La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Una historia de amor

Rubén observaba el movimiento de un pajarito que revoloteaba entre las ramas de un árbol. Su mirada melancólica se posaba en el inquieto animalito que iba de un lado para otro. Estaba leyendo un manual sobre el cálculo de estructuras cuando se distrajo con el pequeño pájaro. Fuera se palpaba un ambiente húmedo, el cielo estaba teñido de un gris que de vez en cuando, entre nube y nube, dejaba pasar algún rayo de un sol otoñal. De pronto sintió que echaba de menos un abrazo, una sonrisa, una caricia.
Mirando a aquel gorrión por la ventana imaginó de pronto que era el protagonista de una de esas historias que tanto le gustaban, una de esas que ocurrían de vez en cuando y que con todas sus fuerzas deseaba que a él le pasara en algún momento de su vida. Veía como una chica se enamoraba perdidamente de él, como ella le miraba al sonreír o como le acariciaba la mano al sujetarla mientras paseaban. 
Aquel pensamiento pululaba desde hacía tiempo en su cabeza. El deseo de que sus sueños se hicieran realidad era tan grande que no podía disfrutar de un buen libro ni de una película en el cine, nada en el mundo le hacia feliz. Sólo lo estaría cuando a su lado se encontrara la mujer que el destino había elegido para él, esa que nació para besarle y amarle. Creía a pies juntillas que el amor llegaría puesto que no podría vivir sabiendo que estaría sólo eternamente. Así que cada noche se acostaba con esa idea en la mente, con la visión de una mujer que le besaba mientras le cogía la mano y le mordía suavemente su dedo al tiempo que reía y decía....Rubén, eres el amor de mi vida. Y él cerraba sus ojos y se dormía abrazado a su almohada, imaginando el olor de su pelo, el sabor de sus besos, el tacto de su suave piel.
Necesitaba pensar. Quería conducir y liberarse de la tensión de los últimos días. Así que cogió las llaves del coche y sin un rumbo fijo empezó a carretear. Relajado, escuchando música de flautas y violines junto a un piano, tomó una carretera que discurría rodeando un lago. Observaba el paisaje y las montañas lejanas. El lago se mantenía a su izquierda y el viento mecía sus aguas formando pequeñas ondas en la superficie. Tras unos kilómetros vió un coche parado en la orilla del laguito. De pronto al pasar junto a él escuchó unos gritos. Bajó el volumen de la música y claramente oyó como una voz pedía auxilio. Inmediatamente Rubén paró el coche y fue en busca del origen del grito. Y la vió. Una chica estaba metida en el agua agitando la manos. Poco a poco la chica se iba cada vez más al fondo y con un mirada de desesperación le dijo a Rubén, ayúdame por favor. Él se quedó parado unos instantes, esos ojos le habían llegado al alma. Y Rubén sintió un pinchazo en su corazón. Esa mirada le había enamorado, en unas milésimas de segundo se dió cuenta de que a ella le pertenecería su vida. 
Un grito de súplica le sacó de su ensimismamiento. Y al darse cuenta de que la chica se ahogaba Rubén se tiró al agua y nadó hasta ella. El lago parecía poco profundo a primera vista pero a la altura de la mujer él no hacia pie. Rápido se puso a pensar. No había tiempo que perder ya que parecía muy agotada por el esfuerzo y ahora tragaba agua y tosía expulsando la que entraba en sus pulmones. Miró hacia la orilla y vió una rama larga de un árbol que estaba cerca del lago. Volvió a toda prisa y quebró la rama lo suficiente para que llegara al agua. Nadando con toda su alma logró cogerla y llevarla junto a la chica. La rama era lo suficientemente grande como para sustentar el peso del cuerpo de ella. Pero un hecho poco afortunado acaeció en el momento en que Rubén conseguía que la mujer se agarrara a la rama. Le dió un pequeño tirón en la pierna, un dolor muy intenso que le agarrotó el músculo e hizo que dejara de agitarlas. No pudo reaccionar y el peso de las ropas mojadas le llevó al fondo mientras su mirada, fija en los ojos de ella, se perdía en las profundas aguas. A los pocos segundos había tragado el suficiente líquido como para quedar ahogado en el lecho de aquel tranquilo lago.
Rubén despertó súbitamente. Se encontraba en una cama enorme e increíblemente cómoda. Y recordó el terrible sueño que acababa de tener. ¡Qué real había sido todo! Se giró para incorporarse y entonces se dio cuenta. ¿Dónde estaba? Y justo en ese momento se percató de la presencia de un anciano a los pies de la cama. Un viejo de larga barba gris le saludó. Hola, soy San Pedro. Y has muerto. Bienvenido al cielo. Una pregunta le sobrevino enseguida. ¿Ella alcanzó la orilla? Pedro hizo un gesto afirmativo. Por eso estas aquí, por tu acto de valentía y salvar su vida. Un sentimiento de alivio se pudo ver en el rostro de Rubén para unos segundos después tornar a una tristeza infinita. Estaba muerto y jamás volvería a verla. 
Pasaron los años y se acostumbró a la vida en el cielo. Era muy sencillo todo. La gente simplemente era feliz. Desde luego era un bonito lugar para pasar toda la eternidad, sin maldad en las almas. Cada uno tenía un cometido y lo realizaba con una sonrisa en la cara. A Rubén le había sido encomendada la tarea de vigilar una parte de la tierra para pasar informes a San Pedro y que el tuviera toda la información a la hora de abrir las puertas del cielo a los posibles candidatos. Un día, de camino a la sala del visionado desde donde observaba a las cuatro o cinco personas de las que él era el responsable de informar, vio a una chica sentada en un banco de un parque cercano a su lugar de trabajo. Ella comía una magdalena enorme de chocolate. Pero eso no le llamó la atención a Rubén. Los ojos de la chica le hicieron retroceder muchos años y súbitamente recordó aquel día en el lago. Ella le había encontrado o el destino los había unido de nuevo en la inmensidad del cielo. 
Más años pasaron. Una mañana Rubén llegó a su casa y ella le saludó con una caricia en el brazo. Cariño, ha venido Pedro. Quiere hablar contigo. Él se figuró que querría el informe de alguien que acababa de morir. Necesitaba de sus notas para declinar la balanza hacia algún lado. Así que cogió la carpeta donde guardaba la delicada información y fue al despacho de San Pedro. Este estaba sentado en su majestuosa silla, rodeado de varios ángeles que le ayudaban en sus tareas. 
Rubén te he mandado buscar porque he de decirte algo importante. Algo que no te gustará pero que es inevitable porque así debe ser. Ella tiene que regresar. Su tiempo en el cielo ha concluido. Rubén, en estado de shock se postró de rodillas ante el guardián y suplicó. ¡Déjala aquí conmigo, por favor!
No puede ser Rubén, tu salvaste una vida y eres alguien especial en este lugar pero cada mortal, una vez cumplido su ciclo en el cielo, debe volver a la tierra. Sabías que era así. Rubén sintió un dolor espantoso. No podía creer que le arrebataran al amor de su vida. Y pensó en un trato. Pedro, llévame a mi también. Se que puedo quedarme aquí eternamente pero no quiero si no es con ella así que bajame a mi con ella. El poseedor de la llaves del cielo miró a Rubén pensativo. Muy bien chico, los dos volveréis el mismo día en lugares apartados del planeta. Si el día que cumpláis los 30 no os habéis enamorado jamás volverás a verla y tu alma bagará sin poder amar para el resto de la eternidad. Si crees que ella es tu amor verdadero nada tienes que temer. Si no es así nunca más podrás volver a amar a nadie. 
El día llegó y Rubén abrazó a la chica con un cariño como no se ha visto en la tierra. Y la besó con tanta dulzura que hasta los ángeles congregados en la ceremonia de reencarnación sintieron una pena infinita. A ella le caía una lágrima por la mejilla y él se la secó con la mano y la volvió a abrazar y en un susurro le dijo al oído. No te preocupes mi vida, nos volveremos a encontrar. Nuestro amor es eterno.
Tracy nació en el seno de una familia acomodada de Edimburgo. Desde siempre le había gustado la música y a los siete años sus padres la inscribieron en el conservatorio. Aprendió a tocar el violín con una maestría increíble que hizo que la aceptaran en la orquesta sinfónica de Londres. 
James era hijo de unos profesores de Nueva Delhi. Vivían sin muchos lujos pero no podían quejarse. Era un niño muy travieso y mal estudiante. A los doce años le expulsaron del colegio por pelearse con un compañero suyo y sus padres cansados de tan mal comportamiento hicieron algo drástico. Un día se llevaron a James a uno de los muchos barrios pobres de la ciudad. Por primera vez el chaval vió lo que era ese mundo tan cruel y desigual. Gente enferma a las puertas de las casas destartaladas, niños de cara sucia corriendo detrás de la gente mendigando unas rupias, mujeres limpiando sus prendas en barreños de agua más sucia que la propia ropa. Entonces el padre de James le dijo.....Jimmy, hijo mío, tu tienes mucha suerte. No la desaproveches. 
A partir de ese día James estudió como ningún otro niño de su colegio y se convirtió en abogado. Y entró a formar parte de una organización que defendía los derechos humanos. 
Tracy era la mejor violinista de toda la orquesta. Profesionalmente hablando había conseguido todo lo que deseaba, sin embargo por dentro no se sentía bien. Le faltaba algo en su vida. Y un buen día le dio la noticia a sus padres. Mamá, papá, dejo todo durante un par de años. Me voy a recorrer Europa. Lo necesito. Así que dejó su carrera como primera violinista de la orquesta y cogió el primer tren que salía de Londres. Recorrió ciudades de Alemania, Italia, Hungría....cuando ya no le quedó dinero tocaba en las plazas de los pueblos por unas monedas. 
A los pocos días de cumplir los 30 años se encontraba en Tours, una ciudad medieval en el centro de Francia. 
James estaba en un avión. Se dirigía a Nantes, a un congreso en el que se debatiría sobre la situación actual en Asia. Era el portavoz de la organización a la que se había unido recién salido de la facultad de derecho y se iba a encontrar en un entorno con gente importante. Si lograba hablar con pasión quizá pudiera lograr unos dólares para crear escuelas u hospitales. 
Al llegar a Nantes le llevaron al hotel. Estaba cansado pero era un chico curioso y jamás había salido de la India así que se dispuso a dar una vuelta. Además, era su 30 cumpleaños y quería tomar un delicioso crepe de chocolate para celebrarlo. 
Tracy llevaba una semana en Tours y decidió que era momento de moverse a otra ciudad. Fue a la estación de tren y escogió el primero que salía. Miró el letrero de todos los andenes y dijo....Nantes. Ese sería su destino para los próximos días. Al llegar buscó un hostal y dejo sus pocas pertenencias y salió a dar un paseo. Cogió su violín y fue a una zona peatonal, en una esquina cerca de la catedral se sentó y empezó a tocar. 
James paseaba tranquilamente, mirando las casas, escuchando a la gente hablar francés, observando el cielo que poco a poco se cubría de estrellas. Y al llegar a un cruce escucho música de un violín. Sonaba realmente bien y quiso acercarse. Un momento después la estaba mirando a los ojos, un escalofrío recorrió su espalda. El corazón empezó a latir de forma incontrolada.
Tracy, concentrada, tocaba el violín. Con la cabeza apoyada en el instrumento se movía acompasadamente. Sentía el ritmo dentro de ella. De pronto un giro de cabeza hizo que sus ojos se posaran en ese chico de tez oscura. Dejó de tocar. La gente que rodeaba a la chica se quedo extrañada pero ella no se fijó en ellos. No podía desviar la mirada de esos ojos. Y una lágrima le calló por la mejilla. James se acercó poco a poco, sin saber muy bien que sucedía. Y tras unos segundos mirándose el uno al otro se abrazaron. Y aunque en ese momento ellos no lo sabían, los corazones de ambos se habían reunido de nuevo. Sus almas estarían unidas para toda la eternidad. 

 

lunes, 23 de septiembre de 2013

Laoconte

Admiración. 
Ese sentimiento es el que me causa el arte. En todas sus variantes. Crear de la nada para mi supone el mayor reto de la mente humana. Mucha gente no entiende la pasión que encierra un cuadro, la dificultad de modelar un bloque de mármol, la absoluta soledad de un folio en blanco, el silencio de un hombre ante su piano antes de componer. 
El acto de dar vida algo que tienes en la mente es extremadamente complejo ya que la mayoría de los seres humanos hemos perdido eso que tanto deberíamos valorar. La imaginación. 
Hace un par de años una amiga me enseñaba desde la pantalla de su cámara de fotos sus creaciones. Pintora y escultora con una mente claramente visual, realizaba infinidad de cuadros desde el vacío absoluto. Con un simple alambre creaba algo bello, algo que sin duda salía de su corazón. Cada fotografía que veía me dejaba más alucinado si cabe. Boquiabierto, sólo preguntaba ¿eso lo has hecho tu? No por menosprecio por su valía sino porque me asombraba que alguien pudiera hacer algo así. Muchas veces la aconsejé que alquilara un local y expusiera todo ese material, la gente debería ver todo esto le decía. Ella, por falta de dinero y tiempo, no podía mostrar todo lo que tanto le había costado hacer. Talento desaprovechado. Mucho talento. 
Este tipo de personas me causan fascinación. Son la antítesis de la monotonía. Gente que plasma sus ideas sobre un papel o un lienzo. Escuchan notas musicales en su cerebro antes de escribir la partitura. Ven la forma que ha de tener una figura antes de tallarla en una piedra rectangular. 
Pero antes de crear hace falta algo. El germen de todo. Esa semilla que haga que florezca algo en terreno yermo. Y para eso se necesitan varias cosas. Pasión, corazón, imaginación, y por supuesto cierta capacidad para conseguir sacar eso de nuestra alma. No todo el mundo vale. No todos pueden crear, ahí radica lo excepcional de estas personas. 
Unos meses atrás veía la web de otra amiga. Una chica que conocía de mi infancia. Diseñadora de espacios y pintora por vocación porque su profesión es otra. Estuve un par de días leyendo y curioseando sus creaciones y volví a sorprenderme. Tiene una mente privilegiada, pensé. Seguramente se nace con ello pero hay que desarrollarlo, hay que potenciar ese don. Un profesor que tuve nos preguntó algo peculiar el primer día de clase, ¿vosotros empezasteis a andar pronto o gateasteis más? Cuando uno gatea mira hacia abajo, visión 2D. Cuando uno anda mira hacia el frente, visión en 3D.
Otra amiga, esta vez del instituto, me hizo sentir con sus creaciones. No sabía nada de ella desde hacía muchísimos años y al ver sus pinturas y dibujos, al observar lo que escribía y contaba me removió algo por dentro e hizo que quisiera saber más. Eso es el arte. Que lo que otro saca de su alma a ti te llegue, quizá no de la misma forma por aquello de las interpretaciones pero si que te haga pensar y que viendo un trazo o una cara los sentimientos te arrollen como una manada de búfalos en plena estampida. 
A final todo tiene que ver con los sentimientos, con los del artista que realiza la obra y los del que ve o escucha o se deleita con lo creado.
Y hoy escribo todo esto porque hace unos días conocí a otra persona que se dedica al arte. Una chica con una sensibilidad especial. Una mujer que sin duda me ha dejado pasmado porque siente las cosas de un modo muy pasional. Es alegría en estado puro, y eso lo transmite en su obra. Realmente contagia ese optimismo, esas ganas por vivir y ser curioso. Por querer saber que cosas increíbles te deparará el futuro. Y ayer ella me mandó un dibujo, y me emocioné. Cogió una hoja en blanco y su lápiz y, pensando en mi, pintó. Fue un regalo súper bonito. Y no se si leerá esto alguna vez pero esta mañana quería publicar mi admiración hacia la gente como ella. Creadores de sentimientos.
En Roma, en los Museos Vaticanos, cierto día de Agosto de hace unos años me encontraba de pie ante una escultura. Laoconte y sus hijos. No la conocía de antes, nunca oí hablar de este personaje. Pero me llamó tanto la atención, me causó tanta impresión, que estuve varios minutos admirando a ese hombre en cuyo cuerpo se enroscaba una serpiente. A ambos lados se encontraban sus hijos atacados por otra serpiente. La cara de él transmitía angustia, desesperación. Laoconte quería salvar a sus hijos pero no pudo y él mismo sucumbió ante las serpientes mandadas por los dioses. ¿Qué había hecho para sufrir ese castigo divino? Intentar evitar que el gigantesco caballo de madera entrara en la ciudad de Troya. Se inmiscuyó en las trifulcas de los dioses y le salió caro. 
Quizá no es la escultura más bonita que he visto ni la creación artística que más me ha hecho sentir pero es un claro ejemplo de lo que puede hacer un hombre. De un bloque de mármol, compacto y duro, creó vida. Durante dos mil años la gente se ha parado a admirar la expresión de Laoconte, el sufrimiento por la muerte de sus hijos. 
El arte nos hace estar vivos. Nos hace sentir, llorar y reír. Compartimos un poco de lo que sentía el creador al trabajar en su obra, y eso es lo maravilloso de esta gente. Transmiten amor u odio. Transmiten sentimientos y eso es tan complicado como crear vida. Más aún, la vida puede ser clonada pero la mirada de La Gioconda jamás podrá reproducirse. Sólo Da Vinci miraba esos ojos al pintar el retrato, sólo él contemplaba la sonrisa de Lisa Gherardini.



viernes, 20 de septiembre de 2013

Madame Bovary

Aeropuerto internacional de McCarran. Me encontraba en la terminal de Delta Airlines sentado en las butacas enfrente de la puerta de embarque. Mi nerviosismo iba en aumento, no paraba de moverme sin encontrar una postura claramente cómoda. Decidí levantarme y dar una vuelta por los alrededores para echar un último vistazo a Las Vegas. Me acerqué al inmenso ventanal y observé las montañas lejanas. El desierto, que engullía a esta ciudad tan extraña y atrayente, hizo que mi embotada mente volara durante unos segundos por paisajes arenosos, desolados, polvorientos. Con un movimiento de la cabeza y el sonido de un premio en la tragaperras de al lado desperté de esa  ensoñación. Empecé a andar. Vi gente mirando sus billetes, comprobando que ese era el lugar que buscaban. Alguno que con su café en la mano se dirigía al servicio antes de subir al avión. Un grupo de italianos que aprovechando los últimos dólares pagaban unas camisetas mientras el dependiente, con mirada cansada, esperaba a que contaran céntimo a céntimo el dinero que encima del mostrador habían soltado. Caras tristes y apagadas, o eso me lo parecía a mi. Quizá porque quería que estuvieran como yo, con el mismo ánimo, para por lo menos decir que no era el único que se volvía. Mal de muchos....
Sin un rumbo fijo me topé con la tienda de las revistas y libros. Entré no porque fuera a comprar algo sino para matar el tiempo hasta que por el altavoz del aeropuerto dijeran que me tocaba embarcar.  Ojeé alguna revista de coches, mirando las fotos, leyendo algún que otro titular. Vi alguna portada de los periódicos locales. Y al llegar a la sección de libros curioseé que tipo de lectura les gustaba a los americanos o que es lo que más se vendía por esos lugares. Y un hecho me llamo la atención, en esos estantes vi un libro que no esperaría ver entre los más vendidos en una tienda de aeropuerto. Puede que algún francés curioso lo hubiera dejado ahí por equivocación, con prisas porque su avión daba el último aviso. Puede que fuera cierto que estaba entre los 20 libros más vendidos, quien sabe. El caso es que entre libros de autoayuda, libros de conspiraciones varias, y alguna novela histórica, allí se encontraba una edición de Madame Bovary. 
Hace unos años paseaba por la ribera del Sena, viendo pasar los barcos turísticos por sus verdes aguas. Estaba en la zona de los puestos de libros viejos, de carteles de cabarets de otro siglo como le chat noir, el gato negro, de postales de un París antiguo y bohemio. Ya cerraban. Muchos libreros ya ponían sus candados y se iban a sus casas con los euros de los turistas en los bolsillos. Algún tendero más sonriente que otro porque el día se le había dado mejor. Casi llegando al final, entre un puesto y otro me paré a hacer una fotografía del río con el atardecer y la estampa de Notre Dame de fondo. Me pareció precioso, los árboles, el río, los arbotantes de la catedral, la cúpula. En definitiva, París en estado puro. La esencia de esa ciudad evocadora, romántica y sin lugar a dudas con una luz especial. Pues, como digo, me acerqué al murete de piedra entre un puesto y otro. Saqué la cámara de fotos del bolsillo y al apoyarme para tomar un mejor ángulo de toda la ciudad vi un libro olvidado en el muro. Miré alrededor para dárselo al librero pero ya no había nadie. Todo estaba cerrado. Me encogí de hombros y me fijé en el libro. Hojas amarillentas, algunas dobladas en sus esquinas. La portada rajada un poco por abajo y manchada con un cerco redondo, como dejado por un vaso al apoyarlo encima de él. Había un dibujo de una mujer con vestido de época y sombrero enorme y en grandes letras el título. Madame Bovary. Dejé el libro donde lo encontré, hice la foto y seguí paseando por esa maravillosa ciudad sin pensar más en ese hecho hasta el día de hoy.
Esta mañana iba en el autobus con los auriculares puestos escuchando música, como cada mañana. Desde hace un par de semanas veo a una chica que se sube en una de las últimas paradas. Una mujer preciosa. Rubia, pelo largo y liso. Cuerpo increíble y lo que más me llama la atención de ella, mirada inquietante. No es una mirada dulce, ni una mirada dura. No es una mirada somnolienta, ni triste, ni alegre. No es una mirada que transmita calor ni frío. Sus ojos son preciosos pero la mirada no deja traslucir ningún sentimiento. Podría decir que es una mirada vacía pero tampoco sería la definición correcta. Desde hace un par de semanas subo al autobus rezando para que nadie se siente a mi lado hasta que estemos en su parada. Imposible que mi súplica se cumpla. A esas horas raro es el día que no va lleno. Pero hoy ha sido un día especial. No, no se ha sentado a mi lado. Pero han ocurrido un par de cosas extrañas. La primera es que al subir hoy, ella llevaba un libro en la mano. Una pequeña edición de Madame Bovary. Y este detalle ha hecho que durante todo el trayecto piense en ese libro. Y recuerde. La segunda y más increíble es que al bajar del autobus ambos nos hemos cruzado y su mirada se ha posado en mi durante unos segundos. Y lo que me parecía una mirada inquietante desde la distancia se ha transformado en una mirada arrolladora. Mi corazón ha latido con fuerza. Mis ojos, durante un instante, se han encontrado con los suyos y ha sido una experiencia demoledoramente sensual. Su mirada tenía tanta fuerza que no he podido evitarlo, al final he acabado desviando la mia. Todo ha ocurrido rápido, sin pausa, pero para mi han sido momentos intensos, terriblemente vibrantes. 
Y con esa energía pasando de su mirada a la mía me ha dejado bajando las escaleras del autobus. Y la he visto desaparecer en los tornos del metro. Medio tonto, me he quedado parado un rato reteniendo en mi mente ese breve instante. Pensando en Madame Bovary, en París, en un aeropuerto lejano y en las casualidades de la vida.
Hechos extraños a parte, lo cierto es que me acabo de bajar una versión de la novela de Gustave Flaubert en el ipad y creo que esta tarde empezaré a leérmela. Así, si alguna vez esta chica se sienta a mi lado, podré hablarla del libro y de como me ha perseguido hasta el momento de encontrarme con su enigmática mirada. 


miércoles, 11 de septiembre de 2013

Día gris, lluvioso, melancólico.....romántico

Hoy es un día gris en Madrid. Uno de esos días en los que apetece abrazar a alguien mirando las nubes algodonosas y de preciosos tonos, un día en el que besar a la mujer que amas escuchando el sonido de la lluvia golpear el cristal de la ventana, un día para bajar a la calle sin paraguas y dejar que el agua moje tu cara, un día para soñar que se es feliz con una persona que te ama por encima de todas las cosas. 
Si, hoy es uno de esos días. 
La imaginación hace que al cerrar los ojos mientras voy en el autobús sueñe con todos esos pequeños detalles, cosas insignificantes que hacen que mi piel desee una caricia, un susurro en mi oído. Rubén, te amo. 
Mientras veo pasar gente a mi lado descubro que todo eso desaparece al abrir los ojos, así que los vuelvo a cerrar. Vuelvo al mundo de la fantasía, me sumerjo entre imagenes lejanas e irreales.
Mi mente me lleva hasta un café en París. Una mesa redonda de madera al lado de un ventanal amplio. En la calle se ven las primeras hojas caídas en el suelo por efecto del otoño que comienza. Revolotean movidas por un suave viento, una danza hipnótica. Un camarero se acerca sigilosamente y me pregunta que deseo tomar. Absorto y con la mirada perdida pido un café. Sólo tengo ojos para ella. La veo por la calle, caminando hacia la puerta. Suéter y vaqueros. Melena al viento. Los tonos grisáceos del cielo iluminan su figura. Ensalzan su belleza y hacen que me enamore más aún si cabe de esa mujer. Entra y se sienta a mi lado. Le acaricio la pierna mientras hablamos. Mi mirada se centra en sus ojos, en sus pómulos, en sus labios que se mueven dulcemente. E interrumpiendola abruptamente le suelto un te amo. Ella sonríe y en un café de París, en el barrio de Saint Germain des Prés, me dice yo también te amo cielo. Y entonces el que sonríe soy yo. Sueño que soy el hombre más feliz del planeta. 
El gris es un color que te envuelve el alma en melancolía. Te hace volar por sitios recónditos y que asustan al darte cuenta que todo es pura invención. 
Sigo en el autobús, y apenas abro los ojos para ver donde me encuentro. Por el cristal veo árboles, veo un pequeño bosquecito. 
Y me abandono de nuevo al mundo onírico. Al mundo en el que sueño con ser feliz. 
Estoy en un bosque lleno de colores. Verdes oscuros, todo tipo de marrones, rojos apagados que se confunden en la lejanía. A mi lado camina una chica que irradia magnetismo. Su cuerpo sensual se mueve entre la hojarasca caída de los cada vez menos frondosos árboles. Botas y cazadora a juego, pantalón ajustado y si, una melena que no hago más que ver moverse ante su cara. Precioso rostro con mirada cariñosa, en sus ojos hay bondad, amabilidad. Su sonrisa me reconforta y le agarro fuertemente la mano. Símbolo de protección ante el bosque desconocido y misterioso. Viviendo la aventura juntos, sin separarnos ni un instante, curioseamos y observamos la naturaleza. Escucho su respiración, aspirando ese aire puro y los aromas propios del monte. De pronto miramos hacia arriba. El cielo encapotado y gris amenaza lluvia. Al desviar la mirada del camino para subirla hacia las nubes me fijo en ella. Y deseo robarle un beso. Y sueño que lo hago. Apoyados en el tronco de un árbol centenario nuestros labios se juntan, con ambas manos acaricio su cara y la beso como si la lluvia que empieza a caer no nos mojara. No hay nada más en el mundo que ese beso. Nada existe más que ella y yo. Y bajo la protección de ese árbol nos sentamos, y sin poder dejar de mirarla ni un instante la abrazo, llevo su cabeza contra mi pecho y huelo su pelo mojado. Y la digo que me encantaría que ese olor me despertara cada mañana de mi vida al darme los buenos días. 
Los grises hacen que mi lado romántico salga. Que aflore mi deseo de encontrar a esa mujer. De perderme en su abrazo. Y hoy en el autobús lo he comprobado. 
Llegando casi a mi destino he dejado que una última visión me acompañe en el tramo final. Una imagen un poco borrosa, como si la lluvia no me dejara ver claramente. Es algo con lo que llevo soñando unos meses y que hoy ha martilleado mi corazón con fuerza. Es la visión de ella, de mi amor aún sin encontrar. Ella esta en algún sitio pensando en mi, soñando con mis ojos, deseando mis caricias. Se que esta ahí, hoy quiero pensar que sí, que es cierto. En un día gris y plomizo en Madrid cierro los ojos y con todas mis fuerzas la llamo, la siento, la pienso.  
Y hace un rato, con el agua resbalando por mi cara, me he dicho ¡qué maravilloso sería pasear bajo la lluvia sujetando su mano!

sábado, 7 de septiembre de 2013

Mujeres

No hay nada más bonito en el mundo que una mujer.
¿A qué viene esto hoy? Simplemente porque moriría si no pudiera contemplar, de vez en cuando, la belleza de unos ojos femeninos que me observan y sentir la mirada de un ser sublime, de alguien creado para hacer pecar al hombre. 
Eva vino para tentar a Adán. Y lo entiendo. ¿Cómo resistirse a tocar y acariciar, a sentir y oler, a mirar y soñar? Difícil, muy difícil. 
A lo largo de la historia los hombres han luchado por el amor de una mujer. Batallas y guerras empezadas por obtener el favor de una dama. Duelos a la luz de la luna. Peleas en bares. Amistades que se rompieron. Existen miles de ejemplos en los que los hombres, en algún momento de su vida, se volvieron locos por una mujer. 
¿Pero qué tienen?¿Qué hace que en su presencia nos olvidemos de todo?
Muchas teorías se han escrito al respecto pero yo daré mi opinión. 
Para mi, lo que me deja embelesado y tonto es su delicadeza. 
Me parecen frágiles envoltorios de un espíritu totalmente distinto al de los hombres. Cuando miro a una mujer me entran ganas de cuidarla, abrazarla, protegerla, y sin ninguna duda de meterme dentro de ella. No, no penséis mal. No hablo de sexo ahora. Cuando digo lo de meterme dentro de ella es algo más filosófico. Saber que piensa, que siente, que ve. 
A mi ex le hacia mucho esa pregunta. ¿Qué sientes? Yo siempre le decía que me encantaría estar dentro de su piel, ser ella y saber y pensar lo que en ese momento le cruzara la mente. Me pasaba horas enteras intentando vislumbrar que pasaba por su cabeza cuando la cogía de la mano o que sentía si de pronto iba a la cocina y le acariciaba el culo mientras preparaba la cena. 
El cerebro femenino funciona de distinta manera, es más complejo. Bastante más que el de un hombre. Sus pensamientos van por caminos distintos a los nuestros. Encuentran razonamientos donde nosotros sólo vemos frases inconexas. Ellas van un paso por delante. 
Mentalmente creo que son más poderosas. Más listas e inteligentes. Más audaces. 
Si a eso le unimos el influjo que tienen sobre nosotros las hacen realmente gobernadoras del mundo. 
Ante esto cualquier hombre nada puede hacer. Toda mujer, por poco agraciada que sea, tiene algo excepcional. Unas manos, una piel suave, un pelo que dan ganas de oler, unas orejas a las que deseas acercarte y susurrar su nombre, un brazo al que aferrarte, un culo al que mordisquear en una aburrida tarde, unas piernas que admirar mientras caminan hacia ti, un sonrisa que hace que pienses que han abierto las puertas del cielo y un ángel esta delante tuyo.
Mejor mente, más evolucionada, y cuerpo diseñado para tentarnos. Pero no todo queda ahí.
Su forma de decir lo que piensan, la forma en la que expresan sus ideas y convicciones es única. Podría pasarme días enteros escuchándolas. Debatiendo y hablando. Su manera de ver el mundo es muy interesante. Las mujeres sienten de distinta forma lo que nos rodea y me encanta escuchar ese punto de vista. Adoro mirar a una chica mientras habla. Admirar los gestos. Observar sus manos, a veces acompañando firmemente sus opiniones otras moviéndose nerviosamente alrededor del pelo. 
Y quizá lo más agradable de la conversación, escuchar su voz. El sonido de las palabras es mucho más musical en los labios de una mujer. Más sensual sin duda. Le entonación es algo importante en los diálogos y ellas lo bordan. Los hombres hablamos más monótonos y simples, ellas son más dulces y tienen muchos más registros sonoros.
Y todo esto ellas lo saben. Tienen perfecto conocimiento de ello. Saben que haríamos cualquier cosa por ellas. Por un beso o una mirada moriríamos. Por tenerla eternamente mataríamos. Así ha sido desde el comienzo de los tiempos y así seguirá siendo hasta que el sol se extinga. La mujer es la creación más bella del universo. Ángeles en un mundo terrenal. Seres únicos y maravillosos.
Y son la verdadera razón por la que el hombre vive y respira, para amarlas.





miércoles, 4 de septiembre de 2013

Rockabilly

Vivir rápido, morir joven y dejar un bonito cadáver. 
Esta mítica frase es del rebelde por excelencia, James Dean, y es una de las definiciones de lo que es la filosofía del Rockabilly. Una actitud ante la vida, una forma de ser y comportarse.
¿Soy un Rockabilly?
Para responder esta pregunta contaré una pequeña historia.
Hace muchos años, cuando aún no había salido del instituto, había alguien a quien quería parecerme. Con 16 años, más o menos, tenía en mi poder una cinta de video y era mi bien más preciado. En la carátula se podía leer, Aloha from Hawaii. Si, en mis manos estaba posiblemente el mejor concierto de Elvis de todos los tiempos.
Más joven aún ya tenía un cassette de sus grandes éxitos. Escuchado hasta la saciedad, tarareaba esos ritmos increíbles e incluso cantaba algún estribillo que otro. Canciones que hablaban de un modo de ver la vida, de amores y desamores, de romanticismo, de vivir el momento y disfrutar cada segundo. 
De chaval estaba alucinado por esa música, y por lo que intuía que decían esas canciones. Pero no fue hasta ver ese concierto cuando me di cuenta de que Elvis Presley era alguien muy especial y que quería ser como él. Como los personajes de sus canciones, como los protagonistas de esas letras tan pegadizas. 
Deseaba ser un chico que luchara por lo que creía que era lo correcto, rebelandome ante cualquiera que dijera lo contrario. Quería ser romántico para que las chicas cayeran rendidas ante mi. Soñaba con tener el magnetismo que Elvis poseía con las mujeres, una atracción sensual y sexual. 
Mi ilusión era enamorarme y contar y cantar que estaba enamorado. Decir lo tonto que era por quedar prendido de la mujer equivocada. Gritar a los cuatro vientos cuales eran mi ideales, por los que yo me guiaba y en los que creía. 
Elvis era mi ídolo. Sin ninguna duda quería ser como él. 
En los años 50 apareció un estilo de música distinto, una variante del Rock and Roll. Y con esos ritmos surgieron grupos que vivían según esa filosofía. Se reunian en bares, los honky-tonks, donde la música en directo amenizaba las charlas y con un float en la mesa y una hamburguesa en las manos hablaban sobre amores, vivir a tope y disfrutar cada instante como si fuera el último. 
Jóvenes que querían huir de la realidad que les había tocado vivir y soñaban con un mundo distinto. El greaser contra el conservador. Dos modos de ver la vida. 
El greaser, con su pelo engominado y mirada desafiante, adoraba la música Rockabilly. Escuchaban a Eddie Cochran, Elvis, Johnny Cash, Buddy Holly. Y en esa estética situamos a James Dean, en ese estilo de vida con el que comenzaba hoy. 
Y volviendo a la pregunta que me hacia unas líneas más arriba debo contestar que aún no lo soy. Pero  que me encantaría. Soy rebelde, romántico, creo en el amor y he tenido desamores. Intento disfrutar del presente sin que el futuro me condicione. Me gusta la estética del Rockabilly, aunque no lleve tupé y gomina, y creo en sus ideales. Pero me falta algo. Atreverme a vivir rápido, sin miedo. Y, por supuesto, dejar un bonito cadáver. 



domingo, 1 de septiembre de 2013

Verano azul

Creo que todos los que alguna vez vimos verano azul tenemos un problema. Al final de las vacaciones nos entra un vértigo raro que hace que el estómago se nos encoja y nos entre una melancolía y tristeza infinitas. Ver como Chanquete moría o como la pintora y los niños se despedían entre llantos incontrolados nos hizo mucho daño. Bea, Javi, Tito, el piraña..... En fin, toda la tropa, volviendo a sus vidas y dejando atrás el barco, del que nunca se movieron, y la playa de arena fina donde vivieron decenas de aventuras. Dudo que nadie se haya quedado sin derramar una lagrimita, aunque sea a escondidas, ese último día en el que la pintora se quedaba observando como todos se alejaban mientras pensaba si alguna vez volverian a verse.
Y eso es lo que me pasa a mi.
Cada final del verano me da una nostalgia y una tontería que es muy difícil de aguantar.
Siempre he intentando no sucumbir ante ese desasosiego y esa inquietud interior pero es superior a mis fuerzas e imposible de controlar.
Un sentimiento de tanta pena que no te deja disfrutar los instantes finales. Una puesta de sol, un helado mientras se pasea, un baño en el salado mar, la lectura de ese libro que deseas acabar, la música que pones para amenizar la tarde mientras el tiempo pasa inexorablemente. Todo, absolutamente todo, se queda en simples actos mecánicos ya que tu mente anda por otros lugares. Sitios tristes y amargos. La vieja rutina, el jodido día a día del que no nos podemos librar. Y entonces resuenan las mismas palabras en millones de bocas, ¡ojala fuera millonario!
En mi caso, el asunto es peor. Ya de por sí soy melancólico, imaginad el nivel de hartazgo que puedo causar en mis acompañantes.
Recuerdo un año que estando en Cadiz, concretamente en El Puerto de Santa Maria, no queria volver y añadia una nueva cosa que hacer. Nos vamos después de comer pactaba y al terminar la comida decía. Bueno, ¿un heladito? Pero al acabarlo aconsejaba, yo creo que es mejor no salir ahora, ¿un paseo por el mercadillo? Finalmente no se podía alargar más el tiempo y había que partir.
Cuando el horario de salida ya estaba cerrado por ser un vuelo por ejemplo, lo que hacía era quedarme despierto toda la noche, lo máximo posible, ya que así parece que el tiempo corre más lentamente. Me decía, si me duermo en cuanto despierte me tendré que ir. Si no duermo puede que ese momento no llegue nunca. ¡Qué iluso soy! 
Sin embargo, a pesar del transcurrir de los años, sigo pensando lo mismo y actuando de igual manera.
El año pasado mi avión salía de Las Vegas a las 8:30 de la mañana, y me pasé la noche viendo series en la tele. Obligandome a escuchar y entender para no dormir, para asi intentar esquivar las leyes naturales y parar el tiempo. Pero no, no pude. Y a las 7 de la mañana el despertador sonó y a las 8:30 estaba en mi asiento del avión con cara de tristeza. Ningún hecho insolito había ocurrido, el tiempo había seguido avanzando y los segundos y minutos habían proseguido su marcha hacia delante. Hacia el futuro.
Este año, de nuevo, ha ocurrido. Me acosté el sábado con la idea de que sería mi última noche en la playa. El domingo me desperté con los claros sintomas de que las vacaciones se terminaban, suspiros, sin hambre, nostalgia en la mirada, tristeza en mi alma. He comido pensando que esto llegaba a su fin, que en un par de horas estaría de camino. De pronto me he dicho, ¿por qué no salgo mañana? Y para convencerme más he apoyado la decisión pensando, hoy habrá mas tráfico, como si eso me hubiera importado alguna vez.
Asi que aquí estoy, en la playa aún, despierto a las 4 de la mañana deseando que no sean las 4:01. Si cierro los ojos y lo deseo con todas mis fuerzas, ¿lo conseguiré? ¿Podré parar el tiempo? Voy a intentarlo......
Son las 4:02.