 no os habéis enamorado jamás volverás a verla y tu alma bagará sin poder amar para el resto de la eternidad. Si crees que ella es tu amor verdadero nada tienes que temer. Si no es así nunca más podrás volver a amar a nadie. 
El día llegó y Rubén abrazó a la chica con un cariño como no se ha visto en la tierra. Y la besó con tanta dulzura que hasta los ángeles congregados en la ceremonia de reencarnación sintieron una pena infinita. A ella le caía una lágrima por la mejilla y él se la secó con la mano y la volvió a abrazar y en un susurro le dijo al oído. No te preocupes mi vida, nos volveremos a encontrar. Nuestro amor es eterno.
Tracy nació en el seno de una familia acomodada de Edimburgo. Desde siempre le había gustado la música y a los siete años sus padres la inscribieron en el conservatorio. Aprendió a tocar el violín con una maestría increíble que hizo que la aceptaran en la orquesta sinfónica de Londres. 
James era hijo de unos profesores de Nueva Delhi. Vivían sin muchos lujos pero no podían quejarse. Era un niño muy travieso y mal estudiante. A los doce años le expulsaron del colegio por pelearse con un compañero suyo y sus padres cansados de tan mal comportamiento hicieron algo drástico. Un día se llevaron a James a uno de los muchos barrios pobres de la ciudad. Por primera vez el chaval vió lo que era ese mundo tan cruel y desigual. Gente enferma a las puertas de las casas destartaladas, niños de cara sucia corriendo detrás de la gente mendigando unas rupias, mujeres limpiando sus prendas en barreños de agua más sucia que la propia ropa. Entonces el padre de James le dijo.....Jimmy, hijo mío, tu tienes mucha suerte. No la desaproveches. 
A partir de ese día James estudió como ningún otro niño de su colegio y se convirtió en abogado. Y entró a formar parte de una organización que defendía los derechos humanos. 
Tracy era la mejor violinista de toda la orquesta. Profesionalmente hablando había conseguido todo lo que deseaba, sin embargo por dentro no se sentía bien. Le faltaba algo en su vida. Y un buen día le dio la noticia a sus padres. Mamá, papá, dejo todo durante un par de años. Me voy a recorrer Europa. Lo necesito. Así que dejó su carrera como primera violinista de la orquesta y cogió el primer tren que salía de Londres. Recorrió ciudades de Alemania, Italia, Hungría....cuando ya no le quedó dinero tocaba en las plazas de los pueblos por unas monedas. 
A los pocos días de cumplir los 30 años se encontraba en Tours, una ciudad medieval en el centro de Francia. 
James estaba en un avión. Se dirigía a Nantes, a un congreso en el que se debatiría sobre la situación actual en Asia. Era el portavoz de la organización a la que se había unido recién salido de la facultad de derecho y se iba a encontrar en un entorno con gente importante. Si lograba hablar con pasión quizá pudiera lograr unos dólares para crear escuelas u hospitales. 
Al llegar a Nantes le llevaron al hotel. Estaba cansado pero era un chico curioso y jamás había salido de la India así que se dispuso a dar una vuelta. Además, era su 30 cumpleaños y quería tomar un delicioso crepe de chocolate para celebrarlo. 
Tracy llevaba una semana en Tours y decidió que era momento de moverse a otra ciudad. Fue a la estación de tren y escogió el primero que salía. Miró el letrero de todos los andenes y dijo....Nantes. Ese sería su destino para los próximos días. Al llegar buscó un hostal y dejo sus pocas pertenencias y salió a dar un paseo. Cogió su violín y fue a una zona peatonal, en una esquina cerca de la catedral se sentó y empezó a tocar. 
James paseaba tranquilamente, mirando las casas, escuchando a la gente hablar francés, observando el cielo que poco a poco se cubría de estrellas. Y al llegar a un cruce escucho música de un violín. Sonaba realmente bien y quiso acercarse. Un momento después la estaba mirando a los ojos, un escalofrío recorrió su espalda. El corazón empezó a latir de forma incontrolada.
Tracy, concentrada, tocaba el violín. Con la cabeza apoyada en el instrumento se movía acompasadamente. Sentía el ritmo dentro de ella. De pronto un giro de cabeza hizo que sus ojos se posaran en ese chico de tez oscura. Dejó de tocar. La gente que rodeaba a la chica se quedo extrañada pero ella no se fijó en ellos. No podía desviar la mirada de esos ojos. Y una lágrima le calló por la mejilla. James se acercó poco a poco, sin saber muy bien que sucedía. Y tras unos segundos mirándose el uno al otro se abrazaron. Y aunque en ese momento ellos no lo sabían, los corazones de ambos se habían reunido de nuevo. Sus almas estarían unidas para toda la eternidad. 

 

lunes, 23 de septiembre de 2013

Laoconte

Admiración. 
Ese sentimiento es el que me causa el arte. En todas sus variantes. Crear de la nada para mi supone el mayor reto de la mente humana. Mucha gente no entiende la pasión que encierra un cuadro, la dificultad de modelar un bloque de mármol, la absoluta soledad de un folio en blanco, el silencio de un hombre ante su piano antes de componer. 
El acto de dar vida algo que tienes en la mente es extremadamente complejo ya que la mayoría de los seres humanos hemos perdido eso que tanto deberíamos valorar. La imaginación. 
Hace un par de años una amiga me enseñaba desde la pantalla de su cámara de fotos sus creaciones. Pintora y escultora con una mente claramente visual, realizaba infinidad de cuadros desde el vacío absoluto. Con un simple alambre creaba algo bello, algo que sin duda salía de su corazón. Cada fotografía que veía me dejaba más alucinado si cabe. Boquiabierto, sólo preguntaba ¿eso lo has hecho tu? No por menosprecio por su valía sino porque me asombraba que alguien pudiera hacer algo así. Muchas veces la aconsejé que alquilara un local y expusiera todo ese material, la gente debería ver todo esto le decía. Ella, por falta de dinero y tiempo, no podía mostrar todo lo que tanto le había costado hacer. Talento desaprovechado. Mucho talento. 
Este tipo de personas me causan fascinación. Son la antítesis de la monotonía. Gente que plasma sus ideas sobre un papel o un lienzo. Escuchan notas musicales en su cerebro antes de escribir la partitura. Ven la forma que ha de tener una figura antes de tallarla en una piedra rectangular. 
Pero antes de crear hace falta algo. El germen de todo. Esa semilla que haga que florezca algo en terreno yermo. Y para eso se necesitan varias cosas. Pasión, corazón, imaginación, y por supuesto cierta capacidad para conseguir sacar eso de nuestra alma. No todo el mundo vale. No todos pueden crear, ahí radica lo excepcional de estas personas. 
Unos meses atrás veía la web de otra amiga. Una chica que conocía de mi infancia. Diseñadora de espacios y pintora por vocación porque su profesión es otra. Estuve un par de días leyendo y curioseando sus creaciones y volví a sorprenderme. Tiene una mente privilegiada, pensé. Seguramente se nace con ello pero hay que desarrollarlo, hay que potenciar ese don. Un profesor que tuve nos preguntó algo peculiar el primer día de clase, ¿vosotros empezasteis a andar pronto o gateasteis más? Cuando uno gatea mira hacia abajo, visión 2D. Cuando uno anda mira hacia el frente, visión en 3D.
Otra amiga, esta vez del instituto, me hizo sentir con sus creaciones. No sabía nada de ella desde hacía muchísimos años y al ver sus pinturas y dibujos, al observar lo que escribía y contaba me removió algo por dentro e hizo que quisiera saber más. Eso es el arte. Que lo que otro saca de su alma a ti te llegue, quizá no de la misma forma por aquello de las interpretaciones pero si que te haga pensar y que viendo un trazo o una cara los sentimientos te arrollen como una manada de búfalos en plena estampida. 
A final todo tiene que ver con los sentimientos, con los del artista que realiza la obra y los del que ve o escucha o se deleita con lo creado.
Y hoy escribo todo esto porque hace unos días conocí a otra persona que se dedica al arte. Una chica con una sensibilidad especial. Una mujer que sin duda me ha dejado pasmado porque siente las cosas de un modo muy pasional. Es alegría en estado puro, y eso lo transmite en su obra. Realmente contagia ese optimismo, esas ganas por vivir y ser curioso. Por querer saber que cosas increíbles te deparará el futuro. Y ayer ella me mandó un dibujo, y me emocioné. Cogió una hoja en blanco y su lápiz y, pensando en mi, pintó. Fue un regalo súper bonito. Y no se si leerá esto alguna vez pero esta mañana quería publicar mi admiración hacia la gente como ella. Creadores de sentimientos.
En Roma, en los Museos Vaticanos, cierto día de Agosto de hace unos años me encontraba de pie ante una escultura. Laoconte y sus hijos. No la conocía de antes, nunca oí hablar de este personaje. Pero me llamó tanto la atención, me causó tanta impresión, que estuve varios minutos admirando a ese hombre en cuyo cuerpo se enroscaba una serpiente. A ambos lados se encontraban sus hijos atacados por otra serpiente. La cara de él transmitía angustia, desesperación. Laoconte quería salvar a sus hijos pero no pudo y él mismo sucumbió ante las serpientes mandadas por los dioses. ¿Qué había hecho para sufrir ese castigo divino? Intentar evitar que el gigantesco caballo de madera entrara en la ciudad de Troya. Se inmiscuyó en las trifulcas de los dioses y le salió caro. 
Quizá no es la escultura más bonita que he visto ni la creación artística que más me ha hecho sentir pero es un claro ejemplo de lo que puede hacer un hombre. De un bloque de mármol, compacto y duro, creó vida. Durante dos mil años la gente se ha parado a admirar la expresión de Laoconte, el sufrimiento por la muerte de sus hijos. 
El arte nos hace estar vivos. Nos hace sentir, llorar y reír. Compartimos un poco de lo que sentía el creador al trabajar en su obra, y eso es lo maravilloso de esta gente. Transmiten amor u odio. Transmiten sentimientos y eso es tan complicado como crear vida. Más aún, la vida puede ser clonada pero la mirada de La Gioconda jamás podrá reproducirse. Sólo Da Vinci miraba esos ojos al pintar el retrato, sólo él contemplaba la sonrisa de Lisa Gherardini.