La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

jueves, 10 de enero de 2013

Georges Méliès

Voy a contar hoy algo que muy poca gente conoce de mi. Estas personas se podrían enumerar con los dedos de una mano y sobrarían cuatro.
No es una cosa inconfesable, ni tan siquiera es algo que se salga fuera de lo común. Sin embargo nunca lo dije, lo mantuve en el secreto más absoluto.
Mi pasión por el cine creo que es evidente para el que haya leído estos pequeños episodios de mi vida que día a día voy relatando. Es un amor hacia los "narradores de historias".
El día que me di cuenta de ello es el día que vi Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore. Hace muchos años contemplé esta cinta con una emoción y una fascinación que se apoderaron de mi ser.
Es un viaje a través de los ojos de Totó, un niño inquieto, sagaz, curioso. Desde el primer momento le coges cariño y creces junto a él. Te haces adulto a su lado. Compartes sus sueños. Anhelas sus deseos. Amas a Elena al igual que él. Totó empieza a enamorarse del cine a través de su cicerone Alfredo. Este hombre es el encargado de proyectar las películas en un cine de un pueblo italiano de los años 40. Alfredo transmite su amor por el cine a este niño y a su vez a todos los que contemplamos sus vidas desde nuestras casas.
Un buen relato necesita de una buena música y la banda sonora de Ennio Morricone te lleva por ese mundo de sentimientos como si flotaras en una nube y fueras a parar a ese pueblecito italiano. Imagen y sonido estarán unidas para siempre en tu mente al recordar ciertas escenas. Sobre todo la final, una oda a la libertad, al amor y al beso.
Por sí alguno aún no la ha visto no rebelaré nada más de la historia, pero si diré que cuando terminé de verla, algo en mi interior surgió. Un deseo irrefrenable de hacer cine.
Al año siguiente me inscribí en la escuela de cine de Madrid. Para entrar había que hacer una serie de pruebas,  y elegir en que disciplina querías matricularte. Yo hice la prueba para dos, para dirección y para actor. Quería ser director, mostrar al mundo mi visión de las cosas mediante la cámara. Poder contar historias que de ningún otro modo podría conseguir narrar. La mirada de un chico que nunca supo expresarse muy bien. Lo de actor fue vanidad, fue un capricho. Nunca tuve madera de actor. Ni en un millón de años podría hacerme pasar por alguien que no soy. Credibilidad en el personaje que interpretara nula. Ninguna de las dos las pasé. No iba preparado, haber leído unas cuantas revistas sobre el tema no fue de gran ayuda ya que se presentaba muchísima gente y algunos bastante más puestos que yo en temas como que películas dirigieron Antonioni o Lars Von Trier por poner un ejemplo. Más que nada era curiosidad, ir a las instalaciones, ver a la gente de allí, inmiscuirme en su mundo por unos instantes. Simple curiosidad. Pero me picó el gusanillo y decidí que al año siguiente lo volvería a intentar.
Compré unos libros, leí mucho sobre cine, vi muchas películas de todos los géneros y épocas, escuché programas de radio que hablaban sobre el tema. Me empapé bien de todo lo que pude. Y el día llegó.
Habría unas 700 personas. La primera prueba era un test de cien preguntas. Cada uno, dependiendo de la especialidad a la que hubiera decidido presentarse, tenía unas preguntas determinadas. Como dirección engloba todo, mi examen tenía todo tipo de cuestiones. Posiciones de cámara, movimientos de esta, quien dirigió tal o cual película, quien realizó la banda sonora, comienzos del cine, que actor hacia el personaje equis en un filme japonés, cine mudo, Nouvelle Vague, etc, etc, etc.
Como en todo test que se precie, por pregunta fallada te quitan puntos, por lo que responder cualquier cosa se te quita de la cabeza enseguida. No recuerdo cuanto duró la prueba pero cerca de dos o tres horas creo que si estuve, y al salir la cabeza la tenía totalmente embotada. Pero fue una experiencia bonita. El hecho de que la prueba fuera en la sala más grande del Kinepolis ayudó al ambiente que se respiraba. Cine por los cuatro costados. Eso era lo que nos unía a todos los que allí estábamos.
Unas semanas más tarde dieron los resultados. Yo había pasado a la siguiente prueba. Me ilusioné, me alegré tanto que ese día falté a mis clases habituales y fui al cine a celebrarlo. ¿Qué mejor forma?
La siguiente prueba era a mi modo de ver más complicada, bastante más.
Aún había bastante gente. A los que pasamos a esta fase por medio del test se unieron otros que no tuvieron que hacerlo por haberse matriculado en un curso de verano que te daba la opción de librarse de las cien preguntas. Quedaríamos unas 300 personas.
También fue en una sala del Kinepolis. Nos pusieron una película y había que analizarla según a lo que te presentaras. La prueba empezó a las 9 de la mañana y acabó a las 3 de la tarde. De esta si me acuerdo del horario porque acabé tan cansado que se me grabó en la mente.
Libertarias, de Vicente Aranda, fue lo que nos pusieron. Entre los nervios y que era la primera vez que la veía no tuve muchas esperanzas en pasar al próximo reto. Eso, unido a mi nula habilidad para expresarme, ya sea por escrito o hablando, dejaron mis espectativas por los suelos. Pero aún así, como me había gustado bastante el argumento, más animado la comenté y analicé bajo la mirada de un futuro director. Rellené cuatro folios por ambas caras. Primero fue un borrador y cuando estuve más o menos conforme con el resultado lo volví a escribir sin borrones ni comentarios en los márgenes a lo que había redactado. Salí de allí sin ninguna convicción de haberlo hecho bien. ¿Demasiado crítico conmigo mismo? Quien sabe.
Transcurrido el tiempo de espera para saber el resultado, me acerqué a ver la lista de los elegidos. 40 nombres, ahora ya solo en la especialidad de dirección, constaban en esa hoja. Cual fue mi sorpresa al ver que mi nombre estaba allí escrito. Sí, una nueva prueba me esperaba.
Deberían quedar sólo 25 para la última prueba, que era una simple entrevista personal, y la forma de eliminar a gente fue el tercer escollo antes de la ansiada meta. Ahora ya nos metieron en una de las clases de la escuela de cine. Nos repartieron una serie de hojas con unas viñetas dibujadas en ellas a modo de storyboard. Teníamos que escribir un guión utilizando como guía esos dibujos. Construir una historia. Modelar unos personajes. Dotar de alma esos bocetos. Me puse muy nervioso y es lo peor que me puede pasar. Inventar y contar. Ideé una trama un poco rocambolesca. No puse énfasis en lo más importante de cualquier historia, las personas que la viven. Me dediqué simplemente a esbozar algo general, sin profundizar. No di vida. No creé.
Y ahí me quedé. La ilusión se esfumó y ya no lo volví a intentar. Mi sueño de ser director de cine se volatilizó.
Observándolo con la perspectiva que siempre da el tiempo, me alegro de haberlo hecho, fue una experiencia inolvidable. Aprendí mucho. Y sobre todo me conocí a mi mismo un poco más.
Hoy es un buen día para dejar salir este recuerdo de mi mente, para dar a conocer un secreto personal, para revivir este momento especial. Hoy se han dado las nominaciones para los Oscar. Un día para hablar de cine.
Para aquellos que no lo sepan, Georges Méliès fue el primer "contador de historias" usando un proyector de imágenes. Los hermanos Lumière inventaron el cine propiamente dicho, pero era algo más documental. Georges fue el primero en contar relatos de ficción mediante trucos y efectos que el mismo desarrolló. Desde este humilde blog le dedico este relato. Para él mi más sentida admiración.

miércoles, 9 de enero de 2013

Nápoles

Tenía miedo.
Sentía pánico por lo que había leído sobre la conducción en Nápoles.
Salí de Milán y fui por las carreteras italianas en dirección al sur de Italia. Con el paso de los kilómetros ya se veía el contraste entre el norte y el sur. Los peajes de las autopistas cambiaron. Las cabinas de los controladores pasaron de ser un mero cubículo con ventanilla a fortificaciones impenetrables. Las áreas de descanso cuidadas de la zona de Lombardia se convirtieron en gasolineras cutres con tienda de la región de Campania.
Al llegar a Nápoles, sin GPS aún, con un simple mapa de la ciudad de una guía turística me entró un cosquilleo en el estómago. Era por la tarde, hora punta. Miles de coches transitaban por las calles. El respeto por las señales de tráfico era nulo. Los semáforos están prácticamente de adorno, las glorietas son una confusión eterna sobre a quien le toca pasar, los transeúntes cruzan la carretera en el instante que menos esperas, motos que hacen eslalon como si creyeran ser esquiadores en Panticosa bajando un remonte. Un auténtico caos. Ahora lo recuerdo con una sonrisa, con nostalgia quizá pero en aquel momento maldije a más de uno. Intentaba estar atento a todo mientras buscaba calles que salieran en el mapa que llevaba para ubicarme. Al fin logré encontrar el hotel, y aliviado vi salir al botones que amablemente recogió las llaves del coche y lo llevó al garage.
Esa fue mi entrada a una ciudad que me gustó, pero no por sus monumentos, que están la mayoría muy descuidados. Me gustó por el ambiente que se respira. La Italia más auténtica.
El mismo día de mi llegada, al anochecer, salí a dar una vuelta y cenar. Al lado del hotel, situado por lo que vi en la mejor zona posible, había un castillo y alrededor muchos restaurantes. Es muy entretenido ver como los encargados de darte una mesa te intentan convencer para que te sientes en su restaurante. Incluso se llegan a increpar entre ellos. Ver como discuten dos italianos es gracioso y a la vez te infunde respeto. Repetí en uno de ellos porque me resultaba muy gracioso el maitre, el primo Luigi lo llamaba, típico tío salido de una película de mafiosos.
En Nápoles tienes esa sensación en todo momento, de que familias que controlan los barrios te observan al pasar. De que la Camorra esta al acecho. Hay varias zonas de la ciudad en las que no te sientes seguro al 100%, y al mismo tiempo son las más bonitas, las callejuelas estrechas con ropa tendida en sus ventanas, calles en las que la "mamma" del clan familiar está sentada en el portal en una silla de mimbre mientras los niños juegan y corretean entre los coches. Paseando te viene el olor de los mercados, puestos abiertos a la calle, las frutas y verduras con sus colores dan alegría al ambiente. Señoras comprando, tirando de sus carros llenos de comida, hablando entre ellas. Oír hablar italiano me encanta, es un idioma muy expresivo, con una sonoridad que hace que cualquier cosa que se diga parezca algo dulce, amable, simpático. Incluso cuando se alza la voz parece que los insultos son educados. Te dan ganas de aprenderlo. De entenderlo. Es una lástima que nunca lo haya intentado.
La comida napolitana es una delicia. Las pizzerías tienen sus hornos a la vista y observas como hacen la masa, como la tiran hacia arriba y la cogen al vuelo, como ponen harina sobre la mesa de la cocina y comienzan a amasar, es como un ritual. La comida es algo sagrado para los napolitanos. ¡Y está tan llena de sabor! Los spaguetti a vongole, el ragú napolitano, la zuppa di cozze, el risotto, la lasagna de carne. Un festín para el paladar.
Uno de los días fui al Duomo, la catedral. Su fachada estaba llena de pintadas. ¿Cómo es posible que a alguien se le ocurra dejar ahí su sello? Y lo que es más confuso, ¿cómo es posible que no lo limpien? En La Fontana de Trevi, en Roma, tienen a media docena de carabinieri plantados todo el día.  Aquí se nota que la ley es otra, o más bien, lo que se nota es la ausencia de esta. La mafia es la dueña. Los sobornos deben estar a la orden del día. Y la policía se dedica a otros quehaceres. Me quedé un poco desilusionado, deberían cuidar algo más ese tema. Italia es arte y el arte debe respetarse. Pese a esto, Nápoles, al ser una ciudad costera, esta imbuida por ese aroma a mar, a Mediterráneo. Los griegos, romanos y españoles dejaron huella en sus edificaciones, en sus historias y leyendas. Incluso a Napoleón le dio por invadirla. Cuna de artistas. El polichinela, el "o sole mío", Sofía Loren, Giordano Bruno o Bud Spencer nacieron aquí. La pena es que esa esencia mediterránea quede eclipsada por las constantes huelgas de recogida de basuras, negocio controlado por la Camorra.
Me gusta esta ciudad, rezuma un aire de la Italia que todos hemos visto en películas de Vittorio de Sica, Rossellini o Luchino Visconti. Las que retrataban a gentes de clase obrera y gente desfavorecida. Historias de finales de la segunda guerra mundial y la posguerra. Algunas calles de Nápoles te sumergen en ese ambiente. Y para mi es lo bello de este lugar, el elemento diferenciador respecto a otros sitios que he visitado en este maravilloso país.
Es caótica y por eso mismo es genial. Impredecible. Algún día tengo que volver.

martes, 8 de enero de 2013

El poder de la mente

Roma, año 1960. Una atleta americana gana tres oros olímpicos. Wilma Rudolph de 20 años de edad es la vencedora en los 100 m, en los 200 m y en relevos. Cuando tenía 6 años de edad sufrió un ataque de poliomielitis que hizo que tuviera paralizada una pierna durante varios años. En el año 1961 se convirtió en la mujer más rápida del planeta batiendo el récord mundial.
Leningrado, marzo de 1970. Una mentalista rusa para el corazón de una rana con la mente. Ninel Sergeyevna Kulagina aparentemente acelera y decelera un corazón animal a placer, logrando pararlo. Es famosa por los experimentos realizados en Rusia para mover objetos, sin contacto físico alguno, científicos soviéticos corroboraron la veracidad de estos y fue utilizada en la guerra fría por su poderes telequinésicos.
Bruselas, año 1970. Un padre inscribe a su hijo, bajito y enclenque, en una academia de Karate. Tras un arduo trabajo y mucha dedicación Jean-Claude Van Damme se convierte en uno de los actores mejor pagados en Hollywood, a principios de los 90, por sus películas sobre el Muai Thai y las artes marciales.
Ciudad de Ulm, Alemania. Año 1879. Nace un niño con problemas para el habla, hasta los tres años no dice una palabra y todo el mundo piensa que sufre algún tipo de retraso mental. Albert Einstein, tiempo más tarde, se convierte en el mejor físico del siglo XX, ganó el premio Nobel y formuló la teoría de la relatividad.
Nueva York, año 1879. Un hombre perseverante descubre un filamento que tarda dos días en fundirse. Esto cambia el mundo completamente. Thomas Alva Edison mejora la lámpara incandescente. Se asocia con J. P. Morgan y fundan General Electrics distribuyendo la electricidad por todo el país. A la edad de 8 años su profesor le echa de la escuela argumentando que es un alumno estéril e improductivo. A lo largo de su vida patentó más de mil inventos.
Hong kong, año 1971. Un niño de siete años, proveniente de una familia muy pobre, es matriculado en la Opera de Pekín. Durante 10 años soporta entrenamientos de hasta 18 horas, es instruido en el arte del baile, la interpretación y el kung fu. Aguanta con disciplina y tesón. Jackie Chan es venerado en China, y es considerado uno de los mejores actores de artes marciales por el riesgo de sus acrobacias.
Viena, mayo del año 1824. Un teatro a rebosar escucha con deleite la sinfonía n°9 en re menor de Ludwig Van Beethoven. Es su estreno y el compositor alemán contempla la sala con orgullo. Sin embargo no puede escuchar su obra. Está completamente sordo. Esta sinfonía, que es el actual himno de la Unión Europea, es compuesta por un Beethoven aquejado, entre otras muchas cosas, por una completa sordera.
He aquí unos pocos ejemplos del poder que tiene la mente. Gente desahuciada, niños dados por vagos o enfermos, personas a las que se les creía sin ningún futuro, o simplemente gente como Nina Kulagina. Todos utilizaron la mente como arma. Todos trataron de salir adelante con ingenio, perseverancia, inteligencia. Pusieron todo su empeño en lo que hacían. Creían en sí mismos.
Bueno, y os preguntaréis a que viene todo este despliegue de ejemplos de gente notable. ¿Qué momento de mi vida puede equipararse a estas increíbles hazañas de personas tan destacadas de la historia? Pues ninguno, no voy a compararme con estos monstruos intelectuales y extraordinarios. Pero hay un instante de lucidez en mi vida en el que durante unos minutos pude sentir ese poder mental.
Las Rozas de Madrid, año 1995. Último año de instituto. Un chico está en medio de un examen de química, necesita hacer una prueba casi perfecta para aprobar el curso. Es necesario sacar un 9.2 para compensar un mal primer examen. Lo difícil de la situación es que la materia la lleva cogida por los pelos, no se ha esmerado mucho en estudiar y ve complicado incluso aprobar. Pero en cuanto le dan las preguntas y se dispone a leerlas cierra los ojos y se dice a si mismo, puedes hacerlo. Confianza Rubén. Este chico lee las preguntas, coge el bolígrafo y empieza a escribir. Las palabras se escriben solas, las fórmulas químicas salen como si su mano estuviera poseída por algún ente divino. Durante la siguiente hora no para de garabatear en el folio. El profesor cuando acaba el tiempo recoge su examen y el chico se extraña de la rapidez con la que ha pasado todo. Alea iacta est.
A los dos o tres días ya están los resultados. Una inmensa sorpresa se adueña de este chico. Un 9.5 le salva de una convocatoria para septiembre.
Quizá fuera suerte, quizá fui afortunado en ese momento. Mi opinión al respecto es otra. Las sensaciones que tuve fueron poco menos que raras. Perdí la noción del tiempo, logré una concentración absoluta y mi mente buscó las respuestas a las preguntas. Nunca he vuelto a sentir algo parecido y he hecho miles de exámenes después de ese. No se el motivo pero ese día verifiqué que el poder de la mente es ilimitado. ¿Fue simple potra o un momento de claridad mental, de lucidez? Prefiero lo segundo. Al menos me gusta pensar que fue así.

lunes, 7 de enero de 2013

La Manga del Mar Menor 2.0

Acabo de llegar de la manga hace unas horas y no puedo resistirme a comentar algo sobre estos días.
Y sobre todo un momento. Un momento de paz y tranquilidad. Una de las tardes cogí el coche y me dispuse a dar una vuelta por el largo y sinuoso camino que lleva hasta el final de ese apéndice que es este sitio. Y la verdad es que la cosa a priori no parecía nada del otro mundo, más que nada era por salir un rato de casa y disfrutar de la conducción. Pero la verdad es que me gustó, fue un paseo realmente bonito, y hubo un instante en una zona determinada de la carretera, donde esta linda con el mar donde me paré, me resultó especialmente evocador. Os lo describiré. Atardecer, el sol casi desaparecido en su totalidad, el mar con un suave oleaje, el olor, las luces encendiéndose poco a poco, ni un alma alrededor. No tuve más remedio que parar el coche y bajar. Sentarme en el capó y contemplar esa impresionante estampa. Muy bucólico, tanto que parece de postal pero era tan real como el iPad desde el que escribo. Estuve un buen rato sin moverme, pero ni me di cuenta del tiempo. Sólo sabía que pasaba por el sol que poco a poco desaparecía de mi vista. En el horizonte se veían barquitos pesqueros, pequeños botes y al fondo una costa llena de luces de los edificios que llenan la manga. Casualidad o no, durante ese tiempo que estuve allí no pasó ningún coche, ninguna persona. Tenía ese espectáculo para mi solo. Fue durante unos minutos mi tesoro. Me gustó, más que gustarme me asombró porque no esperaba algo así. He pasado por allí un montón de veces, con el coche y sin él, corriendo o en bici. Pero nunca me había parado como lo hice el otro día.
Mientras observaba el panorama único no pensaba en nada, nada perturbaba mi mente ni hacia que pensara en otras cosas que hicieran que me perdiese esos últimos rayos de sol. Ni el viento que empezaba a soplar en aquel lugar ni la temperatura que bajaba exponencialmente con la ocultación del sol me sacaron de ese ensimismamiento. Maravillado. Realmente no lo esperaba. Y las cosas que no esperas son a la vez las que más aprecias y las que más valoras. Su valor radica en la sorpresa, en la fascinación por lo inesperado. Asombro por lo que nunca te paraste a ver. Suele ocurrir que pasamos por lugares que apenas miramos, que por tener otras cosas en la cabeza o por estar distraídos con pensamientos absurdos no reparamos. Cuantas veces habremos pasado por sitios en los que de pronto, por cualquier inquietante razón nos detenemos en un detalle, nuestra mirada se posa en algo que en muchos años no habíamos observado.
Al final pasó el autobús de línea regular que recorre la manga de arriba a abajo y me sacó del trance. Me levanté y eché un último vistazo a algo que seguramente por mucho que vuelva no volverá a ser igual.
Mientras conducía me sorprendí pensando que La Manga al fin y al cabo no está tan mal. Curioso pensamiento.
Ahora cierro los ojos y recuerdo ese momento para escribir sobre el y ciertamente es un instante paradisiaco. Un instante para vivirlo. Un instante para contarlo.
El mar siempre me ha gustado, me parece algo tremendamente espectacular. Recuerdo hace un año y medio un viaje de Boston a Salem en barco. Me pasé mirando el mar la hora que duro el viaje en el fastferry, desde la proa el viento era infernal a la velocidad a la que íbamos pero no quería perderme esa visión del mar en toda su bravura. El mar tiene algo de misterioso, no saber que hay más allá de la superficie, las profundidades nos reservan cosas que jamás veremos. Barcos hundidos llenan ese fondo, peces inverosímiles, enormes, incoloros, pasan nadando por los esqueletos de madera. Los corales mas impresionantes, con colores tan llamativos, tan vivos que parecen salidos de la paleta de un pintor. El mar atrae. Causa admiración a quien lo desconoce y tentación a quien lo comprende. Tentación por adentrarse en él. Esa fascinación por el mar ha llevado a muchos desde tiempos inmemoriales a inventar monstruos marinos como el Kraken o seres mitológicos como las sirenas. El mar ha transformado el mundo, la erosión del mar ha hecho que acantilados, tan altos como gigantes salidos de epopeyas griegas, se formen. El mar nos da alimento, nos abastece, es vida. Y a la vez, el mar ha dado muerte a los marinos más avezados, por lo tanto es cruel y mortífero con quien lo desafía. Pero sobre todas las cosas el mar es paz y tranquilidad, el sonido de las olas, ese sonido trae recuerdos. Es como el susurro que una madre hace a su bebe. Te adormece, te deja con una serenidad y una paz inimaginables. Eso es lo que sentí yo al mirar desde aquel lugar el mar, una calma interior que necesitaba.
Jamás rebelaré el lugar exacto en el que me paré a disfrutar de todo esto. Ese lugar es mío. Ese recóndito paraje es mi refugio, a la vista de todos pero con una mirada única. Sí, mi mirada. Mi visión de lo que La Manga si que puede ofrecer y es paz. Y mucha, pero mucha tranquilidad.

martes, 1 de enero de 2013

Control

El control del cuerpo.
Esa es mi meta.
Lo he decidido. Sea cual sea mi vida personal o profesional quiero controlar mi cuerpo.
Hay una disciplina deportiva, el parkour, es la carrera libre. Desplazamiento.
Ir de un lugar a otro lo más eficientemente posible, saltando obstáculos, utilizando el cuerpo, distribuyendo los pesos para cambiar el centro de gravedad de uno mismo.
Es un baile, es una danza hipnótica. La verdad es que me ha dejado impresionado.
Y quiero poder hacerlo. Quiero poder decirle a mi mente que realice un salto, y caer donde yo deseo. Un punto, un objetivo. Debe ser alucinante poder manejar tu cuerpo de esa forma.
Hay que tener una flexibilidad, un equilibrio y una resistencia que hay que entrenar. Pero desde luego que lo voy a intentar. No se sí para realizar parkour, pero si para sentir que tengo el control sobre mi mismo.
He leído algo sobre el tema y me gusta su filosofía. Adaptarse al lugar que quieres recorrer, cada uno lo hace de forma distinta, como la vida, que cada uno tiene su forma de atravesar los obstáculos. Todas las formas son válidas si te llevan donde tu deseas. Imaginación y creación.
No es una competición, ni saber que eres mejor o saltas más que otro. Es arte, el arte del movimiento.
Quizá sea un propósito de año nuevo un poco inalcanzable, pero está bien tener una meta. Mejorar cada día, ver que mañana te sentirás mejor que hoy, un avance continuo.
Y lo que más me gusta es la velocidad, la rapidez de movimientos.
Quiero ser rápido, quiero ser veloz. Volar. Como diría Mohammed Ali tan rápido que al llegar a la habitación para dormir, y dar al interruptor de la luz, estar en la cama antes de que esta se apague.
Hay que entrenar, tengo que hacerlo. Mis piernas se harán más fuertes, más veloces. Ganaré potencia,  saltaré más alto. Mi cintura se fortalecerá, conseguiré que ahí se concentre todo, el centro de gravedad, el punto de masa cero, el equilibrio. Mi pecho se ensanchará, junto con la espalda ganará en musculatura. Los brazos, ayudarán a equilibrar el cuerpo. Agarre. Impulso. Acompañan al movimiento. Ganaré en agilidad, me esforzaré en la técnica.
Mi mente serán mis alas. Hará que mis movimientos fluyan. Cerraré los ojos, lo visualizaré y lo ejecutaré con precisión.
Quiero ser rápido. No, seré rápido. Es mi propósito para este año. Ser una máquina perfectamente coordinada, cada acción se corresponderá con una reacción. Leyes físicas. Newton.
Será difícil, duro. Habrá que sudar, que practicar cada movimiento, conseguir elasticidad, flexibilidad, control.
Ganar en confianza a través de pequeños retos, superándolos. Y poco a poco avanzar. Paso a paso mejorar en destreza, precisión, equilibrio, fuerza, agilidad.
He leído una frase de Charles Dickens que no me resisto a transcribir. Dijo que cada fracaso nos enseña algo que necesitamos aprender, de esta manera, el hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta.
En el Parkour, como en cualquier faceta de la vida, tan importante es saber caer, la recepción del salto, como saber levantarte, la continuación de la carrera, avanzar.
Feliz año 2013.




domingo, 30 de diciembre de 2012

La última vez

Este instante ocurrió hace apenas unas horas.
Cuando uno sabe que será la última vez que verá a una persona lo afronta con muchos interrogantes. ¿Será capaz de verla sin derramar una lágrima? ¿Es posible sonreír? ¿Escuchará sus palabras o solo intentará mirarla para conservar su imagen eternamente?
Todo esto me lo pregunté media hora antes de quedar. Iba conduciendo con la mente puesta en la infinidad de cosas que hicimos juntos, cada momento bueno y malo. Una sucesión de imágenes pasaba delante de mi, y mi corazón se encogió. Cinco minutos antes de verla yo temblaba.
Sabía que sería la última vez que me iba a encontrar con ella. No quería volver a pasar por las últimas  horas, no de esa forma. Habían sido dos días de nerviosismo, ansiedad, intranquilidad. Sabía todo. Sabía que ella no lo diría. Sabía que pasaría por el tema sin mencionarlo. No la culpaba. Y yo no deseaba sacar el tema. No la última vez que la vería sonreír.
Todo empezó un poco frío, pero ella había cambiado y empezó a hablar. Rápido, sin parar. Yo casi ni podía seguir la conversación porque no paraba de pensar en aquella cara, en aquellos ojos. Ya no los volvería a ver más y sólo quería observar cada detalle, cada arruga, cada marca, cada tono de su piel.
Yo en realidad no quería ir a ningún sitio en especial y no iba con ningún plan, pero a ella le apetecía ir al cine y fuimos a un centro comercial. Me pareció tan buena idea como cualquier otra. En el coche  seguía hablando, y yo seguía sin prestar demasiada atención. Aún tenía en mi mente la última vez que la llevé en mi coche. ¡Cuanto había pasado en tan poco tiempo! Me dio vértigo. E intenté concentrarme en la conducción.
Al llegar compré las entradas. La invité al cine porque sería lo último que le regalaría. Allí fue la primera vez que la toqué en mucho tiempo, fue una caricia en el pelo. Leve. Cariñosa. Suave. Sentí su  energía que iba de su cuerpo al mío a través de mi mano. Intenso. Sensaciones en mi corazón.
Como era temprano nos sentamos en una terraza a tomar un refresco. Me quité la chaqueta y me senté. Y ella permaneció sentada con el abrigo puesto. Como sí, en cualquier momento, se pudiera levantar y salir corriendo. Y continuaba hablando. Me gustaba escuchar su voz. El tono, la sonoridad, las historias, la sensación de haber convivido con esa voz eternamente. Y empecé a ponerme nervioso. Bastante nervioso. Ella lo notó, era evidente. Me conoce y sabe cuando estoy inquieto. Ella también lo está, aunque me dice que esta cómoda. Noto sus manos doblando un trozo de servilleta y jugando con él. Ahora hay conversación fluida, necesitaba hablar yo también para liberarme de los nervios, la tensión me atenazaba el alma. Mi cerebro estaba en dos cosas a la vez, intentar hablar y decir cosas inteligentes y no dejar que mi pierna rebele mi nerviosismo una vez más.
Miro el reloj y se ha hecho hora de cenar. Paga ella, dejo que al menos ella me haga un último regalo a mi. No tengo preferencia por ningún restaurante en especial y como tenemos una hora antes de que empiece el cine vamos al Vips. No tenía nada de hambre, no estaba mi estómago para ninguna fiesta culinaria. Quería una simple ensalada, y la elijo mientras ella va al servicio. Cuando vuelve es mi turno. Me miro en el espejo, tengo cara de estar agotado. Me apoyo en la pared un instante y me digo, Rubén disfruta los últimos instantes, no seas un loco y digas cualquier gilipollez. Salgo y pedimos. La misma ensalada los dos. Curioso. Gracioso si pudiera reírme.
Mientras cenamos ella me hace llorar con un comentario que me entristece sobremanera. Una pena enorme que se libera mediante lágrimas que intento secar con las manos. Ella intenta consolarme dándome la mano, se la doy unos instantes. Muy rápidamente dejamos de tocarnos. No tengo nada de hambre y juego con la ensalada mientras la conversación continúa. Sacamos temas menos superficiales, cosas que tenemos que decir, pero la cosa se queda a medias. No soy capaz de comer más y miro de nuevo el reloj, quedan diez minutos para que empiece la película. Ella comenta que pagamos a medias pero me niego. La última cena la pago yo. Esto no es un regalo, le digo la única mentira que le he dicho en tres meses. A La próxima cena me invitas tú. Se que no habrá más cenas, es una mentira piadosa.
Estamos a las puertas del cine mientras ella fuma un cigarro. Hablamos más, cosas sinceras, cosas importantes. Y al entrar ella decide que nos demos un abrazo. Más sentimientos del corazón recorren mi alma, es corto, pero arrollador. Me gusta sentir el olor de su pelo una vez más, me gusta su mano en mi espalda. Y al bajar la mano casi se junta con la mía. Nerviosos, ambos, entramos en la sala. Buscamos el asiento y ella rompe a llorar. En ese momento no entendí esa llorera que dura poco, un minuto a lo sumo. Se tapa la cara para que no la vean, o quizá para que yo no la vea flaquear. No lo se. Voy al servicio, y al volver esta más tranquila, sólo en apariencia porque la oigo suspirar, síntoma en ella de pena y tristeza. Empieza la película y la comentamos de vez en cuando, en un momento dado la miro y deseo robarle un beso. Un último beso, que sus labios y los míos se toquen por última vez. Es un pensamiento muy rápido, un deseo fugaz, y una vez pasado el momento de debilidad me concentro de nuevo en la pantalla. Tardo en coger el hilo argumental, pienso que ya queda poco para separarnos por última vez y como si fuera una cuenta atrás miro el reloj a cada instante. De hecho lo he estado haciendo toda la tarde deseando que por algún azar de la vida el tiempo se detuviera. Pero las leyes físicas no entienden de deseos y las agujas del reloj siguen su movimiento de avance.
La película termina y con ella se va acabando nuestro tiempo. Es tarde y ella bosteza, un gesto que he visto millones de veces ahora se me antoja triste. Comentamos el final inacabado, en la pantalla la historia no ha finalizado, habrá una segunda y una tercera parte me informa ella. Yo pensaba ojalá fuera esta situación como un guión, poder continuar donde lo dejamos. Se que es imposible y ahuyento esos malditos pensamientos de mi cabeza. Aún así mi corazón está a punto de sufrir un ataque. La miro, la memorizo mientras ella camina. Grabo su voz en mi mente mientras habla en el coche. De camino a su casa, que difícil es decir ese pronombre en lugar del que solía ser, me pongo taquicárdico. Me he dado cuenta de una cosa, ¡no se cómo despedirme de ella! Pienso, le doy vueltas y no encuentro la mejor forma. ¿Qué hago? Aparco el coche enfrente del portal y salgo del coche, y la abrazo. Ella me besa en la mejilla, yo no respondo. Simplemente la abrazo. Fue tan rápido que a los pocos segundos la estoy mirando a los ojos, le acaricio el pelo y la digo descansa. Mi última palabra. No se sí ella llega a contestar algo porque no puedo ni oírla, estoy triste, todo mi ser esta apagado, mi alma se ha marchitado de golpe, mi corazón bombea lentamente mientras la veo dirigirse al portal, como si una cámara lenta grabara fotograma a fotograma esa acción. Y la veo desaparecer para siempre.
En el coche, de vuelta a mi cama donde deseo meterme a hibernar como un oso, me pongo música. Pongo un cd. No puedo pensar, no puedo escuchar, no puedo apenas ver. Mis lágrimas me nublan la vista. Siento la soledad en el asiento de al lado. Me recompongo y paro de golpe la llorera, intento salir de ese estado y lo consigo.
Y al llegar y meterme en la cama deseo más que nunca en mi vida no haber conocido la dicha, la felicidad. No se echa en falta algo que se desconoce. Y mi último pensamiento antes de quedar dormido es un cumpleaños, me veo soplando una vela y pidiendo un deseo. Estar con ella eternamente. Y maldigo al encargado de cumplir los deseos. ¡Por qué no cumpliste el mío, cabronazo!

viernes, 28 de diciembre de 2012

Pelea

Hace un año más o menos ocurrió este hecho.
Nunca lo comenté con nadie, aunque me impactó e hizo que pensara sobre la naturaleza humana.
Yo tenía que coger el metro ligero que va de Sanchinarro a Pinar de Chamartin, en Madrid, cada mañana. La mayoría de ellas coincidía con un chaval de no más de 16 años. El iría a su instituto cada día, supongo. El caso es que este crio iba siempre con un móvil en la mano y ponía música en el altavoz. El chico, de etnia gitana, ponía canciones de flamenco, el típico que escuchan. Tampoco entiendo mucho de flamenco. La verdad es que a las 7 y media de la mañana no era muy agradable poner a todo volumen la música pero los días que coincidí con él en el vagón nadie le dijo nada. Tampoco era un trayecto muy largo, unos 10 minutos.
Pues uno de esos días se subió este niño en la estación siguiente a la mía, y como siempre, llevaba su música. En la siguiente parada se montó otro tío. Éste tenía como 30 años, y empezó a decirle al chaval que quitara la música, que ya le había avisado el día anterior. El chico pareció pasar un poco del tema. Y acto seguido el de 30 le arreó un puñetazo en toda la cara al niño. Yo me quedé pasmado porque no me esperaba una reacción así por parte de un adulto. El niño se revolvió, claro,  y empezó una maraña de golpes entre los dos hasta que dos hombres pudieron separarles.
Yo me sobrecogí por dos razones. La primera es que no reaccioné y todo ocurrió delante de mis narices. Me quedé patidifuso en el asiento y no pude ni mover un músculo para separarles o simplemente ayudar al niño. No se sí fue la rapidez de todo o que no esperaba una reacción tan brutal a una niñería pero el caso es que ni respiré ante aquel estallido de violencia. La segunda cosa que me sobrecogió fue ver como un adulto perdía los nervios de tal manera. Fue un acto de tal furia y sobre una persona tan indefensa que todo el mundo se puso a incriminar al hombre. Él se dió cuenta de lo que había hecho y dos paradas después de la pelea se bajó del metro y se fue corriendo. Un hombre intentó retenerle para denunciarle al agente de seguridad pero se zafó y se fue. El chaval se quedo sangrando en el vagón con la ceja y el labio abiertos y una mujer se ofreció a ayudarle. También otros pasajeros que coincidían con él le dijeron que se lo había buscado por estar todos los días provocando con la música por el altavoz del móvil. Hasta un señor se ofreció a comprarle unos cascos.
Cuando llegamos a la última estación, la señora que ayudó al niño a limpiarse la sangre le llevo a ver a la seguridad del metro y ellos ya se encargaron. Y yo me fui.
Estuve toda la mañana pensando en lo que había ocurrido. Nunca había visto algo tan violento, y me dejó con una sensación rara en el cuerpo. No me podía creer que no hubiera hecho nada. Que no me levantara al menos para proteger al más indefenso y evitarle algún golpe. Me dije a mi mismo que había sido la velocidad a la que se desarrolló todo pero la verdad es que no se sí pudo ser que no quise implicarme por miedo o cobardía. Nunca he sido una persona que se meta en peleas o discusiones pero me extrañó mi propia reacción. No se lo que pudo ser, y quizá nunca lo averigüe, pero quiero pensar que no tuve miedo por mi integridad y que sólo no hice nada por la rapidez de todo y el asombro ante el ensañamiento del adulto sobre el niño.
También pensé en lo violento que se ha vuelto este mundo. La gente pierde los nervios casi por cualquier cosa y no aguantamos nada. Que le hubiera costado al hombre este hablar un poco más con el crio o simplemente irse un poco más allá y luego decirles algo a la seguridad del metro para que le llamarán la atención. Había muchas formas de actuar, muchas cosas que se podían hacer antes de soltar el puño. Era una pelea tan desigual. ¿Qué es lo que pudo pasar por la cabeza del hombre para perder de esa manera la cordura? Es imposible de saber. Yo, personalmente, no volví a verlo ningún día más.
Al chaval si, 4 o 5 meses después coincidimos otra vez. Y seguía llevando su música en el altavoz del móvil. Seguía siendo el mismo de siempre. Me hizo gracia, y me cayó bien el chico. A pesar de la pelea no se había amedrentado. Tenía personalidad. Era valiente. No juzgo que lo que haga este bien o no, la música es molesta a todo volumen si no te gusta especialmente. Pero ese día que le volví a ver me senté a su lado a escuchar un poco de flamenquito. Y sonreí.